sábado, 30 de abril de 2011

Aristócrata y poeta: la Princesa Bibesco

Marthe Bibesco (versión francesa de Marta Bibescu), nacida Marta Lucia o Marthe Lucie Lahovary o Lahovari, fue una célebre escritora y socialite rumano-francesa.


Era la tercera hija de Ioan Lahovary y Emma, princesa Mavrocordat, y pasó su infancia en las tierras de la familia en Baloteşti y en el balneario de moda de la costa francesa, Biarritz. En su presentación en sociedad, en 1900, conoció al príncipe Ferdinand de Rumania, heredero aparente del trono rumano, pero después de un compromiso secreto de un año, Marthe casó a los 17 con el príncipe George III Valentin Bibescu, vástago de una de las familias aristocráticas de mayor prestigio, cuyo territorio principal se hallaba en Strehaia.
George III Valentin Bibescu era sobrino de Gheorghe Bibescu de Basaran, hospodar (o príncipe) de Valaquia entre 1843 y 1848. La jefatura de éste había coincidido con la marea revolucionaria que culminó en 1a revolución d
e 1848. Nacido en Craiova como primer hijo de Dimitrie Bibescu -miembro de una familia de boyardos-, Gheorghe había estudiado Derecho en París y se casó con Zoe Brâncoveanu, la última de esta familia, por lo cual heredó todos sus títulos y riqueza. El matrimonio no resultó, pues Zoe se volvió mentalmente inestable. Bibescu entró en conflicto con la Iglesia Ortodoxa cuando intentó divorciarse pero lo logró en 1845. En septiembre de ese mismo año se casó otra vez, con Maria Văcărescu. El patrimonio Brâncoveanu pasó al hijo de Zoe y Gheorghe Bibescu, el príncipe Grégoire Bibesco-Bassaraba (padre de Anna de Noailles, la célebre escritora francesa, primera mujer nombrada Comandante de la Légion d'honneur).


Bibescu tuvo un interés temprano en la aviación: voló un globo al que nombró “Rumania” y que obtuvo en Francia en 1905. Más tarde intentó aprender a volar un aeroplano Voisin, también traído de Francia, pero sin éxito. Luego del vuelo demostrativo de Louis Blériot en Bucarest, el 18 de octubre de 1909, fue a París y se enroló en la escuela de Blériot en Pau. El 23 de enero de 1910 obtuvo la Licencia Internacional de Piloto nº 20. El príncipe fue co-fundador del Automóvil Club Rumano (1901) y del Comité Olímpico de su país (1914). Rumania estaba entre los primeros seis países del mundo en organizar carreras de automóviles. En 1904 Bibescu ganó la carrera Bucharest-Giurgiu-Bucharest, con una velocidad promedio de 66 km/h.

Fluida en francés desde temprana edad (incluso antes de poder hablar rumano), Marthe pasó los primeros años de su matrimonio bajo la tutela de su suegra, la princesa Valentina (nacida condesa Riquet de Caraman-Chimay), quien notó la extensa educación en literatura e historia europea de Marthe. Una vieja campesina, Baba Uţa [Outza], vio que también era versada en cuentos y tradiciones folklóricas de Rumania. Mientras tanto, su esposo George perseguía automóviles de carrera y otras mujeres pero aumentaba la fortuna familiar al mis
mo tiempo.


A pesar del nacimiento de su hija, Valentina, en 1903, a pesar del amplio círculo de amistades, Marthe se aburría. Cuando George fue enviado por el rey Carol I en una misión diplomática a Mozzafar-al-Din en Irán, hacia 1905, ella impacientemente se embarcó en el viaje, registrando sus observaciones en un diario. Los príncipes iban acompañados por Leon Leonida y Mihai Ferekide, Maria, esposa de éste, y Claude Anet. Era el primer viaje en automóvil a Persia, partiendo desde Galaţi y recalando en Ispahan. El viaje fue descripto por el escritor francés Claude Anet en su libro como "La Perse en automobile à travers la Russie et le Caucase (Les Roses d'Ispahan)". Durante el camino, se detuvieron en Yalta, donde Marthe encontró al escritor exiliado Maxim Gorki. Fue en 1908, por sugerencia de Maurice Barrès, que la princesa terminó sus impresiones sobre el viaje a Persia y las publicó.


Los críticos y periodistas franceses fueron entusiastas en sus declaraciones. Las memorias del viaje, Les Huit Paradises ("The Eight Paradises"), la introdujeron en una carrera vitalicia como exitosa escritora. Se introdujo en la crema de la Belle Epoque parisiense, moviéndose fácilmente entre las élites literarias, aristocráticas y políticas del momento. Fue premiada con el trofeo de l’Academie Française y conoció a Marcel Proust, quien le envió una carta alabando su libro: “Usted no es sólo una espléndida escritora, princesa, sino una escultora de palabras, una música, una proveedora de aromas, una poeta.”


De vuelta en Bucarest, en 1908, Marthe fue presentada al príncipe heredero alemán, Wilhelm, quien, pese a que Marthe se refería a él como “el III”, nunca sucedió a Wilhelm II. El Kronprinz era casado, pero durante los siguientes quince años le escribió cálidas y afectuosas cartas a Marthe. Ella y su esposo fueron invitados en Alemania, durante el otoño de aquel mismo año, como invitados personales de Wilhelm, a visitar Berlín, Postdam, Weimar y tomar parte en la regata imperial a Kiel. Marthe obtuvo el supremo honor de acompañar a Wilhelm en la limousine, mientras pasaban a través de la Puerta de Brandenburgo, ocasión reservada sólo a miembros de la familia imperial. Él trató de envolver a Marthe en las relaciones internacionales de la Europa de pre-guerra, intentando que fuera la mediadora oculta entre Francia y Alemania en el conflicto de Alsacia-Lorena.


Entre la nobleza europea, el divorcio era la muerte social, pero el flirteo definitivamente no. Mientras Marthe y George continuaban lo que actualmente se conoce como relación de mutua supervivencia, ambos continuaron con sus propios intereses. El príncipe francés Charles-Louis de Beauvau-Craon, enamorado de Marthe, sostuvo con ella un affaire que duró una década.


Cansada de sus desilusiones sentimentales, Marthe se retiró a Argelia, en aquel entonces parte del imperio colonial francés, con una tía de su esposo (Jeanne Bibesco), pensando en divorciarse de George y casarse con el príncipe de Beauvau-Craon. Pero sintió que no debía hacerlo. George probaría ser sorprendentemente generoso y comprensivo, obsequiándole con el palacio Mogoşoaia en 1912.


Un par de meses antes de la Primera Guerra Mundial, Marthe visitó España, siguiendo los pasos de Chateaubriand, su escritor francés favorito. En mayo, estaba de vuelta en su país para recibir al zar Nicolás II y su familia mientras visitaban Rumania por invitación de la princesa María, esposa del príncipe Fernando.


Cuando Rumania entró en la guerra del lado de los Aliados, en 1916, Marthe trabajó en un hospital en Bucarest hasta que el ejército alemán incendió su hogar en Posada, en los Alpes transilvanos. Abandonó el país para encontrarse con su madre y hermana en Ginebra, después de un exilio impuesto por el invasor alemán en Austria-Hungría (como invitada de la familia de los príncipes Thurn-und-Taxis en Latchen). Allí continuó escribiendo y sólo sus diarios llenaron 65 volúmenes.


En Suiza comenzó a trabajar en Isvor, Pays des saules ("Isvor, Tierra de Sauces"). Fue la obra maestra de la Marthe rumana, donde brillantemente convergió el día a día y las costumbres de su pueblo, extraordinaria mezcla de superstición, profunda filosofía, resignación y esperanza y la lucha interminable entre las viejas creencias paganas y la fe cristiana. La tragedia que sacudió su vida, cuando madre y hermana se suicidan en 1918 y 1920, respectivamente, no cambiarían a Marthe.

