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lunes, 30 de mayo de 2011

Una musa para Tchaikovsky: la condesa von Meck

Nikolai Rubinstein, director del Conservatorio de Moscú, estudiaba una partitura cuando le anunciaron la llegada de la señora von Meck. De pronto febril, verificó de un vistazo su ropa en el espejo colocado detrás de su escritorio, alisó con gesto rápido su cabello y sus patillas y luego avanzó al encuentro de su visitante.

- Estimada Nadejda Filaretovna, mi muy querida amiga, es una alegría recibirla. Póngase cómoda, por favor.

Le ofreció un sillón, la invitó a sentarse, ordenó té, agitándose solícito. La riquísima viuda von Meck era una benefactora de la música y él esperaba mucho de ella, así que, como tal, merecía las mayores atenciones. Con más razón, justamente, porque tenía un joven músico que recomendarle. La señora von Meck sonrió tomando su taza de té. Adoraba ese lugar.

A los cuarenta y cinco años, Nadezhda Filaretovna Frolovskaya acababa de enviudar y se sentía bastante aliviada por ello. No porque su difunto esposo fuese un mal hombre, todo lo contrario: Karl von Meck había sido un marido fiel y un gran trabajador. Cuando se casó con él a los 16 años, era un ingeniero doce años mayor perteneciente a una familia del Báltico alemán. Impulsado por su mujer y gracias a su talento como ingeniero, von Meck había hecho fortuna en los transportes ferroviarios (en 1860 había sólo 100 kilómetros de vías férreas establecidas en Rusia, veinte años más tarde había más de 15.000 y gran parte de esta explosión se debió a Karl). Después de años de pobreza, habían logrado una enorme opulencia.

Sin embargo, aunque tenía hermosa apostura, Nadejda no había conocido con él las emociones del amor. Las noches eran un verdadero castigo, tanto más penosas pues él sí se mostraba muy enamorado de su mujer. Juntos tuvieron 18 hijos, de los cuales 11 sobrevivieron hasta la edad adulta. Helada por abrazos decepcionantes, agotada por las numerosas maternidades, aspiraba a una vida apartada de los asuntos de la carne y consagrada a impulsos más sublimes.

Karl murió repentinamente en 1873. En su testamento le dio el control Nadejda sobre sus enormes participaciones financieras, lo que incluía dos redes ferroviarias, grandes propiedades y varios millones de rublos. Con siete de sus 11 hijos todavía en casa, se concentró en asuntos de sus negocios y en la educación de los niños que aún dependían de ella. Al quedar viuda, von Meck se alejó de toda la vida social. Se retiró a un aislamiento casi total. Incluso se negó a reunirse con los familiares de aquellos con quienes sus hijos iban a casarse. En todo sentido era imperiosa por naturaleza y presidía su casa como un déspota.


Karl von Meck


Con su gran riqueza y pasión por la música, Nadejda von Meck se convirtió en un motor importante en las artes escénicas de Rusia. La única excepción a su reclusión habitual era la serie de conciertos de la Sociedad Musical Rusa en Moscú, a los que asistía de incógnito, sentada sola en su palco. Al escuchar la música temblaba y vibraba trastornada; la música le procuraba todas las sensaciones y emociones que el amor le negara. A través de estos conciertos conoció a Nikolai Rubinstein, con quien mantenía una relación compleja. Aunque respetaba los talentos y la energía de Rubinstein, eso no le impedía estar fuertemente en desacuerdo con él a veces.

Ese día, el director del Conservatorio le expuso:

- Sé cuánto se interesa usted en los artistas y cuán generoso es su corazón. Por eso me permito hablarle de un caso particular. Se trata de un joven al que le tengo fe. En mi opinión, tiene el talento de un gran compositor pero carece de dinero y yo no tengo la posibilidad de procurarle una renta. Me da pena que tal vez se malogre un gran artista, falto de una ayuda pasajera. Por eso he pensado que…

Nadejda von Meck escuchaba, con los ojos brillantes. Entreveía ya la realización de uno de sus sueños: ser la protectora de un músico, gracias a la cual pudiera surgir un genio.


Mientras su marido todavía vivía, Nadejda había comenzado a apoyar activamente y promover a jóvenes músicos. Varios de éstos eran empleados continuamente por ella, viviendo en su casa y tocando sus obras favoritas. Incluso contrató a Claude Debussy como profesor particular de música para sus hijas.

Nikolai Rubinstein

- ¿Cómo se llama? –inquirió al director.

- Pyotr Ilich Tchaikovsky. Desde luego es orgulloso y una limosna lo lastimaría; pero yo querría que escuchara su música y, si le agrada, tal vez podría hacerle uno o dos encargos, que para él serían pan bendito.

La rica viuda estaba convencida. La perspectiva de una composición musical escrita especialmente para ella la entusiasmaba. Rubinstein continuó:
- ¿Puedo invitarla al próximo concierto? Escuchará una obra de ese joven y podrá juzgar.
- Con gusto.

Ella se impresionó verdaderamente con su poema sinfónico La tempestad y, tal vez urgida por el violinista Iosif Kotek, uno de los músicos que apoyaba y que, a su vez, era antiguo alumno y amigo de Tchaikovsky, Nadejda escribió al compositor. Se presentó como una ferviente admiradora y le encargó una pieza para violín y piano que pudiera tocar en su finca. Tchaikovsky, tal vez ya conocedor de la reputación de ella como mecenas, respondió rápidamente, poniendo manos a la obra.

El arreglo estuvo terminado para el 30 de diciembre y a Nadejda se le ocurrió escucharlo para empezar el año 1877. Finalmente le agradeció, escribiéndole: “su música me hace la vida más fácil y agradable”. Él le retribuyó diciéndole cuánto le había complacido ejecutar ese encargo. Se inició así una correspondencia entre ambos: Peter Ilich revelaba sus ambiciones musicales, Nadejda lo alentaba.

Por una suerte de acuerdo tácito, ella no reclamó conocerlo ni él expresó tampoco el deseo de hacerlo. Nadejda no buscaba una aventura ni una relación, sino un entendimiento intelectual. Por su parte, a Peter Ilich no le gustaban las mujeres, que lo asustaban, y vivía con dificultad su inclinación por los hombres, que ocultaba celosamente. Temía pues a una protectora que deseara una vinculación pasional.

Poco a poco las cartas se hicieron más familiares. A principios de la primavera, Tchaikovsky cayó, como le ocurría a menudo, en una melancolía depresiva. Confiaba sus estados de ánimo a Nadejda, que le aseguraba su apoyo y su deseo de ser su amiga y confidente. A su pedido, él le envió una foto. Ella le respondió con entusiasmo y le envió la suya. A partir de entonces se inundaron de fotografías.

Von Meck le encargó una segunda pieza para violín y piano. Peter Ilich, nada tonto, comprendió que se trataba de una forma de caridad; no obstante la aceptó con alegría, confesando sus problemas económicos. A medida que su relación se desarrolló, Nadejda le proporcionó una asignación financiera lo suficientemente grande (6.000 rublos al año) que le permitió dejar su cátedra en el Conservatorio de Moscú para centrarse en el trabajo creativo a tiempo completo (esto era una pequeña fortuna; un funcionario del gobierno de menor importancia en aquellos días tenía que mantener a su familia con 300 a 400 rublos al año).




La amiga afirmaba que ese gesto no le molestaba en absoluto, dada su inmensa fortuna, y que sería feliz de participar así en la eclosión de una obra. Gracias a su delicadeza, casi parecía que el compositor le hacía un favor consintiendo en recibir sus rublos. Era para Peter Ilich la solución de sus problemas y aceptó agradecido. Seguidamente pensó en dedicarse a la composición de una ópera cuya idea lo perseguía: Eugenio Oneguin, personaje de Pushkin.

Nadejda, transportada de alegría cuando él le comunicó su proyecto, se sentía una mecenas. Al no saber componer por sí misma, de esa manera estaría en el proceso de creación de una ópera. Estaba segura que el talento de Tchaikovsky crearía una obra potente sobre el personaje de Pushkin y lo alentó vivamente a trabajar. Eugenio Oneguin ocupó muchas de sus cartas. Peter Ilich exponía sus ideas, sus progresos; Nadejda le decía lo que pensaba.

Esa misma primavera, una alumna del Conservatorio de nombre Antonina se enamoró de Peter Ilich y se propuso casarse con él, pese a que el joven permanecía indiferente a sus avances. Ella le escribió gran cantidad de cartas encendidas, amenazó con suicidarse si seguía rechazándola, suplicándole aceptar verla y conocerla mejor. Lo hizo tan bien que el compositor, atormentado, ansioso, impresionado por el personaje de su ópera en ciernes y temiendo ser culpable, se dejó envolver por Antonina. Ella logró persuadirlo de que le traería el equilibrio del que carecía y que le sería muy útil en su casa. Peter Ilich, desorientado, se comprometió con ella; pura locura de su parte.

Peter Ilich y su esposa Antonina Miliukova (1877)

En una carta a Nadejda, se lo anunció como al descuido, después de varios párrafos dedicados a su ópera y a la sinfonía que pensaba terminar antes. Se hubiera dicho que esa boda era un hecho sin importancia.

