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domingo, 24 de abril de 2011

Sinsabores de Yugoslavia

Yugoslavia empezó llamándose “Reino Unido de los Serbios, Croatas y Eslovenos”, sin citar a los montenegrinos, que también estaban incluidos, al igual que otras minorías étnicas que formaban más de un diez por ciento de la población: alemanes, húngaros, rumanos, italianos, albaneses y turcos. Este “Reino Unido” fue proclamado oficialmente el 4 de diciembre de 1918, después de que el príncipe Alexander de Serbia aceptase la regencia de la nueva nación. El 26 de noviembre una Asamblea manipulada por los serbios había depuesto al rey de Montenegro, Nikola I, que se oponía a la unión de su país a ese conglomerado (por lo que su nombre ni siquiera figuró en el pomposo título del reino).

Desde el siglo XIX había existido entre la intelectualidad de las comunidades eslavas de los Balcanes, sobre todo entre la croata, una corriente partidaria de unificar a sus miembros en un Estado o región única dentro de las naciones existentes.


En el período anterior a la Primera Guerra Mundial hubo proyectos de modificar la estructura dual del Imperio austrohúngaro para agrupar a los eslavos del sur en una nueva unidad dentro del Imperio, pero nunca llegaron a fructificar, principalmente por la hostilidad magiar a desprenderse de parte de su territorio y la falta de apoyo de la corona a las iniciativas.


Insignia naval del Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, más tarde Reino de Yugoslavia (1922-1941)


Durante la guerra se desarrolló una complicada serie de maniobras políticas y de propaganda entre el gobierno serbio, habitualmente más interesado en la expansión territorial de su país que en la unificación de los eslavos meridionales; el Comité Yugoslavo formado por algunos políticos eslavos exiliados de Austria-Hungría y los políticos eslavos que habían permanecido en el Imperio. El apoyo de la Triple Entente a la expansión de Serbia o la formación de un nuevo Estado yugoslavo era intermitente y variaba generalmente con la suerte en el frente, cambiando además de unos países a otros.


Croacia


Los historiadores no están de acuerdo sobre si los serbios, los croatas y los eslovenos eran un solo pueblo que bajó de los territorios eslavos y, cruzando los Cárpatos, se asentó en el sur de los Balcanes. A partir del siglo VII unas tribus se separaron de otras, concentrándose en núcleos que asimilaron a los restos de los pueblos autóctonos. Las que fueron hacia el oeste encontraron comarcas ricas y la cercanía del mar, formando el estado de Croacia. Las que se instalaron en el sudeste, solo pudieron ocupar zonas montañosas y pobres, apartadas del litoral, por lo que no pudieron constituir una nación serbia hasta los siglos X u XI.

Llegada de los croatas al Adriático


Las dos ramas principales, croatas y serbios (los eslovenos siempre estuvieron muy unidos a los croatas) fueron separándose cada vez más, incluso sosteniendo frecuentes luchas entre ellos. Los croatas quedaron bajo la influencia de Roma, se hicieron católicos y adoptaron el alfabeto latino. Por el contrario, los serbios, bajo el dominio de Bizancio, se hicieron ortodoxos, adoptaron relativamente su cultura y, con ella, el alfabeto cirílico.


Desde el 924, en que Tomislav fundó el reino, aceptando la corona que le ofreció el papa, hasta 1918, en que la Dieta proclamó la independencia del “virreinato de Croacia”, fue dominada por otros pueblos. A fines del siglo XIX los croatas habían estado a favor de un paneslavismo del sur, tendiente a esa Yugoslavia que después se creó. Sin dejar por ello que los serbios los empujasen a la magiarización y de que los magiares los tratasen como ciudadanos de segunda clase. El 4 de diciembre de 1918 se unieron a Serbia.

Serbia


Serbia era el alma mater de Yugoslavia. Pero, al principio, los serbios también estaban divididos entre ellos en tribus y clanes, aunque se hallaban bajo la fuerte soberanía bizantina.

Miloš Obrenović I, Príncipe de Serbia (1824)


En el siglo XIV sube al trono Esteban Urosh IV, llamado Dushan el Fuerte, quien se proclamó “Emperador de los serbios, griegos, búlgaros y albaneses”. Invadió Bosnia, pero no pudo completar su conquista. Murió sin haber logrado añadir “y de los bosnios” a su tratamiento imperial. En 1376, Tvrtko I, señor de Bosnia, se proclamó “rey de Serbia, de Bosnia, de Croacia y del Litoral” luego de haber conquistado gran parte de Serbia y de la costa adriática. Convirtió a su país en el más poderoso de todos los estados eslavos de los Balcanes. Era otro intento de unificar a los eslavos del sur.


Pero los turcos, cada vez más fuertes, ya habían entrado en Macedonia. En 1389 la nobleza serbia fue aniquilada en la batalla de Kosovo Plie y el país pasó a ser vasallo de los otomanos. Esta situación durará casi tres siglos y medio.


A principios del siglo XIX, con las guerrillas comandadas por un comerciante porcino de Topola, George Petrovich, empieza la liberación de Serbia. La ferocidad salvaje de estas acciones llevaron a que los otomanos llamaran al líder “el Negro” (Kara), no por el color de la piel, sino en el sentido de “el malvado”. Él lo aceptará de buen grado y se apropiará del apodo: Kara-George (“el Negro Jorge”). Sus hijos y descendientes serán los Karageorgevich.

Karađorđe Petrović


En 1808 Kara-George se proclama hospodar (príncipe) y hace hereditario ese título en su familia, al igual que el mando supremo de Serbia. Pero en 1812 Rusia, que había pertrechado el ejército de Kara-George, retira todas sus unidades de Serbia para la guerra contra Napoleón y cesa su envío de armas. La Sublime Puerta aprovecha el momento e invade el país que, teóricamente, aún le pertenece. El colosal ataque hace huir a los serbios y, a partir de entonces, los otomanos ejercerán un régimen férreo sobre el país.


Para 1815 comienzan las sublevaciones de Miloch Obrenovich, curiosamente también antiguo comerciante porcino que había sido lugarteniente de Kara-George. Más astuto que su predecesor, en lugar de presentar batalla a los otomanos –que habían incrementado sus fuerzas en Serbia-, envía emisarios al gobierno de Constantinopla. Primero obtiene el bajalato de Belgrado (no de toda Serbia) y el título de príncipe de Serbia, a cambio de finalizar con las insurrecciones. Se convierte en “fiel” funcionario del sultán pero, por medio del soborno, progresivamente va adquiriendo poderes. En 1829, el tratado de Adrianópolis garantiza la autonomía de toda Serbia y, en 1830, el sultán reconoce a Obrenovich como príncipe hereditario, creador de su propia dinastía.