Para los Bibesco la vida después de la guerra fue más cosmopolita que rumana. Marthe frecuentaba a Jean Cocteau, Paul Valéry, Rainer Maria Rilke, François Mauriac, Max Jacob, y Francis Jammes. En 1919 fue invitada a la boda londinense del primo hermano de su esposo, el príncipe Antoine Bibesco, con Elizabeth Asquith. Antoine Bibesco (en rumano, Anton Bibescu) era abogado, diplomático y escritor, sería Ministro de la Legación Rumana en Washington, D.C. (1920-1926) y luego en Madrid (1927-1931). Su esposa Elizabeth Charlotte Lucy era la primera hija de Herbert Henry Asquith (Primer Ministro Británico en 1908). Marthe ocuparía por muchos años un apartamento en la casa de Antoine en el Quai Bourbon, donde mantuvo un salón político y literario.



Durante la posguerra reconstruyó Posada, su hogar en la montaña, y comenzó a restaurar la otra propiedad familiar, Mogoşoaia, con su palacio de estilo bizantino. De vuelta en Londres en 1920, conoció a Winston Churchill, comenzando una cálida amistad que duró hasta su muerte en 1965. Cuando su hija Valentina casó con el príncipe rumano Dimitrie Ghika-Comăneşti (en octubre de 1925) en una deslumbrante y tradicional ceremonia, tres reinas asistieron, creando un rompecabezas en el protocolo (la Reina madre Sophia de Grecia, la Princesa consorte Aspasia Manos de Grecia y la Reina María de Yugoslavia).


Moviéndose alrededor de Europa, aclamada cada vez que aparecía un nuevo libro, Marthe gravitó hacia el poder político más que ninguna otra cosa. Sin olvidar el anterior Kronprinz, Marthe sostuvo un corto affaire con Alfonso XIII de España y otro con el representante socialista francés Henri de Jouvenel. En este último caso, las diferencias de clase trastornaron la relación, algo que Marthe usó como base para su novela Egalité ("Equality", 1936). El Primer Ministro británico, Ramsay MacDonald, la encontró fascinante. Ella lo visitó bastante seguido en Londres y fue su invitada en Chequers. El premier le escribía tiernas misivas, en una amistad que finalizó sólo con la muerte de él.


Acompañando a George, a quien le gustaba pilotar rápidos aviones, Marthe volaba a todas partes: el Reino Unido (contaba entre sus amigos al duque de Devonshire, al duque de Sutherland, Vita Sackville-West, Philip Sassoon, Enid Bagnold, Violet Trefusis, Lady Leslie y miembros de la familia Rothschild), Bélgica, Italia, (donde conoció a Benito Mussolini in 1936), la colonia italiana en Libia, Estambul, los Estados Unidos (en 1934, como invitados de Franklin D. Roosevelt y su esposa Eleanor), Dubrovnik, Belgrado y Atenas.




Con la Duquesa de Windsor en la Embajada norteamericana en París

Donde escribiera era un éxito de crítica y por lo tanto sus libros se vendían muy bien. Pero el dinero no era suficiente para cubrir los pesados gastos de su proyecto en Mogoşoaia (donde, por ejemplo, el pavimento del Gran Hall estaba cubierto de oro), por lo que comenzó a escribir romances bajo el seudónimo de Lucile Décaux y artículos para revistas de moda bajo su propio nombre. Mantuvo un largo contrato con The Saturday Evening Post y Paris-Soir.


En los ’20 y ’30 el palacio de Mogoşoaia se convirtió en “la segunda Liga de Naciones”, como le llamó el Ministro francés de Asuntos Extranjeros, Louis Barthou. Allí, anualmente, Marthe hospedaba a la realeza (entre otros, Gustavo V de Suecia y la reina de Grecia), la aristocracia (como los príncipes Faucigny-Lucinge, los príncipes de Ligne, los Churchill, los Cahen d'Anvers), políticos y ministros, diplomáticos y escritores (Paul Morand, Antoine de Saint-Exupéry).


Cuando los vientos de guerra empezaron a soplar nuevamente a través de Europa, la princesa se preparó. Visitó Alemania en 1938 para ver a Wilhelm y fue presentada a Hermann Göring; visitó el Reino Unido en 1939 para encontrarse con George Bernard Shaw. Su nieto Ion Nicolae Ghika-Comăneşti fue enviado a una escuela en Inglaterra aquel mismo año (y no volvería a ver a su tierra por 56 años). Rumania entró en la guerra en 1941, esta vez del lado perdedor.




El príncipe George III Bibesco murió junio de 1941; su relación se reforzó durante su enfermedad, aunque él mantuvo a sus amantes. Después de visitar París ocupada por los nazis y Venecia, hizo una visita secreta a Turquía en 1943 junto a su primo el príncipe Barbu II Ştirbey (Barbo Stirbey), tratando de negociar la retirada de Rumania. Cuando el Ejército Rojo invadió su país, la propiedad de Mogoşoaia fue expropiada en marzo de 1945: en abril, Marthe dio permiso a las nuevas autoridades para declarar al palacio como monumento histórico. Luego partió para no regresar, el 7 de setiembre de 1945.



Irónicamente no fue Marthe sino su prima Elizabeth, la esposa de Antoine, la última de los Bibesco en ser enterrada en los terrenos de Mogoşoaia luego de su muerte en abril de 1945. Ni Marthe ni Antoine retornarían a Rumania. Cuando el gobierno comunista tomó el poder en 1948, todas las propiedades Bibesco fueron confiscadas y el dominio de Mogoşoaia, palacio y parque incluidos, fue nacionalizado. Su hija Valentina y el esposo de ésta, Dimitrie Ghica-Comanesti, que habían heredado el palacio, fueron arrestados y les fue impuesta una residencia obligatoria en Curtea de Arges.



El Palacio de Mogoşoaia


Marthe permaneció en París, primero viviendo en el Ritz entre 1946 y 1948 y luego en su apartamento del 45 Quai de Bourbon. Cuando visitaba Londres recibía a sus amistades en el Savoy, como en el caso del Rey de España, que la visitó bajo un nombre falso. Sus besos apasionados quedaron inmortalizados en los diarios de la escritora: “Nunca olvidaré su beso, tan extrañamente casto, insistente, buscando mis labios y sellándolos con los suyos… un momento que ambos habíamos sentido que demoraba en llegar”.


En 1955 fue aceptada como miembro de la Academia Belga de Lenguaje y Literatura Francesa, en el sitio previamente ocupado por su concuñada Anna de Noailles (nacida princesa Bassaraba de Brancovan). En 1962 fue premiada con la Légion d'honneur.



Ahora una grande dame, disfrutó su última gran amistad con un líder poderoso, Charles de Gaulle, quien la invitó en 1963 al palacio del Elíseo para asistir a una recepción en honor de los soberanos suecos. Cuando visitó Rumania en 1968 De Gaulle llevó con él una copia de Isvor, Pays des Saules para que se lo autografiara y ese mismo año le dijo a Marthe: “…usted, para mí, personifica a Europa”. Marthe tenía 82 años.



Últimos años en París

viernes, 29 de abril de 2011

Reina y poeta: Elisaveta de Rumania

Elisabeth Pauline Ottilie Luise zu Wied nació en Schloss Monrepos, en Neuwied am Rhein, el 29 de diciembre de 1843. Falleció siendo Elisabeta, reina de Rumania, en Bucarest, el 2 de marzo de 1916. Era hija del príncipe alemán Guillermo Carlos de Wied y su esposa, la princesa Marie de Nassau (hermana del Gran Duque Adolfo de Luxemburgo).





Firma de Elisabeta


Pudo haber sido princesa de Gales y luego reina de Gran Bretaña, ya que figuró en la lista de eventuales novias para Edward –Bertie-, el hijo mayor de la reina Victoria. También pudo haber sido princesa de Gran Bretaña e Irlanda y duquesa de Edimburgo, para convertirse más tarde en duquesa de Coburgo, ya que fue una de las posibles esposas para Alfred –Affie-, el segundo hijo varón de Victoria.