El anuncio fue un golpe para Nadejda. Su visión de los asuntos del corazón era estrictamente moralista. Sin embargo, no creía en el matrimonio como institución social. Regularmente confesaba a Tchaikovsky que lo odiaba: "Usted puede pensar, mi querido Pyotr Ilich, que soy una gran admiradora del matrimonio", escribió el 31 de marzo de 1878, "pero para que no pueda estar equivocado en nada que se refiera a mí misma, le diré que soy, por el contrario, una enemiga irreconciliable de los matrimonios; sin embargo, cuando discuto la situación de otra persona, considero que es necesario hacerlo desde su punto de vista." En otra ocasión declaró más genialmente, pero no con menos fuerza, "La distribución de los derechos y obligaciones según lo determinado por las leyes sociales me parece especulativo e inmoral." Incluso con estos puntos de vista sobre el matrimonio, Nadejda se resignó a él como un medio de estabilidad social y procreación. Su propia experiencia pudo haberla obligado a reconocer sus beneficios.

Con estos puntos de vista en mente, es fácil ver cómo la misoginia aparente de Tchaikovsky y la aversión confesa de él al matrimonio pudo atraer a alguien como Nadejda. Tampoco la homosexualidad de él necesariamente le causaría indignación. Ella sentía por Peter Ilich un amor cerebral poco profundo y no imaginaba que pudiera existir en su vida, junto a su comunión espiritual, un amor carnal. Instintivamente odió a Antonina como a una rival.


Una carta del compositor a su musa (15/7/1877)


Sin embargo, continuaron escribiendo incluso cuando el matrimonio de él siguió su breve aunque tortuoso curso. Y las cartas de ella iban cargadas de dinero. Dejar de hacerlo habría sido una bajeza.

Tchaikovsky estaba agradecido por el apoyo financiero de su amiga. Sin embargo, le creó un cierto malestar emocional y una tensión subyacente. Ambos eventualmente manejaron esta incomodidad con considerable delicadeza. Aunque Tchaikovsky no podía dejar de sentirse vagamente incómodo por los favores que ella le brindaba. Le escribió francamente acerca de esto: "…en mis relaciones con usted está la delicada circunstancia de que cada vez que nos escribimos el uno al otro, el dinero aparece en la escena."

Von Meck apoyaba totalmente a Tchaikovsky y todas sus obras, pero su vínculo con él dependía de que no se encontraran. Esto no era simplemente porque no sería capaz de cumplir sus expectativas. Nadejda deseaba pensar de Peter Ilich como su ideal de compositor-filósofo, al igual que el Übermensch o Superhombre de quien Friedrich Nietzsche escribiría. Tchaikovsky entendió esto y le escribió: "Tiene usted razón, Nadezhda Filaretovna, para suponer que yo soy de una disposición favorable a sus propios e inusuales sentimientos espirituales, que entiendo completamente." Se encontraron en dos ocasiones, por pura casualidad, pero no cruzaron
palabra.

Nadejda Filaretovna poseía, además de su casa de Moscú y de su dacha en el campo, una villa en la Riviera italiana, cerca de San Remo. Amaba el sol y pasaba en ella frecuentes temporadas. Se encontraba allí, planeando quedarse todo el otoño de 1877, cuando recibió de Peter Ilich una carta desesperada. “Solo pienso en huir, no importa a qué lugar. ¿Pero a dónde y cómo? Es imposible”, decía. De no haber sido por el acuerdo mutuo de escribirse sin conocerse, habría acudido a Moscú. Luego se enteró de que Peter Ilich había intentado suicidarse arrojándose a las aguas del Moscova, pero se había salvado al precio de una neumonía. Tras haber estado a punto de caer en la locura como consecuencia de una alteración nerviosa, resultado de su intento de suicidio y de su enfermedad, había recobrado la razón.

Conmovida, Nadejda decidió asignarle una mayor renta fija anual, que le permitiría a Peter Ilich llevar una existencia desahogada. Él la aprovechó para efectuar un viaje a Europa occidental, permaneciendo algún tiempo en Suiza, cuya calma le aportó la tranquilidad regeneradora. Luego prosiguió su viaje recorriendo Italia antes de regresar por Viena. Casi todos los días escribía a Nadejda, hablándole de su amor por Venecia, expresando sus emociones y sobre todo sus interrogantes metafísicos, morales o religiosos. Nadejda respondía y su larga discusión epistolar se convertía en el interés esencial de su vida. Se sentía cerca de él y su corazón daba un vuelco al leer: “Me parece que usted ama tanto mi música porque yo aspiro, como usted, al ideal.”

Tchaikovsky, como signo de apreciación, le dedicó su Sinfonía Nº 4. Esto era importante porque, debido a la naturaleza del mecenazgo artístico en la sociedad rusa, el mecenas y el artista eran considerados iguales. Dedicatorias de obras a los patrons eran expresiones de asociación artística. Al dedicar la 4ª Sinfonía a Nadejda, estaba afirmando que ella era un igual en su creación.


Su relación, por propia definición, satisfizo las necesidades más profundas de von Meck. La viuda concebía el erotismo en términos sentimentales más que físicos. Su visión negativa del matrimonio llevaba consigo un pragmático, inclusive puritano enfoque sobre la sexualidad. Esto probablemente dio lugar en su mente a la incandescencia de la pasión platónica que caracterizaba su actitud hacia Tchaikovsky. Por lo tanto, podría permitir que sus emociones crecieran libremente hacia él, excluyendo lo que ella consideraba desagradable, vulgar, vergonzoso y humillante asociado con el amor sexual. Finalmente había encontrado ese amor espiritual apartado de la carne; un amor de almas que colmaba su exaltación eslava.

En agosto de 1878, Peter Ilich había terminado Eugenio Oneguin. Nadejda lo felicitó calurosamente y le ofreció aprovechar su dacha de Brailov, cediéndosela mientras ella iba a pasar el verano a Florencia. Él aceptó entusiasmado e, inspirado por la naturaleza, esbozó su primera suite orquestal.


El palacio von Meck en Brailov


En Florencia, viviendo en la suntuosa Villa Oppenheim, Nadejda pensaba en Tchaikovsky casi sin cesar. Le parecía que lo oía componer. Llegó a proponerle ir a Florencia, a un apartamento que alquilaría para él. A Peter Ilich le encantó el ofrecimiento, pues amaba los viajes y lejos de Moscú se disipaban sus angustias. Cuando llegó a Italia y ocupó un apartamento a quinientos metros de la Villa Oppenheim, Nadejda, encantada, le hizo llegar un mensaje que detallaba sus horas de paseo, a fin de no correr el riesgo de encontrarse por descuido. Esa atención lo conmovió. Estaba curioso por ver a aquella cuyos estados de ánimo conocía tanto, pero lo temía también. Ambos tenían la sensación de que su vínculo, a la vez fuerte y frágil, se rompería tal vez, y querían preservarlo.

Un día, sin embargo, Peter Ilich se cruzó con la calesa de Nadejda. La entrevió, con su rostro semioculto bajo las anchas alas del sombrero y tuvo la seguridad que ella lo había reconocido. Fue algo fugaz e intenso. Él regresó trastornado; ella tembló de emoción. En adelante, una imagen viviente se sumaba a las fotos, imagen que alimentaría el amor idealizado que sentía el uno por el otro.

En Tchaikovsky los momentos de felicidad se traducían en una gran efervescencia musical. Transportado por su encuentro fugaz con Nadejda, se puso a trabajar y compuso el Concierto para Violín y luego el Capricho italiano. Le ayudaba la inspiración, pero no la esperaba, convencido de que su tarea era componer sin tregua. Así se lo escribía a Nadejda: “No podemos permitirnos la inspiración. Ella no visita a los perezosos; se presenta a quien la llama.



Von Meck conservó hasta el final de su relación, al menos sobre el papel, su imagen exaltada de Tchaikovsky como su "amado amigo". Con los años, sus cartas revelaban las numerosas deficiencias personales de las dos partes implicadas. Ambos eran neuróticos y propensos a la depresión, que ellos llamaban "misantropía".Ambos eran excéntricos y caprichosos. Peter Ilich era a veces casi transparentemente falso. Nadejda era a menudo molesta e inconsistente. Sin embargo, ambos trascendieron estos rasgos menores. A pesar de su alejamiento final, su devoción mutua, por el alto nivel alcanzado, podría ser considerada un modelo de relaciones entre dos personas espiritualmente complejas.

Ambos mantuvieron una significativa correspondencia, intercambiando más de 1.200 cartas entre 1877 y 1890. Los detalles que compartían eran extraordinarios para dos personas que nunca se conocieron. Él era más abierto con ella sobre gran parte de su vida y sus procesos creativos que con cualquier otra persona. Sus comentarios llegaron a ser tan importantes para él que, después de las críticas arremetidas contra su Quinta Sinfonía, ella le proporcionó el apoyo para perseverar en su composición. Nadejda murió creyendo que estas cartas habían sido destruidas. Cuando Tchaikovsky recibió su requerimiento en ese sentido, le aseguró que había cumplido, pero luego guardó este escrito con el resto para que la posteridad lo encontrara.


Nikolai von Meck y Anna Davidova


En 1883, Nikolai von Meck, hijo de Nadejda se casó con la sobrina de Tchaikovsky, Anna Davydova, después de cinco años de esfuerzos del compositor y su protectora. Esta última, que se encontraba en Cannes en aquel momento, no asistió, manteniéndose fiel a su costumbre de evitar todo contacto con las familias de los cónyuges de sus hijos. El compositor sí concurrió, encontrándose con el resto del clan von Meck.