A partir de entonces se produce una pugna entre los descendientes de los dos dinastas y empezarán a sucederse y repetirse sus príncipes hasta quedar fijado el trono en el rey Petar I Karageorgevich (1903-1921), nieto directo del célebre Kara-George.

El Rey Pedro I luego de su coronación, el 21 de septiembre de 1904, en el desfile por la calle Knez Mihajlova, la principal de Belgrado.

La formación del Estado


Con la derrota de los Imperios centrales en la Gran Guerra de 1914, se creó con el beneplácito del emperador Carlos I de Austria una junta nacional con sede en Zagreb que agrupó a los políticos yugoslavos de la monarquía, mientras el Comité Yugoslavo continuaba sus conversaciones en el extranjero con el gobierno serbio, encabezado por el veterano político Nikola Pašić, generalmente de ideología panserbia.


Los políticos austrohúngaros veían en Serbia un protector frente a las ambiciones territoriales italianas en el Adriático pero no deseaban convertirse en una simple extensión del Reino de Serbia. Mientras, el gobierno serbio mantenía una escasa simpatía por sus planes federalistas, que sólo aumentó con las derrotas militares y la pérdida del apoyo de la Rusia zarista a causa de la Revolución de Febrero.


A pesar de los intentos del emperador de evitar la desintegración del Imperio, el 29 de octubre de 1918 la junta de Zagreb proclamaba la independencia de los territorios eslavos sureños. El 18 de noviembre la nueva asamblea revolucionaria de Montenegro declaraba la unión del reino con el Reino de Serbia.

La Princesa Ljubica Petrović-Njegoš (Zorka) de Montenegro, consorte del futuro rey Pedro de Serbia y madre del futuro rey Alejandro I de Yugoslavia

Finalmente, el 1 de diciembre una delegación de la junta nacional de Zagreb viajaba a Belgrado y ofrecía la jefatura del Estado al príncipe regente serbio, Alejandro I (segundo hijo de Pedro I con la princesa Zorka de Montenegro), quien proclamó la creación del nuevo Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos. La incapacidad de la Junta de Zagreb de formar unas fuerzas armadas suficientes para controlar los disturbios sociales y el temor a los ejércitos austriaco e italiano hicieron que la élite de los territorios austrohúngaros se precipitase a solicitar la ayuda serbia, sin establecer condiciones. Sólo el político croata Stjepan Radić se opuso en vano a la unión sin garantías de que Serbia formaría una federación o se concedería autonomía a los territorios.


El Estado tardó en recibir el reconocimiento de la Entente. La unión no fue sencilla y ya el 5 de diciembre de 1918 se producían choques entre la población de Zagreb y las tropas serbias. En 1919 el descontento en los territorios croatas había crecido lo suficiente como para que Radić hubiese podido recoger 167.667 firmas a favor de la independencia.


Armas de la Casa de Karađorđević, luego Casa Real de Yugoslavia

Los territorios componentes


El nuevo reino se formó a partir de los antiguos estados monárquicos independientes del Reino de Serbia y del Reino de Montenegro, así como también una cantidad sustancial de territorio que antiguamente formaba parte del Imperio austrohúngaro. Las tierras de Austria-Hungría que pasaron al nuevo estado incluían: Croacia, Eslavonia y Voivodina de la parte húngara del imperio; Carniola, parte de Estiria y la mayor parte de Dalmacia del lado austríaco, además de la provincia imperial de Bosnia-Herzegovina.


Un plebiscito se llevó a cabo en la provincia de Carintia, que optó por seguir en Austria. La frontera italo-yugoslava quedó fijada en el Tratado de Rapallo (12 de noviembre de 1920). Pero se iniciaron tensiones, con los italianos reclamando más áreas de la costa dálmata y Yugoslavia reclamando por su parte la península de Istria, parte de la antigua provincia costera austríaca que había sido anexada a Italia, pero que contenía una población considerable de croatas y eslovenos.

“Alejandro I, rey de los Serbios, Croatas y Eslovenos”, reza esta moneda de dos dinares de 1925


En total el nuevo país ocupaba una superficie de 247.542 kilómetros cuadrados. El 16 de agosto de 1921 Alejandro I fue proclamado rey y gobernó queriendo consolidar ese reino formado como un mosaico. Para él, aunque liberal, todo eso de “los serbios, los croatas y los eslovenos” significaba únicamente la Gran Serbia.

Un nuevo reino


Las tensiones entre el nacionalismo serbio (envalentonado por el carácter centralista del estado) y el croata, acostumbrado a la política obstruccionista de oposición, habían estallado con el asesinato en el parlamento del líder del Partido Campesino Croata por parte de un diputado montenegrino. Ello llevó al rey Alejandro a clausurar el parlamento y asumir el gobierno del país de una manera dictatorial. Sin embargo, ello solo reavivó las tensiones. Además del grave problema político la dictadura heredó del anterior periodo de gobierno parlamentario un creciente problema de superpoblación rural, debido al rápido aumento de la población y la falta de empleo fuera de la agricultura para absorberlo.

Alejandro I de Yugoslavia


El 6 de enero de 1929 el rey abolió la Constitución de Vidovdan y todos los derechos que contenía. Luego tomó para sí los poderes del Estado, nombrando un nuevo gobierno que sólo era responsable ante él, acabando así el periodo de gobierno parlamentario. El monarca indicó, sin embargo, que la dictadura sería temporal y sólo la había implantado por la crisis del país. La proclamación de la dictadura y la abolición de la constitución centralista fueron recibidas al comienzo con alivio y satisfacción por la población.


El primer ministro elegido por el monarca fue el jefe de la guardia real, el general Petar Živković. La maniobra no fue mal recibida en el extranjero, donde se deseaba acabar con la inestabilidad en el país ni al principio por la oposición, que se alegró de la abolición de la odiada constitución de Vidovdan y de las promesas del soberano de comenzar un nuevo proceso político.

Corona real de la dinastía Karađorđević


El 3 de octubre de 1929 el país pasó a llamarse oficialmente Yugoslavia. El Reino de Yugoslavia comprendía el área de las provincias de Eslovenia, Bosnia y Herzegovina, Serbia, Montenegro y Macedonia, Croacia y Eslavonia. En realidad, el nombre del nuevo Estado era común ya antes de su institución oficial, siendo poco usado fuera del ámbito oficial. Provenía del serbocroata Jug (sur) y Slavia (territorio eslavo), término por el que se designaba desde el siglo XIX a los eslavos del sur, aunque normalmente sin incluir a los búlgaros. Era un nombre menos ambiguo y mucho más digno de un reino europeo del siglo XX y, al menos sobre el papel, parecía suprimir las viejas divisiones históricas.