Pero acabó casándose con un príncipe germano, Karl de Hohenzollern-Sigmaringen, que había sido designado príncipe soberano de una recientemente independizada Rumania. Con el tiempo, Karl se transformó en el rey Carol I, fundador de la dinastía de los Hohenzollern en Rumania. Y Elisabeth, en la reina consorte Elisabeta.

Demostró que un espíritu artístico y una notoria tendencia a mostrarse extravagante pueden combinarse con una concienzuda representación del papel de reina en un país extraño. A diferencia de su gran amiga, la emperatriz Sissi, Elisabeta de Rumania se tomaba muy en serio su posición, cumpliendo con el máximo esmero sus deberes protocolares y participando activamente en la vida rumana. Incluso su talento literario lo puso, en gran medida, al servicio de su patria adoptiva. No se limitó a crear aforismos o románticas novelas, sino que también realizó una gran labor de recopilación y difusión de las leyendas que se habían transmitido de generación en generación entre los rumanos. Así, contribuía a darle una sugestiva presencia a aquel país entre las demás naciones de Europa.

El Príncipe Herman von Wied


Nació siendo una princesa de las muchas dinastías germánicas, sólidamente arraigadas pero sin un lustre extraordinario. Hermann de Wied, el padre, había completado sus estudios en la célebre universidad de Göttingen, había viajado a lo largo y ancho de Alemania, había adquirido el necesario barniz de refinamiento social y cultural en Francia; todo eso para servir en un regimiento de la guardia en Berlín antes de hacerse cargo de la administración de sus estados hereditarios, no demasiado extensos. A su debido tiempo, contrajo matrimonio con Marie de Nassau, quien había nacido en Briebich, en el ducado de Nassau, gobernado por su padre, el duque Wilhelm. Un matrimonio bastante ventajoso, sin lugar a dudas.

Para una princesa perteneciente a una dinastía de moderado prestigio, las conexiones constituyen un asunto crucial. En su caso, vendrían por vía materna, a través de Marie de Nassau. Dos de los hermanos mayores de ésta realizaron bodas espléndidas: Therese se casó con Peter de Oldenburg, cuya madre había sido la Gran Duquesa rusa Ekaterina -Katia- Pavlovna (hija del zar Pavel I, hermana de los zares Alexander I y Nikolai I) y su padre el Gran Duque de Oldenburg. Adolph de Nassau contrajo nupcias con la Gran Duquesa Elisabeta Mikhailovna, hija del Gran Duque Mikhail Pavlovich -un hermano menor de la citada Katia- y de la princesa Helena de Württemberg.


Marie von Nassau-Weilburg, Princesa de Wied


Cuando Marie, reciente esposa de Hermann de Wied, dio a luz a su primogénita, enseguida se decidió llamarla Elisabeth, nombre que hacía honor a sus dos madrinas de bautismo: Elisabeth Ludovika, princesa de Baviera, por matrimonio reina de Prusia, y la encantadora Gran Duquesa Elisabeth Mikhailovna de Rusia, a la sazón todavía prometida con Adolph de Nassau. De esa manera, ya se estaba estableciendo un eje de conexiones Berlín-San Petersburgo en torno a la criatura.

La infancia de Elisabeth discurrió en un entorno de notable placidez, pese a las preocupaciones por la severa minusvalía de su hermano menor, Otto, y la salud delicada del padre. Otto falleció a los doce años, llevándose consigo los recuerdos de un reciente viaje con sus padres y hermanos por el norte de Italia. Pero la familia quedó consternada. Asimismo, Hermann de Wied falleció en marzo de 1864. Y una vez más, Elisabeth dio rienda suelta a una amarga desolación.


A pesar de ser una princesa de menor categoría, la joven, merced al entramado de relaciones familiares, había hecho numerosos viajes por toda Europa y había recibido una esmerada educación, con particular énfasis en los idiomas. Dado que era por naturaleza muy artística, se le había animado a leer y escribir, pero también se le habían facilitado los mejores maestros para que aprendiese a tocar diversos instrumentos. Elisabeth mostró una singular atracción por la música. Mientras desarrollaba la técnica, mostraba un singular talento para tocar el violín (un instrumento que, en general, no se consideraba femenino: lo ideal era que las princesas, aristócratas y muchachas de buena familia aprendiesen a desenvolverse ante un piano, porque quedaba más decorativo en las veladas musicales en boga).


Schloss Monrepos


En general, era una joven encantadora, que ansiaba aprender, que estudiaba con ahínco, que evolucionaba favorablemente no sólo en las materias de tipo creativo-artístico que tan bien cuadraban con su carácter romántico. Sin embargo, no podía catalogarse de belleza, ni mucho menos; no poseía un encanto peculiar que supliese la falta de hermosura; era demasiado llamativa y un poco estridente. Sus facciones carecían de la delicadeza que sí poseían los rasgos de su madre, Marie de Nassau-Weilburg. Elisabeth, además, carecía de elegancia innata o adquirida. Por resumirlo, era una de esas chicas "de interiores", no "cara el exterior".


Los proyectos de boda inglesa no prosperaron (Edward, el Príncipe de Gales, acabaría casándose con Alexandra de Dinamarca, una de las grandes beldades de la época, suave, sentimental, no demasiado brillante en el plano intelectual y nada inclinada a veleidades artísticas). En 1861, desvanecida cualquier esperanza de boda con Bertie, Elisabeth acompañó a su madre a la corte de Prusia. Una versión indica que, hallándose ambas damas en un baile en palacio, la cola del magnífico vestido de gala de la joven se enredó entre sus piernas. Elisabeth trastabilló, perdió por completo el equilibrio y estuvo a punto de caerse por las escaleras. En el último momento, un caballero se acercó, raudo, a sostenerla para evitar que protagonizase, bien a su pesar, tan bochornosa escena pública.

El caballero era el príncipe Karl Eitel von Hohenzollern-Sigmaringen. Era hijo de Karl Anton, príncipe de Hohenzollern-Sigmaringen, y la esposa de éste, Josephine de Baden, emparentada a través de su madre, Stephanie de Beauharnais, con la emperatriz Josephine. Karl había recibido formación militar en la prestigiosa Escuela de Artillería de Berlín, de dónde salió con rango de oficial para incorporarse al ejército prusiano.


El Príncipe Karl


El episodio de la escalera entre Karl Eitel y Elisabeth podía haberse quedado en nada. De hecho, la princesa retornó a Neuwied con su madre sin que se hubiese avanzado por el camino del romance con el guapo oficial que la había salvado de una caída aparatosa. Poco después, se presentaría el príncipe Alfred de Gran Bretaña en Neuwied y Elisabeth, a instancias de su madre, hizo lo que pudo por gustarle al segundo hijo varón de la reina Victoria. Si a Affie le hubiese seducido el concierto de violín en la arboleda clareada por la luz de la luna, la suerte de Elisabeth habría estado echada. Pero Affie salió corriendo, despavorido. Y Elisabeth permanecía soltera.


Karl Eitel, en cambio, se había quedado muy impresionado con Elisabeth. En 1866, una nación que acababa de conseguir su independencia, Rumania, que englobaba los territorios de la antigua Valaquia y de Moldavia, le llamó para que se convirtiese en su príncipe soberano, lo que en rumano se denominaba "Domnitor". Karl, cuyo nombre se vertió al rumano en la forma Carol, se estableció en Bucarest, capital de la flamante Rumania. Ya tenía claro que no podría permanecer soltero más tiempo. La constitución otorgada para los rumanos incluía un artículo que él mismo había introducido, prohibiendo a los príncipes rumanos de la actualidad o del futuro contraer matrimonio con una súbdita: era una forma de dejar claro que ningún poderoso clan de aquella nación podría aspirar a colocar a sus hijas en el trono en calidad de consortes para acrecentar influencias. Así que Carol, evidentemente, se planteó la necesidad de efectuar una gira por los principados germánicos en busca de una mujer con personalidad, lo bastante osada para acompañarle en la aventura balcánica.


