Mostrando entradas con la etiqueta Condesa de París. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Condesa de París. Mostrar todas las entradas

sábado, 25 de diciembre de 2010

Magia azul zafiro

El Aderezo George VI Victorian Suite de Elizabeth II

La familia real británica posee una colección remarcable de zafiros. Dos de las piezas más evocativas contienen zafiros pertenecientes a la reina Victoria. El primero –y probablemente el más conmovedor- es el Prince Albert Brooch, con un gran zafiro rectangular rodeado de doce diamantes, que fue regalado a Victoria por el príncipe Alberto el día anterior a su boda. La reina lo legó en su testamento a la Corona para uso de futuras reinas.

Isabel II usa hoy un esplendoroso conjunto que fue originalmente un regalo de Jorge VI del Reino Unido a la entonces princesa Isabel, en 1947. La suite, confeccionada originalmente en 1850, consta de un largo collar de dieciocho zafiros rectangulares en racimos de diamantes y un par de pendientes a juego de zafiros cuadrados también rodeados de diamantes. El color de las piedras era exactamente igual al de las túnicas de la Orden de la Jarretera, aunque esto puede haber sido una coincidencia de parte del rey.

En 1952 Elizabeth hizo retirar cuatro piedras, incluyendo el zafiro mayor del collar, con el fin de reducir su longitud. En 1959 había hecho un nuevo colgante con la piedra removida. El pendiente tiene un perno montado para ser usado como broche.

Cuando Sir Noël Coward vio a la reina usando el aderezo en el Royal Command Performance de 1954 escribió: “Después del show nos alineamos y nos presentamos a la Reina, al Príncipe Felipe y la Princesa Margarita. La reina se veía luminosamente bella y llevaba los zafiros más grandes que he visto nunca”.

En 1963 una nueva tiara de zafiros y diamantes y un brazalete fueron confeccionados para hacer juego con las piezas originales.



El Aderezo Leuchtenberg de Silvia de Suecia

El célebre Aderezo Leuchtenberg, que se halla en poder de la Corona de Suecia, es una impresionante selección de piezas montadas en una tiara, un collar, un juego de pendientes, un broche y dos horquillas para recogidos y moños. El conjunto perteneció a la emperatriz Josefina de Beauharnais, quien, después de su matrimonio con Napoleón, encargó a un joyero francés que le montara sobre oro y plata varios juegos de piedras preciosas para su uso privado. Uno de ellos fue el de los zafiros. Catorce piedras de intenso y profundo azul que pueden ser sustituidos, ocasionalmente, por perlas en forma de gota.

Silvia de Suecia con el Aderezo Leuchtenberg


El Aderezo Leuchtenberg pasó de la emperatriz de Francia a manos de su hijo Eugene de Beauharnais y su esposa, la princesa Augusta Amalia de Baviera. El Duque y la Duquesa de Leuchtenberg, como era conocida la pareja después de su matrimonio, dieron el conjunto a su hija, la princesa Josefina de Leuchtenberg, quien se llevó consigo el gran tesoro a Suecia cuando, en 1823, se casó con el rey Oscar I. A partir de entonces lo heredó su nieto, Gustavo V, y los sucesivos reyes de Suecia, para ser usados por las consortes reales.






La pieza central de la suite es la tiara de diamantes y zafiros, consistente en una base de madreselvas y hojas centrada con grandes diamantes ovales y coronada por nueve zafiros rectangulares rodeados de grupos de diamantes. El collar tiene nueve zafiros pendientes rodeados de diamantes. Originalmente los zafiros de la tiara se podían intercambiar por nueve perlas en forma de pera.


La reina Luisa, consorte de Gustavo VI Adolfo



La reina Silvia, consorte de Gustavo XVI Adolfo

El Anillo de Compromiso de Diana, Princesa de Gales

El príncipe de Gales propuso matrimonio inicialmente a Lady Diana Spencer sin un anillo de compromiso, insistiendo que Diana considerara las implicaciones del rol de su esposa antes de aceptar. Diana, sin embargo, necesitó un pequeño estímulo luego que los joyeros Garrard le presentaran una selección de joyas de compromiso para su consideración.


Diana eligió un gran anillo valuado en 30.000 libras: consistía en 14 diamantes circundando un zafiro oval de 18 quilates, todo montado en oro blanco, una joya similar al anillo de su madre. Como la alianza de boda de Diana era de oro (una tradición real galesa), parecía que el anillo estaba confeccionado en oro. No fue hasta el compromiso de su hijo William con Kate Middleton diecinueve años después que las imágenes de mejor calidad revelaron el actual color.