Se cambió la ordenación territorial, creándose nueve nuevas provincias (las banovinas), que sustituyeron a las 33 unidades administrativas vigentes desde 1924, de inspiración francesa. Las unidades tenían su base en motivos económicos y políticos -el intento de aniquilación de los regionalismos-. Fue entonces cuando Vladko Maček, dirigente del Partido Campesino Croata, pasó a oponerse a la dictadura real.


En 1931, aunque Alejandro I anunció ostentosamente el “fin de la dictadura”, solo hizo un simulacro de cambio: la ley electoral de la nueva Constitución no permitía que los partidos locales (como el croata) pudieran ganar escaños. El gobierno obtuvo entonces la mayoría en el Parlamento.

Alejandro I de Yugoslavia con Mustafa Kemal Atatürk, fundador y primer presidente de la República de Turquía (1933).


El 9 de octubre de 1934 el rey es asesinado en Marsella, tras desembarcar en ese puerto para realizar una visita oficial a Francia. La reina María (hermana del rey Carol II de Rumania) se salva porque, a causa de que se marea en el mar, había efectuado el viaje en tren. Inmediatamente es proclamado rey su hijo Pedro II, pero como sólo tiene once años de edad, se nombra una regencia presidida por el príncipe Pablo (primo de Alejandro I).


El regente restableció la democracia en Yugoslavia en agosto de 1939: el Estado se organizará federalmente, con gran autonomía para Croacia; en el gobierno entrarán seis ministros croatas… Realmente era lo que el pueblo deseaba. Pero, el 1º de septiembre de ese mismo año, Hitler invade Polonia e inmediatamente después comienza la Segunda Guerra Mundial. Consecuencias: el desmembramiento del reino por sus vencedores y, el 29 de noviembre de 1945, la proclamación de la República Popular Federal de Yugoslavia. En 1953, Josip Broz Tito fue electo presidente y posteriormente, en 1963, fue declarado Presidente de por vida. Finalmente ese mismo año el país adoptó el nombre de República Federativa Socialista de Yugoslavia (RFSY), a la postre el de mayor longevidad y el de mayor publicidad.



Enseña naval de la RFSY


El antiguo territorio de Yugoslavia actualmente está distribuido entre 6 estados soberanos:


* Bosnia y Herzegovina
* Croacia
* Eslovenia
* República de Macedonia
* Montenegro
* Serbia


- Kosovo: territorio en disputa entre Serbia y la autodenominada República de Kosovo

martes, 12 de abril de 2011

Consortes serbias: la "reina blanca"


Hubo en la historia de Serbia dos mujeres diametralmente opuestas que, además, acabaron siendo enemigas irreconciliables: Natalija Keshko (la reina Natalija Obrenovic) y Draga Lunjevica Mashin (la reina Draga Obrenovic). Suegra (Natalija) y nuera (Draga). Anteriormente, Draga, la nuera, había sido una de las damas de compañía de la posterior suegra. Y, según rumores, había mantenido una aventura con Milan, su suegro, años antes de comprometerse con Alexander, el hijo de Milan.

Si esta historia fuese un tablero de ajedrez, Natalija sería la reina blanca, mientras que Draga sería la reina negra. No pudo haber dos mujeres más dispares para marcar la última etapa, claramente dramática, de la dinastía Obrenovic en Serbia; Natalija era un rayo de luz, en tanto que a Draga siempre la envolvió la oscuridad.

Cronológicamente, la historia empieza con Natalija Keshko, quien nació en la hermosa ciudad italiana de Florencia, pero sus raíces eran puramente eslavas. Su padre, Piotrj Ivanovich Keshko, de orígen besarabio, ostentaba el rango de coronel en el ejército imperial ruso. Su madre era la princesa Pulcheria Sturdza, descendiente del gran caudillo moldavo del siglo XVII Ionn Sturdza.

Natalija creció en un entorno privilegiado. Los Keshko y Sturdza formaban parte de una élite: se relacionaban con familias tan encumbradas como los Troubetskoi, los Gagarin, los Cantacuzene o los Ghika. Al igual que su hermana Ekaterina, Natalija recibió una educación extensa y refinada en San Petersburgo. El resultado de esa profunda vinculación fue claro: las dos se convertirían en fervientes rusófilas y no menos convencidas paneslavistas.

Natalija era apenas una muchacha de dieciséis años cuando se le negoció un brillante matrimonio con el príncipe serbio Milan Obrenovic, de veintiuno. El asunto, si se consideraba con atención, era un apaño de familia: la abuela materna de Milan –Esmeralda Balsh- había sido hermana de la abuela paterna de Natalija –Natalija Balsh-, lo que les convertía en primos en sexto grado.

Ese enlace tan "apropiado" desde el punto de vista de los Obrenovic resultaría, cuando menos, tumultuoso. Pasados los primeros meses de la boda, se hizo evidente que los dos esposos iban a tomar direcciones opuestas en más de un sentido. Por un lado, en un plano meramente político, Milan mantuvo desde el principio una pauta acorde con los designios para el área balcánica de Austria, la gran potencia central que él tanto admiraba, mientras que Natalija, por supuesto, se alineó con la facción rusófila y paneslava. Ahí no había ningún punto de encuentro posible entre ambos. En un plano personal, Milan enseguida demostró fehacientemente que estar casado no le impedía seguir coleccionando aventuras más o menos esporádicas.

Para Natalija resultó muy humillante que su marido se dedicase a amoríos, bastante publicitados en todo el continente, mientras ella se entregaba a la tarea de asegurar la dinastía. Afortunadamente, en ese sentido Natalija no estuvo sometida a presiones porque rápidamente proveyó al reino del deseado príncipe heredero: Alexander. Dos años después, hubo un segundo embarazo que produjo otro varón, Sergei, si bien ese niño vivió apenas unos días, para gran desconsuelo de la joven madre. La prematura desaparición de Sergei proyectó una sombra, porque ninguna familia real se sentía cómoda dependiendo de un único posible heredero. Dado lo fácil que era que una enfermedad infantil o un accidente segasen una vida, siempre se aspiraba a tener, como mínimo, una "pieza de repuesto". Pero el matrimonio de Milan y Natalija no pudo o no quiso cumplir ese requerimiento. Se quedaron en un hijo único, en el que se centraron todas las expectativas de los padres y todas las expectativas del país.

