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viernes, 25 de marzo de 2011

El Ducado de Gandía

El ducado de Gandía es originario de la Corona de Aragón. Fue el feudo de la Casa de Gandía, que a su vez era la familia noble española cabeza del linaje valenciano de los Borja, que se trasladó a Roma e italianizó su apellido a Borgia. Alfonso de Borja se convirtió en el papa Calixto III. Su sobrino Rodrigo fue nombrado cardenal y sirvió a los intereses diplomáticos de Fernando el Católico. Como premio a sus servicios, don Fernando creó por segunda vez el título de duque de Gandía para dárselo a Pedro Luis de Borja, hijo del cardenal (1483). Permaneció en la dinastía hasta 1748, cuando los títulos y patrimonio de los Borja pasaron a la Casa de Benavente, que a su vez se unió a la de Osuna a fines del siglo XVIII por matrimonio.

El Ducado de Gandía fue creado por primera vez en 1399 por Martín el Humano a partir del Señorío de Gandía y concedido a Alfonso IV de Ribagorza el Viejo, Conde de Ribagorça y Dénia, y Barón de Polop, con Gandía, en la provincia de Valencia, como centro del ducado.

Su hijo Alfonso el Joven continúa la tarea de su padre: impulsa el cultivo de la caña de azúcar y la industria, edifica el Palacio Ducal, el Monasterio de Sant Jeroni de Cotalba, reforma la colegiata y continúa potenciando la corte que alberga figuras literarias como Ausiàs March, Joanot Martorell o Joan Roís de Corella. A su muerte sin descendencia se produjo un pleito por la sucesión del ducado, que se resolvió con el paso de Gandía a Hugo de Cardona. En 1433 lo recibe el infante Juan (futuro Juan II de Aragón), que lo cedió en 1439 a su hijo, el príncipe Carlos de Viana. A su muerte, en 1461, el título pasó a la Corona.

La Corona de Aragón en el Armorial de Gelre

La familia Borja

En 1483 el ducado es adquirido a los Reyes Católicos por Rodrigo de Borja (futuro papa Alejandro VI) para su hijo Pedro Luis de Borja y Catanel, después de satisfacer una deuda que el rey Fernando tenía desde el año 1470 con la ciudad de Valencia, donde Gandía actuaba como prenda.

El título de Duque de Gandía fue legitimado por Bula del Papa Sixto IV en 1481, envuelto en el famoso asesinato de los dos Médici de 1478 organizado por los Pazzi florentinos y del que salió indemne Lorenzo de Médici el Magnífico.

A la muerte de Pedro Luis de Borja le sucedió su hermano Juan (Giovanni Borgia), hijo de Vanozza dei Gattanei (Giovanna de Candia, contessa dei Cattanei), jefe del Ejército pontificio al convertirse su padre en el papa Alejandro VI. Giovanni se casó con Maria Enríquez de Luna (prima de Fernando el Católico) y de este matrimonio nació Juan de Borja Enríquez de Luna, el cual quedó huérfano siendo muy joven por el asesinato de su padre Giovanni en Roma el año 1497, y quien tuvo hasta doce hijos en dos matrimonios.

Fue padre de Francisco de Borja y Aragón-Gurrea, nacido en 1510 a través de su matrimonio con Juana de Aragón y de Gurrea, hija del Arzobispo de Zaragoza, Alonso de Aragón y Ruiz de Iborre (nacido ilegítimamente en 1469 cuando Fernando, Príncipe de Sicilia, casaba en secreto con la hermanastra de Enrique IV de Castilla, la princesa Isabel, heredera de Castilla). El cuarto duque ingresó en la Compañía de Jesús y fue canonizado en 1671 como San Francisco de Borja.

Francisco de Borja (o Francesco Borgia), III General de la Compañía de Jesús, IV Duque de Gandía y Marqués de Llombay, Grande de España y Virrey de Cataluña. Fue canonizado por la Iglesia Católica.


Juana de Aragón y de Gurrea era hermana de dos arzobispos zaragozanos sucesores de su padre, Juan y Hernán o Fernando, de Alfonso, Abad de Montearagón, Huesca, y de Ana, esposa de Alfonso de Guzmán, 5º Duque de Medina Sidonia. Todos ellos quedaron huérfanos en 1527 estando enterrada Ana de Gurrea en un bello sepulcro preparado por su hijo el Arzobispo Hernán en la Catedral de la Seo de Zaragoza donde puede verse.

El nuevo duque, 4º en su título, usaría también el título portugués de Marqués de Lombay. Estaba casado con una Melo-Castro, portuguesa de alta cuna, acompañante en Granada de la Emperatriz consorte Isabel de Portugal, madre de Felipe II de España. Este aristócrata emprendió la tarea urbanizadora de la ciudad de Gandía y la reforma que condujo a la ciudad a una etapa de apogeo cultural y político, al estilo renacentista italiano.

En 1550, cuando ingresó en la Compañía de Jesús, abdicó en su hijo, conocido como Carlos de Borja y Aragón, el cual se casó con Magdalena Centelles i Folch, hermana y heredera del conde de Oliva, y mantuvo Gandía como uno de los núcleos más influyentes y poderosos del panorama, hasta el endeudamiento de la nobleza y las Segundas Germanías.

La rebelión de las Germanías, conflicto que se produjo en el Reino de Valencia a comienzos del reinado de Carlos I.


En 1520, el Emperador Carlos V lo incluyó como uno de los veinticinco Grandes de España de Primera Creación. En 1693 el ducado de Gandía tuvo un importante papel en el estallido de la Segunda Germanía.

Tras la muerte de Doña María Ana Antonia Luisa de Borja Aragón y Centelles, XII Duquesa de Gandía, en 1748, el título de quedó vinculado al del Conde-Duque de Benavente, por ser Antonio Francisco Pimentel de Zúñiga y Vigil de Quiñones esposo de Doña María Ignacia, hermana de la duquesa. Su nieta, María Josefa Alonso Pimentel y Téllez-Girón, ingresó el ducado a la Casa de Osuna cuando contrajo matrimonio en 1771 con el IX Duque de Osuna. Ángela María Téllez-Girón y Duque de Estrada, que es XVI duquesa de Osuna, es la actual titular del ducado de Gandía.

En 1946, en Villa de Espejo, Córdoba, la señorita Ángela María Téllez-Girón y Duque de Estrada, duquesa de Osuna y Uceda contrajo matrimonio con Don Pedro de Solís Beaumont y Lasso de la Vega.


Los duques de Gandía

Primera creación (1399-1461)
  • Alfonso de Aragón y Foix
  • Alfonso el Joven
  • Hugo de Cardona
  • Juan II de Aragón
  • Carlos de Viana
  • Fernando II el Católico
Segunda creación (1483-presente)

  • Pedro Luis de Borja (Pier Luigi Borgia), I Duque de Gandía
  • Juan de Borja (Giovanni Borgia), II Duque de Gandía
  • Juan de Borja y Enríquez de Luna, III Duque de Gandía
  • San Francisco de Borja, IV Duque de Gandía
  • D. Carlos de Borja y Aragón, V Duque de Gandía
  • D. Francisco Tomás de Borja Aragón y Centelles, VI Duque de Gandía
  • D. Francisco Carlos de Borja Aragón y Centelles, VII Duque de Gandía
  • D. Francisco Diego Pascual de Borja Aragón y Centelles, VIII Duque de Gandía
  • D. Francisco Carlos de Borja Aragón y Centelles, IX Duque de Gandía
  • D. Pascual Francisco de Borja Aragón y Centelles, X Duque de Gandía
  • D. Luis Ignacio Francisco Juan de Borja Aragón y Centelles, XI Duque de Gandía
  • Da. María Ana Antonia Luisa de Borja Aragón y Centelles, XII Duquesa de Gandía
  • Ángela María Téllez-Girón y Duque de Estrada, actual duquesa de Gandía (desde 1952)
El Palacio Ducal de Gandía, considerado una de las mansiones señoriales más importantes de la Corona de Aragón.


miércoles, 23 de marzo de 2011

La Casa del Infantado

La Casa del Infantado es un linaje originario de la Corona de Castilla, cuyo nombre proviene del ducado del Infantado, título con Grandeza de España que ostenta su jefe o cabeza. Tradicionalmente el heredero del ducado del Infantado ostenta los títulos de Marqués de Santillana y Conde de Saldaña.