La Princesa de Gales llevó el zafiro toda su vida matrimonial y aún estando separada, convirtiéndose en el más fotografiado del mundo. Casi nunca se la vio sin él, hasta el día en que su divorcio fue definitivo. En agosto de 1996 las cámaras lo registraron cuando Diana visitó la sede del Ballet Nacional de Inglaterra. Lo llevó durante un viaje a Nueva York en octubre, pero en su siguiente visita al National Ballet Theatre en Navidad ya faltaba de su dedo.



Cuatro meses después de su funeral, cuando sus dos hijos visitaron los apartamentos de Kensington Palace que habían compartido con ella, William eligió quedarse con el reloj Cartier Tank regalo del 8º Conde Spencer y que la princesa siempre usaba. Su hermano Harry fue quien escogió el anillo de zafiro dado por Carlos de Inglaterra a “Shy Di” (como decía la prensa de la época) cuando ella tenía apenas 19 años. Luego sería más que complaciente al dárselo al príncipe William cuando éste dio a conocer sus sentimientos a su familia.




Los zafiros de María de Rumania

El despliegue de maravillosas joyas que hizo en su día la realeza de los Balcanes es difícil que alguna familia real, salvo la inglesa, pueda reunir en la actualidad.

La reina María de Rumania -descendiente por línea paterna de reyes de Inglaterra y por línea materna de zares de Rusia- llevó las más espléndidas piezas de joyería. Sus zafiros fueron obtenidos a fines del siglo XIX en los yacimientos de Sri Lanka (entonces llamada Ceilán).

Con el estallido de la Gran Guerra en 1914, María de Rumania vio dividida su familia, pues la unían lazos de sangre tanto a Gran Bretaña como a Rusia (era hija de Alfredo, duque de Edimburgo, el segundo de los hijos de la reina Victoria, y de la gran duquesa María de Rusia, hija del zar Alejandro II). En 1916 las joyas de la Corona rumana fueron enviadas a un lugar seguro, en Moscú, pero en enero de 1918 fueron confiscadas por los bolcheviques, junto con las reservas en oro de Rumania.

Con el fin de la guerra, las piedras, junto con otras piezas de alta joyería, fueron rescatadas por el duque de Jassy, teniente coronel Joseph Boyle, quien las hizo llegar a Inglaterra. La reina María, debido a su heroico comportamiento durante la guerra y su popularidad con el público rumano, tuvo carta blanca de parte del rey para reponer su colección.


En la fotografía se la ve luciendo una tiara de zafiros elaborada por Cartier (adquirida de la Gran Duquesa Vladimir, que había partido de Rusia durante la revolución de 1917) y el célebre collar de diamantes (de la misma procedencia), del que pende otra famosa joya: un zafiro rectangular de enormes dimensiones.


El famoso Zafiro Azul de María de Rumania, también originario de Sri Lanka, fue registrado por primera vez por Cartier en 1913.

Según Christie’s esta joya, que llegaría a su poder en 2003, es el zafiro más grande que se haya subastado jamás. Sólo hay en el mundo otras dos piedras mayores y ambas se encuentran en museos: el “Estrella de la India”, un zafiro de 576 quilates expuesto en el museo de Historia natural de EEUU y el zafiro de 547 quilates “La nariz de Pedro el Grande”, expuesto en un museo de Dresde, Alemania.




La pieza de 478 kilates fue comprada en 1921 por el rey Fernando de Rumania para su esposa, quien lució el collar en la coronación de su marido, en 1922. El zafiro fue vendido de nuevo en 1947, fecha en la que el nieto de la reina María, el rey Miguel, obligado al exilio, lo ofreció al joyero neoyorquino Harry Winston. Fue adquirido, aparentemente, por un millonario griego al año siguiente, quien se lo obsequió a la reina Federica de Grecia. Ella lo llevaba montado en un pendiente que luego se convirtió en la pieza central de un collar. En esa foto la soberana griega lleva el zafiro en la gala por su 25º aniversario de bodas.




El Aderezo de la Reina Marie-Amélie de Orléans

Desde 1985 puede verse en el Louvre de París una histórica colección de zafiros que han tenido una versátil conexión con la Corona de Francia. La mayor razón para adquirirlos debió haber sido porque estas piedras fueron posesión de la Casa de Orléans. En 1821, el rey Luis Felipe adquirió una tiara, un collar, unos aretes y un broche para su esposa Marie-Amélie (María Amalia Teresa de Borbón-Dos Sicilias y Habsburgo-Lorena, hija de Fernando I, Rey de las Dos Sicilias, nieta de Carlos III de España y la Emperatriz María Teresa de Habsburgo), en cuya familia estos zafiros permanecieron hasta que fueron vendidos al Louvre.

