Faraón es la denominación bíblica de los reyes del Antiguo Egipto. Es un nombre de origen hebreo adoptado después por los griegos. Para los egipcios, el primero fue Narmer, denominado Menes por Manetón, quien gobernó hacia el año 3050 a. C., y la última fue Cleopatra VII, de ascendencia helénica, reinando del año 51 al 30 a. C.
Los faraones fueron considerados seres casi divinos durante las primeras dinastías, y eran identificados con el dios Horus, aunque a partir de la V dinastía sólo fueron hijos del dios Ra. Normalmente no fueron deificados en vida, era a su muerte cuando el faraón se fusionaba con la deidad Osiris y adquiría la inmortalidad y una categoría divina, siendo entonces venerados como un dios más en los templos.
“Faraón” deriva de la palabra egipcia Per-aa, que significa "casa grande". Per-aa era el nombre de la residencia real, pasando después a designar a la autoridad misma. Los escribas egipcios solían usar el término nesu (rey), neb (señor) o hemef (majestad). Fue un término utilizado por el pueblo, nunca por los propios faraones, y sólo comenzaría a usarse a partir del reinado de Amenhotep III, en la primera mitad del siglo XIV a. C. Por tanto, podría decirse que la palabra "faraón" es relativamente moderna, y que sólo abarcaría a la mitad de los monarcas que habitaron en el Valle del Nilo.
La sucesión de faraones y la historia del propio Egipto vienen indisolublemente unidas y son tan complementarias entre sí que es imposible desconocer una de ellas y ser experto en la otra. Tanto es así que incluso en los periodos más críticos, cuando la anarquía reinaba en muchas zonas del país, siempre había, al menos, un faraón que afirmaba ser el legítimo gobernante de la caótica nación en toda su extensa totalidad.
Desde Menes, 3100 a. C., hasta el año 2600 a. C., la monarquía pasó por momentos de debilidad y seguía siendo cuestionada por la nobleza local. Sería sólo de 2600 a 2200 a. C. cuando se consolida la institución y los reyes pasan a ser monarcas absolutos con derecho divino. Es la época dorada de la monarquía egipcia, conocida como Imperio Antiguo, que acabaría de forma trágica ante la debilidad de los últimos reyes de la dinastía VI, momento en el que una vez más la nobleza y los gobernadores de los nomos tomaron el poder surgiendo principados independientes. Aquí se inicia el denominado primer periodo intermedio de Egipto.
La situación tardaría más de un siglo y medio en restablecerse, y pese a que nuevamente una dinastía de reyes fuertes asumiría el control absoluto del país, la dinastía XII, siguió existiendo el peligro constante de un golpe de Estado. La ligera estabilidad del llamado Imperio Medio estallaría de forma similar a la del Imperio Antiguo, por la debilidad de los monarcas y el creciente poder de las clases dirigentes locales, a las que se añadiría la llegada a Egipto de pueblos semitas, algunos de ellos violentos.
La siguiente etapa de calma y prosperidad no llegaría hasta el 1500 a. C., con el Imperio Nuevo, momento en el cual llegaron al poder los faraones mejor conocidos, que impulsaron la creación de un enorme imperio colonial en la Siria-Palestina y Kush (Nubia), entrando en contacto con los otros pueblos del Oriente Próximo. Sin embargo, también estos reyes estuvieron acosados por un peligro que hacía tambalear sus tronos, que en este caso fue el de los sacerdotes de Amón, que habían adquirido mucho
1-Corona Blanca 2-Corona Roja 3-Sejemty 4-Jeperesh 5-Nemes
Tras esta situación, Egipto no volvería a convertirse en un gran imperio. Desde la toma del poder de los sacerdotes de Amón hasta la llegada de una dinastía fuerte, la XXVI, pasaron más de cuatrocientos críticos años en los que convivieron dos, tres e incluso más faraones a un mismo tiempo, y el país fue invadido por libios, nubios y asirios. La dinastía XXVI trató de recuperar el esplendor olvidado del Imperio Antiguo, pero la inmediata conquista persa desbarataría todo. Tras ello, los invasores aqueménidas, macedonios y lágidas (estos últimos pertenecen a la llamada dinastía Ptolemaica, la última de todas) trataron de adaptarse a las costumbres del país y aceptaron ser deificados en vida.
El último faraón egipcio reconocido como tal fue la legendaria reina Cleopatra. El último rey nativo, Nectanebo II había gobernado trescientos años antes, y los faraones ptolemaicos, de origen extranjero, se aislaron en Alejandría y, aunque respetaron las tradiciones ancestrales del pueblo, no tardaron en convertirlos en semi-esclavos. Por ello, no es de extrañar que cuando Egipto pasó a formar parte del Imperio Romano, los egipcios no dieran importancia al cambio: los verdaderos faraones habían abandonado a su país mucho tiempo atrás.
Siempre, al lado del faraón, debía convivir su Gran Esposa Real, el equivalente a una reina. La posición de Gran Esposa Real, en egipcio Hemet nise ueret, implicaba no solo una posición política a detentar dentro de la corte, sino también una posición religiosa, ya que oficiaba de ritualista en variadas festividades.
Considerando que existían variados ritos distribuidos a través de la geografía del país de las Dos Tierras, estos involucraban al faraón y su principal esposa. Así, en los cultos que formaban tríadas como ser: Osiris, Isis y Horus; Amón, Mut y Jonsu; Shu, Tefnut y Atum, etc. cada uno implicaba la participación del faraón, su principal reina y en los casos donde era posible, de su heredero.
Las Grandes Esposas Reales eran las garantías y el principal apoyo del faraón durante su reinado. Por tanto, los faraones se casaban con las hijas de su antecesor (en muchos casos estas hijas eran sus hermanas o sus medio-hermanas) para poder ascender al trono.
A lo largo de la historia egipcia también hubo grandes reinas, algunas de las cuales llegarían incluso a asumir el poder absoluto a la muerte de sus maridos. Otras ostentaron un determinante papel político o religioso, y no se podrían entender muchas cosas de la Historia Egipcia sin tener en cuenta el poder que ostentaron estas damas a la sombra de sus esposos.
Por debajo de las Grandes Esposas Reales, el faraón podía tomar tantas mujeres como quisiera, e incluso ascenderlas si así lo quería al rango de Gran Esposa Real (aunque esto sería muy infrecuente). En las primeras dinastías existirían numerosas esposas secundarias y concubinas, y ya a partir del Imperio Nuevo, los monarcas se encargarían de crear enormes harenes en los que todo tipo de mujeres, incluidas las princesas extranjeras, pasaban a residir.
En cuanto a la descendencia real y la sucesión al trono, las reglas no han sido mantenidas inmutables a través de los miles de años que duró la investidura de faraón. No obstante, la sucesión real siempre se resolvía mediante un vástago masculino, aún cuando el mismo pudiera no provenir de la Gran Esposa Real, sino de una reina de menor rango. Así pues, el sucesor (proveniente de una reina de menor rango) procedía a contraer enlace con una hija de la gran esposa real del rey fallecido.
El futuro de las niñas dependería del origen de su madre: si eran hija de una reina, podría heredar o su cargo o vivir en eterna soltería; y si eran hijas de una esposa secundaria o de una concubina, pasarían a ingresar el harén o podrían casarse con algún noble.
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