El Ducado del Infantado fue concedido por los Reyes Católicos el 22 de julio de 1475 a don Diego Hurtado de Mendoza, 2º Marqués de Santillana. El mismo día se creó el condado de Saldaña para que lo ostentaran los herederos del ducado, quienes desde entonces han sido, además de condes de Saldaña, marqueses de Santillana. En 1520 se le concedió al ducado del Infantado la Grandeza de España de clase inmemorial, incluyéndose así entre los primeros 25 títulos en ostentar tal dignidad.

Ana de Mendoza, contemporánea del Duque de Lerma, casó a su hija con el hijo de éste, pasando a ser Sandoval y Rojas. Se abrió un pleito dinástico que duró generaciones, hasta el 12º Duque de Osuna, Mariano Téllez-Girón, quien murió completamente arruinado y sin descendencia. Le heredó su sobrino, quien además presentaba como su heredero, el marqués de Ariza y Valmediano, Andrés Avelino de Arteaga y Silva, descendiente de la rama del VII Duque, que abrió el pleito. Su descendiente actual es Íñigo de Arteaga y Martín, XIX Duque del Infantado.

El XVIII Duque del Infantado y su 2º esposa, Cristina de Salamanca y Caro, condesa de Zaldívar, en Baleares

Los Mendoza

El linaje Hurtado de Mendoza fue uno de los más poderosos clanes nobiliarios de la baja Edad Media castellana y uno de los más influyentes de la Historia española. Este linaje se extendió por toda España y América, dando lugar a más de veinte casas con títulos nobiliarios, integrantes de la aristocracia del Siglo de Oro español.

La familia era oriunda de Mendoza, en la actual provincia de Álava (País Vasco). Se incorporaron al reino de Castilla durante el reinado de Alfonso XI (1312–1350). Antes de que los Mendoza pasaran a Castilla, Álava era un campo de batalla, en el que las familias señoriales dirimieron sus contiendas durante generaciones. En 1332, los Mendoza llevaban ya, al menos, un siglo batallando con el clan de los Guevara; otros clanes alaveses, como los Ayala, Velasco y Orozco, habían derramado su sangre y perdido vidas, en aquellos episodios, que iban desde las emboscadas nocturnas hasta las batallas campales.

La Torre de Mendoza en Álava


Una vez que estos clanes pasaron a Castilla, se acabaron aquellas contiendas, se incorporaron a la fuerza de combate castellana y los que pusieron sus armas al servicio del rey iniciaron el acopio de recompensas.

La rama principal fue la de los Duques del Infantado, en la que se mantuvo la posesión de la Torre de Mendoza desde principios del siglo XIII hasta 1856, en que fue vendida al vitoriano Bruno Martínez de Aragón y Echánove. Esta rama abandonó muy pronto su solar de origen, instalándose definitivamente en Guadalajara en el siglo XV. Fue el Duque del Infantado uno de los personajes más poderosos de la corte y de él se decía en 1625 que ejercía señorío sobre 800 villas y tenías más de 80.000 vasallos.

Don Iñigo López de Mendoza es el progenitor y cabeza de esta poderosa Casa. Nació en Carrión de los Condes en 1398 y murió en Guadalajara en 1458. Como reconocimiento a su labor en la batalla de Olmedo, Juan II de Castilla le reconoció como 1r. Marqués de Santillana y Conde del Real de Manzanares. En 1435 fue él quien inició la construcción del Castillo del Real de Manzanares. Es él el autor del lema de los Mendoza: «Dar es señorío y recibir servidumbre». Su hijo fue el 1r Duque del Infantado.


El Castillo de los Mendoza en Manzanares el Real, al pie de la Sierra del Guadarrama.

Títulos
  • Almirantazgo de Aragón
  • Ducado de Francavilla
  • Principado de Éboli
  • Marquesado de Santillana
  • Marquesado de Estepa
  • Marquesado de Tavara
  • Marquesado de Armunia
  • Marquesado de Monte de Bay
  • Marquesado de Valmediano
  • Condado del Serrallo
  • Condado de Saldaña
  • Condado de Corres
  • Condado de Santiago de Cuba
  • Condado de la Monclova
  • Marquesado de Eliseda
  • Marquesado de Ariza
  • Marquesado de Cea
  • Condado del Real de Manzanares
  • Condado del Cid
  • Condado de Ampudia
  • Señorío de la Casa de Lazcano
  • Señorío de Melgar de Fernamental

Estos títulos siguen vinculados a la familia.


Siglo XIV

El primer Mendoza que aparece al servicio del reino de Castilla es Gonzalo Yáñez de Mendoza. En el último período de la Reconquista, luchó en la batalla del Río Salado en 1340 y en el sitio de Algeciras en 1344, sirvió como montero mayor de Alfonso XI, se asentó en la ciudad de Guadalajara, de la que llegó a ser regidor, después de casarse con una hermana de Íñigo López de Orozco, uno de los hombres más ricos de la zona. En la carrera de Gonzalo, uno de los primeros Mendoza, se advierten los rasgos característicos que marcarán la historia de la familia: caballero por rango, luchó contra los moros, recibió como premio cargos del rey y llegó a ser regidor de la villa, donde se asentó y contrajo matrimonio con mujer de familia acaudalada e influyente.

La Batalla de Nájera enfrentó a Pedro I de Castilla (el Cruel), Juan de Gante y el Príncipe Negro (Eduardo de Woodstock) contra Enrique II de Castilla y sus aliados, los franceses de Carlos V.

Fueron los acontecimientos de Nájera, en 1367, donde la mayoría de los alaveses cayeron prisioneros, más que cualquier otro factor, los que determinaron la sociedad de los Trastámara y la política de los Mendoza a lo largo del siglo XV: al pasarse del bando de Pedro I de Castilla al de Enrique II en 1366. Esta dilatada familia, surgida de aquellos acontecimientos, se convirtió en el más poderoso grupo político de Castilla y sus miembros ostentaron los cargos más altos, políticos y militares del reino.

Esta provechosa política de activo apoyo militar y político a la nueva dinastía fue mantenida por su hijo mayor, Diego Hurtado de Mendoza, almirante mayor de Castilla. Había heredado una gran fortuna de su padre y añadido después grandes extensiones de tierra, gracias a las mercedes de Juan I y Enrique III, en las actuales provincias de Madrid y de Guadalajara. Amplió además los intereses familiares en Asturias, con su segundo matrimonio celebrado en 1387 con Leonor Lasso de la Vega, viuda por entonces de Juan Téllez de Castilla, 2º Señor de Aguilar de Campoo, cuya dote incluía Carrión de los Condes y los estados de Asturias de Santillana, donde era conocida como la ricahembra. Aunque la pareja tuvo muchos hijos, mantuvieron casas separadas, Leonor en Carrión de los Condes con su madre y el almirante en la residencia familiar de Guadalajara con su prima y amante Mencía de Ayala.


Escudo de armas de las casa de Mendoza en la casa natal del Marqués de Santillana en Carrión de los Condes (Palencia, Castilla y León).