Esta perfecta procedencia había legitimado estas piedras para convertirse en un tesoro nacional de Francia.




Sin embargo, no sólo la Casa de Orléans fue propietaria de estos zafiros, sino que hasta 1821 fueron propiedad personal de Hortensia de Beauharnais. La hija de la emperatriz Josefina y consorte de Luis Bonaparte, hermano de Napoleón, poseía una magnífica colección de joyería, la cual reunió durante su época como reina de Holanda y fue indudablemente enriquecida nuevamente por el legado de su madre Josefina en 1814.
La tiara de zafiros que Hortensia heredó de su madre era en sus dimensiones originales una verdadera tiara imperial. Debido a la posterior remodelación de la reina María Amalia, no pudo afirmarse quién o cuándo fue creada, porque las marcas que podían sugerir un joyero no son más válidas. Los zafiros de variados cortes son de Ceilán de indiscutible calidad, al igual que los diamantes.

Es fácil reconocer la tiara acortada por la reina María Amalia. Una de las partes laterales se convirtió en el centro de un stomacher y los tres elementos restantes fueron usados en un segundo aderezo. Los aretes todavía son los originales, aunque el collar puede haber sido alterado por lo menos en su longitud.

En el retrato de 1806 firmado por Henri Riesener, la emperatriz Josefina usa un impresionante aderezo de zafiros que incluye en un collar, un par de pendientes, dos brazaletes, dos broches y un cinturón con una gran hebilla de zafiro. Seguro habría tenido una tiara y una peineta para completar el aderezo pero como signo de su excepcional posición como emperatriz, eligió usar una corona junto con una tiara de oro, una combinación muy común durante el período napoleónico.

Luego del divorcio en 1810, la emperatriz se quedó con la mayor parte de las joyas que recibió de Napoleón que luego legaría a sus descendientes.
Bapst, el joyero de la corte en época de Luis Felipe, rediseñó el joyero de Marie-Amélie, reina consorte de los franceses. Solo la tiara tiene 54 perlas esféricas, 13 zafiros azules y 379 diamantes.

La couronette


La Condesa de París con el collar, el stomacher y los pendientes del aderezo de Marie-Amélie y la tiara de los Borbón-Orléans



viernes, 2 de abril de 2010

Vanitas vanitatum: Socialités



Socialite es un neologismo norteamericano (sin traducción al español) para referirse a una persona de la clase acomodada, generalmente de sexo femenino, conocida por ser parte de la sociedad de moda, con regular participación en actividades sociales y aficionada a gastar significativo tiempo y dinero en entretenimiento.


Dos generaciones de socialites: C.Z. Guest y Consuelo Vanderbilt, Mme. Balsan, en Newport, Rhode Island, 1960

Algunos socialites eligen usar sus habilidades sociales y conexiones para promocionar y recaudar fondos en actividades benéficas o filantrópicas. Se encuentran en posición de considerable riqueza, usualmente obtenida por herencia o por matrimonio, con la que pueden mantener su constante asistencia a las funciones sociales. Sus movimientos son publicados en revistas y periódicos especializados de Europa (principalmente Gran Bretaña, Francia e Italia) y Estados Unidos.


A mediados del siglo XX, la televisión prestaba poca atención a los miembros de la alta sociedad y los periódicos de los ’70 suspendían o interrumpían su diaria página Social para instituir la sección “Estilo” los días domingos. Durante mucho tiempo los socialites fueron largamente descuidados en los medios y la prominencia social se ha venido acompasando con la de las celebridades, quienes son más famosos, tiene un perfil más público y habitualmente se relacionan a una profesión específica.

El Barón Alexis de Redé hace su entrada al Bal Oriental, en el Hôtel Lambert, la noche del 5 de diciembre de 1969, evento fotografiado por Vogue

Socialites y celebridades estuvieron brevemente unidas en el Jet Set en las décadas de 1960, 1970 y 1980 pero años posteriores el primer grupo estuvo aparentemente absorbido y subsumido por el segundo, aunque en los hechos figuras de uno y otro grupo se intercambiaban entre ellos. En los ’50 el círculo de socialites que, inevitablemente, en agosto visitaba Deauville, en octubre París, en febrero Saint Möritz y en junio Londres, formaba el International set.