En su mente persistía la imagen de Elisabeth von Wied-Neuwied haciéndose un lío con la cola del traje de baile. El tiempo había proporcionado al episodio un considerable encanto. Carol no era un hombre particularmente sensible ni romántico; tenía una cabeza firmemente asentada encima de los hombros. Sabía que necesitaba una esposa con el linaje y el rango adecuados, pero, más aún, necesitaba una esposa lo bastante intrépida para estar dispuesta a crear una nueva dinastía en un país balcánico que estaba emergiendo. Cuando vio a Elisabeth por primera vez en Berlín, seguramente evaluó con cuidado a la joven princesa de Wied. Luego, años después, habló con sus padres para que éstos cursasen una invitación a la princesa Marie y a su hija.

Pero esa reunión auspiciada por los Hohenzollern-Sigmaringen selló el destino de Elisabeth. Se le propuso un matrimonio con Carol...y aceptó, lo que para ella resultó lo más natural del mundo. Los confines de Neuwied se le hacían demasiado estrechos; necesitaba un cambio en aquel estilo de vida pausado, absolutamente monótono, previsible y aburrido.

Lo que el serio y concienzudo Carol le proponía era lo que ella más podía apreciar: un desafío de grandes dimensiones. Rumania podía ser una nación de nuevo cuño, pero los territorios que la integraban ejercían el poderoso encanto de las zonas tradicionalmente cerradas en sí mismas, aisladas, cargadas de misterio. Al hablar con Elisabeth, Carol se mostró muy franco: tenía la intención de trabajar a destajo para arrastrar de su secular atraso a esas regiones sombreadas por el macizo carpático. Quería crear un país en permanente progreso, moderno, pero sin perder la esencia, la tradición, pues él, un extranjero, no podía permitirse la soberbia de mirar por encima del hombro a sus recientes súbditos por aferrarse éstos a sus costumbres y su folklore. Un rasgo fundamental en Elisabeth era su imaginación. Se visualizó a sí misma ejerciendo el papel de una princesa gentil y magnánima, pero, a la vez, absorbiendo todo el hechizo de aquellas tierras que la atraían porque no tenían nada que ver con lo que ella conocía.



Lo de menos, en esa tesitura, era la evidente diferencia de caracteres e inclinaciones en Carol y Elisabeth. En los apaños dinásticos, detalles de esa índole nunca recibían la menor consideración. Pero, en un plano más humano, al menos se percibía que Carol mostraba atracción hacia Elisabeth. En esa atracción estaba, quizá, la clave de una posterior satisfacción de ambos respecto a su matrimonio. Mientras fundaban juntos una dinastía balcánica, podían surgir el afecto perdurable y una buena compenetración. La seriedad y la sobriedad de él se compensarían con la fantasía y el gusto por lo colorido de ella, teniendo en cuenta, además, que ella, por muy despegada del suelo que pudiese parecer a priori, tenía el declarado propósito de cumplir a rajatabla los deberes inherentes a su rango.

La boda de Carol y Elisabeth, a la que los rumanos llamarían Elisabeta, se celebró el 15 de noviembre de 1869. Luego, los recién casados apenas pudieron permitirse una breve luna de miel en Monrepos. Ya el 18 de noviembre salieron de Neuwied para dirigirse por tren hasta Budapest, la capital húngara, dónde se reunieron con el emperador Franz Joseph. Un buque austríaco que debía su nombre al emperador les estaba esperando en Bazins, explicó éste, para llevarles, remontando el curso del Danubio hasta ese punto en el que el gran río confluye con otro de menor caudal, el Czerna. Era una frontera natural entre el imperio austro-húngaro y el país rumano.

La ciudad fronteriza de Verzerova fue el primer rincón de Rumania que pudieron contemplar los ojos de Elisabeta. Luego, seguirían navegando el Czerna hasta alcanzar la ciudad de Turnu Severin. Allí se produjo el desembarco de Carol y Elisabetta, clamorosamente recibidos el 22 de noviembre. Por supuesto, tras la escala en Turnu Severin, continuaron la ruta hasta Giurgevo. De Giurgevo a Bucarest les esperaba un viaje en tren, cruzando la Wallachia. El 25 de noviembre de 1869 se produjo la entrada en Bucarest.


Los primeros meses no fueron fáciles para Elisabeta. Bucarest, recién llegada, le produjo una triste impresión: era una ciudad bastante destartalada, desangelada, que transmitía una imagen de pobreza. Poco a poco, iría descubriendo parajes de gran hermosura en su nuevo país, pero, de entrada, Bucarest resultaba decepcionante. Además, se encontraba con la inevitable barrera del idioma. Elisabeta dominaba varias lenguas, por lo que estaba convencida de poder aprender rumano en un razonable plazo de tiempo. Pero, al principio, el rumano le era incomprensible y ajeno. Evidentemente, podía manejarse en francés dentro de la corte o al mezclarse con las más distinguidas familias del país; sin embargo, fuera de esa élite, no existía forma de comunicación excepto las miradas, las sonrisas y los signos.

A la inevitable añoranza de su tierra natal, su familia y su entorno de siempre, se añadían las lógicas dificultades de adaptación al medio. Llevaba un mes casada cuando se embarazó. Para Carol, fue la mejor noticia: ambos ofrecían la esperanza de continuidad hacia el futuro de la rama Hohenzollern-Sigmarigen trasplantada en
Bucarest. Elisabeta también estaba encantada en relación con su inminente maternidad, pero no podía evitar las inquietudes, las aprensiones y el lógico nerviosismo de una primeriza. Aún no había nadie, a su alrededor, en quien pudiese confiar plenamente. Se encontraba librada a su suerte, teniendo que depender en exclusiva de la comprensión y el apoyo emocional que le brindase Carol. Y Carol era un tipo básicamente honrado y fiable, pero no un hombre particularmente expansivo ni cariñoso.

En cualquier caso, Elisabeta sacó a relucir su voluntad y su tesón. Estudiaba con ahínco, leía con afán cualquier obra que tratase aspectos históricos relacionados con su patria adoptiva y preparaba con interés los aposentos que albergarían a su bebé, sin olvidarse de intercambiar una copiosa correspondencia con su madre en la cual se reflejaban sus sentimientos mientras discurrían los meses.


El 8 de septiembre de 1870 nació una niña a la que se daría el nombre de Marie, aunque se la conoció por la cariñosa versión rumana Marioara. Desde el mismo instante en que recibió a la criatura en sus brazos, Elisabeta se notó inundada por una gran oleada de amor maternal. Carol estaba evidentemente complacido con la niña, pues parecía ser la primera de una prole abundante. Pero Elisabeta estaba literalmente transida de amor hacia la niña. Pensaba ser una madre cercana, siempre accesible y atenta en lo que concernía a la princesa. Habría amas de leche, niñeras, ayas, preceptores. Pero ella era la madre y pensaba ejercer como madre, sin descuidar por ello su papel de representación oficial.

A esas alturas, Elisabeta se había hecho querer por los rumanos. Con su facilidad para los idiomas, había asimilado un rumano ciertamente fluido y, a causa de su natural predisposición a aprender, había tratado de conocer en detalle la tradición oral de su nuevo país. Le parecía que los rumanos habían tenido la grandeza de mantener el legado de sus antepasados en forma de un riquísimo folklore transmitido de padres a hijos mediante la palabra hablada. A Elisabeta le entusiasmaba imaginar que todo aquello podía recopilarse, trasladarse al papel y servir de base a un sentimiento de orgullo patrio. Por otro lado, le gustaba dedicarse a favorecer las instituciones educativas y sanitarias, para mejorar las condiciones de vida de los menos favorecidos. En especial, ponía énfasis en dirigirse a las mujeres; ellas serían las más interesadas y las más beneficiadas por una implantación de hábitos más higiénicos, un mejor acceso a los cuidados médicos y un paulatino desarrollo de la educación infantil.