Como almirante, prestó grandes servicios en las guerras contra Portugal, pues los derrotó tres veces en tres encuentros navales. En las luchas de poder durante la minoría de edad de Enrique III (1390–1406), apoyó al bando vencedor al aliarse con sus tíos Pedro López de Ayala y Juan Hurtado de Mendoza, lo que le valió ser nombrado consejero del rey —en un momento en que también lo era su tío Ayala, que además era canciller mayor— y la confirmación de señoríos y villas.

Poco antes de 1395 el almirante recibió el patronazgo de los cargos públicos de Guadalajara. Dado que anteriormente los Mendoza habían recibido para sí y sus descendientes el derecho a designar los procuradores en Cortes de la ciudad, a partir de entonces estuvieron en condiciones de dominar la principal ciudad de la zona de Guadalajara. Cuando murió en el año 1404, era considerado el hombre más rico de Castilla.


Siglo XV

A fin de obtener los recursos militares y las influencias políticas que necesitaba en la Corte para recuperar la fortuna arrebatada, Íñigo López de Mendoza y de la Vega practicó una política circunstancial y oportunista, sellando acuerdos que rompía a continuación, prestando su apoyo ahora a unos y luego a otros, negando sus servicios militares hasta que fueran satisfechas sus demandas, desafiando la voluntad del rey, encastillado en sus fortalezas de Hita y Buitrago o trasladándose más tarde a la corte para defender sus intereses.

Íñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana


En contraste con las pequeñas familias de las generaciones anteriores, diez de los hijos que tuvo el 1r marqués de Santillana llegaron a la edad adulta. Se casaban jóvenes, en ocasiones más de una vez, tenían muchos hijos, alcanzaban una edad avanzada y conseguían un nivel de influencia personal que los ponía a cubierto de cualquier eventualidad política.

Después de la muerte de Santillana, ocurrida el año 1458, la jefatura de la familia pasó a su hijo mayor, el 2º marqués de Santillana, pero la dirección efectiva quedó a cargo de uno de los hijos menores, Pedro González de Mendoza, obispo de Calahorra.

El matrimonio de Fernando de Aragón e Isabel de Castilla en 1469 supuso el fin del conflicto que había dispersado la lealtad de los nobles en direcciones opuestas y mantenido a Castilla en constante agitación durante más de cincuenta años. En 1473, los Mendoza se comprometieron a apoyar el partido de Isabel, a cambio de garantías seguras sobre las tierras castellanas que reclamaban, en competencia con Juan II de Aragón, además del cardenalato para el obispo de Calahorra. Al morir Enrique en 1474, Fernando e Isabel contaron con el apoyo de la familia y sus aliados tradicionales, aportando el mando y la mayor parte de las fuerzas que les dieron la victoria en la guerra civil (1474–1480), hecho que Isabel reconoció en 1475, al conferir el título de duque del Infantado al segundo marqués de Santillana.


Cortejo del bautizo del príncipe don Juan, presidido por los Reyes Católicos y el Cardenal Mendoza, arzobispo de Sevilla.

El cardenal utilizó la influencia sobre los jóvenes monarcas para enriquecerse y enriquecer a los suyos, situando a sus parientes en puestos influyentes de todo el reino y asegurándolos con títulos nobiliarios. Reinando Enrique IV, hacia el año 1467, dos de sus hermanos recibieron títulos de nobleza: Íñigo López de Mendoza y Figueroa fue nombrado conde de Tendilla y Lorenzo Suárez de Figueroa lo fue de Coruña del Conde. Pedro Fernández de Velasco, casado con la hermana mayor del cardenal, fue designado condestable de Castilla en 1472 y el cargo se hizo hereditario en la familia. El hermano mayor, Diego Hurtado de Mendoza, fue nombrado duque del Infantado el mismo año en que empezó la construcción del espléndido Palacio del Infantado en la ciudad de Guadalajara, confirmándose sus derechos sobre las posesiones vinculadas a este título.

Su cambio de defensores de los derechos de la princesa Juana a dirigentes del partido de Isabel, fue el momento culminante de la historia política de los Mendoza. El año 1367, en Nájera, Pedro González de Mendoza era uno más de los capitanes del partido de los Trastámara. El apoyo de los Mendoza a Isabel, en 1474, la convirtió en reina de Castilla. Los Mendoza habían pasado de ser capitanes no muy importantes de la hueste del rey, a hacer reyes y a constituir la fuerza política y militar mayor, más rica y poderosa de Castilla.

El Palacio del Infantado, de estilo gótico tardío y renacentista, construido en 1483. En 1560 se casó en este palacio Isabel de Valois con el rey de España Felipe II.


Los cimientos genealógicos y políticos de esta familia quedaron asentados en los años posteriores a la batalla de Nájera; sus oportunidades para una ascensión acelerada se iniciaron al ser diezmados los ricoshombres y la vieja nobleza a finales del siglo XIV en Aljubarrota y continuaron con la necesidad de nuevos dirigentes políticos, en las luchas encarnizadas de la familia real a comienzos del siglo XV.

La forma elegida por los Mendoza para crear su propio grupo, la familia, no era la única posible, pero sus rasgos legales hacían de ella una eficaz fuerza social y económica en pie de igualdad con otros grupos corporativos, como los gremios o los concejos. La eficacia política y económica de la familia era corroborada por la estructura legal de la familia nuclear, por los vínculos de lealtad, vigentes en la familia amplia, que fomentaban la unidad política, y por la acumulación de títulos de nobleza y mayorazgos, que convertían los dominios del primogénito en el centro económico de toda la familia.

En el marco de la familia amplia, los vínculos no eran tan estrictos desde el punto de vista legal, pero los sentimientos hacían que, en definitiva, resultaran igualmente firmes. Los miembros de la familia en sentido amplio, cuyas ramificaciones eran definidas por la misma familia, estaban obligados a actuar unidos contra los enemigos y apoyar a los aliados del grupo. Tanto las obligaciones como los parientes unidos por ellas se llamaban deudos. Este mismo deudo unía al vasallo del rey al monarca; cuando no existían unas obligaciones jurídicamente establecidas entre las partes, subsistía el vínculo del deudo, vínculo que creaba derechos y deberes mutuos.


Claustro del Hospital de la Santa Cruz, de Toledo, fundado por el Cardenal Mendoza

Siglo XVI

La lealtad a la familia que demostraron los hijos de Santillana no perduró en la siguiente generación. Muerto el cardenal, la jefatura de la familia recayó en el condestable de Castilla residente en Burgos, Bernardino Fernández de Velasco, nieto de Santillana, una anomalía según los historiadores, en detrimento de Íñigo López de Mendoza y Luna, duque del Infantado, que tenía su casa en Guadalajara. Bernardino será quien dirija a los Mendoza durante los años críticos, en los que la corona pasó de los Trastámara a los Habsburgo. Pero el condestable se encontró al frente de unos Mendoza menos dispuestos a seguir las directrices de un solo jefe. Las mismas cotas de poder que el cardenal había asegurado a la joven generación de la familia, permitieron que sus miembros emprendieran carreras políticas más independientes.

El palacio del Infantado en Guadalajara no dejó de constituir el centro material de la familia. Los Mendoza que permanecieron en Castilla, aceptaron la jefatura del condestable, pero incluso en este grupo surgieron disputas, sobre todo entre el Infantado y el conde de Coruña, que debilitaron la cohesión de la familia como unidad política y militar. Aún más amenazada se vio la unidad familiar por la actuación de dos de los nietos de Santillana: el hijo mayor del cardenal, Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza, marqués del Cenete, y el segundo conde de Tendilla.