A falta del motor de propulsión, aún no existía el término Jet set que inventara la revista Women’s Wear Daily, pero ya entonces la prensa estaba pendiente de la vida y milagros de esta dorada élite que vivía al margen del mundo rutinario. Era una vida alimentada por el dinero, pero el simple dinero no daba acceso al International set. Lo esencial era la predisposición, la intención de vivir una cierta clase de vida, una vida dedicada a la diversión sin culpabilidad, en la que el mayor esfuerzo del individuo eran las apariencias: haute couture, mansiones exóticas, constantes viajes, agasajos a lo largo del globo y, más que amistad profunda, muchas relaciones sociales.


Recepción al aire libre ofrecida por el Barón y la Baronesa de Rothschild en el espléndido parque del Château de Ferrieres, en las afueras de París.


Los títulos nobiliarios, acompañados por una considerable riqueza, han permitido entrar por la puerta grande a la sociedad de moda y la celebridad, lo que después se traduciría en el jet set. En la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX ha habido figuras extraordinarias que permanecerán en los anales de la sociedad internacional. Incluso hoy en día se registra este tipo de notables:

  • Pauline von Metternich
  • Elsie de Wolfe, lady Mendl
  • La Marquesa de Ripon
  • Lady Juliet Duff
  • Lady Diana Cooper
  • Emerald Cunard
  • La Duquesa de Windsor
  • Nancy Astor, Vizcondesa Astor
  • El Barón de Rédé
  • Edwina Mountbatten
  • Ira de Fürstenberg
  • Baba de Faucigny-Lucinge
  • La Marchesa Casati
  • El barón Nicolás de Gunzburg
  • Marie-Hélène de Rothschild
  • Gloria von Thurn und Taxis
  • El Marqués de Cuevas
  • Marella Agnelli
  • Marie-Chantal, Princesa Heredera de Grecia

Muy esporádicamente los socialites frecuentan las cenas de Estado en los palacios reales o las fiestas de aniversario de los personajes de la realeza. Estas ocasiones constituyen básicamente grandes reuniones de familia debido a los lazos de sangre que los unen entre sí y, a menos que se hallen emparentados con ellos –como Marie-Chantal Miller al casarse con el Príncipe Pavlos de Grecia-, su entrada está restringida. Queda para los príncipes y los aristócratas de sangre real el desfile por la alfombra roja con históricas diademas y bandas de órdenes de caballería cruzadas sobre el pecho.

El Príncipe Heredero de Grecia y su esposa, Marie-Chantal (nacida Miller)


Las socialites reinan en las ocasiones donde el dinero es el que manda. Son galas benéficas como el Bal de la Rose de Mónaco, que en ocasiones registra entre sus invitados a algún miembro menor de la realeza –jamás un soberano de la talla de Carlos Gustavo de Suecia o Beatriz de los Países Bajos-, o bailes de disfraces en el Palais Garnier de París a beneficio de la Opera Comique, en el castillo de Versailles a beneficio de los refugiados de guerra o en el Museo Metropolitano de Arte de la ciudad de Nueva York a beneficio del Costume Institute. La lista de asistentes en estos casos incluye a los Rothschild –de la rama francesa, británica o austríaca-, los Fürstenberg, los Hohenlohe, los Aga Khan, personalidades de la realeza depuesta del Irán, de Yugoslavia, Rusia, Francia, Portugal o Italia. Nunca se verá un Windsor de la rama mayor, o un Borbón de España –a menos que sea a beneficio de una institución de su país-, o un Bernadotte de Estocolmo.


1960: Isabel, Condesa de París, hace su entrada al Bal Louis XIV en la capital francesa


En todas las épocas se han registrado ocasiones sociales memorables, como lo describe Sir Cecil Beaton en su libro The glass of fashion:En Londres, durante los veinte, miss Ponsonby (hoy Loelia, duquesa de Westminster) fue una de las instigadoras de un nuevo tipo de fiestas. Esta dama vivía con sus padres en el palacio de Saint James (donde su padre tenía una posición muy allegada al rey) y prefería fiestas menos convencionales a aquellas a las que asistían las otras palaciegas de su linaje. Miss Ponsonby solía organizar en un impulso una fiesta improvisada y pedía a sus amigos que contribuyeran con algún ingrediente especial. Un bondadoso padrino se encargaba de facilitar la orquesta, otros invitados proveían la cena y todos traían champaña. Nancy Mitford y una bandada de nuevas personalidades que acababan de salir de Oxford –lord Kinross, Evelyn Waugh, Harold Acton y Oliver Messel- constituyeron el núcleo de un grupo cuyos componentes o formaban parte de la aristocracia o entretenían a ésta con sus talentos. Todos tenían un espléndido deleite por la vida y estaban capacitados para expresarlo...