Al principio tanto Nadejda como Peter Ilich se regocijaron con este acontecimiento, viendo en él una consumación simbólica de su propia relación. Los eventos posteriores los harían cuestionar su intención. Anna, extremadamente voluntariosa, dominaba a su marido y también se opuso a su suegra con respecto a los asuntos de familia -lo más revelador fue una pelea entre su hijo mayor y socio de negocios, Vladimir, y el resto de la familia-.


En lugar de unir más al compositor con su mecenas, la unión entre Anna y Nikolai puede haber ayudado a abrir una brecha entre ellos. Tchaikovsky prácticamente repudió a su sobrina en un esfuerzo por evitar un quiebre de sus relaciones. Von Meck le ocultó sus verdaderos sentimientos acerca de lo que estaba ocurriendo.


La noche de inauguración del Carnegie Hall de Nueva York (5 de mayo de 1891) Tchaikovsky dirige la orquesta.


En aquella época las composiciones de Peter Ilich se tocaban no sólo en Rusia, sino también en el extranjero. Aumentaban los derechos de autor. Con el éxito, numerosas relaciones iban constantemente a visitarlo, acaparando su tiempo. No sabía cerrar la puerta y se dio cuenta que ya no lograba componer, tan ocupado estaba en obligaciones sociales y profesionales. Además, vivía en la casa de su hermano, en medio de una familia bulliciosa. Pensó pues instalarse en las afueras de Moscú y, a comienzos de 1885, alquiló una casa en Klin, cerca de la capital rusa. Pensaba escribir una nueva ópera.

A Nadejda von Meck no le gustó mucho la idea del traslado de su amigo. Tenía la impresión de que Peter Ilich se le escapaba. Además, no amaba la ópera, a la que encontraba vulgar, prefiriendo las sinfonías y la música de cámara, que consideraba más elevadas. A pesar de su reprobación, Tchaikovsky se empecinaba en componer óperas, pues estimaba que ello le permitiría entrar en contacto con las masas. Como para darle la razón a von Meck, La Bella Durmiente del Bosque, representada al año siguiente, tuvo muy mala acogida de la crítica y el público.

En octubre de 1890, mientras Peter Ilich descansaba en Tiflis, Nadejda le envió una subvención de un año de antelación, junto con una carta terminando su patrocinio. Afirmaba que estaba en bancarrota y terminaba diciendo: “No me olvide. Piense de vez en cuando en mí.” El compositor no podía creer a sus ojos. Que la pensión se interrumpiera solo le molestaba un poco –ahora disponía de suficientes derechos de autor para vivir-, pero no comprendía que, por una cuestión de dinero, ese bello vínculo de amor-amistad fuese cortado de golpe. Herido, le respondió rápidamente: “Mi bienamada, mi muy querida amiga: no puedo pensar en mí sin pensar por eso mismo en usted…”




Lo más sorprendente acerca de la ruptura fue su extrema rapidez. Apenas una semana antes, ella le había enviado una carta típicamente íntima, amorosa y confesional, donde trataba en gran medida sobre cómo sus hijos estaban dilapidando su futura herencia. Era una irritación persistente para ella y no necesariamente una advertencia de su interrupción. Sin embargo, una explicación lógica de esa concesión a Tchaikovsky sería que Nadejda temía no tener fondos para enviarle más tarde su habitual arreglo en cuotas mensuales.

Debido a lo repentino de su acción, algunos creen que ella terminó su patrocinio porque había aprendido de la homosexualidad de Tchaikovsky. Otros descartan esta idea. Lo más revelador es que Nadejda le pidió a Tchaikovsky, en su última carta, que no la olvidara. Ella no habría hecho tal solicitud si hubiera actuado por resentimiento ante la percepción de una falla moral. Tal vez sea más probable que su familia había amenazado con revelar públicamente las preferencias sexuales de Peter Ilich. Nadejda habría cortado la relación con él para protegerlo del escándalo.


Uno de los últimos retratos del compositor


Dos hechos jugaron en la decisión de Nadejda von Meck. En 1890, estaba gravemente enferma, en la última etapa de la tuberculosis y una atrofia de su brazo le hizo casi imposible escribir. Dictar cartas a un tercero habría sido incómodo, sobre todo por los mensajes de estilo franco, informal y personal que ella intercambiaba con Tchaikovsky. Por otro lado, se encontraba bajo intensa presión de la familia para poner fin a la relación. Sus hijos estaban avergonzados por la cercanía de su madre con Tchaikovsky. Hubo rumores en la sociedad sobre el compositor y "la Meck." Cada vez más, al menos para los ojos de los familiares hostiles, la situación parecía escandalosa.


Lo peor para ellos era que Tchaikovsky continuaba tomando libremente el dinero de ella después de haber recibido una generosa pensión del zar Alejandro III. Mientras la propia situación financiera de los hijos empeoraba, ellos creían más decididos a poner fin al acuerdo entre su madre y Tchaikovsky. En la segunda mitad de 1890, durante un período de dos meses, había sido visitada por al menos uno de sus hijos mayores. Es posible que incluso le se hubiera dado un ultimátum. La carta final y el pago de Nadejda a Peter Ilich fueron entregados por un funcionario de confianza de ella, Ivan Vasiliev, por quien él abrigaba cálidos sentimientos. Ella nunca le había enviado algo de esta manera, sino que siempre lo había hecho por correo. Si no pudiera controlar más su correspondencia personalmente y si quisiera ocultar esta acción de todo su entorno, resolvería esencialmente dos problemas con esta única acción.


El último hogar de Tchaikovsky en Klin, al noroeste de Moscú


Nadejda también sabía que Peter Ilich tenía a menudo necesidad de dinero en efectivo, a pesar de lo que ella le daba. Era un pobre administrador de su dinero. Entonces le pediría a ella sobre la asignación del año siguiente varios meses por adelantado. Sabiendo de este hábito, Nadejda podría haber anticipado su necesidad del dinero. Ella pudo haber comenzado a prepararse para la ruptura desde mediados de 1889, a sabiendas de que llegaría tarde o temprano.


Él no se repuso de ese golpe, que vivió como una gran pena de amor y partir de entonces envejeció prematuramente, cayó en la misantropía y en el pesimismo. Se refugió en la música, escribiendo al año siguiente el Cascanueces. Nunca la volvió a ver.

La musa de aquel joven músico devenido en gran compositor murió de tuberculosis el 13 de enero de 1894 en Niza, apenas dos meses después de la muerte de Tchaikovsky. Luego de la muerte de su suegra, Anna von Meck fue consultada sobre cómo la antigua mecenas había sufrido la muerte del compositor. Anna respondió: “Ella no lo pudo soportar”.


sábado, 28 de mayo de 2011

Dos veces duquesa: Sofía Troubetzkoy


Sofía Sergeïevna Troubetzkoy (1838 - 1898) fue una princesa de origen ruso que estuvo considerada como una de las mujeres más bellas y elegantes de la Europa del siglo XIX.


Nació en San Petersburgo en el año 1838. Oficialmente era hija del príncipe Sergei Vassilievitch Troubetzkoy, teniente de caballería, y de Ekaterina Petrovna Moussine-Pouchkine, aunque ella misma presumía ser hija del zar de Rusia. Desde que nació, su paternidad fue atribuida a Nicolás I, pues era conocida la admiración de éste por su madre, y su gestación parece coincidió con el viaje de su padre al Cáucaso, por lo que los rumores sobre esta posible paternidad surgieron desde el primer momento.


Su familia


La familia Trubetskoy (en ruso: Трубецкой) es una dinastía de la pequeña nobleza rutena Gedimínida (descendiente de la dinastía lituana de Gediminas) con varios miembros de la Rutenia Negra, al igual que muchos otros príncipes de las casas del Gran Ducado de Lituania, que más tarde se hizo prominente en la historia, la ciencia y las artes de Rusia. Los Príncipes Trubetzkoy descienden de Demetrio I Starshiy, uno de los hijos de Algirdas, Gran Duque de Lituania en el siglo XIV, que gobernó la ciudades de Briansk y Starodub. Los descendientes de Demetrio continuaron gobernando la ciudad de Trubetsk hasta la década de 1530, cuando tuvieron que elegir convertirse al catolicismo o abandonar su patrimonio e instalarse en Moscú. Eligieron la segunda opción y fueron aceptados con gran ceremonia en la corte de Vasili III de Rusia.


En el siglo XVII el príncipe Wigund-Jeroným Trubetsky apoyó a los polacos y los siguió a la Commonwealth Polaco-Lituana. Aquí sus descendientes obtuvieron posiciones envidiables en la Corte e ingresaron por matrimonio en las grandes familias principescas de Polonia. En 1660, sin embargo, el príncipe Yuri Trubetskoy regresó a Moscú y se le dio un título de boyardo por el zar Alejandro I de Rusia. Todas las ramas de la familia descienden de su matrimonio con la princesa Irina Galitzine.

Armas de los Trubetksoy


La princesa Sofía heredó de su madre la carismática belleza que la hizo destacar en la nobleza europea de la época. Quedó huérfana de padres a muy corta edad y, a pesar de tener abundante familia, de ella se hicieron cargo la emperatriz viuda (nacida Carlota de Prusia) y el nuevo emperador, Alejandro II, en una muestra más del conocimiento de su paternidad.