La pequeña Marioara


La energía de Elisabetta sólo cedía cuando le flaqueaba la salud: era propensa a desarrollar una actividad incesante que la consumía y la dejaba a merced de ataques de fiebre, quizá de origen nervioso. Por supuesto, a eso también contribuían las dificultades de su matrimonio con Carol -las diferencias de carácter estaban pasándoles factura- y las presiones para concebir un heredero varón.

Y esa niña tan querida iba a partir demasiado pronto. El 9 de abril de 1874, Jueves Santo, cuando le faltaban cinco meses para cumplir cuatro años de edad, una fiebre escarlatina le causó la muerte. Se había producido una epidemia de escarlatina que no había respetado a la pequeña domnita de Rumania, la primera princesa Hohenzollern nacida en Bucarest.

Carol quedó sinceramente afectado por la pérdida, pero a Elisabeta poco le faltó para volverse loca de dolor. A esa mujer de casi treinta y un años, se le hacía imposible asumir la idea de enterrar a la única criatura que había logrado en su matrimonio. Su salud declinó rápidamente, llegando al extremo de que, en el verano de 1874, los médicos la urgieron a marcharse para una cura de aguas en Franzensbad. Allí, Elisabeta se dedicó a escribir de modo compulsivo; era el único consuelo que hallaba en esa época aciaga.

Los dolidos padres en la tumba de su hija (junto a Leopold, hermano de Carol), 1874


La desaparición de Marioara tuvo efectos irreversibles en Elisabeta. Quizá hubiera podido reponerse en parte si se le hubiese concedido otro hijo en quien volcar su afecto. Pero, en los años posteriores, cada embarazo de Elisabeta concluía en un penoso aborto. Aquello abriría una brecha en el matrimonio. Ante la pérdida de un hijo, los padres pueden reaccionar compartiendo el duelo de tal forma que su relación sale reforzada o bien distanciándose irremisiblemente el uno del otro. En el caso de Carol y Elisabeta, la muerte de Mariora, sumada a la incapacidad de ella por proporcionar más hijos, acabó creando una fuerte tensión entre los dos.


Carol no podía evitar que la decepción se reflejase en su mirada y Elisabeta se sentía doblemente castigada por el destino. Su sentimiento de profunda desolación se veía acentuado por el hecho de que tenía plena conciencia de que la falta de hijos implicaba la falta de herederos. No habría una dinastía, con lo que el sueño de su marido se había roto en pedazos. Paulatinamente, Carol y Elisabeta empezaron a girar en órbitas distintas.

Es difícil establecer hasta qué punto el fallecimiento de Mariora causó un desequilibrio emocional profundo y duradero en Elisabeta. Evidentemente, el efecto traumático de la pérdida explica muchas de sus reacciones en la etapa posterior. Poco a poco, a medida que abandonaba cualquier esperanza de ser madre de nuevo, Elisabeta experimentó una gran transformación.

En buena parte, derivó todo el amor que hubiera podido entregar a sus hijos hacia Rumania. La forma en que "absorbió" en su alma los rasgos esenciales de su país adoptivo es sorprendente. No se convirtió en una princesa volcada únicamente en proyectos sociales que contribuían al progreso de la colectividad. Durante la guerra ruso-turca de los años 1877 y 1878, desplegó una sorprendente energía para crear hospitales para los heridos evacuados desde el frente, pero, en su caso, no se trataba de una reacción puntual en un momento crítico. Se involucró por entero, en los años siguientes, en un amplio abanico de organizaciones benéficas y educativas. Le interesaba en particular crear centros educativos especiales para niños ciegos o con otras minusvalías (una especie de tributo personal a su hermano Otto, que había muerto a los doce años). Sobre todo quería que las niñas tuviesen acceso a una educación pues se daba cuenta de la importancia de erradicar el analfabetismo entre el género femenino: así se lograría una generación de mujeres más capacitada en todos los aspe
ctos, incluyendo la crianza de sus descendientes.


La intensidad con la que Elisabeta se dedicó a tareas eminentemente sociales se complementó con un creciente interés por darle a Rumania una imagen favorable en toda Europa e incluso más allá de los confines del viejo continente. Se había distinguido como escritora desde chiquilla, cuando solía buscar la soledad para plasmar sus pensamientos e impresiones acerca de su entorno. Pero a partir de la muerte de Marioara, esa necesidad se acentuó considerablemente. Empezó a desarrollar una vocación literaria de gran envergadura que la llevaría muy lejos, pues acabaría publicando novelas y colecciones de aforismos compuestos en rumano, alemán, francés e inglés. Paralelamente, Elisabeta comprendió la importancia que podía tener fotografiarse con trajes típicos rumanos, pero también recoger la riquísima tradición etnográfica del país y plasmarla en buenas obras. Todavía hoy, las compilaciones de leyenda y folklore popular realizados por Elisabeta, generalmente en colaboración con otros autores de la época, constituyen un material valioso para los interesados en la materia.

Bajo el pseudónimo de "Carmen Sylva" se convertiría en una figura señera de la literatura de su tiempo, pero también patrocinaría complejos e interesantes trabajos de investigación etnográfica, de recuperación de historias que se habían transmitido por vía oral de generación en generación.
En 1880 publicó un volumen de Poesías Rumanas, con traducciones de obras muy inspiradas y originales de su propia producción. Al año siguiente publicó Mis ocios, una crónica de palacio en la que se incluía una balada por cada mes del año y una sentencia o un soneto por cada día.

Elisabeta se trazó su camino. Un camino que no siempre discurría paralelamente al de Carol, pues la falta de hijos comunes suponía que habían fallado en el proyecto de fundar una dinastía, lo que, para él, resultaba bastante amargo. Poco a poco, Carol entendió que necesitaría "prohijar" a uno de sus sobrinos carnales para tener un heredero de su linaje, de su sangre. No resultó fácil asumir esa idea. Para Elisabetta tampoco, naturalmente. Quizá incluso para ella fue todavía más penoso encajar esa pieza del mosaico en su mente y en su corazón.

En 1881 se convirtió oficialmente en reina consorte. Carol, en su momento, había sido llamado para reemplazar a su predecesor Alexandru Ioan Cuza, que había ostentado el título de Domnitor, el mismo que se aplicó al príncipe Hohenzollern llegado a Bucarest. Elisabeta, al casarse con Carol, se convirtió en Domnita Elisaveta. La plena legitimización de Rumania como nación provino del desarrollo de la guerra turco-rusa que tuvo lugar entre los años 1877 y 1878. Y un acta del Parlamento de Bucarest convirtió Rumania en un reino el día 24 de marzo de 1881. Karl llega a ser el rey Carol I a fines de marzo de 1881; consecuentemente, su esposa deja de ser la Domnita Elisaveta para transformarse en la regina Elisaveta.


Carol I, su sobrino Fernando y el hijo de éste, futuro Carol II


Para un país que acaba de dar ese paso de reafirmación nacional después de una época tremendamente incierta y azarosa, es obvio que una ceremonia de coronación adquiere una enorme significación. En países de antigua data, firmemente establecidos y reconocidos internacionalmente, una coronación suele ser el reconocimiento solemne de que se ha producido un relevo en la ocupación del trono. En cambio, los rumanos, en la primavera de 1881, se disponían a festejar que habían dejado de ser un principado balcánico bastante endeble y de futuro cuestionable para transformarse en reino, con una dinastía hereditaria, con vocación de perdurabilidad. Elisabeta tuvo que vivir el 22 de mayo de 1881 con un regusto agridulce. En vísperas de la ceremonia de coronación, llegaron a Bucarest el hermano mayor de Carol, Leopold de Hohenzollern-Sigmaringen y los dos hijos varones que éste había tenido en su matrimonio con Antonia de Portugal: Ferdinand y Karl. Esta presencia obedecía no sólo al natural deseo de participar en el momento más glorioso de la trayectoria de Carol, sino a una necesidad de hacer visible la dinastía. Porque en los doce años del matrimonio ella había concebido varias veces, pero cada embarazo se había malogrado, excepto aquél del que había nacido Marioara.