A medida que crecía el pequeño Alexander, la atmósfera doméstica se hacía más y más densa, tan cargada de animosidad que en cualquier momento podía estallar un gran conflicto entre sus padres. El motivo era las dispares simpatías políticas dispares del matrimonio: Milan con Austria, Natalija con Rusia. Para rematar las cosas, Natalija fue informada que Milan había iniciado una apasionada relación con una aristócrata serbia, a la que tenía intención de convertir en su maitrêsse-en-titre versión balcánica. Natalija llevaba años soportando las flagrantes infidelidades de Milan, incluyendo una aventura que llamó la atención de la sociedad europea con la controvertida Jennie Jerome, lady Randolph Churchill. Pero lo que Natalija no pensaba tolerar es que su marido la tomase por una María Leczynska en tanto que hacía de la amante una Madame Pompadour.

Dispuesta a "hacerse valer", Natalija aprovechó un baile de gala en el palacio de Belgrado. Todos los caballeros y damas de la nobleza aguardaron su turno, en una fila ordenada con cuidado, para reverenciar a los soberanos. En el momento en que le tocó ejecutar su besamanos a Artemisia Hristic, la amante de Milan, Natalija se negó a ofrecer su mano a la mujer, dándole la espalda. La corte entera contuvo el aliento. La aristócrata, descompuesta, estuvo a punto de caer al suelo. Milan trató de resolver ese momento de tensión apelando al sentido del deber y al necesario decoro ante Natalija, pero ella se negó a ceder ni un palmo en su postura. En voz lo suficientemente clara para que se percibiese en medio salón, declaró que nadie iba a decirle cómo tenía que tratar a las queridas de su marido.

El resultado de esa -terca- actitud de Natalija fue una monumental discusión entre los esposos, que casi hizo temblar los cimientos del palacio de Belgrado.

El episodio tuvo un colofón que causó sensación en Europa: la reina Natalija cogió a su hijo pre-adolescente, Alexander, y abandonó Belgrado en dirección a la Crimea rusa. Milan se quedó estupefacto ante ese movimiento, perfectamente calculado, de su esposa. Los paneslavos se congregaron en territorio crimeano para proporcionar un recibimiento entusiasta a la reina que tanto luchaba por cumplir su ideario respecto a la zona balcánica. Los ecos enseguida alcanzaron la capital serbia, dónde la mayoría de la gente simpatizaba con la reina. Surgieron rumores acerca de un inminente divorcio entre Milan y Natalija, así como acerca de una posible abdicación de Milan en favor del jovencísimo Alexander.

Pero, hacia el mes de julio, una Natalija en la cúspide de su popularidad retornó a Belgrado con Alexander para escenificar la reconciliación con el rey Milan. Estaba meridianamente claro que ella negociaba esa reconciliación pública desde una posición de fuerza. Milan tendría que "atemperar" su austrofilia, permitiendo que adquiriesen mayor pujanza los movimientos paneslavistas dirigidos desde la Sagrada Rusia. Asimismo, Milan no podría buscarse ninguna Pompadour porque Natalija había demostrado que ella no tenía la delicadeza ni la mansa resignación de María Lezcynska. A mayores, el monarca hubo de conceder permiso para que, en otoño, Natalija emprendiese un viaje a Italia con el príncipe Alexander, pese a que suponía un riesgo dejar que ella se moviese por el continente teniendo a su lado al único heredero del trono.

Pero las grietas en el matrimonio seguían presentes, ensanchándose día a día. Milan podía mostrarse ligeramente más circunspecto en lo que atañía a su infidelidad, pero seguía vinculado a Artemisia Hristic (quien le había dado un hijo) y, a la vez, continuaba con sus noches alegres de juego y alcohol.

En el verano de 1888, Natalija partió hacia el opulento resort de Wiesbaden, en Hesse, llevando también consigo a su hijo Sacha. Pero esa vez, Milan decidió coger el guante que ella, con ese viaje, le arrojaba a la cara. Pese a que sus aliados austríacos le pidieron prudencia para no "exacerbar" los ánimos del pueblo y no provocar un alzamiento de consecuencias imprevisibles, Milan tomó dos firmes decisiones. Por un lado, remitió a Natalija un telegrama comunicándole que había remitido al Santo Sínodo una petición formal para que la iglesia ortodoxa serbia disolviese su matrimonio. Por otro lado, mandó a Wiesbaden al general Protitsch con una clara encomienda: hacerse con el pequeño Sacha y llevarle de vuelta a Belgrado. Efectivamente, Protitsch se presentó inopinadamente en Wiesbaden y logró "raptar" a Sacha.

Ante esa reacción fulminante de Milan, Natalija no iba a permanecer de brazos cruzados. Protestó enérgicamente a propósito de la demanda de divorcio de su marido. Ella, siendo consciente de su inocencia, no pedía piedad sino que demandaba justicia. Si bien el metropolitano de la iglesia ortodoxa serbia, Theodosius, estuvo dispuesto a otorgar la anulación matrimonial requerida por Milan, otros altos dignatarios eclesiásticos tomaron partido por la reina, hecho que generó un gran enojo entre la mayoría de los serbios. Resultaba fácil ver en Milan una versión balcánica de Henry VIII, tratando de deshacerse, por las malas, de una reina intachable.

El fenomenal conflicto suscitado por el divorcio repercutió de inmediato en las sesiones del parlamento serbio, en el cual los diputados se hallaban en proceso de elaboración de una nueva constitución. Para congraciarse con el pueblo al cual representaban, los diputados aprobaron un artículo por el que los hijos que naciesen de una eventual nueva esposa quedaban automáticamente excluidos de la línea sucesoria de los Obrenovic.

Con todo, el divorcio pasó una gran factura a Milan. Apenas le quedaron partidarios: empezaron a alejarse del monarca, porque les interesaba no comprometer por entero su posición cara al futuro. Los detractores del monarca cobraron fuerza. Mientras Natalija partía de Wiesbaden hacia Biarritz, Francia, a Milan le costaba cada día más sostenerse en el poder. En enero de 1889 se aprobó la flamante constitución, pero a principios de marzo el rey se decidió a abdicar a favor de su hijo Sacha, mientras Milan partía hacia un exilio dorado. Contrariamente a lo que muchos esperaban, no se dirigió hacia Viena ni mandó llamar a su lado a su amante Artemisia Hristic, que, entretanto, se había divorciado de su esposo y vivía con el hijo ilegítimo que había tenido del rey en la ciudad de Estambul. En cambio, marchó a París.