El Marqués del Cenete


El marqués del Cenete y Conde del Cid actuó, en todos los aspectos, con total independencia del grupo de los Mendoza, impulsado por su carácter altivo y arrogante. Cenete desarrolló una carrera marcada por la audacia, el oportunismo y el escándalo. En 1502 se casó en secreto y en 1506 raptó a la mujer con la que Isabel la Católica le había prohibido casarse. En 1535, su segunda hija, heredera del título y fortuna, se casó con el heredero del duque del Infantado, regresando los títulos a la casa central de los Mendoza.

La carrera de Diego Hurtado de Mendoza, conde de Mélito y hermano menor del marqués del Cenete, presenta unos rasgos totalmente distintos. Mélito desempeñó un papel moderadamente importante como virrey de Valencia durante los primeros años del reinado Carlos V, en la sublevación y control de las germanías.

Durante la mayor parte del reinado de los Reyes Católicos no surgieron conflictos graves entre los nobles ni se produjeron crisis a escala nacional capaces de poner a prueba la cohesión de la familia. Íñigo López de Mendoza y Quiñones, conde de Tendilla, y sus primos, separados de la rama principal por la expansión de una familia prolífica y por la dispersión geográfica de sus respectivas carreras políticas, se entregaron, cada cual por su lado, a asegurarse el éxito sin mayores consideraciones hacia la familia en conjunto. Cuando el pleito sucesorio generó, de nuevo, graves conflictos en Castilla, los Mendoza no pudieron o no quisieron actuar como un solo grupo; Tendilla en particular adoptó posiciones contrarias a la del resto de la familia.


Ana de Mendoza y de la Cerda, nieta del conde de Mélito, se casó con el favorito de Felipe II, Ruy Gómez de Silva, en 1553. La pareja recibió en 1559 el título de Príncipes de Éboli.


En la atmósfera de crisis y rebelión que se apoderó de Castilla a la muerte de Isabel la Católica en 1504, los Mendoza se vieron forzados a elegir entre su política tradicional, de apoyo a la dinastía Trastámara, cuyo último representante era Fernando el Católico, que había cimentado el éxito de la familia en el pasado y establecido la nueva política, o de apoyo a la nueva dinastía de Borgoña, que se lo aseguraría en el futuro.

El 3r Duque del Infantado, jefe nominal de los Mendoza, así como el condestable, que de hecho dirigía los asuntos de la familia, optaron por la nueva política con vistas a mantener el vigor de la familia como unidad política. Tendilla prefirió mantener la tradición. Mientras Castilla estuvo bajo el gobierno de los Trastámara, su política tuvo éxito; cuando quedó claro que la dinastía se extinguiría en Castilla, la postura adoptada por Tendilla resultó perjudicial para su influencia política y su prosperidad material, impidiendo que la familia actuara unida y debilitando la eficacia de los Mendoza en conjunto.


Don Diego Hurtado de Mendoza y de la Cerda (1500-1578), Virrey de Aragón y de Cataluña


Aunque en los siglos siguientes siempre habría algún personaje del apellido en puestos relevantes, la idea de «familia» del marqués de Santillana, no sobreviviría al siglo XVI.

Patrimonio

La Casa del Infantado ha pasado por diversas etapas, afectándole mucho la unión y posterior separación del Ducado de Osuna. Las propiedades históricas más importantes son el Palacio del Infantado en Guadalajara, la Casa de Lazcano en Lazcano (Guipúzcoa) y el Palacio de Barrena en el pueblo vecino de Ordizia, el Castillo de Manzanares el Real y el Castillo de la Monclova en Sevilla. En Madrid sus últimas residencias estaban en el Paseo del Prado y posteriormente en la calle Don Pedro I. El archivo de Infantado se encuentra en el Archivo Histórico Nacional.

Cuando en 1932 se censaron los bienes agrícolas de los Grandes de España, la Casa del Infantado era todavía la novena propietaria del país con 17.171 hectáreas.


El Castillo de la Monclova, en Sevilla


Los Duques del Infantado

1. Diego Hurtado de Mendoza y Figueroa
2. Íñigo López de Mendoza y Luna
3. Diego Hurtado de Mendoza y Luna, llamado "El Grande"
4. Íñigo López de Mendoza y Pimentel
5. Íñigo López de Mendoza y Aragón, Marqués del Cenete, Conde de Tendilla.
6. Ana de Mendoza
7. Rodrigo Díaz de Vivar Sandoval y Mendoza
8. Catalina Gómez de Sandoval y Mendoza, Duquesa de Pastrana
9. Gregorio María de Silva y Mendoza, V Duque de Pastrana, VII Duque de Lerma
10. Juan de Dios de Silva y Mendoza y Haro, VI Duque de Pastrana y VII Duque de Lerma
11. María Francisca de Silva Mendoza y Sandoval, Marquesa de Távara
12. Pedro Alcántara de Toledo y Silva, heredero de los títulos de Távara, Lerma y Pastrana.
13. Pedro Alcántara de Toledo y Salm-Salm
14. Pedro de Alcántara Tellez Girón y Beaufort, XI Duque de Osuna y Conde de Benavente
15. Mariano Téllez Girón y Beaufort Spontin, XII Duque de Osuna
16. Andrés Avelino de Arteaga y Silva Carvajal y Téllez Girón
17. Joaquín de Arteaga y Echagüe Silva y Méndez de Vigo
18. Íñigo de Arteaga y Falguera
19. Íñigo de Arteaga y Martín


El financiero Íñigo de Artega, heredero actual de la Casa del Infantado

martes, 15 de marzo de 2011

¡Ni que fuera Osuna!

“¡Ni que fuera Osuna!”. Con esta expresión señalaba la sociedad española de la segunda mitad del siglo XIX toda muestra de dispendio exagerado y ostentación rumbosa. Y con estas mismas palabras comienzan la mayoría de las biografías dedicadas al personaje que las propició, don Mariano Téllez-Girón, XII Duque de Osuna, última luminaria de uno de los grandes artificios de la nobleza española de todos los tiempos, la Casa de Osuna, auténtico Estado dentro del Estado, cuyos intereses y propiedades llegaron a extenderse por veinte provincias.


Las armas maternas (Beaufort-Spontin)


Como apunta el especialista Atienza Hernández, “Los que comienzan siendo condes de Ureña en el siglo XV, pasan a ser duques de Osuna en el XVI, integrando gran cantidad de títulos desde finales del XVIII y, sobre todo en el XIX, acumulando prestigio social, económico y político, de tal manera que sus rentas, junto a las de la Casas de Medinaceli, significan el 22 por ciento del total de las rentas nobiliarias nacionales”.

De doña María Josefa de la Soledad de la Portería Alfonso Pimentel, condesa-duquesa de Benavente, heredó su nieto Téllez-Girón el gusto por el lujo y el despilfarro. Mujer de vivo carácter, rebelde y orgullosa, ilustran la personalidad de “la más encopetada dama de España” las anécdotas que siguen. Una vez recibió la visita de un embajador, en cuya casa había escaseado el champaña durante una fiesta, y ordenó desenganchar los caballos de su carruaje, obligando a que los animales abrevaran en cubos repletos de tan costosa bebida. Siempre según la leyenda, en una ocasión en la que celebraba una partida de cartas en su casa, como alguien extraviara una moneda en el suelo y hubo que interrumpirse el juego, la aristócrata encendió una pira con billetes de curso legal con la que iluminar convenientemente la estancia y acelerar la búsqueda de tan insignificante “adminículo”.


El XI Duque de Osuna, Pedro Téllez-Girón, hermano mayor e inmediato antecesor de Mariano


Su nieto Mariano Téllez-Girón, auténtico exterminador del patrimonio familiar, era un segundón, pero las muertes de su padre y su hermano mayor (X y XI duques de Osuna, respectivamente) lo convirtieron en el hombre más rico de la Península. Heredó catorce grandezas de España, cincuenta y dos títulos, cuatro principados y unas rentas que ascendían a cinco millones de pesetas anuales, cantidad astronómica para la época; además de los doce millones de reales en oro, castillos, palacios y obras de arte.