En aquel momento Elisabeta contaba casi 38 años. Si desde los 26 sólo había tenido una hija que había muerto en la infancia, era absolutamente improbable que, rondando los 40, fuese a dar a luz un surtido de hijos para la rama rumana de los Hohenzollern-Sigmaringen. Eventualmente, los rumanos debían ver que Carol tenía un hermano varón, Leopold, que a su vez tenía hijos varones, en ese caso Ferdinand y Karl. La sucesión, por esa vía colateral, estaba garantizada. Pero para Elisabeta, que jamás dejó de sufrir por su incapacidad para crear una extensa familia, la presencia de su cuñado y de sus dos jóvenes sobrinos políticos tuvo que representar, por fuerza, un recordatorio doloroso de ese trauma íntimo.

El Castillo de Peles


El día señalado, un carruaje tirado por ocho caballos negros llevó a Elisabeta, ya perfectamente ataviada, del bonito palacio de Cotroceni a Bucarest. La escoltaban su cuñado Leopold y los jóvenes hijos de éste. Ya reunidos con Carol, vieron sucederse los acontecimientos en ese día, en un ritual cuidadosamente elaborado para la ocasión a instancias del primer ministro, Demeter Bratianu. Después del banquete de gran gala, al atardecer, los flamantes reyes salieron a un balcón de su palacio para observar cómo se iluminaba la ciudad de Bucarest. La luz eléctrica suponía algo nuevo, algo enteramente misterioso e incluso pura magia a ojos de los miles de rumanos que se habían congregado en la capital; muchos se quedaron absolutamente conmocionados al constatar que "se hacía día en plena noche". Un paseo en carruaje, precedido por una tradicional procesión de antorchas, puso fin a una jornada agotadora, máxime para una mujer como Elisabeta, cuyo organismo acusaba recibo, invariablemente, de la tensión acumulada.

La primera imagen que uno se hace de una reina balcánica que viste trajes folk o se pone toca y túnica amplia en su ancianidad, tras haber publicado un alto número de obras literarias bajo un seudónimo, es automáticamente la de una extravagante. La realidad era que, con su hipersensibilidad y fantasía, Elisabeta buscaba cumplir con su papel histórico y su compromiso con Rumania. Cuando se hacía fotografiar luciendo los trajes típicos rumanos, lo hacía para dar visibilidad a Rumania. Cuando se dedicaba, con la colaboración de diversas personas, a compilar leyendas tradicionales de los Cárpatos, lo hacía para dar valor a la cultura rumana. Intentaba ubicar en un justo lugar a Rumania una nación reciente, un reino que acababa de constituirse. Elisabeta no se cansaba nunca; sólo cuando se encontraba verdaderamente enferma, se concedía períodos de descanso. Pero desarrolló una intensa actividad social.


Enviudó de su esposo, con quien no había mantenido una buena relación durante los últimos años, en 1914, a poco de estallar la Primera Guerra Mundial. Al final de sus días se retiró al Castillo de Pelesh, donde se rodeó de personajes del mundo de la literatura y la cultura en general. Murió durante la ocupación alemana de Rumania y su muerte se atribuyó en un primer momento al suicidio, aunque más tarde se desmintió esta teoría. Elisabeta de Rumania había surcado con valentía el camino propio que se había trazado. No le había resultado fácil, pero pudo grabar su nombre en la historia de Europa de forma indeleble.

jueves, 28 de abril de 2011

La Casa de Basarab

La Casa de Basarab fue la antigua dinastía que estableció el Principado de Valaquia, provincia bajo dominación turca situada entre los Alpes de Transilvania y el Danubio. Esta dinastía (a veces llamada Bazarab o Bazaraad) le dio al país su primera línea de príncipes, cercanamente emparentada con los gobernantes Muşatin de Moldavia.


Su condición de dinastía es representada como problemática por el sistema electivo oficial, lo que implicaba que los miembros varones de la misma familia, incluyendo hijos ilegítimos, eran elegidos para gobernar por un Consejo de boyardos (las más de las veces la elección estaba condicionada por la fuerza militar ejercida por los candidatos). Después del gobierno de Alexandru I Aldea (finalizado en 1436), la Casa fue dividida por el conflicto entre los Dăneşti y los Drăculeşti, los cuales reclamaban la legitimidad. Varios gobernantes Craioveşti posteriores reclamaban descender directamente de la Casa después de su eventual desaparición, incluyendo Neagoe Basarab, Matei Basarab, Constantin Şerban, Şerban Cantacuzino y Constantin Brâncoveanu.


Gobernantes usualmente mencionados como miembros de esta Casa incluyen (en orden cronológico) Mircea el Viejo, Dan II, Vlad II Dracul, Vlad III el Empalador, Vlad el Monje, Radu cel Mare el Grande y Radu de la Afumaţi.


Insignia naval de Valaquia durante el reinado de Constantin Brâncoveanu (1689-1714)


Origen del nombre


La dinastía se inició en el siglo XIV con Basarab I (1316-1352), fundador del principado sobre el cual sus descendientes reinaron y del que obtuvo la independencia del Reino de Hungría.


El nombre de Basarab I fue originalmente Basarabai y perdió la final -ai cuando fue traducido al rumano. Es un nombre de origen cumano o pechenego y muy probablemente significaba "gobernante padre". Basar fue el participio presente del verbo "gobernar", derivados atestiguados en las antiguas y modernas lenguas Kypchak (o lenguas turcas del noroeste). El historiador rumano Nicolae Iorga creía que la segunda parte del nombre, -aba ("padre"), era un título honorífico, reconocible en muchos nombres cumanos, como Terteroba, Arslanaba y Ursoba.



Basarab I


El padre de Basarab, Thocomerius de Valaquia, también tenía un nombre cumano, identificado como Toq-Tämir, común en el siglo XIII. Las crónicas rusas de alrededor de 1295 se refieren a un Toktomer, un príncipe del Imperio Mongol presente en Crimea.


Mientras que los nombres indican un origen cumano (o pechenego), contemporáneos constantemente identifican a Basarab como valaco. Carlos I de Hungría habla de él como Bazarab infidelis Olacus noster ("Bazarab, nuestro traicionero valaco").


Vlad Draculea


A esta dinastía pertenece el celebérrimo Príncipe Vlad III "Tepes" (el Empalador) nacido poco antes de 1430 y asesinado en 1476, por todos conocido bajo el nombre de "Drácula". Este príncipe era, como su padre y antecesor en el trono, Vlad II Dracul (término que significa dragón), miembro de la Orden de los Caballeros del Dragón, fundada en 1408 por el rey de Hungría. Cuando Vlad III asciende al trono a la edad de 25 años, recibe el título de Draculea, es decir, hijo del Dragón.



Vlad III el Empalador recibe a enviados turcos


Desde su infancia, Vlad Tepes (Tsepesh) conoce la violencia. Ve a su padre asesinado y a su hermano mayor enterrado vivo. Él mismo es retenido varios años en una fortaleza turca como rehén. En efecto, el Imperio Otomano se encuentra entonces en el apogeo de su poderío y se extiende hasta las fronteras de Hungría.


Vlad Tsepesh, a pesar de su sombría personalidad, es aún considerado por muchos rumanos como un héroe nacional por haber intentado liberar las provincias rumanas de Valaquia, Moldavia y Transilvania del dominio del invasor turco. Es uno de los jefes guerreros más temidos por las tropas de ocupación del sultán Mehmed II "el Conquistador". Sin embargo, en 1462 es vencido y debe refugiarse en Hungría, donde es nuevamente tomado prisionero por razones políticas hasta 1473.


El empalador


El empalamiento, en una estaca de madera o hierro, es su método favorito para deshacerse de los prisioneros turcos o de sus opositores, de ahí su sobrenombre. En el siglo XV su crueldad es bien conocida y un grabado alemán de 1499 lo muestra festejando en medio de cadáveres empalados. Se estima entre 50.000 y 100.000 el número de víctimas empaladas, quemadas e incluso desolladas vivas durante su corto reinado de una decena de años. Su sadismo no conoce límites: crónicas locales cuentan que para castigar a unos emisarios turcos que no se descubrieron en su presencia, ordena que se les clave el fez en el cráneo. En otra ocasión, manda reunir a una gran cantidad de pobres y minusválidos en una amplia sala cerrada bajo el pretexto de invitarlos a un banquete y ordena prenderles fuego.