Duquesa de Morny


Fue por ello educada en la Corte imperial, donde destacó por su inteligencia y sensibilidad. Su gracia incomparable sedujo a un joven dandy que acababa de llegar a la capital de Rusia: el embajador de Francia, Carlos Augusto de Morny, 1r Duque de Morny y hermano uterino de Napoleón III, ya que ambos eran hijos de Hortensia de Beauharnais, ex reina de Holanda y amante del conde de Flahaut (hijo también natural de Charles-Maurice de Talleyrand-Périgord). De esta historia familiar Morny había prodigado su cínica frase: “Mi abuelo era obispo, mi madre Reina y mi hermano Emperador. Y encuentro todo esto natural”.


El distinguido político y financiero había sido invitado a la coronación de Alejandro II el 7 de septiembre de 1856. Despliega maneras elegantes y levitas impecables y luce hortensia en la solapa, flor que es la única divisa de su ejecutoria, cifrada en estas palabras latinas grabadas en la portezuela de su coche: Tace sed memento (“Calla pero recuerda”).


El Duque de Morny


La belleza y los modales de la gentil Sofía enamoraron a Carlos Augusto, por lo que finalmente contrajeron matrimonio en San Petersburgo el 26 de diciembre de ese mismo año. Cuatro hijos resultaron de esa unión:



  • Marie Eugénie, que casó con José Ramón Osorio y Heredia, IX Conde de la Corzana, Grande de España, IV Marqués de los Arenales.

  • Auguste, 2º duque de Morny, casado con Carlota de Guzmán e Ybarra.

  • Serge, oficial del ejército francés, que falleció soltero.

  • Mathilde, que tras su divorcio de Jacques Godart, marqués de Belbeuf, reconoció su homosexualidad, siendo amiga de la cortesana Liane de Pougy y de la escritora Colette.


Tanto su vida en San Petersburgo como parte de la diplomacia extranjera y el tiempo vivido después en París en calidad de esposa del Ministro de Negocios Exteriores fue cosmopolita y de gran esplendor. Su belleza fue admirada por las damas, sólo podía rivalizar con la de la Emperatriz o con la de la Castiglione; sus caprichos se convirtieron en la última moda y sus toilettes constantemente imitadas. Eran muy comentados sus extravagantes gustos, su afición por los pájaros exóticos, por los monos y por los perros japoneses, así como por los refinamientos de Oriente. Al igual que tantas damas en Francia, se hizo retratar por el pintor de moda de la época, el alemán Franz Xavier Winterhalter, que la inmortalizó en 1863.




El duque y la duquesa de Morny (1863)


Su vida modélica en Francia se vio truncada el 26 de febrero de 1865 cuando su marido, a quien amaba profundamente, fallece repentinamente.Su dolor y desesperación adquieren visos teatrales: cubierta de crespones y deshecha en llanto, se corta los bucles con gesto de renunciación y los deposita como ofrenda fúnebre sobre el ataúd de su esposo.


Entonces comienza una etapa de luto y recogimiento en la que no sale de su palacio y lleva una vida de cierta austeridad, hasta que un día encuentra en un secrétaire unos paquetes de cartas perfumadas y atadas con cintas. Era la prueba de que su difunto marido había tenido una amante. A partir de entonces abandona indignada el luto, rompe el aislamiento y, enjugando sus lágrimas, vuelve a introducirse en el gran mundo a embriagarse con su néctar y buscar la diversión.


Duquesa de Alburquerque y de Sesto


En esa nueva etapa de su vida conoció al Duque de Sesto, cuyas patillas y madrileño garbo la enamoran. Don José Isidro Osorio y Silva-Bazán, llamado Pepe Osorio, “el gran duque de Sesto” residía temporalmente en su villa de Deauville, lugar que Sofía conocía bien, pues su cuñado Napoleón había puesto de moda el lugar entre la aristocracia francesa. Pepe se encontraba allí junto a la familia real, que estaba en el exilio, y a quien sostenía económicamente.




Los duques de Sesto (1870)


Desde allí se trasladaron a España, donde contrajeron matrimonio el 21 de marzo de 1869. Era Pepe un importante aristócrata: era XVI duque de Alburquerque, VIII de Sesto y V de Algete; XVI marqués de Alcañices, XV de Cuéllar, X de Cadreita, IX de Montaos, VIII de los Balbases y V de Cullera; XVI conde de Huelma, XVI de Ledesma, XIII de Fuensaldaña, XIII de Grajal, IX de la Torre de Perafán, IX de Villanueva de Cañedo y IX de Villaumbrosa, y cuatro veces Grande de España.


Compartía con su nuevo marido el carácter cosmopolita y el liberalismo, y su aceptación en Madrid no pudo ser mejor, pues su figura deslumbró en la Corte, y nada más llegar la propia Isabel II de España le concedió la banda de la Orden de las Damas Nobles de María-Luisa. Organizaba reuniones de damas en su residencia, el desaparecido palacio de Alcañices, en las que ponía al tanto a la sociedad madrileña de las novedades en moda y juegos de salón. Fue la introductora en España del árbol de Navidad, pues en 1870 lo instaló por primera vez en su palacio, ubicado en el solar donde más tarde se levantó el edificio del Banco de España, haciendo esquina entre el Paseo del Prado y la distinguida Calle de Alcalá.


Incondicional apoyo a los Borbones


Convertida en consorte del mentor de Alfonso XII de España durante su exilio, aprovechó su posición social para hacer política en favor de la familia Borbón y de la causa de Alfonso XIII de España, gastando al igual que su marido, gran parte de su fortuna en ello. Jugó con el emblema familiar Borbón, la flor de lis, creando el prendedor de pelo con este motivo, que tanto las damas de la aristocracia como el resto de mujeres del pueblo utilizaron. Además, instó a sus amigos y conocidos a llevarlo visible en la solapa, para mostrar su apoyo al rey.







12 de diciembre de 1877: El duque de Sesto, acompañado por el senador Francisco Marín de San Martín, marqués de la Frontera entrega a Antonio de Orleans, duque de Montpensier, una carta autografa de Alfonso XII de España pidiendo la mano de la infanta María de las Mercedes de Orleans.


Mientras que su marido se dedicaba a luchar políticamente por la causa, la duquesa de Alburquerque ocupaba su tiempo en la organización de numerosas actividades en las que ganar adeptos, como lo eran las tertulias culturales y las fiestas en las que mostraba su poder social. Aquellas celebraciones también tenían como objetivo la recaudación de dinero para sostener la causa. Además, era la secretaria de otro personaje de importancia en esta labor, Antonio Cánovas del Castillo, presidente del Consejo de Ministros y máximo dirigente y fundador del Partido Conservador.


No solo mostró su apoyo a los Borbones, sino que además está considerada una de las mayores enemigas del propio Amadeo de Saboya, así como de su mujer María Victoria del Pozzo. Tal era su rechazo por el monarca, que dio orden a sus criados para que cerrasen bruscamente las puertas y ventanas de su palacio cuando la comitiva real pasase por la puerta. Además, protagonizó la famosa Rebelión de las Mantillas, una manifestación de damas madrileñas en contra de Amadeo.


Últimos años


Tras la muerte de Alfonso XII, surgieron las desavenencias entre el matrimonio y la reina María Cristina, quien culpaba al duque de Sesto de las correrías de su marido. Por ello, abandonó los cargos de los que disponía en la Corte y su vida se dividió entre Madrid y París principalmente, aunque también se dedicaron a visitar a numerosos amigos en otras ciudades europeas.




Falleció en Madrid el 27 de julio de 1898 a causa de una enfermedad respiratoria y fue enterrada en el distinguido cementerio de Père-Lachaise, el más grande de París, a pocos metros de la sepultura de su primer marido, el duque de Morny.

jueves, 26 de mayo de 2011

El Príncipe Potemkin

El Príncipe (Reichsfürst) Grigory Aleksandrovich Potemkin-Tavricheski (en ruso: Григорий Александрович Потёмкин-Таврический, pronunciado Patyomkin pero conocido como Potemkin o Potyomkin) fue un líder militar, estadista, aristócrata y favorito de Catalina la Grande. Pero principalmente una de las personalidades más potentes y célebres de la Rusia Imperial.

Potemkin nació en una familia noble de terratenientes. La primera vez que atrajo el favor de la emperatriz Catalina fue para ayudarla en el golpe de estado de 1762, luego se distinguió como comandante militar en la Guerra Ruso-Turca de 1768. Se convirtió en amante de Catalina primero, en favorito después y, posiblemente, como lo sugiere en por lo menos 22 cartas, su consorte secreto. Después de que su pasión enfrió, permaneció como su amigo de toda la vida y su estadista preferido. La emperatriz le otorgó el título de Príncipe del Sacro Imperio Romano entre muchos otros: era a la vez Gran Almirante y jefe de todas las fuerzas terrestres e irregulares de Rusia. La definición de los logros de Potemkin incluye la anexión pacífica de la Crimea (1783) y la exitosa segunda Guerra Ruso-Turca (1787-1792).