Como señala Sánchez-Mora: “Suyos eran los palacios del Infantado, en Guadalajara; el de Mendoza, en Toledo (Hospital de Santa Cruz después); los de Benavente, Manzanares, Osuna, Béjar, Pastrana, Gandía, el de Arcos, en Sevilla y el de Beauraing, en Bélgica, que él mandó reconstruir. La Alameda, en los alrededores de Madrid, y la magnífica posesión de Aranjuez. En Madrid tenía varios palacios, todos ellos regios. Pero él prefirió el de las Vistillas –hoy derruido- (…) descollando en él la magnificencia del patio de honor. Tapices, esculturas, reposteros, armas y valiosísimos muebles y lienzos adornaban el palacio. Cuadros de Tintoretto, Teniers, Rubens, Tiziano (…). Lienzos de Van Dyck, Carnicero, Pantoja, Bayeu (…) La famosa Biblioteca del Infantado, con más de sesenta mil volúmenes; la armería; las caballerizas, con magníficos caballos de carrera, posta, tiro; maravillosas carrozas esmaltadas y –noble gesto de auténtico prócer- el hospital que don Mariano hizo construir para su servidumbre, viejos o enfermos”.

¿Y qué dejó a su muerte? Cuarenta y tres millones de pesetas de pasivo, cifra casi nueve veces más astronómica que la que heredó.



La Alameda de Osuna, “El Capricho”, heredado de su abuela Benavente


El origen de tamaña hazaña tuvo lugar en el Cuerpo de Guardias del rey, donde desde 1833 era cadete supernumerario cuando llevaba el título de marqués de Terranova, que le había cedido su hermano Pedro, XI duque de Osuna. Su ascensión dentro de la institución militar resultó meteórica una vez consumado el conflicto carlista. Sin embargo, su salud no era buena y se vio obligado a pedir una real licencia para restablecerse.

A principios de 1838 fue nombrado caballero de la embajada extraordinaria que debía acudir a Londres a la coronación de la reina Victoria. Don Mariano realizó el viaje de París a Londres en una diligencia, “ya que los elegantes detestaban el viaje en tren, no por el peligro, sino por ver sus delicadas levitas y claros pantalones manchados por el humo y el carbón”. Y añade Sánchez-Mora que “en la corte inglesa, que en aquella ocasión no estuvo a la altura de su tradicional elegancia, don Mariano fue un auténtico dandy gomoso y estirado; los bigotes en punta y el aire altanero y un tanto impertinente; hueco, ampuloso y leve, está como deslumbrado por su propio brillo”.


Don Mariano en traje de calle


Instalado en París recibió la noticia de la muerte de su hermano, situación que convirtió la afectada elegancia del marqués de Terranova en un delirio de grandeza que terminaría por provocar otro lapidario comentario: “Osuna se ha vuelto loco, creyéndose Osuna”. Decidió instalarse en el palacio de las Vistillas, donde ordenó acometer toda clase de suntuosas reformas, con el fin de que su residencia estuviera a la altura de su alcurnia.

El inmenso edificio construido por la bisabuela de Mariano, princesa de Salm-Salm y duquesa viuda del Infantado, era austero en su fachada, pero su interior rebosaba magnificencia y lujo. Del completo entramado protocolario que se vivía entre sus muros da cuenta un testigo que asegura que quien deseaba ver al duque debía pasar previamente por portero, lacayos, portero de estrados, secretario particular, etcétera, al tiempo que desfilaba por innumerables dependencias en cuyas puertas podía leerse: Secretaría, Archivo, Tesorería, Contaduría…



Osuna en el palacio de las Vistillas


Todos los palacios de su propiedad, dentro y fuera de España, tenían la orden de servir la comida cada día, “igual que si el señor duque asistiera a ella”. Según ciertas hablillas, tan excéntrica y costosa exigencia tuvo su origen un día en que llegó el señor duque a uno de sus palacios y no encontró listo el almuerzo. Y lo mismo ocurría con los carruajes del duque, obligados a permanecer apostados durante horas todos los días en la estación ferroviaria, aunque don Mariano estuviese en el extranjero.

Ni que decir tiene que don Mariano viajaba siempre en trenes especiales. En una ocasión en que se encontraba comiendo con unos amigos en las Vistillas, como uno de los invitados luciera una elegante corbata francesa que a él le gustara, mandó fletar en dos horas un tren especial a París en el que viajó su mayordomo, con el único objeto de comprar una corbata exactamente igual. Pese a ser tan puntilloso en lo referente a la hospitalidad, aunque siempre tenía un buen número de invitados en sus comedores, con frecuencia prefería permanecer en sus habitaciones. En la casa de París “comieron muchos habituales que jamás llegaron a ver al duque de Osuna, su anfitrión”.

Al duodécimo duque de Osuna debe España la importación de los caballos de raza anglo-árabe y las carreras de caballos. Incluso parece ser que los primeros caballos españoles de la prestigiosa Escuela de Equitación de Viena salieron de las cuadras de don Mariano.


El XII duque de Osuna en traje de ceremonia


No obstante, no fue hasta 1852, año en el que es nombrado embajador extraordinario para representar a Isabel II en los funerales de Lord Wellington, cuando toda Europa comenzó a hablar de su ostentoso modo de vida. Su fama creció de tal forma que en 1857 la reina no dudó en enviarlo como ministro plenipotenciario a la coronación del zar Alejandro II de Rusia, país con el que España había roto sus relaciones diplomáticas.

Don Juan Valera, que acompañó al duque de Osuna en calidad de secretario, dejó un valioso testimonio escrito de este viaje: “Viajamos a lo príncipe. Paramos en las mejores fondas y tenemos coches, criados, palco en los teatros y cuanto hay que desear. Los miramientos, las delicadas atenciones y la noble bondad con que nos tratan, así al ayudante como a mí, exceden todo encarecimiento (…) Harto claro se ve que su nombre suena bien en los oídos de esta gente del Norte, mucho más aristocrática que nosotros o, por lo menos, no tan envidiosa y sí mejor educada…”

A causa de las bajas temperaturas, Osuna gasta una fortuna en pieles para él y sus criados, a tal punto que su secretario particular, el señor Benjumea, “va tan empellizado y tan raro, que en una estación del camino por poco se le comen los perros, tomándole por alimaña del bosque…”. El duque y su séquito pasaron por Bruselas, por Münster, por Varsovia y, una vez en San Petersburgo, Osuna no tardaría en convertirse en el extranjero “mimado” de la corte zarista.


La ceremonia de coronación del zar Alejandro II


“El palacio es inmenso y rico –escribe Valera-, pero de muy mal gusto y de una extravagancia churrigueresca. Para llegar desde nuestro cuarto al salón en que nos recibió el Emperador, tuvimos que andar, siempre en línea recta, cuatrocientos cincuenta y siete pasos, que mi compañero Quiñones, que es matemático, tuvo la paciencia de contar, y atravesamos veintiocho salones a cuál más lujoso. Los esclavos negros nos abrían las puertas de par en par en cuanto nos acercábamos. Dos de mitras y plumas nos precedían. El gran maestro de ceremonias marchaba al lado del duque. Al mío un acólito del maestro de ceremonias. El duque iba resplandeciente como un sol, todo él lleno de relumbrones collares y bandas. Su Excelencia comió al lado derecho del Gran Duque Constantino, que a su vez estaba al del Emperador y cenó al lado de Su Majestad la Emperatriz. Después de tantos agasajos y honores nos volvimos a nuestros cuartos, nos quitamos las galas y regresamos a Petersburgo en un tren especial del ferrocarril que hay desde aquí a aquel sitio. Eran las tres de la madrugada.”