Representación moderna del Empalador


De vuelta en 1476 en el trono de Valaquia, Vlad Draculea es asesinado dos meses después sin que se sepa exactamente quién organizó su caída, si rivales locales o turcos. Es decapitado y su cabeza ensartada en la punta de una estaca.


Se cree que la estirpe principesca emparentaba con los Hunyadi, de la cual procedía el rey Juan Hunyadi de Hungría, así como hay pruebas fehacientes del parentesco con la Casa Báthory, célebre por sus miembros sanguinarios y enfermos mentales, a la que pertenecieron figuras tan prominentes como Esteban I Báthory, rey de Polonia, o la infame Erszebeth Báthory, condesa Nadasky, alias "la Condesa Sangrienta". La estirpe de los Dracul reinó de manera intermitente sobre Valaquia y Moldavia, alternando con sus primos los Basarab, por causas políticas e intereses húngaros o turcos cuando Europa del Este se veía seriamente amenazada por el imparable avance de los Turcos Otomanos.


A pesar de la mala fama de Vlad III "Tepes" -el primero en ostentar ese apodo-, su espíritu batallador contribuyó para frenar la invasión turca mediante el terror y el contraataque sin piedad. A excepción del hijo de éste, Vlad IV Tepelus (el pequeño Empalador), sus descendientes se olvidaron de ostentar el apodo tan siniestro hasta que Bogdan "Tsepesh", nieto de la 4ª generación y representante de la rama menor, lo volvió a adoptar para convertirlo en nombre de su familia a inicios del siglo XVII.



El castillo de Bran, en Transilvania, célebre por ser la supuesta morada de Vlad el Empalador (aunque no hay evidencia física de que viviera allí). Perteneció a la reina María de Rumania, quien lo heredó a su hija, la Princesa Ileana.

martes, 26 de abril de 2011

Una vecina balcánica: Rumania

La formación de Rumania

Los Cárpatos orientales y los Alpes transilvanos forman una cordillera unida en forma de media luna en cuarto creciente. Es el centro de Rumania. Al este y al sur de las montañas se extienden dos fértiles planicies que toman los nombres de Moldavia y Valaquia, respectivamente. Están unidas sin más interrupciones que los ríos que las riegan. El Danubio es el límite meridional de Valaquia. Al oeste de esos Cárpatos está Transilvania.

Los Cárpatos

Por ese gran desfiladero fértil pasaron toda clase de tribus invasoras hasta que se asentaron los dacios. Éstos contemplaban más hacia el sur, tras el Danubio y antes de los Balcanes, donde había más tierra fecundable y habitada. Pero pertenecía al poderoso Imperio romano. No se amedrentaron e incursionaron allí cada vez más. Hasta que en el 106 d.C. las legiones romanas mejor adiestradas ocuparon toda la Dacia, que fue incorporada al Imperio como una provincia suya.

El avance de los germanos desde finales del siglo III hizo que el emperador Aureliano decidiese abandonar la región a godos y carpos. Los godos vivieron con la población autóctona hasta el siglo IV, hasta que los hunos -otro pueblo nómada- se establecieron temporalmente en esta región. Desde el siglo VI la población autóctona tuvo que enfrentarse a las oleadas de pueblos migratorios eslavos. Los gépidos y ávaros gobernaron Transilvania hasta el siglo VIII y después los búlgaros incluyeron parte de la Rumania actual en su imperio hasta 1018.

Los húngaros conquistaron Transilvania entre los siglos XI y XIII y fue incluida en su Reino hasta el siglo XVI. Después de la derrota húngara frente a los turcos otomanos en la batalla de Mohács (1526), se formó el principado autónomo de Transilvania, vasallo del Imperio otomano hasta el 1711. Los pechenegos y los cumanos son también mencionados en territorio rumano, hasta la fundación de los principados de Valaquia por Basarab I, a principios del siglo XIV, y Moldavia por Dragoş, quien era originario de Maramureş (Transilvania), a mitad del siglo XIV. La Moldavia histórica comprendía el territorio de la actual región de Rumania, junto con Basarabia y el norte de Bucovina. Se crearon varias teorías para explicar el origen de los rumanos. Los análisis lingüísticos y geohistóricos tienden a indicar que se formaron como un grupo étnico grande, tanto al norte, como al sur del Danubio.

Miguel I el Valiente (1558-1601), Voivoda de Valaquia, Príncipe de Transilvania y Príncipe de Moldavia. Fresco en la catedral de Alba Iulia, Transilvania.



Transilvania, Valaquia, Moldavia

Transilvania fue una de las provincias de la Dacia conquistadas por los romanos, además de ser la sede de la capital de los dacios, Sarmizegetusa. En la Edad Media, los rumanos no consiguieron unirse bajo un mismo líder, y la región fue conquistada por los húngaros entre los siglos XI y XIII, comenzando con la victoria de Esteban I de Hungría frente a Gyula, dueño del norte de Transilvania. Su historia presenta varias diferencias frente a Valaquia y Moldavia, quedando bajo la influencia, primero del Imperio otomano, y después de Austria, hasta la unificación rumana de 1918.

El único monarca que consiguió la unión de Transilvania, Valaquia y Moldavia en su historia fue Mihai Viteazul, en el año 1600, mediante victorias militares y pactos diplomáticos. Sin embargo, la unión solo duró un año, al ser Mihai traicionado y asesinado en 1601. De todas maneras, la frontera entre Valaquia y Transilvania o entre Moldavia y Transilvania no fue exacta a través de los siglos: por ejemplo, partes de la región de Braşov (hoy en la región rumana de Transilvania) fueron parte de Valaquia en varios períodos. Uno de los elementos del mantenimiento de la conciencia de unidad de los rumanos en Transilvania fue el cristianismo ortodoxo. Era necesario ser católico o protestante para avanzar socialmente. En general, las numerosas medidas de discriminación en contra de los rumanos en Transilvania, tuvieron como resultado el fortalecimiento de su conciencia étnica. En el siglo XVIII, los intelectuales rumanos de Transilvania resaltaron el origen romano de los rumanos, al igual que algunos intelectuales de Valaquia y Moldavia.
Bandera de Valaquia (1593-1611)

Todavía hacia el final del siglo XIX (1892), la petición de derechos para los rumanos de Transilvania (derechos de los cuales sí gozaban los húngaros y alemanes), bajo la forma de un memorándum compuesto por los intelectuales rumanos de Transilvania (y apoyado por los intelectuales del Reino de Rumania y por el rey Carol I), fue castigado con el encarcelamiento de sus autores.

Valaquia y Moldavia tuvieron que enfrentarse al Imperio otomano (y a otros enemigos) a través de los siglos, en repetidas ocasiones teniendo que pagar tributos para mantener su independencia. A pesar de las continuas guerras, también se alcanzaron logros culturales, como durante el reinado de Mircea cel Bătrân, Matei Basarab, Constantin Brâncoveanu o Dimitrie Cantemir. Destacados luchadores antiotomanos fueron Mircea I de Valaquia, Vlad Ţepeş (Draculea), Esteban III de Moldavia, Mihai Viteazul el Valiente y Iancu de Hunedoara (Juan Hunyadi), gobernador de Transilvania y padre del rey de Hungría Matías Corvino, que es evocado en el himno de Rumanía por ser hijo de un boyardo de Valaquia. Cuando los dos principados llegaron a ser gradualmente vasallos del Imperio otomano, mantuvieron su autonomía interna y el derecho a una política exterior propia, al estar el Imperio solo interesado en los importantes tributos financieros y en los reclutas que podía obtener de ahí.