En 1774, Potemkin se convirtió en gobernador general de las nuevas provincias del sur de Rusia. Gobernante absoluto, trabajó para colonizar las estepas salvajes, enfrentando firmemente a los cosacos que vivían allí. Fundó las ciudades de Kherson, Nikolayev, Sebastopol e Yekaterinoslav (hoy Dnipropetrovsk). Los puertos de la región se convirtieron en bases para su nueva Flota del Mar Negro. Su gobierno en el sur está asociado con la "aldea Potemkin", un método ficticio de engaño con la construcción de fachadas pintadas para imitar pueblos reales. Potemkin fue conocido por su amor por las mujeres, el juego y la riqueza material; él fue quien supervisó la construcción de varios edificios históricos importantes, incluyendo el Palacio Táuride en San Petersburgo.

Potemkin a los 35 años, con uniforme de la Guardia Preobrazhensky


En marzo de 1774 se convirtió en Teniente Coronel de la Guardia Preobrazhensky, un puesto anteriormente en manos de Alexei Orlov, y en Capitán de los Chevaliers-Gardes. En rápida sucesión, fue nombrado Gobernador General de Novorossiya, integrante del Consejo de Estado de Rusia Imperial, General en Jefe, Vice-Presidente del Colegio de Guerra y Comandante en jefe de los Cosacos. Estos puestos le hicieron rico y comenzó a vivir lujosamente. Para mejorar su posición social le fueron concedidas las prestigiosas Órdenes de San Alejandro Nevski y de San Andrés, junto con la polaca Orden del Águila Blanca, la prusiana Águila Negra, la Orden del Elefante, de Dinamarca, y la Real Orden del Serafín, de Suecia.

En noviembre de 1783 fue ascendido a Mariscal de Campo, cuando Crimea fue anexada formalmente el mes de febrero siguiente.También se convirtió en Presidente del Colegio de Guerra. La provincia de Táuride (Crimea) fue agregada al estado de Novorossiya (lit. Nueva Rusia). Potemkin se trasladó al sur a mediados de marzo, como el "Príncipe de Tauris". Había sido el namestvo (Gobernador General) de las provincias meridionales de Rusia (incluyendo Novorossiya, Azov, Saratov, Astracán y del Cáucaso) desde 1774, expandidas repetidamente a través de la acción militar. Mantuvo su propia corte, que rivalizaba con la de Catalina: por la década de 1780 operó una Cancillería con cincuenta o más empleados y tenía su propio ministro, Vasili Popov, para supervisar los asuntos del día.


La emperatriz Catalina en la época de su relación con Potemkin


Su personalidad y reputación

Potemkin "exudaba tanto amenaza como bienvenida"; era arrogante, exigente con sus cortesanos y muy cambiante en sus estados de ánimo, pero también fascinante, cálido y amable. Se convino generalmente entre sus compañías femeninas que Potemkin estaba "ampliamente dotado con 'sex appeal'". Luis Felipe, conde de Ségur, lo describió "colosal como Rusia", "una mezcla inconcebible de grandeza y pequeñez, pereza y actividad, valentía y timidez, ambición y despreocupación". El contraste interno se hizo evidente durante toda su vida: por ejemplo, frecuentaba la iglesia por un lado, pero asistía a numerosas orgías por otro.

En la visión de Ségur, los espectadores tenían una tendencia a atribuir injustamente a Catalina los éxitos de la época y a Potemkin los fracasos. Era un excéntrico adicto al trabajo, vano y gran amante de la joyería (un gusto que no siempre recordaba pagar), pero no le gustaba el servilismo y era sensible sobre su aspecto, particularmente su ojo perdido. Sólo accedió a hacerse retratos dos veces: en 1784 y en 1791, en ​​ambas ocasiones por Johann Baptist von Lampi y desde un ángulo que disimulaba su lesión.

Su Serena Alteza, Príncipe de Táuride, con la Orden de San Andrés, la Orden de San Vladímir, la Orden de San Alejandro Nevski, la Orden de San Jorge, la Orden de Santa Ana y la Orden del Águila Blanca.


Potemkin era también un intelectual. El Príncipe de Ligne señaló que Potemkin tenía "habilidades naturales [y] una excelente memoria". Se interesaba por la historia y el conocimiento en general. Amaba la música clásica de la época, así como la ópera. Le gustaba todo tipo de cocina, tanto la campesina como la elegante; entre sus platos favoritos estaban la carne asada y las patatas. Su anglofilia significaba que los jardines ingleses estaban preparados dondequiera que iba. Práctico político, sus ideas políticas eran "la quintaesencia de Rusia", y creía que en la superioridad de la autocracia zarista (una vez describió a los revolucionarios franceses como "una manada de locos"). Una noche, en el apogeo de su poder, Potemkin declaró a sus invitados a una cena:

Todo lo que he querido, he tenido ... Quería alto rango, lo tengo; quería medallas, las tengo; me encanta el juego, he perdido grandes sumas de dinero; me gusta dar fiestas, las he dado magníficas; disfruto construyendo casas, he levantado palacios; me gusta la compra de fincas, tengo muchas; adoro los diamantes y las cosas bellas, ninguna persona en Europa posee piedras más raras o más exquisitas. En una palabra, todas mis pasiones se han saciado. ¡Soy totalmente feliz!



Grigory Potemkin en 1790


En última instancia Potemkin demostró ser una figura controvertida. Los críticos le atribuyen "la pereza, la corrupción, el libertinaje, la indecisión, la extravagancia, la falsificación, la incompetencia militar y la desinformación a gran escala", pero los partidarios sostienen que sólo "el sibaritismo [devoción al lujo] y la extravagancia... están verdaderamente justificadas", haciendo hincapié en "la inteligencia, la fuerza de la personalidad, la visión espectacular, el coraje, la generosidad y los grandes logros". Aunque no es un genio militar, estaba "seriamente versado" en asuntos militares.

Su contemporáneo Ségur se apresuró a criticar, escribiendo que "a nadie se le ocurrió un plan más rápidamente [que Potemkin], llevándolo a cabo más lentamente y abandonándolo con mayor facilidad". Otro contemporáneo, el escocés Sir John Sinclair, añadió que Potemkin tenía "grandes habilidades", pero también un "valeroso y peligroso carácter". Opositores rusos como Semyon Vorontsov estaban de acuerdo: el príncipe tenía "mucha inteligencia, intriga y crédito", pero carecía de "conocimiento, aplicación y virtud".


El Palacio Táuride en San Petersburgo (1796). Se consideró la mayor residencia de un noble en el siglo XVII en Rusiay sirvió como modelo para innumerables casas solariegas dispersas por todo el Imperio ruso.


Familia

Potemkin no tuvo descendencia legítima, aunque es probable que sí la tuviera ilegítima. Cuatro de sus cinco hermanas vivieron lo suficiente para tener hijos, pero sólo las hijas de su hermana María Elena (a veces traducida como "Helena") recibieron una atención especial de Potemkin. Las cinco hermanas solteras de la familia Engelhardt llegaron a la corte en 1775 en la dirección de su padre Vassily, viudo recientemente. La leyenda sugiere que Potemkin pronto sedujo a varias de las chicas, uno de las cuales tenía doce años en aquella época. Una aventura con la tercera mayor, Bárbara, puede ser verificada; después de que se hubo calmado, Potemkin se relacionó estrechamente -y probablemente de manera romántica- con Alexandra, la segunda mayor, y Ekaterina, la quinta.

Potemkin también tenía familiares influyentes. La hermana de Potemkin, María, por ejemplo, contrajo matrimonio con el senador ruso Nicolás Samoylov: su hijo Alejandro fue condecorado por su servicio a las órdenes de Potemkin en el ejército y su hija Ekaterina se casó por primera vez con un miembro de la familia Raevesky y luego con el rico terrateniente Lev Davydov. Ekaterina tuvo hijos con ambos esposos, incluyendo el altamente condecorado general Nicolás Raevsky, sobrino nieto de Potemkin. Su extensa familia incluye varios primos lejanos, entre ellos el conde Pavel Potemkin, otra condecorada figura militar, cuyo hermano Mijaíl casó con la sobrina de Potemkin, Tatiana Engelhardt. Un sobrino lejano, Félix Yusupov, ayudó al asesinato de Rasputín en 1916.


Aleksandra von Engelhardt (1754-1838), Condesa Branicka por matrimonio, fue probablemente amante del Príncipe Potemkin

martes, 24 de mayo de 2011

Dos extremos: Pahlen y Mdivani

En los confines del vasto imperio ruso hay radicales categorías de nobleza, lo que queda de manifiesto en la proliferación de títulos durante su dilatada historia. Dos extremos de las dinastías nobles son estos ejemplos: los Pahlen, que pueden rastrear sus orígenes al siglo XII en Riga y destacaron en el devenir histórico de dos naciones (Rusia y Alemania) y los Mdivani, quienes en los albores del siglo XX sacaron a relucir una sangre noble dudosa para escalar la celebridad y la fortuna.


Pahlen

Los von der Pahlen (en ruso: Пален) es una familia de la nobleza rusa, lituana y sueca de origen Báltico alemán. Probablemente surgió en Pomerania pero a comienzos del siglo XV se trasladó a Livonia. Los primeros documentos históricos de esta familia datan de 1120, cuando Johannes de Pala era gobernador de Riga.


En 1679 Carlos XI de Suecia dio el rango de baronía a cinco hermanos de la familia y todos sus descendientes. En 1799 Pablo I de Rusia elevó a Piotr Alekseevich Pahlen y sus descendientes al rango de Conde. Por decisión del gobierno ruso de 1755 y 1865 la mayoría de los otros miembros de la familia Pahlen obtuvieron el rango de Barón del Imperio ruso.