El 22 de diciembre Alejandro II le concedió la Gran Cruz de San Alejandro Nevski y luego el Gran Cordón de San Andrés. Pero además le dio el trato de embajador, situando su preferencia después de la del embajador de Francia. ¿Cómo responde Osuna a todas estas atenciones? Doblando las atenciones recibidas, despilfarrando y deslumbrando a la corte más deslumbrante del mundo por aquel entonces, donde en los bailes multitudinarios se exponían en vitrinas las joyas que las anfitrionas no podían colgarse encima.

Osuna gastaba a diario grandes sumas de dinero en flores para las damas de la corte, regalaba abanicos antiguos a centenares, fletaba trenes especiales desde España cada vez que el zar mostraba la más mínima curiosidad por el país ibérico: hasta Rusia llegaron un cazador de osos asturiano, galgos, plantas tropicales, flores de Valencia… Pero como Osuna seguía siendo un Pimentel y éstos no conocían la humildad, también tenía desplantes propios de su aristocrática soberbia.


Ceremonia en la corte zarista de Alejandro II


En cierta ocasión, se puso de moda hablar de un maravilloso zorro azul recién descubierto en una inhóspita zona de Siberia. Fue tanto el interés que despertó este raro animal que el zar financió una expedición para cazar cuantos ejemplares pudieran encontrarse. La expedición, sin embargo, fue un éxito a medias, porque con las pieles de los zorros cazados sólo pudo confeccionarse una taluna, es decir, una capa corta que, naturalmente, fue entregada a la zarina. Parece ser que la taluna era tan hermosa que causó la envidia de toda la corte. ¿Y qué hizo Osuna? Financió secretamente una expedición idéntica a la del zar, con la fortuna de que la cantidad de zorros azules obtenidos dio para confeccionar dos flamantes pellizas… que regaló a su cochero y a su lacayo.

Pero fue más humillante aún el caso del conde Orloff. Era Orloff de granada cuna, además de poseer una de las mejores yeguadas del mundo, con cruza de caballos árabes y daneses, algunos de los cuales habían costado 15.000 duros de la época. Los caballos de Orloff tenían fama de ser los más rápidos del planeta, “por ser los únicos capaces de lograr la mayor velocidad conocida en caballos enganchados a trineos: cuatro kilómetros en siete minutos…” Pues bien, como cabía esperar, Osuna se encaprichó con uno de estos animales. Quiso comprarlo a cualquier precio pero Orloff se negó a vender, incluso puso en duda que Osuna tuviera el dinero suficiente para comprar uno de sus caballos.

Pero Osuna supo esperar. Aprovechando una ausencia del conde, consiguió que la condesa le vendiera el caballo deseado. De regreso, Orloff corrió a la casa de Osuna para deshacer el trato.

- Lo siento –contestó el duque-, pero el caballo está haciendo servicio.

- ¿Dónde? –preguntó el conde.

- Allí, mírele.

Y asomándose al balcón, Orloff pudo comprobar que su caballo daba vueltas a una noria del huerto de Osuna, con las crines y la cola cortadas y un pañuelo tapándole los ojos. Sobra decir que los caballos españoles del duque llevaban herraduras de plata y campaban libres y altivos por la finca.

Osuna a caballo


El palacio donde se había instalado el duque deslumbraba por su espléndida decoración y su exótico jardín, en el que abundaban las plantas tropicales, arbustos y trepadoras, cultivados a su temperatura por medio de estufas de leña. Las fiestas que Osuna daba allí encandilaban a los nobles rusos, porque eran propias de “Las Mil y Una Noches”. Incluso al final de una de ellas Osuna hizo arrojar “la vajilla de oro a las profundidades del Neva, para asombro de algunas docenas de convidados”.

Aunque la anécdota tiene más visos de leyenda que de realidad, hubiera sido posible en la persona de Osuna. Hombre altivo, pero no muy inteligente, Osuna se dejaba estafar por quienes lo rodeaban. No se trataba de algo voluntario, simplemente, era el precio que debía pagar por tanta adulación y admiración. Su nobleza era tan poco común, como su desapego por los bienes materiales. Consideraba que el oro era tan vil como el hombre que se preocupaba de conseguirlo a cualquier costa. Aquel que trabajaba y se esforzaba para enriquecerse era un mentecato que merecía ser esclavo de un buen despilfarrador. En una palabra, Osuna no conocía la necesidad, así que la ignoraba y la despreciaba, particular idiosincrasia que no tardará en llevarlo a la ruina.

Pero mientras ésta llegaba, el duque vivía preso de una frenética actividad. “Es incansable y no se comprende cómo no cae muerto de fatiga”, cuenta Juan Valera. “No duerme ni reposa; se viste y desnuda seis o siete veces al día y no hay fiesta en que no se halle ni persona a quien no visite, con lo cual, con toda la cápila de sus títulos y su grande cortesanía, le tiene ganada la voluntad a los rusos. Anoche volvió a casa a las tres o las cuatro de la madrugada y a las siete ya estaba vestido para ir con el Emperador a la caza del oso.”


Botón de plata de una levita, con las armas ducales grabadas


En 1861 Mariano se traslada a Berlín para asistir a las fiestas de coronación de Guillermo I. El boato exhibido por Osuna es tal, que el rey de Prusia instituye para él la Orden del Águila Roja, que llevaba aparejada un collar de diamantes. En otra ocasión, de visita en Londres, pretende a la hija del Conde de Jersey, pero ésta lo rechaza abiertamente, llegando a decir que “El duque de Osuna es aburridísimo. Me hace visitas de dos y tres horas y jamás le oigo nada interesante”. Lo que no deja dudas sobre la mediocre personalidad y escaso atractivo interior del duque: no es más que un bonito envoltorio.

Sin embargo, el noble español encuentra definitivamente pareja en Viena: María Leonor Crescencia Catalina de Salm-Salm, princesa del Sacro Imperio Romano, con la que contrae matrimonio el 4 de abril de 1866 en Wiesbaden. Era veintiocho años mayor que la novia, por lo que el idilio dura apenas unos meses. La joven princesa de Salm-Salm es aún más derrochadora que su marido, de modo que los administradores de tierras y rentas de la Casa de Osuna se ven obligados a aumentar las contribuciones.


Estandarte de la dinastía de Salm-Salm


El maná comenzaba a escasear, así que se encargó a Bravo Murillo, en su calidad de especialista financiero, que analizara la situación y emitiera un diagnóstico. El consejo del ministro fue claro y determinante: había que recortar gastos, ahorrar cuanto se pudiera. Osuna, incapaz de llevar a cabo una simple suma, acostumbrado a despreciar bandejas repletas de oro (cabe señalar que nunca cobró alguno de los sueldos que por sus numerosos cargos públicos le hubieran correspondido), prefirió recurrir al crédito, con lo que a la larga su situación financiera empeoró.

En esta huida hacia la debacle tuvo aún tiempo de gastar 125.000 pesetas en un baile y otras 160.000 en una fiesta de Navidad a la que asistieron sólo doce invitados. Por último, volvió a representar a la corona española en la boda del príncipe Guillermo de Alemania con la princesa de Schleswig-Holstein. El duque marchó hacia Alemania en uno de sus trenes especiales, acompañado de su joven esposa y de todo su fasto. Pero ya no regresaría a España. Se refugiaría definitivamente, sabiéndose arruinado, en su castillo belga de Beauraing, donde murió el 2 de junio de 1882. La residencia fue sacada tras su muerte a pública subasta.