La reina, por su parte, consideró algo inminente la vuelta a Belgrado ahora que la corona pertenecía a su único querido hijo de trece años de edad. A su favor, suponía ella, contaba también el hecho de que el consejo de Regencia, nombrado para gobernar hasta la mayoría de edad de Sacha, estaba presidido por el líder del Partido Liberal, su viejo amigo Jovan Ristics. Pero el consejo de Regencia prefería evitar mayores turbulencias en la atmósfera serbia. Ristics transmitió a Natalija un mensaje claro: se le permitiría visitar a Sacha dos veces al año, pero era preferible que ella permaneciese en Biarritz.


Natalija y su hijo Sacha

En esa tesitura, no cabe extrañarse de que Sacha se transformase en un joven inmaduro, egocéntrico, caprichoso y con una veta de tiranía casi infantil. Las circunstancias le habían privado de una infancia estable y reposada. Para que se conformase con su suerte, se le consentía más de lo que hubiera sido saludable o conveniente; se le permitía hacer casi lo que se le antojaba siempre que no metiese las narices en los asuntos de gobierno.

La dura espera de Natalija se prolongó por espacio de dos años. Recién en febrero de 1891 se creó un gobierno radical que autorizó el regreso definitivo de algunos personajes controvertidos, como la propia reina Natalija y el ex metropolitano ortodoxo Mihailo. Ante la entusiasta bienvenida del pueblo serbio, la reina ingresó al palacio decidida a no perder la posición de madre bien presente en la vida de un monarca de quince años. Empezó pronto, sin embargo, a manifestar sus propios puntos de vista y sus sugerencias respecto a la manera en que debían conducirse los asuntos de gobierno. No había sorpresas: en su línea habitual de pensamiento, Natalija buscaba reemplazar la influencia de Austria por la de Rusia, que entendía más beneficiosa para Serbia.


Aquello suscitó movimientos en la cancillería imperial austríaca. Enseguida buscaron a Milan, a quien exhortaron a salvar a su hijo y a su país de la influencia paneslavista de Natalija. En Belgrado se difundieron rumores según los cuales el rey anterior volvería reforzado quizá por un cuerpo de ejército austríaco para tomar de nuevo el poder. Con eso se mezcló el temor al estallido de una revuelta popular. Entonces el consejo de Regencia ordenó a Natalija que se marchase del país. Pero ella declaró en tono firme que sólo se iría si la echaban por la fuerza: asomándose a una ventana de palacio, solicitó, a voces, la ayuda del "buen pueblo de Belgrado". La gente se amotinó para favorecer a la soberana que apelaba a su lado emocional y sentimental, de forma que los soldados se quedaron sin saber qué camino tomar, prefiriendo, en última instancia, retirarse de escena.

Pero Natalija se equivocó al creer que podía haber triunfado con su espectacular gesto. El consejo de Regencia esperó a que el pueblo soliviantado se sosegase, se confiase y volviese a sus casas. Ya entrada la noche, otro retén de la guardia se presentó en busca de Natalija. Ella no tuvo nadie quien llamar "en su auxilio" y, con sus enseres rápidamente empacados, se encontró, de pronto, expulsada de Serbia. Casi simultáneamente, el consejo de Regencia había informado de ese detalle a Milan, ofreciéndole una asignación de un millón de francos si él se comprometía a no volver a Belgrado. Milan aceptó y, unos meses más tarde, renunció a su ciudadanía serbia en un gesto claro de que no pensaba regresar para no poner en aprietos a Sacha.

Una serie de enfrentamientos surgieron en el seno del consejo de Regencia, lo que tenía a los habitantes de Belgrado en una constante agitación, siempre al borde de un alzamiento de uno u otro signo. Aquella situación fue aprovechada de modo inesperado por Alexander, que ya tenía diecisiete años. Le faltaba un año, de hecho, para alcanzar la mayoría de edad. Pero no tenía ganas de seguir esperando doce meses a que llegase su momento, así que, en un coup palaciego, precipitó los acontecimientos. Se proclamó a sí mismo capaz de reinar, privó a los regentes de sus cargos y se dispuso a iniciar su etapa de monarca contando con un gobierno radical pero dentro del espectro de políticos más moderados de esa facción concreta.

Las cosas no mejoraron sustancialmente. El joven rey Alexander tenía que preocuparse por los contactos que mantenían distintas fuerzas políticas con otros eventuales posibles monarcas. Por ejemplo, los Obrenovic habían alcanzado el trono arrebatándoselo a los Karageorgevich, pero estos mantenían intactas sus aspiraciones de volver a reinar en Belgrado en cuanto cayese en desgracia la familia rival. En esa época, otro príncipe serbio, Petar Karageorgevich, constituía una posibilidad muy interesante que barajaban principalmente los rusos: el príncipe se había casado con una de las hijas de su fiel aliado el rey Nikola de Montenegro, viviendo con su esposa -Zorka- en Cetinje. Paralelamente, cobraba fuerza el rumor de que el zar estaba valorando una opción "ni Obrenovic ni Karageorgevich" sino "Romanov": se suponía que líderes radicales extremos estaban rogándole a San Petersburgo que les enviase a fundar una dinastía a cualquiera de los grandes duques de Rusia.

El panorama era complicado. Alexander necesitaba consigo a alguien que le asesorase desde la experiencia y le apoyase incondicionalmente, por lo que, a principios de 1893, tomó una decisión expeditiva: mandó llamar a su padre, Milan, que seguía en París.

Antes de volver a su país natal, Milan decidió dar un paso espectacular: visitar en Biarritz a su ex esposa Natalija. El encuentro debió resultar memorable. Se cuenta que ella había tratado de recubrirse por entero de una serena indiferencia ante la visita, pero que su compostura se hizo trizas al hallarse frente a frente con un hombre que temblaba ostensiblemente por una mezcla de nerviosismo y emoción. Milan explicó a Natalija que, habiendo sido llamado por Sacha, pensaba viajar de inmediato para ponerse a su servicio, pues un monarca tan falto de preparación y experiencia podía ser enseguida pasto de buitres. En ese aspecto, Natalija estaba plenamente de acuerdo con Milan. Ahora que se trataba de luchar por su único descendiente común, echaron al olvido los agravios y resquemores del pasado y decidieron reconciliarse de forma pública y notoria: los dos solicitarían, conjuntamente, la revocación de su decreto de divorcio.