Miembros notables


§ Conde Piotr Alekseevich Pahlen (Peter Ludwig von der Pahlen) (1745-1826) – General, Gobernador Militar de San Petersburgo, responsable del asesinato del zar Pablo I,

El Conde Piotr Alekseevich Pahlen


Tuvo tres hijos:


* Conde Pavel Petrovich Pahlen (Paul Carl Ernst Wilhelm Philipp von der Pahlen)(1775-1834) - General de Caballería, héroe de la Guerra de 1812; hijo de Petr Alekseevich;
* Conde Petr Petrovich Pahlen (1778 - 1864); General de Caballería, héroe de la Guerra de 1812, de la Guerra Ruso-Turca 1828-1829 y de la campaña contra el Noviembre Tumultuoso en Polonia, hijo de Petr Alekseevich;
* Conde Fyodor Petrovich Pahlen (1780-1863), diplomático, Gobernador-General de Novorossiya, y Presidente Plenipotenciario de los Divanes en los Principados del Danubio, hijo de Petr Alekseevich;



Carl Magnus, Freiherr von der Pahlen (1779-1863), primero Dragón del Ejército Imperial de Riga y luego General de Caballería del Ejército Imperial Alemán


§ Barón Matvey Ivanovich (1776-1863) Mayor-General de Caballería, héroe de la Guerra de 1812;
§ Barón Dmitry Petrovich (Ditrich Von der Pahlen), oficial militar, amigo de Mikhail Lermontov;
§ Conde Konstantin Ivanovich (1833—1912), General y estadista, héroe del Sitio de Sebastopol (1854-1855), Gobernador de Pskov, Ministro de Justicia (1867-1878), nieto de Petr Alekseevich; § Conde Alexey Petrovich (1874-1938), Teniente-General, oficial del Movimiento Blanco durante la Guerra Civil de 1918-1921 bajo Nikolai Nikolaevich Yudenich.
§ Barón Emanuel von der Pahlen (1882-1952), Astrónomo, con un cráter lunar que lleva su nombre.



El Barón Emanuel von der Pahlen


Mdivani


Mdivani (en georgiano, მდივანი) es el nombre de una familia de la nobleza de Georgia. La situación social de los Mdivani en su tierra natal no era totalmente clara. El château familiar en Adjaristán era poco más que un montón de ruinas, si bien era cierto que el zar Nicolás había nombrado gobernador de Batumi a su ayuda-de-campo Zakhari Mdivani, quien con Elizabeth Viktorovna Sabalevska había tenido a David, Serge, Roossadana, Alexis y Nina.


El origen del título principesco siempre fue desconocido. El propio Zakhari una vez bromeó que él era el único hombre en heredar de sus hijos un título de príncipe y no al revés.




Armas del Reino de Georgia


Los cinco hermanos Mdivani se radicaron en Francia en 1923, en el Château Ruel Seracourt, cerca de Versailles y empezaron a ser conocidos como “the Marrying Mdivanis”, algo así como “los casaderos Mdivanis”, puesto que utilizaron el matrimonio para ingresar a la fama y la fortuna. La revolución bolchevique y un error que costó muy caro a la madre de la familia (al atravesar precipitadamente la frontera turca en 1917, madame Elizabeth Mdivani cometió la equivocación de coger la maleta que contenía sus prendas de ropa interior en lugar de aquella donde guardaba las joyas de la familia) fueron los responsables de que David se viera obligado a casarse con una adinerada estrella de la pantalla.


Zakhari, pater familias

La indigencia en la que quedaron sumidos los Mdivani empujó a los miembros jóvenes de la familia a seguir el ejemplo de David y a procurarse dinero norteamericano a través del matrimonio. La joven Roosadana fue la única que casaría una sola vez, con el pintor español “Jojo” Sert, en 1928, pues su hermana Nina viviría también tres matrimonios, uno de ellos con el hijo de sir Arthur Conan Doyle.





David Mdivani (1900-1984), quien casó con la actriz y bailarina Mae Murray y tuvo un hijo –Koran David- con ella. Luego de la bancarrota de Murray, se divorciaron en 1933 y se enzarzaron en una violenta batalla por la custodia del niño. Tuvo un romance con la actriz francesa Arletty y casó luego con la heredera de Sinclair Oil Virginia Sinclair en 1944, con quien tuvo otro hijo.




Serge Mdivani (1903-1936), quien casó con la actriz Pola Negri en 1927, pero cuando ella perdió su fortuna en el crack financiero de 1929, la abandonó y se casó con la cantante de ópera Mary MacCormick. Ésta se divorció de él en el marco de un altamente publicitado juicio. En 1936 casó él por tercera vez, con su cuñada Louise Astor Van Alen Mdivani, pero murió meses más tarde en un accidente de polo.


Alexis Mdivani (1905-1935), quien casó con Louise Astor Van Alen (miembro de la prominente familia Astor) en 1931, pero se divorció de ella para casarse con la heredera de Woolworth Barbara Hutton, una de las mujeres más ricas del mundo en aquel momento. Murió en un accidente de automóvil.


Roosie en el centro, Nina a la izquierda y una amiga (no identificada), 1925


Isabelle Roossadana Mdivani (1906-1938), llamada Roossie or Roossy. Era escultora, casó con el pintor español José María Sert (quien pintaría el Palacio de Liria para el Duque de Alba) en 1928 y murió de tuberculosis en 1938, con apenas 32 años.


Nina Mdivani (¿ -1987), casó con Charles Huberich en 1925 y se divorciaron en mayo de 1936. En agosto de ese mismo año casó con Denis Conan Doyle, hijo de Sir Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes. Luego de la muerte de Denis en 1955, ella se casó en terceras nupcias con Anthony Harwood.


viernes, 20 de mayo de 2011

El affaire Dolgoruki y el Zar de Todas las Rusias

Cuando se produce el advenimiento del joven Pedro II al trono ruso, éste es consciente de no ser sino la sombra de un emperador, una Majestad de carnaval sometida a la voluntad del organizador del pintoresco espectáculo ruso. Haga lo que haga, deberá plegarse a la voluntad de Alexandr Ménshikov, uno de los “Aguiluchos” de Pedro el Grande (quien le había otorgado el título de Príncipe Serenísimo), el que prevé y organiza todo a su manera.


Pedro II, flamante Zar de todas las Rusias


Las preocupaciones matrimoniales por la zarevna Isabel, tía del zar, no le hacen perder de vista a Ménshikov la educación de su pupilo imperial. Recomienda al vicecanciller Andrei Ivanovich Osterman que refuerce su lucha contra la pereza natural del zar acostumbrándolo a unos horarios fijos, ya se trate de estudios o de solaz. El westfaliano es secundado en esta tarea por el Príncipe Alexei Grigorievich Dolgoruki, “gobernador adjunto”, quien se presenta a menudo en palacio con su joven hijo, el Príncipe Iván, un apuesto veinteañero, elegante y afeminado, que divierte a Su Majestad con su inagotable parloteo.


La zarevna Isabel visita diariamente, acompañada de su hermana Ana, a su querido sobrino en su jaula dorada. Escuchan sus confidencias de niño mimado, comparten su entusiasmo por Iván Dolgoruki, el efebo irresistible, y los acompañan a los dos en sus alegres francachelas nocturnas. Pese a las reconvenciones de sus carabinas masculinas, sobre este cuarteto de desvergonzados sopla un viento de locura.


En diciembre de 1727, Johann Lefort pone al corriente a su ministro en la corte de Sajonia de las calaveradas del joven Pedro II: “El señor no tiene más ocupaciones que recorrer día y noche las calles con la princesa Isabel y su hermana, visitar al chambelán Iván, a los pajes, a los cocineros y Dios sabe a quién más”. Después de dar a entender que el soberano bajo tutela tiene unos gustos contra natura y que el delicioso Iván lo arrastra a juegos prohibidos en lugar de combatir sus inclinaciones, Lefort prosigue: “Podría creerse que esos imprudentes (los Dolgoruki) favorecen los más variados desenfrenos instigando (en el zar) los sentimientos del más abyecto de los rusos. Sé de un aposento contiguo a la sala de billar donde el subgobernador (el príncipe Alexei Grigorievich Dolgoruki) le organiza encuentros galantes (…). No se acuestan hasta las 7 de la mañana.”



Peter y su tía Isabel Petrovna, de caza


Estas diversiones de juventud sedienta de placeres no inquietan a Ménshikov. Mientras Pedro y sus tías se entretengan con enredos amorosos y revolcones de segunda fila, su influencia política será nula. Tras la marcha a Kiel de Ana y su esposo, el duque Carlos Federico de Holstein, Ménshikov cae enfermo de consideración, produciéndose un vacío de poder. Isabel y su sobrino, inmersos en el torbellino de la vida galante, inventan todos los días nuevas ocasiones para retozar y embriagarse. Las cacerías alternan con las meriendas campestres improvisadas y los revolcones en algún pabellón rústico con las ensoñaciones a la luz de la luna. Un ligero perfume de incesto sazona el placer que Pedro experimenta acariciando a su joven tía. Nada como el sentimiento de culpa para salvar el comercio amoroso de las tristezas de la costumbre. Ceñidos a la moral, las relaciones entre un hombre y una mujer enseguida se vuelven aburridas como el cumplimiento de un deber.