El castillo de Beauraing, en Bélgica


Trasladado el cuerpo al panteón familiar de la villa de Osuna, la viuda encargó un suntuoso féretro en el que aparecían grabadas más de dos mil palabras que registraban todos los títulos del difunto y que luego, asfixiada por las deudas, rehusó pagar. Quedaba así enterrado quien había sido el mayor contribuyente del Estado y luego había descendido a los niveles más bajos de la ruina.


domingo, 13 de marzo de 2011

La Casa de Osuna

La Casa de Osuna es originaria de la Corona de Castilla y su nombre proviene del Ducado de Osuna, título nobiliario con Grandeza de España, creado el 5 de octubre de 1562 por el rey Felipe II para Don Pedro Téllez-Girón, V conde de Ureña y VI señor de la ciudad andaluza de Osuna.

Fue tradición, durante siglos, que el heredero del ducado de Osuna llevara el título de Marqués de Peñafiel. Esta tradición se interrumpió a la muerte del XII duque de Osuna, Mariano Téllez-Girón y Beaufort-Sportín, recayendo este marquesado, a raíz del reparto que se hizo de sus numerosos títulos, en los Roca Togores. Esta familia lo ostentó hasta 1956, cuando lo heredó Ángela María de Solís-Beaumont y Téllez-Girón, con quien volvió a incorporarse a la Casa de Osuna.

Desde el siglo XVI la casa ducal fue creciendo en importancia y riqueza y tres siglos después era la más importante de España, al reunirse en la persona del duque de Osuna veinte Grandezas de España y los ducados de Arcos, de Béjar, de Benavente, de Gandía, del Infantado, de Medina de Rioseco, de Pastrana, de Plasencia, de Lerma, de Estremera, de Francavilla, y de Mandas y Villanueva. Estos trece ducados fueron ostentados junto con doce marquesados, trece condados y un vizcondado.


El 3r Duque de Osuna y Virrey de Nápoles, Don Pedro Téllez-Girón y Guzmán (1574-1624), conocido como "el Gran Duque de Osuna".


La Casa de Osuna desciende por vía paterna de la casa de los girones, de los Téllez de Meneses ricohombres de Castilla (Tierra de Campos), de los Condes de Haro, así como de las familias portuguesas de los Acuña (da Cunha) y de los Pacheco. Por vía materna, descienden los de la Cueva y de los Álvarez de Toledo. El 1r Duque de Osuna es hijo de María de La Cueva y Álvarez de Toledo, hija de Francisco Fernández de La Cueva, 2º Duque de Alburquerque y de Francisca Álvarez de Toledo, la hija del 1r Duque de Alba, García Álvarez de Toledo.


Casas de los Girones y de los Téllez de Meneses

El patronímico de la Casa de Osuna, Téllez-Girón, proviene de los apellidos del matrimonio entre Gonzalo Ruiz Girón y María Téllez de Meneses (siglo XIV). Los girones provienen originalmente (siglo XII) del Mayordomo Real Rodrigo Gutiérrez Girón. Su hijo Gonzalo Rodríguez Girón -de quien descendieron varios reyes de Portugal, Castilla y Aragón- y su nieto Rodrigo González Girón jugaron un papel clave al servicio de los reyes de Castilla durante el siglo XIII, contribuyendo al proceso de unificación con la corona de León. Por ello, recibieron diversas mercedes, entre las que destaca el señorío de Autillo. Por su parte María Téllez de Meneses desciende de Alfonso Téllez de Meneses el Viejo.

Entre el siglo XII y el XIV existen otros vínculos matrimoniales anteriores entre ambas familias, fuertemente relacionadas.

Castillo de Montealegre (Valladolid), construido a finales del siglo XIII o principios del XIV por Alfonso de Meneses, como principal fortaleza de la familia.


Los descendientes de este Girón conforman una serie de nobles de la máxima influencia durante el siglo XIII, cuestión ligada a su papel en la reconquista y a sus alianzas y relaciones con las otras poderosas familias de Tierra de Campos. Esta influencia se quiebra a mediados del siglo XIV cuando sufren la venganza del rey Pedro I de Castilla que da muerte al primogénito de los girones Alfonso Téllez Girón y a su hermano, hijos de doña María Téllez de Meneses y posteriormente cuando Alfonso Téllez Girón, sobrino que sucede a éstos y que permanece fiel al último de los Borgoña, padece el exilio a la muerte de este rey. Fue el último varón de su familia. Su hija única, doña Teresa Téllez Girón se casó en Portugal con Martín Vasques da Cunha (1357-1417), importante noble de ese reino que a su vez hubo de exiliarse de su patria junto con sus hermanos. El hijo de Martín y Teresa, Alfonso Téllez Girón se casó con María Pacheco, hija de Juan Fernández Pacheco, ricohombre portugués, Alcalde de Santarén, Guarda mayor de Juan I de Portugal y primer señor de Belmonte.


Señorío de Osuna y Condado de Ureña

La inmensa riqueza del Ducado tiene su origen en el belmonteño Don Pedro Girón (1423-1466), bisabuelo de Pedro Téllez-Girón y de la Cueva, 1r Duque de Osuna. Fue señor de Belmonte, Maestre de la Orden de Calatrava (1445-1466) y 1r Señor de Ureña. Junto con su hermano Juan Pacheco, Marqués de Villena y su tío, el Arzobispo de Toledo Alfonso Carrillo conformó la alianza familiar más poderosa de la corte de Enrique IV de Castilla. Recibió de este rey múltiples mercedes, entre otras la que le instituyó como primer señor de la villa de Osuna. Instituyó en su primogénito Alfonso Téllez-Girón el Condado de Ureña, título que en 1520 sería incluido entre los primeros Grandes de España y que subroga dicha grandeza en el Ducado de Osuna. Son ambos hermanos los responsables del retorno de la familia a la alta nobleza.


La Cruz de Calatrava, emblema de la Orden de la cual el 1r Señor de Ureña era Maestre


Como Maestre de Calatrava debía de permanecer célibe, pero tuvo cuatro hijos con Inés de las Casas, que serían legitimados por Enrique IV y por el papa Pío II en 1459, tres de ellos serían los primeros condes de Ureña:
  • Alfonso Téllez-Girón, que heredó el mayorazgo hecho por su padre y fue nombrado conde de Ureña, pero murió en 1469, a la edad de 16 años.
    Rodrigo Téllez Girón, que sucedió a su padre como maestre de la Orden de Calatrava.
    Juan Téllez Girón, que heredó las propiedades y el título de su hermano Alfonso, al morir éste. De él descienden a su vez sus hijos y sucesores en el Condado de Ureña Pedro Girón y Velasco y Juan Téllez-Girón el Santo.
Retrato anónimo de don Juan Téllez Girón, IV Conde de Ureña y padre del primer Duque, en el retablo de la capilla de la antigua Universidad de Osuna, de la que fue fundador.


El padre del 1r Duque de Osuna, Juan Téllez-Girón el Santo (1494-1558), nació en Osuna, fue el IV Conde de Ureña y uno de los ascendientes más destacados de la casa. Creó en la ciudad de Osuna el mayor y más deslumbrante conjunto monumental del renacimiento sevillano, con un patrimonio de edificios de interés difícilmente superable, que le convierten en el mecenas andaluz más importante de su época.


El engrandecimiento de la Casa

La obtención del ducado de Osuna tuvo lugar en 1562, cuando Felipe II concedió el privilegio al V Conde de Ureña, de nombre idéntico al del fundador de la dinastía: Pedro Girón. A este título hay que añadir otro de significativa relevancia, el de Marqués de Peñafiel, otorgado por el Rey Prudente en 1568 al 2º duque de Osuna y VI conde de Ureña, don Juan Téllez-Girón. Al ser este nuevo título superior al de conde de Ureña, fue el utilizado desde entonces por el heredero de la Casa.