Alexander

Así armado, Milan emprendió el largo trayecto. El gobierno serbio tuvo conocimiento de que su ex rey estaba a punto de llegar después de que éste emprendiese la última etapa de viaje, saliendo en tren de Budapest con destino Belgrado. Se produjo una notable conmoción entre los políticos. Si habían confiado en manejar a Alexander, desde luego no confiaban en poder manejar a Milan. El ex soberano constituía un elemento nuevo a tener en cuenta: volvía con ganas de poner su astucia política al servicio únicamente de su hijo.

Los acontecimientos se sucedieron rápido. En abril, un real decreto volvió a situar en una posición de privilegio dentro de la familia real a Milan y Natalija, cuyo divorcio se declaró nulo. En mayo, se reinstauró la constitución de 1869 y la reina Natalija regresó a Belgrado después de cuatro años de ausencia. Alexander, de pronto, se encontraba en una situación más favorable en todos los sentidos. Ya no estaba solo, contaba con dos sólidos apoyos y el futuro se extendía ante él como un cúmulo de dichosas posibilidades.


La reina Natalia (primera desde la izquierda) y Draga, entonces dama de la corte (tercera entre las de pie detrás), en 1893.

Aunque se estableciese en Belgrado, Natalija siguió pasando largas temporadas en Biarritz, lugar por el que sentía verdadera pasión, y, asimismo, realizaba frecuentes viajes a otros sitios que le resultaban atrayentes. Era, ya, una mujer que no podía permanecer quieta en la capital del reino de su hijo. Si se quedaba demasiado tiempo, además, se exponía a que la gente creyese que estaba entrometiéndose en asuntos que no le incumbían -y ya sabía por propia experiencia que así no iba a ninguna parte excepto al exilio-. En plena madurez, Natalija aceptaba que Alexander tuviera a Milan a su lado para aconsejarle y guiarle. Ella podía relajarse por completo en ese aspecto, lo que, aparte, le convenía porque le evitaba ulteriores problemas.

El verano de 1894 encontró a Natalija de nuevo en Biarritz. Allí disfrutaba de la animada temporada estival cuando recibió un telegrama de su hijo Sacha anunciándole que acudía a visitarla. Era la primera vez que Sacha viajaba a aquel balneario de moda, así que Natalija estaba entusiasmada. Por supuesto, no podía prever que esa visita de tendría efectos dramáticos sobre las existencias de todos ellos...


Imagen antigua del palacio de la reina Natalija en Biarritz, al que llamó "Sachino", el mismo diminutivo cariñoso que ella aplicaba a su hijo Aleksander, “Sacha” (de Sacha,Sachino).

lunes, 11 de abril de 2011

La inestable Serbia

La historia de Serbia puede considerarse que comienza con el primer estado serbio, Raška, que fue fundado en el siglo IX por la Casa de Vlastimirovic; se desarrolló dentro del reino y el Imperio serbio bajo la Casa de Nemanjic. En la época moderna, Serbia ha sido un principado autónomo (1817–1878), un principado y reino independiente (1878–1918), parte del Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, el cual fue renombrado a Reino de Yugoslavia en 1929, (1918–1941), un estado títere ocupado por los nazis (1941–1944), una república socialista en la República Federal Socialista de Yugoslavia (1945–1992), una república en la República Federal de Yugoslavia (1992-2003), y una república en la Unión de Estado de Serbia y Montenegro (2003-2006) antes de que proclamara su independencia como la República de Serbia el 5 de junio de 2006.

Trataremos aquí el período desde la Serbia medieval hasta principios del siglo XX en que, formando parte del Reino de Yugoslavia, se convirtió en una monarquía constitucional.


Edad Media

Los primeros príncipes serbios registrados fueron Višeslav, Radoslav, Prosigoj y Vlastimir. En ese tiempo, el país había aceptado totalmente el cristianismo, habiendo serbios católicos y ortodoxos. En Zeta, hoy Montenegro, el Papa coronó al rey Mihailo en 1077, y concedió el título de Archidiócesis a la ciudad de Bar, con lo que los serbios alcanzaban autonomía religiosa. El hijo de Mihailo, Konstantin Bodin, reclamó el trono en 1080, gobernando hasta su muerte en 1101. Los gobernadores continuaron cambiando, y el país aceptó la protección del Imperio bizantino para mantener a raya a su enemigo, Bulgaria. Serbia se liberó del Imperio Bizantino un siglo más tarde.

El primer estado serbio unificado apareció bajo Caslav Klonimirovic a mediados del siglo X en Rascia. Sin embargo, la primera mitad del siglo XI vio la subida de la familia de Vojislavljevic de Zeta. Finalmente, a mediados del siglo XII predominó nuevamente Rascia con la dinastía de Nemanjic, que llevaron al Reino de Serbia a una edad de oro que duró por más de tres siglos. En uno de los pocos estados que no practicaban el orden feudal, los Nemanjic consiguieron para el reino una reputación política, económica y cultural elevada en Europa, y crearon un estado balcánico potente que tuvo su apogeo bajo el reinado del emperador Stefan Dusan a mediados del siglo XIV, antes de sucumbir finalmente al dominio turco otomano (con el Principado de Zeta como último baluarte, que cae finalmente en 1499).


Konstantin Bodin, Zar de Bulgaria y Príncipe de Serbia (Duklja)

La Dinastía Nemanjic

Después de luchar por el trono con sus hermanos, Stefan Nemanja se hizo con el poder en 1166 y comenzó a renovar el estado en la región de Raska. A veces con el patrocinio de Bizancio, y a veces en su contra, el Veliki zupan (literalmente jefe de familia, equivalente a príncipe) Stefan Nemanja amplió su estado conquistando territorios en el este y el sur, anexionándose el litoral y la región de Zeta. Junto a sus tareas de gobierno, el veliki zupan dedicó esfuerzos a la construcción de monasterios.

Fue sucedido por su segundo hijo Stefan II, mientras que dio el gobierno de la región de Zeta a su primogénito, Vukan. El hijo menor de Stefan, Rastko, se hizo monje y tomó el nombre de San Sava, poniendo todos sus esfuerzos en extender la religión entre su gente. Puesto que la Curia ya tenía ambiciones para extender su influencia en los Balcanes, Stefan usó estas circunstancias propicias para obtener su corona del Papa, convirtiéndose así en el primer rey serbio. En Bizancio, su hermano Sava consiguió asegurar la posición autocéfala para la Iglesia serbia, y se convirtió en el primer arzobispo ortodoxo serbio. Así los serbios adquirieron ambas formas de independencia: temporal y religiosa.