Alexandru Ioan Cuza, Principatele Dunărene Domnitor (Príncipe de los Principados Danubianos o Principados Unidos de Valaquia y Moldavia)


El renacimiento nacional

En el siglo XVIII los dos principados perdieron su derecho a una política exterior propia, hasta la definitiva independencia del país en 1878. Los rumanos (incluidos los de Transilvania) también participaron en la Revolución de 1848, animados por los ideales del nacionalismo romántico. Alexandru Ioan Cuza (1859-1866) fue el primer gobernante de los "Principados Unidos de Valaquia y Moldavia", iniciador de reformas con modelo francés. Cuza recibió el mandato en Bucarest y se título Alejandro Juan I, príncipe de Rumania. Por primera vez se oficializaba la nación con ese nombre.

Sin embargo, la política progresista de Alejandro Juan I no gustó a los sectores más reaccionarios, los boyardos. Fue obligado a abdicar y se optó por traer a un príncipe extranjero para regir los Principados Unidos. Hicieron la oferta a Felipe de Bélgica, conde de Flandes (hermano de Leopoldo II), pero éste rehusó, aduciendo que, siendo Bélgica una nación tan joven aún, él no podía renunciar a su nacionalidad, pues podría ser necesario en su patria (en efecto, habiendo muerto Leopoldo II sin descendencia masculina, será un hijo del conde de Flandes quien ocupe el trono de Bélgica: Alberto I).


Acta de Proclamación del Reino de Rumania (1881), firmado por el rey Carol y la reina Elisaveta

Finalmente aceptó la corona rumana el príncipe Carlos de Hohenzollern-Sigmaringen, Carol I (1866-1914), quien llegó a ser el primer rey de Rumania en 1881, cuando los poderes europeos reconocieron la independencia de Rumania, a través del Tratado de Berlín (después de la participación de los rumanos en la guerra ruso-turca). Carol hizo fabricar su corona con un acero extraído de un cañón turco capturado al enemigo. Este gesto tan literario era evidentemente influencia de su esposa, la princesa Isabel de Wied, conocida mundialmente en el terreno de las letras bajo el seudónimo de Carmen Sylva.

Fue el período de los comienzos de la industrialización del país, bajo los principios del capitalismo.

Primera mitad del siglo XX

Muerto Carol I en 1914, a los 75 años, le sucedió (como ya estaba previsto, al no tener hijos) su sobrino Fernando, casado en 1893 con la princesa María de Gran Bretaña, nieta de la reina Victoria.



Escudo de Armas del Reino de Rumania (1881-1922)


Rumania se declaró neutral al principio de la Primera Guerra Mundial, bajo el nuevo rey, pero aceptó entrar en la guerra formando parte de la Triple Entente en 1916, con la esperanza de reagrupar a todas las provincias con mayoría de población rumana. En 1775 la monarquía de Habsburgo había anexado la parte norte de Moldavia (Bucovina), y el Imperio otomano la parte sur (Bugeac). En 1812 el Imperio ruso anexó la parte este, Basarabia, parcialmente devuelta después de la Guerra de Crimea, con el Tratado de París. Hacia el final del siglo XIX, los Habsburgo incorporaron Transilvania a lo que más tarde se llamó el Imperio austríaco. Con el Tratado de Berlín de 1878, la independencia de Rumania fue reconocida por las potencias europeas. En cambio, por ceder a Rusia los tres distritos del sur de Basarabia que habían sido recuperados después de la Guerra de Crimea en 1852, el nuevo Reino de Rumania recibió Dobrogea. Hacia el fin de la primera guerra, el Imperio austrohúngaro y el Imperio ruso habían colapsado, dejando a Basarabia, Bucovina y Transilvania unirse libremente con Rumanía en 1918. ¡Por fin el reino de la Gran Rumania!

El éxito de la Triple Entente tuvo como consecuencia la creación de la "România Mare" ("Rumanía Grande"), si bien la frontera con Hungría quedó establecida más al este de lo convenido entre Rumania y la Triple Entente en 1916. Sin embargo, la "Rumanía Grande" sólo duró veinte años (1920-1940). Fernando I fue llamado "Întregitorul" ("El Integrador") y el período de entre guerras fue una época de florecimiento económico y cultural para Rumania, interrumpida por la Segunda Guerra Mundial y por la entrada en la órbita soviética.

Fernando de Rumania con los atributos de coronación (1914)


El 20 de julio de 1927 murió el rey Fernando y, como su hijo Carol había renunciado al trono instalándose en Francia, se nombró una regencia, pues el nuevo rey Miguel (hijo de Carol, nieto de Fernando) sólo tenía cinco años. El príncipe Nicolás, hijo menor del rey fallecido, presidió esa regencia que resultó inoperante y se aprovecharon de la situación todas aquellas pequeñas facciones que Fernando I quería minimizar o erradicar. Y aún surgieron otros nuevos movimientos de inspiración totalitaria, de la misma forma que empezaban a notarse en Alemania y que habían logrado el poder en Italia.

En 1930 el primer ministro Julius Maniu, jefe de los nacional-campesinos, en connivencia con el regente Nicolás, hicieron volver a Carol y el 8 de junio el Parlamento revocó la ley que le excluía del trono, votando por su proclamación como rey como si hubiese sucedido directamente a su padre. El joven rey Miguel quedó degradado, volviendo a ser “príncipe heredero” y recibiendo el título de Duque de Alba-Julia.

El Príncipe Heredero Carol (futuro Carol II) con su segunda esposa, la Princesa Helena de Grecia y Dinamarca (hija del rey Constantino I)


Durante el reinado de Carol II surgieron fuertes movimientos fascistas, como la "Guardia de Hierro", de Corneliu Codreanu, y la Liga Cristiana de A.C. Cuza. El 18 de enero de 1938 disolvió el Parlamento y el 10 de febrero suspendió la Constitución y todos los partidos políticos. El 24 del mismo mes organizó un plebiscito para aprobar legalmente esos actos y solo obtuvo 5.300 votos en contra, lo que demostró que se habían cambiado los métodos de contar los votos. En pocos años, el insensato de Carol II había destruido toda la obra positiva que su padre y su abuelo hicieron de Rumania.

En 1940 la Unión Soviética obligó a Rumania a cederle Besarabia y el norte de Bucovina, mientras que la Alemania nazi concedió el norte de Transilvania a Hungría y el sur de Dobrogea a Bulgaria. Los eventos de 1940 fueron contestados entonces por la entera sociedad rumana, con la excepción del pequeño grupo comunista establecido en el país, quien apoyaba la política exterior de la Unión Soviética. El 5 de septiembre de 1940 el mariscal Ion Antonescu dio un golpe de Estado y con ello se adjudicó la jefatura de gobierno. Al día siguiente Carol II -acompañado de su segunda esposa, Magda Lupescu- partió al exilio, no sin antes abdicar en su hijo Miguel, ya de 19 años.

Mihai I (Maiestatea Sa Mihai I Regele Românilor, literalmente, Su Majestad Miguel I, Rey de los Rumanos) en 1947


Durante la Segunda Guerra Mundial el país se alió con el Eje (Alemania fue el único país de entonces que garantizó a Rumania la recuperación de sus territorios perdidos), tomando medidas antisemitas. Al principio se obtuvieron triunfos militares, en el Frente Oriental, en colaboración con los alemanes. Pero a partir del 1943, la situación empeoró, haciendo que las tropas soviéticas entraran en Rumania en 1944. Antonescu le presentó un plan de defensa al rey Miguel I, pero la respuesta de este fue encarcelarle y dejarle ser juzgado por un tribunal soviético (que en 1946 condenó a Antonescu a la muerte). Tras su golpe de estado, Miguel I siguió ocupando el trono rumano por un espacio breve. Sería el único rey de Europa con un gobierno comunista (con excepción de Simeón II de Bulgaria, que sólo tenía seis años).

Sin embargo, Rumania entraría después dentro del espacio de influencia de la Unión Soviética, y por tanto Miguel I fue obligado a abdicar el trono en 1947 y a abandonar el país. El 30 de diciembre, la Asamblea Nacional proclamó la República Popular. Después de la guerra, Rumania recuperó solamente el norte de Transilvania.