Gaspar Téllez Girón y Pacheco Gómez de Sandoval Enríquez de Ribera (1625 - 1694), V Duque de Osuna y Duque consorte de Uceda, V Marqués de Peñafiel, IX Conde de Ureña y Grande de España.


De esta forma los Téllez-Girón pasaron a engrosar las filas de los Grandes de España y accedieron, por tanto a los más altos cargos de la administración del Estado. Este es el caso del 3r duque de Osuna, don Pedro Girón y Velasco, también llamado el Grande, que llegó a ejercer de virrey y capitán general de Sicilia y, posteriormente, de Nápoles. Hombre de proverbial justicia, se cuenta que, debiendo mostrar su ecuanimidad, en un caso en el que unos tutores retenían el capital de un menor y no demostraban flexibilidad alguna “so capa que tan sólo habían de entregarle un legado compuesto por lo que ellos quisieran”, les dijo: ‘No, no habéis interpretado el testamento. Manda que deis al hijo lo que queráis vosotros. Y ¿qué queréis? ¿La herencia? Pues eso habéis de darle. Yo os lo mando’. Y si proverbial resultó su forma de administrar justicia, no lo fue menos su singular vida, destacada siempre por la esplendidez y el lujo.

Una vez consolidados los tres estados (Osuna, Peñafiel y Ureña) en torno a los cuales se crearon la fama y la fortuna de la Casa, la política matrimonial, junto con la extinción de líneas directas de sucesión de terminados linajes que son absorbidos por otros, da lugar a una auténtica apoteosis y traspasos de títulos que se agregan a la Casa de Osuna. Baste un ejemplo: el matrimonio del 9º duque de Osuna con María Josefa de la Soledad de la Portería Alfonso Pimentel, condesa-duquesa de Benavente, a fines del siglo XVIII, y la muerte sin herederos en 1841 del XIII duque del Infantado, don Pedro Alcántara de Toledo, incrementaron los títulos de los Osuna con los ducados del Infantado, Arcos, Béjar, Gandía y Benavente, acumulando así cuatro Grandezas de España.

La esposa del 9º duque de Osuna, doña María Josefa de la Soledad, era rebelde y orgullosa. A ella se debe la adquisición de la famosa Alameda de Osuna, antigua prisión en la que estuvo encerrado el tercer duque de Osuna, donde ordenó levantar una fastuosa mansión de recreo que pudiera competir con el no menos esplendoroso palacio de la Moncloa (propiedad de su rival, la duquesa Cayetana de Alba) y que llamó “Mi capricho”. De su decidido y espontáneo espíritu dan cuenta las cuatro puñaladas que le propinó a retrato que de ella había pintado Esteve. ¿Acaso estaba mal hecho? No, fue inconformismo. Simplemente, doña María Josefa era una Pimentel, condesa-duquesa de Benavente, progenie, según algunos, “de lechuguinos impertinentes y puntillosos, cogollo y flor de la más emperifollada sociedad de la corte”.

Con la muerte prematura del 9º duque y la posterior desaparición del 10º (hijo primogénito del anterior), el título fue a parar a las manos del segundo hijo, don Mariano Téllez-Girón y Beaufort. Su fabulosa herencia, compuesta de títulos, oro, regios palacios y colecciones de arte, fue despilfarrada en cuarenta años. Lo ilustra esta anécdota. De viaje a la Rusia de los zares como enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de Isabel II, una noche en la que debió asistir a una recepción en palacio y como no encontró sitio por haber llegado tarde, se sentó en el suelo, sobre el abrigo de armiño cargado de joyas y condecoraciones que le protegía del frío. Una vez concluida la sesión, el duque de Osuna se levantó y se retiró sin acordarse del armiño. Un ujier corrió tras él y, al hacerle notar el olvido, Osuna contestó: “Sepa usted que los embajadores de España no acostumbran llevarse los asientos”.

Así y todo. Fiestas eternas, deslumbrantes viajes, regalos… todo llevó a la debacle. Las razones del endeudamiento de la Casa eran muchas y diversas, e iban desde la presión fiscal o la ayuda solicitada por la corona para hacer frente a guerras y otros gastos suntuarios hasta la mala gestión administrativa. Don Mariano, víctima de su tiempo y de la revolución liberal burguesa, se vio en la necesidad de hacer frente a las deudas con la venta de su patrimonio, en esa época de venta libre tas la abolición de los mayorazgos. De haber nacido dos siglos antes, don Mariano hubiera dejado tantas deudas como íntegro su patrimonio. Pero no fue así.


“Mi Capricho”, Palacio de la Alameda de Osuna


Lista de titulares

1562-1590 - Pedro Téllez-Girón y de la Cueva
1590-1600 - Juan Téllez-Girón y Pérez de Guzmán
1600-1625 - Pedro Téllez-Girón y Fernández de Velasco
1625-1656 - Juan Téllez-Girón y Enríquez de Ribera
1656-1694 - Gaspar Téllez-Girón y Sandoval
1694-1716 - Francisco de Paula Téllez-Girón y Benavides
1716-1733 - José María Téllez-Girón y Benavides
1733-1787 - Pedro Téllez-Girón y Pérez de Guzmán
1787-1807 - Pedro de Alcántara Téllez-Girón y Pacheco
1807-1820 - Francisco de Borja Téllez-Girón y Pimentel
1820-1844 - Pedro de Alcántara Téllez-Girón y Beaufort Spontin
1844-1882 - Mariano Téllez-Girón y Beaufort Spontin
1882-1901 - Pedro de Alcántara Téllez-Girón y Fernández de Santillán
1901-1909 - Luis María Téllez-Girón y Fernández de Córdoba
1909-1931 - Mariano Téllez-Girón y Fernández de Córdoba
1931 - Ángela María Téllez-Girón y Duque de Estrada (actual titular
)


El título, hoy

La actual Duquesa de Osuna, doña Ángela María Téllez-Girón y Duque de Estrada, es también Condesa-duquesa de Benavente, Duquesa de Arcos, de Gandía, de Uceda, de Escalona y de Plasencia; Marquesa de Jabalquinto, con G. de E; condesa de Peñaranda de Bracamonte, con G. de E; marquesa de Lombay y condesa de Ureña, de Pinto y de La Puebla de Montalbán. Nueve veces Grande de España. Casó con Pedro de Solís-Beaumont y Lasso de la Vega, de los marqueses de Valencina, quien recuperó en gran medida el patrimonio de la Casa Ducal de Osuna. En segundas nupcias, casó con José María de Latorre y Montalvo, marqués de Montemuzo, ya fallecido.
Angela María Tellez Girón y Duque de Estrada, Duquesa de Osuna y Gandia, en su palacio de Sevilla ante un retrato de su padre.


La actual Duquesa de Osuna ha cedido:

  • A su hija mayor, Ángela María de Solís-Beaumont, el ducado de Arcos.
  • A su segunda hija, María de Gracia de Solís-Beaumont, el ducado de Plasencia y el marquesado de Frómista. María de Gracia es, por matrimonio, Princesa Ruspoli dei Principi di Cerveteri.
  • A su tercera hija, María del Pilar de Latorre, el ducado de Uceda y el marquesado de Belmonte.
  • A su cuarta y última hija, María Asunción de Latorre, el ducado de Medina de Rioseco y el condado de Salazar de Velasco.
  • A su nieta, Ángela María de Ulloa, hija de su hija mayor, el condado de Ureña, como futura duquesa de Osuna.
  • A su nieta, María Cristina de Ulloa, el marquesado de Jarandilla.
  • A su nieta, María de Gracia Rúspoli, hija de su hija María de la Gracia, el marquesado de Villar de Grajanejos.