La generación siguiente de gobernadores serbios -los hijos de Stefan Prvovencani: Radoslav, Vladislav y Uros Nemanjić- marcó un período de estancamiento de la estructura del estado. Los tres reyes fueron más o menos dependientes de alguno de los estados vecinos, Bizancio, Bulgaria o Hungría.


Stefan Dragutin, rey entre 1276 y 1282, representado con un modelo de los monasterios que construyó.

En los lazos con los húngaros tuvo un papel decisivo el hecho de que Stefan Uroš I (Uroš I) fuera depuesto y reemplazado por su hijo Stefan Dragutin, cuya esposa era una princesa húngara. Cuando Dragutin abdicó en 1282 en favor de su hermano más joven, Stefan Milutin, el rey húngaro Ladislao IV le dio tierras situadas al noreste de Bosnia, la región de Mačva, y la ciudad de Belgrado, mientras él conseguía conquistar y anexar tierras en el noreste de Serbia: así algunos de estos territorios pasaron a ser parte del estado serbio por primera vez, aunque como reino independiente. Se nombró al nuevo estado como el Reino de Srem. Después de que muriera en 1316, el gobierno recayó en su hijo, el rey Vladislav II, que gobernó hasta 1325.

Bajo el gobierno del hermano más joven de Dragutin, el rey Stefan Uroš II Milutin, Serbia se estabilizó, a pesar de tener que combatir de vez en cuando en tres frentes diferentes. Milutin se inclinó al uso de un expediente diplomático medieval: los matrimonios dinásticos. Estuvo casado cinco veces con princesas húngaras, búlgaras y bizantinas. Es también famoso como constructor de iglesias, algunas de las cuales son los ejemplos más brillantes de la arquitectura serbia medieval. Debido a sus dotaciones, el rey Milutin ha sido proclamado como santo a pesar de su vida tumultuosa. Le sucedió en el trono su hijo Stefan, llamado Stefan Uroš III Dečanski. Tras extender el reino hacia el este y hacia el sur, Stefan Decanski siguió el ejemplo de su padre construyendo el monasterio de Visoki Decani en Metohija, el mayor ejemplo de arquitectura medieval serbia.

El emperador Dušan

Durante el mandato del emperador Stefan Dusan, llamado Silni (poderoso), el Imperio serbio cubría gran parte de las Yugoslavia y Grecia actuales. Dusan derrocó a su padre con la ayuda de la nobleza en 1331.


El zar Stefan Uroš IV Dušan con su esposa Jelena (Monasterio Lesnovo, República de Macedonia)

En los primeros años de su reinado, luchó contra el Imperio bizantino y la guerra continuó con interrupciones hasta su muerte en 1355. Se vio implicado dos veces en conflictos con los húngaros, derrotándolos ambas veces. Mantuvo la paz con los búlgaros, casándose con Helena, la hermana de su emperador, Ivan Alexander. Dusan explotó la guerra civil bizantina, apoyando a Juan V Palaiologos mientras Ivan Alexander lo hacía con Juan VI aprovechándose ambos. Se proclamó en 1345 emperador (tsar) en Serres y fue coronado solemnemente en Skopje el 16 de abril de 1346 como "emperador de los serbios, griegos, búlgaros y albaneses" por el Patriarca serbio Joanikie II.

En 1349 aprobó el Dusanov Zakonik (Código de Dusan), un logro jurídico único entre los estados europeos de la época. Abrió nuevas rutas de comercio y fortaleció la economía del estado. Serbia se convirtió en uno de los países más desarrollados de Europa, con una cultura floreciente. Stefan Dusan duplicó el tamaño de su reino, tomando territorios al sur, sureste y este a expensas de Bizancio. Fue sucedido por su hijo Uroš, llamado el Débil, un término que podría aplicarse también al estado del reino, que bajo su mandato se deslizaba lentamente en la anarquía feudal. Es un período marcado por el surgimiento de una nueva amenaza: el sultanato turco otomano que se extendió de Asia a Europa, conquistando primero Bizancio e invadiendo gradualmente los estados balcánicos.

Bandera del Imperio Serbio (diseño bizantino)

Invasión turca

Dos poderosos barones serbios, los hermanos Uglješa y Vukašin Mrnjavčevič, reunieron un gran ejército para rechazar a los turcos. Entraron en territorio turco en 1371 para atacar al enemigo, pero estaban demasiado confiados en ellos mismos: instalaron campamentos cerca del río Maritza, en la actual Turquía, y comenzaron a celebrar la invasión embriagándose. Durante la noche, las fuerzas turcas atacaron a los ebrios caballeros serbios y los condujeron al río. Muchos de ellos se ahogaron, otros murieron, y el ejército serbio fue aniquilado.

La Batalla de Kosovo en 1389, en que las fuerzas serbias derrotaron a los turcos, definió el destino de Serbia, porque tras eso no tuvo ningún ejército capaz de enfrentarse a los turcos. Fue un período inestable, marcado por el reinado del hijo de Lazar, el déspota Stefan Lazarević, que fue un caballero al estilo de la época, un líder militar e incluso un poeta. Junto a su primo Đurađ Branković (hijo de Vuk Branković), que le sucedió, trasladó la capital al norte, en la recientemente construida ciudad fortificada de Smederevo. Los turcos continuaron su conquista hasta que tomaron finalmente todo territorio de Serbia en 1459, cuando Smederevo cayó en sus manos, quedando como únicos territorios serbios libres algunas zonas de Bosnia y Zeta. Tras la caída del reino de Bosnia en 1496, el Imperio otomano gobernó Serbia durante casi cuatro siglos.


La Batalla de Kosovo (1389): los turcos matan el caballo del Príncipe Lazar Hrebeljanović

Serbia Otomana

Durante la lucha entre el Imperio otomano y Hungría, la gran población serbia que había emigrado a la región hoy conocida como Vojvodina intentó la restauración del estado serbio, pero en la Batalla de Mohács, el 29 de agosto de 1526, la Turquía otomana destruyó al ejército del rey húngaro-checo Luis Jagellón, quien murió en el campo de batalla. Tras esta batalla, Hungría dejó de ser estado independiente y gran parte de su anterior territorio pasó a formar parte del Imperio otomano.