Sin duda es esta convicción lo que incita a Pedro a entregarse a experiencias paralelas con Iván Dolgoruki. Para agradecerle las satisfacciones íntimas que éste le proporciona, con el asentimiento de Isabel, lo nombra chambelán y le concede la condecoración de la Orden de Santa Catalina, reservada en principio a las damas. En la corte, esto es motivo de burla y los diplomáticos extranjeros se apresuran a comentar en sus despachos las juergas de doble sentido de Su Majestad. Hablando de la conducta indecorosa de Pedro II durante la enfermedad de Ménshikov, algunos citan el dicho: “Cuando el gato no está, los ratones bailan”. Éste se recupera e intenta imponer orden nuevamente. Pero el zar ya no consiente que nadie, ni siquiera su futuro suegro, se permita oponerse a sus deseos. Ante un Ménshikov atónito y a punto de sufrir una apoplejía: “¡Yo te enseñaré quién manda aquí!”.


Aleksandr Menshikov


De allí hasta el desprecio y el exilio del Serenísimo hay un paso. Alentado con toda probabilidad por Isabel, Natalia y el clan de los Dolgoruki, Pedro ha ordenado detenerlo y confinarlo en Siberia. Los miembros del Alto Consejo empiezan a pelearse por el reparto del poder tras su caída. El vicecanciller Ósterman ha tomado desde el principio la dirección de los asuntos ordinarios, pero los Dolgoruki, basándose en la antigüedad de su apellido, se muestran cada vez más impacientes para suplantar al westfaliano. Sus rivales más directos son los Golitsin, cuyo árbol genealógico es, afirman ellos, como mínimo igual de glorioso. Cada uno de estos paladines quiere barrer para su casa, sin preocuparse demasiado ni de Pedro II ni de Rusia.


Puesto que el zar solo piensa en divertirse, no hay ninguna razón para que los grandes servidores del Estado se empeñen en defender la felicidad y la prosperidad del país, en vez de pensar en sus propios intereses. Los Dolgoruki cuentan con el seductor Iván para alejar al zar de su tía Isabel y de su hermana Natalia, cuyas ambiciones les parecen sospechosas. Dimitri Golitsin, por su parte, encarga a su yerno, el elegante y poco escrupuloso Alexander Buturlin, que arrastre a Su Majestad a placeres lo bastante variados como para apartarlo de la política. Pero Isabel y Natalia se han olido la maniobra de los Dolgoruki y los Golitsin y se unen para abrir los ojos del joven zar ante los peligros que lo acechan entre los dos validos de dientes afilados.




Pedro en su niñez, con su hermana Natalia


En este clima de libertinaje y de rivalidades intestinas es que los dirigentes políticos de Rusia preparan las ceremonias de la coronación en Moscú. El 9 de enero de 1728 Pedro se pone en camino, a la cabeza de un cortejo tan numeroso que hace pensar en el éxodo de todo San Petersburgo. La alta nobleza y la alta administración de la nueva capital se encaminan lentamente hacia los fastos del viejo Kremlin. Han sido los Dolgoruki los encargados de organizar las ceremonias.


Luego, el flamante zar continúa llevando su habitual existencia desordenada. Los Dolgoruki, los Golitsin y el ingenioso Ósterman, dispensados de rendirle cuentas de sus decisiones, aprovechan la situación para imponer su voluntad en toda circunstancia. No obstante, siguen desconfiando de la influencia que Isabel ejerce sobre su sobrino. Segura del poder que tiene sobre los hombres, se insinúa a unos y otros para mantener idilios sin consecuencias y relaciones sin futuro. Tras haber seducido a Alexandr Buturlin, su interés se dirige hacia Iván Dolgoruki, el valido titular del zar. ¿Acaso lo que la excita es la idea de atraer a sus brazos a un hombre cuyas preferencias homosexuales conoce? Su intriga diabólica la estimula como si se tratara de demostrar la superioridad de su sexo en todas las formas de perversidad amorosa. Sin duda es menos corriente, y por lo tanto más divertido, piensa ella, apartar a un hombre de otro hombre que quitárselo a una mujer.

El Zar


En las fiestas que Ana Petrovna y el duque de Holstein dan en Kiel para celebrar el nacimiento de su hijo, el zar abre el baile con su tía Isabel. Luego se retira a la estancia contigua para beber con un grupo de amigos. Después de vaciar unas copas, se percata de que Iván Dolgoruki, su habitual compañero de placeres, no está junto a él. Sorprendido, vuelve sobre sus pasos y lo ve bailando sin parar, en medio del salón, con Isabel. Ella parece tan excitada frente a aquel caballero que la devora con los ojos, que Pedro se enfurece y se retira para emborracharse. Pero ¿de quién está celoso? ¿De Iván o de Isabel?


La reconciliación entre tía y sobrino no tendrá lugar hasta después de Pascua. Dejando de lado por primera vez a Iván Dolgoruki, Pedro lleva a Isabel a una larga partida de caza, que tiene previsto dure varios meses. Un séquito de quinientas personas acompaña a la pareja. Matan tanto animales de pluma como caza mayor. Cuando hay que acorralar a un lobo, un zorro o un oso, se encargan de hacerlo lacayos que visten libreas verdes guarnecidas con trencilla plateada. Éstos atacan al animal con escopetas y venablos, ante la mirada atenta de los señores. La inspección de las piezas cobradas va seguida de un banquete al aire libre y de una visita al campamento de los comerciantes venidos de lejos con sus provisiones de telas, bordados, ungüentos milagrosos y joyas de fantasía.


En plenos festejos, el zar se entera que su tía Ana cae enferma y muere víctima de una pleuresía. Unos meses más tarde, la tisis que había enfermado a su hermana Natalia se agrava repentinamente y también se la lleva a la tumba. Aunque, como por azar, Pedro está ocupado yendo de aquí para allá y cazando, vuelve a San Petersburgo para acompañar su funeral. Pero luego se apresura a partir para Gorenki, la finca donde los Dolgoruki le organizan espléndidas partidas de caza. Esta vez no le pide a Isabel que lo acompañe. Aunque no está cansado de las atenciones y las coqueterías de la joven, siente la necesidad de renovar el personal de sus placeres, justificándose en la idea de que el juego de las revelaciones sucesivas siempre resulta más atractivo que la tediosa fidelidad.



El castillo de Gorenki



En el castillo de Gorenki lo espera una agradable sorpresa. Alexei, el jefe del clan de los Dolgoruki, le pone delante unas piezas que Pedro no se esperaba: las tres hijas del príncipe, frescas, libres y apetecibles bajo sus aires de provocadora virginidad. La mayor, Iekaterina –Katia para los íntimos-, posee una belleza que corta la respiración. De temperamento audaz, la joven aristócrata participa tanto en el acorralamiento de un ciervo como en las libaciones que cierran un banquete, en tranquilos juegos de sociedad o en bailes improvisados después de galopar durante horas por el campo. Todos los observadores coinciden en predecir que, en el corazón del voluble zar, Iván Dolgoruki no tardará en ser suplantado por su hermana, la graciosa Katia. De cualquier modo, la familia Dolgoruki se declarará vencedora y esa unión acarrearía la sumisión total del zar a su familia política, que pondría en vereda a los otros miembros del Alto Consejo secreto.


Pedro parece haber mordido tan bien el anzuelo lanzado por Katia que, nada más llegar a San Petersburgo, ya está pensando en irse de nuevo. Si se ha tomado la molestia de trasladarse durante unos días a la capital es únicamente para completar su equipo de caza. Así pues, tras comprar doscientos perros de busca y cuatrocientos lebreles, vuelve a Gorenki. Pero, una vez de regreso en el lugar de sus hazañas cinegéticas, ya no está tan seguro de que el placer sea tan excelso. Cuenta hastiado las liebres, los zorros y los lobos que ha matado a lo largo de la jornada. Una noche, cuando menciona los tres osos que figuran entre sus piezas cobradas, alguien lo felicita por esta última proeza. Con una sonrisa sarcástica, Pedro contesta: “He hecho cosas mejores que atrapar tres osos; llevo conmigo cuatro animales de dos patas”. Su interlocutor comprende que se trata de una alusión descortés al príncipe Alexei Dolgoruki y sus tres hijas. Semejante burla, dicha en público, hace suponer a los presentes que el zar ya no arde de pasión por Katia y que tal vez está a punto de abandonarla.

Pedro II con la banda azul de la Orden de San Andrés


Pero los Dolgoruki se obstinan en acariciar, pese a las señales de alarma, la idea de una boda imperial en su beneficio. Aunque, para más seguridad, consideran que habría que unir no sólo a Iekaterina con Pedro II, sino también a la tía sobreviviente del zar con el bello Iván. Pero resulta que, según las últimas noticias, la loca de Isabel se ha encaprichado con el descendiente de otra gran familia, el conde Simón Narishkin. Urge poner coto a esa inesperada chifladura que puede comprometer todo el asunto.


Jugándose el todo por el todo, los Dolgoruki amenazan a Isabel con hacerla encerrar en un convento por conducta indecorosa si se empeña en preferir a Narishkin en perjuicio de Iván. Pero la joven, por cuyas venas corre sangre de Pedro el Grande, sufre un acceso de orgullo y se niega a obedecer. Entonces los Dolgoruki se desatan. Como controlan los principales servicios del Estado, Simón Narishkin recibe del Alto Consejo secreto la orden de partir inmediatamente en misión al extranjero. Lo dejarán allí el tiempo que sea necesario para que Isabel lo olvide, mientras ésta llora y trama despiadadas venganzas.