Loelia Ponsonby y el 2º Duque de Westminster, el día de su boda (1930)



El célebre dibujante y fotógrafo inglés sigue un relato original y extremadamente personal sobre el hedonismo de la alta sociedad en la primera mitad del siglo XX: ”... La californiana miss Elsa Maxwell solía alquilar por su cuenta para toda una noche un club nocturno completo. Creó su propio ’escenario internacional’ que desarrolló en lo que hoy se llama Café Society, incluyendo, junto a personas de categoría social, una mescolanza de celebridades del cine y de las artes menores. Pero la verdadera ambición de miss Maxwell no quedó satisfecha nunca hasta que logró que el público más distinguido pareciera no tener nada de tal. Con este propósito inventó muchas fiestas sensacionales en las que aristócratas de Italia, Francia e Inglaterra, junto con políticos y estadistas, se veían desmontados de sus pedestales. En su primera fiesta de Londres, anunciada a bombo y platillo, hizo que sus invitados, gente muy pagada de sí misma, se sentaran en el suelo y jugaran a hacer volar una pluma en una sábana a fuerza de soplidos. Una de sus fiestas de noche cacareadas fue un corral de granja, donde los asistentes iban vestidos de campesinos y ordeñaron una vaca artificial sacando champaña. Como Elsa Maxwell tenía más talento que la mayoría de sus huéspedes, consiguió su objetivo. Las fotografías que se publicaban inevitablemente después de cada una de aquellas fiestas hacían que las víctimas aparecieran como unos formidables idiotas”.




La Duquesa de Windsor, Charles de Beistegui, el Barón Alexis de Rédé y Elsa Maxwell (1955)



Y sigue su vívida pintura el retratista de la corte británica: ”Los años treinta también tuvieron sus fiestas cuya finalidad era tal vez algo más elevada, ya que se proponía el fomento de la belleza. En 1928, el señor y la señora Cole Porter dieron una gala roja y blanca en el impresionante Palazzo Rizzonico de Venecia, en el que los invitados fueron provistos de vestiduras de papel blanco y encarnado que habían sido fabricados en Milán para aquella ocasión. Unos acróbatas, con los mismos colores, trabajaban sobre cables tendidos a través del patio del palazzo... El siciliano Duque de Verdura hizo que sus invitados internacionales hicieran todo el viaje hasta su palacio barroco de Palermo para aparecer con vestiduras de la época del Imperio... Charles de Beistegui conmemoró el aniversario de la edificación de su Palazzo Labbia en Venecia, durante el verano de 1951, con una fiesta en la que Antonio y Cleopatra, tal y como están pintados por Tiépolo en la pared de su gran salón, recibían al emperador de China y su corte y a los embajadores de Turquía, Persia y Rusia. Los invitados debían presentarse representando figuras tomadas de la literatura, pintura e historia de la época. No fue permitido ningún anacronismo en aquel escenario alumbrado por los candelabros. Las flores y el resto de los adornos fueron dispuestos según documentos del siglo XVIII y como quiera que se pidió a todos los invitados que llegasen en góndolas mejor que en lanchas de motor, las escenas del exterior así como las del interior del palacio produjeron la impresión de un Canaletto vuelto a la vida”.



Estas grandes exhibiciones de dinero pero con refinamiento y savoie faire terminaron hacia los ’70, cuando empezó a preponderar solo el dinero y el jet set se adhirió a la locura del estilo de Studio 54, por ejemplo, la célebre disco neoyorquina que dio las fiestas más extravagantes de la época. En la década de 1980 eran las mega-fiestas de Adnan Kashoggi, el traficante de armas árabe -en su momento llamado ”el hombre más rico del mundo”-, las que hacían correr ríos de tinta a periódicos y revistas de todo el planeta por su despliegue de fastuosidad. Aristócratas que siempre figuraban en la lista ”A” de invitados eran los barones de Rothschild, con Guy y Marie-Hélène a la cabeza, don Jaime de Mora y Aragón –hermano de la reina Fabiola de Bélgica-, Gunilla von Bismarck, Gloria y Johannes von Thurn und Taxis, Carolina de Mónaco –sobre todo luego de su separación de Philippe Junot-, el príncipe Alfonso de Hohenlohe-Langenburg y algunos dinastas de la Casa de Saboya. Los Rothschild, en Francia, reunían en torno a sí a muchos más miembros de la aristocracia menor que los jet-setters del resto de Europa.



Los Grimaldi de Mónaco en el Bal de la Rose 1995