Isabel Petrovna, tía del zar



Los cotilleos cortesanos indican que el zar ha estado a punto de repudiar a Katia al enterarse que ésta había tenido citas clandestinas con otro pretendiente, un agregado de la embajada de Alemania en Rusia, el Conde de Millesimo. Alarmados por las consecuencias de tal ruptura e impacientes por impedirla, los Dolgoruki se las arreglan para preparar un encuentro de reconciliación de la pareja en un pabellón de caza. Esa noche, el padre de la joven aparece en el momento de las primeras caricias, se declara ultrajado en su honor y exige una reparación oficial. Lo más extraño de todo es que ese burdo subterfugio da resultado. En esta capitulación del enamorado sorprendido en flagrante delito por un pater familias indignado, es imposible saber si el “culpable” ha cedido finalmente a su inclinación por Katia, al temor de un escándalo o simplemente al cansancio.


Lo cierto es que el 22 de octubre de 1729, aniversario del nacimiento de Iekaterina, los Dolgoruki comunican a sus invitados que la joven acaba de ser prometida al zar. El 19 de noviembre el Alto Consejo secreto recibe el anuncio oficial de los esponsales y el 30 del mismo mes se celebra una ceremonia religiosa en el palacio Lefortovsky de Moscú, donde Pedro acostumbra residir durante sus breves estancias en la capital. La anciana zarina Eudoxia, abuela paterna del zar, ha accedido a salir de su retiro para bendecir a la joven pareja. Todos los dignatarios del imperio y los embajadores extranjeros se encuentran presentes en la sala, esperando la llegada de la elegida. Su hermano Iván va a buscarla al palacio Golovín, donde se ha alojado con su madre. El cortejo atraviesa la ciudad aclamado por una multitud sencilla y crédula que, ante tanta juventud y tanta magnificencia, está convencida de asistir al final feliz de un cuento de hadas.

El Palacio Lefortovksy



A la entrada del palacio Lefortovsky, la corona que adorna el techo de la carroza de la prometida se engancha con el montante superior del pórtico y cae al suelo con estrépito. Los supersticiosos interpretan este incidente como un mal presagio. En cuanto a Katia, no se inmuta. Cruza muy erguida el umbral del salón de ceremonias. El obispo Feofán Prokopovich la invita a acercarse junto con Pedro. La pareja se coloca bajo un palio de oro y plata sostenido por dos generales. Tras el intercambio de anillos, salvas de artillería y campanadas preludian el desfile de las felicitaciones. Siguiendo el protocolo, la zarevna Isabel Petrovna da un paso adelante y, tratando de olvidar que es la hija de Pedro el Grande, besa la mano de una “súbdita” llamada Iekaterina Dolgoruki.


Al cabo de un momento le toca a Pedro II dominar su despecho, pues el conde de Millesimo, tras aproximarse a Iekaterina, se inclina ante ella. La joven ya se dispone a tenderle la mano. Pedro querría impedir ese gesto de cortesía, que le parece incongruente, pero ella apura el movimiento y presenta espontáneamente sus dedos al agregado de embajada, que los roza con los labios antes de incorporarse, mientras el prometido imperial le dirige una mirada asesina. Al ver la expresión irritada del zar, los amigos de Millesimo se lo llevan y desaparecen con él entre la multitud.



Entonces es cuando el príncipe Vasili Dolgoruki, uno de los miembros más eminentes de esta numerosa familia, cree que ha llegado el momento de dirigir un pequeño discurso moralizador a su sobrina. “Ayer yo era tu tío –dice ante un círculo de oyentes atentos-. Hoy, tú eres mi soberana y yo soy tu fiel servidor. Sin embargo, apelo a mis antiguos derechos para darte este consejo: no mires al hombre con quien vas a casarte sólo como tu marido, sino también como tu señor y no te ocupes más que de complacerlo. (…) Si algún miembro de la familia te pide favores, olvídalo para no tener en cuenta más que el mérito. Será el mejor medio de garantizar toda la felicidad que te deseo.”



Iekaterina –Katia- Dolgorukaya


Estas doctas palabras tienen la virtud de ensombrecer el humor de Pedro. Hasta el final de la recepción permanece con el ceño fruncido. Ni siquiera durante los fuegos artificiales que clausuran la fiesta concede una mirada a la joven con la que acaba de intercambiar promesas de amor eterno. Cuanto más escruta los rostros alegres que lo rodean, más tiene la impresión de haber caído en una trampa.


Cuando se entera que su querido Iván Dolgoruki está pensando en casarse con la pequeña Natalia Sheremetievna, no tiene ningún inconveniente en ceder su valido de otros tiempos a una rival. Queda convenido que, para afianzar la amistad innata que une a los cuatro jóvenes, las dos bodas se celebren el mismo día. Sin embargo, este arreglo razonable sigue atormentando al zar. Todo lo decepciona e irrita. En ningún sitio está a gusto y ya no sabe con quién sincerarse.


Poco antes que acabe el año, Pedro se presenta sin anunciarse en casa de su tía Isabel, a quien ha descuidado en los últimos meses. La encuentra mal instalada, mal servida, privada de lo esencial, cuando debería ser la primera dama del imperio. Ha ido a quejarse ante ella de su desasosiego y es ella quien se queja ante él de su indigencia. Isabel acusa a los Dolgoruki de haberla humillado y arruinado y de disponerse a ejercer su dominio sobre él a través de la esposa que le han arrojado a los brazos. Conmovido por las quejas de su tía, a la que sigue amando en secreto, replica: “¡Yo no tengo la culpa! No me obedecen, pero pronto encontraré la manera de romper mis cadenas!”.



El Zar


Estas palabras son referidas a los Dolgoruki, que se consultan para elaborar una réplica a la vez respetuosa y eficaz. Además, hay otro problema familiar que solucionar urgentemente: Iván se ha peleado con su hermana Katia, la cual desde sus esponsales ha perdido todo sentido de la mesura y reclama los diamantes de la difunta Gran Duquesa Natalia, afirmando que el zar se los había prometido. Esta sórdida disputa en torno a un cofrecillo de joyas puede irritar a Pedro en el momento en que es más necesario que nunca adormecer su desconfianza. Pero ¿cómo hacer entrar en razón a una mujer menos sensible a la lógica masculina que al destello de unas piedras preciosas?


El 6 de enero de 1730, en la tradicional bendición de las aguas del Neva, Pedro llega tarde a la ceremonia y se queda de pie detrás del trineo descubierto donde está Iekaterina. En el aire gélido, las palabras del sacerdote y el canto del coro tienen una resonancia irreal. El zar tirita durante el interminable oficio. Al regresar al palacio, lo acometen escalofríos y se mete en la cama. Todos creen que se trata de un resfriado. Un mes después se encuentra mejor. Sin embargo, cinco días más tarde los médicos descubren en él los síntomas de la viruela.




El Zar en 1730




Ante el anuncio de esta enfermedad, con frecuencia mortal en la época, todos los Dolgoruki se reúnen, aterrorizados, en el palacio Golovín. El pánico ensombrece los semblantes. Ya se prevé lo peor y se buscan salidas para la catástrofe. Entre la agitación general, el príncipe Alexei afirma que sólo habría una solución en el caso que el zar llegara a desaparecer: coronar sin tardanza a quien él ha escogido por esposa, la pequeña Katia. Pero esta pretensión le parece demasiado al príncipe Vasili Vladimirovich. Protesta en nombre de toda la familia negándose a ser súbditos de Iekaterina por no estar casada.


La discusión sube de tono. El príncipe Sergei habla de sublevar a la Guardia para apoyar la causa de la prometida del zar. Pero el general Vasili Vladimirovich se niega y abandona la reunión. Tras su marcha, el príncipe Vasili Lukich, miembro del Alto Consejo secreto, se sienta junto a la chimenea donde arde un enorme fuego y, sin pedir la opinión de nadie, redacta un testamento para presentárselo al zar mientras éste todavía tenga fuerzas para leer y firmar. Los demás miembros de la familia se congregan a su alrededor e intervienen sugiriendo una frase o una palabra para redondear el texto.



Vassili Dolgoruki


Cuando el príncipe termina de escribir, entre los presentes se alza una voz que expresa el temor de que mentes malintencionadas pongan en duda la autenticidad del documento. Inmediatamente interviene un tercer Dolgoruki, Iván, el valido de Pedro, quien saca un papel del bolsillo y falsifica alegremente la firma del zar.


Los testigos están estupefactos, pero ninguno se indigna. Todos se inclinan sobre su hombro, maravillados de su letra idéntica. A continuación, los conspiradores, más tranquilos, intercambian miradas y ruegan a Dios que les libre de tener que utilizar ese documento. De vez en cuando envían emisarios a palacio en busca de noticias del zar. Éstas son cada vez más alarmantes.


El Zar de todas las Rusias se extingue a la una de la madrugada del lunes 19 de enero de 1730, a la edad de catorce años y tres meses. Su reinado habrá durado poco más de dos años y medio. El día de su muerte es la fecha que él mismo había fijado unas semanas antes para su boda con Iekaterina Dolgoruki.