Poco después, el líder de los mercenarios serbios en Hungría, Jovan Nenad, estableció un reino en Bačka, norte de Banat y una parte pequeña de Srem. Fue un estado independiente efímero con la ciudad de Subotica como capital, donde Jovan Nenad se coronó a sí mismo como emperador serbio. Aprovechándose de la situación militar y política sumamente confusa, los nobles húngaros de la región unieron fuerzas contra él y derrotaron a las tropas serbias en el verano de 1527. El emperador fue asesinado y el reino desapareció.


Escudo de armas del Imperio Otomano (Dinastía Osmanlí o Casa de Osmán, de la que deriva la palabra “otomano”)

Serbia moderna

Serbia ganó su autonomía del Imperio otomano en el primer y segundo levantamiento en 1804 y 1815, aunque los turcos mantuvieron una guarnición en la capital, Belgrado, hasta 1867. Aquellas revoluciones revivieron el orgullo nacional serbio, y les dieron esperanza de que su Imperio pudiera hacerse realidad nuevamente. En 1829 los turcos dieron la independencia completa a Grecia y a Serbia le fue dada una autonomía, que la hizo semi-independiente.

Aprovechando las revoluciones de 1848, los serbios del Imperio austríaco proclamaron la provincia autónoma serbia conocida como Vojvodina serbia. Por una decisión del emperador austríaco, en noviembre de 1849 se transformó Vojvodina en la provincia de la corona austríaca conocida como Vojvodina de Serbia y Tamiš Banat (Ducado de Serbia y Tamiš Banat). Contra la voluntad de los serbios, se abolió la provincia en 1860, pero los serbios de la región lograron otra oportunidad de conseguir sus demandas políticas en 1918. Hoy esta región es conocida como Vojvodina.


Miloš Obrenović I, Príncipe de Serbia entre 1815 y 1839

La guerra renovada contra los turcos en 1877 junto a Rusia, trajo la independencia total para Serbia y grandes ganancias territoriales hacia el sureste. Se proclamó el reino serbio en 1882 bajo el rey Milan Obrenović IV. En ese momento Serbia era uno de los estados que tenía su propia dinastía en el trono (además del Imperio alemán, Italia, Gran Bretaña, y Austria-Hungría). Sin embargo, millones de serbios aún vivían fuera de Serbia, en el Imperio Austrohúngaro (Bosnia, Croacia, Vojvodina, Sandžak) y en el Imperio otomano (Serbia del sur, Kosovo, Macedonia).

Reino de Serbia

La política interna del nuevo país giró en gran parte en torno a la rivalidad dinástica entre las familias Obrenović y Karađorđević, descendientes respectivamente de Miloš Obrenović (reconocido como príncipe heredero en 1829) y Karađorđe Petrović, líder de la rebelión de 1804 pero muerto en 1817, según se afirma por orden de Miloš. Los Obrenović dirigieron el estado emergente entre 1817 y 1842 y de nuevo entre 1858 y 1903, los Karadjordjevići entre 1842 y 1858 y después de 1903.


Mihailo Obrenović III (1823 – 1868), Príncipe de Serbia

El tema dinástico se mezcló en parte con divisiones diplomáticas más amplias que existían en Europa; Milan Obrenović alineó su política exterior con la de la vecina Austria-Hungría a cambio del apoyo de los Habsburgo para su coronación como rey. Los Karadjordjević se inclinaron más hacia Rusia, consiguiendo el trono en junio de 1903 tras un sangriento golpe de mano dado por oficiales del ejército hostiles al dominio de los Habsburgo sobre sus vecinos eslavos del sur.

Siguiendo la independencia de Bulgaria (octubre de 1908) y un movimiento exitoso por oficiales del ejército griego (agosto de 1909) para conseguir un gobierno nacionalista, Serbia se unió a estos dos países y su vecina Montenegro, poblada de serbios, para invadir Macedonia en octubre de 1912, reduciendo la Turquía europea a una pequeña región alrededor de Constantinopla (Estambul).

Bulgaria falló en su intento posterior (julio de 1913) de conseguir de sus aliados el territorio que le habían prometido al principio y, a la alarma de los Habsburgo porque Serbia doblase su territorio, se agregó el resentimiento búlgaro al haber sido denegada su parte de las ganancias territoriales.


Aleksandar I de Serbia, último rey de la dinastía Obrenović, entre 1889 y 1903

La Primera Guerra y el Reino de Yugoslavia

El 28 de junio de 1914, el asesinato del heredero austrohúngaro, el Archiduque Francisco Fernando y su esposa Sofía Chotek, en Sarajevo sirvió como un pretexto para la declaración de guerra de Austria-Hungría a Serbia, hecho que marca el principio de la Primera Guerra Mundial, a pesar de la aceptación del gobierno serbio (el 25 de julio) de casi todas las demandas de Austria-Hungría. El ejército serbio defendió el país y ganó varias batallas, pero lo vencieron las fuerzas alemanas, austrohúngaras y búlgaras y debió retirarse del territorio nacional marchando a través de las montañas albanesas hasta el Mar Adriático.

El 16 de agosto la Triple Entente formada por Francia, Inglaterra y Rusia prometió a Serbia los territorios de Srem, Bačka, Baranja, del este de Slavonia, Bosnia y Herzegovina y Dalmacia oriental como una recompensa tras la guerra. Habiéndose recuperado en Corfú, el ejército serbio volvió al combate en el frente de Tesalónica junto con otras fuerzas de la Entente que formaban Francia, el Reino Unido, Rusia, Italia y los Estados Unidos.


Alejandro de Serbia, príncipe regente, junto al general francés Sarrail, visitando la reconquistada Monastir (Bitola), 1917.

En 1918 nació el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, que once años más tarde pasaría a llamarse Yugoslavia. Se trataba de una monarquía constitucional federada, bajo la dinastía de origen serbio de los Karagjorgjevic. Montenegro se sumó al nuevo Estado en noviembre de 1918, por resolución de su Asamblea Nacional. Esta primera Yugoslavia duró hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando la invadió el ejército nazi.

sábado, 2 de abril de 2011

LOS BALCANES: monarquías fantasmas y revolución

La Península Balcánica es la más oriental de las penínsulas de Europa. Hoy comprende los países de Grecia, Croacia, Eslovenia, Bosnia-Herzegovina, Albania, Macedonia, Yugoslavia, Bulgaria y Turquía europea. Limita al norte por los Montes Balcanes y al sur termina en punta entre el Adriático y el Egeo, el mar de Mármara y el mar Negro.


Al filo del siglo XX existían en los Balcanes cuatro monarquías (dos más nacerían después: Albania en 1912 y el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, la futura Yugoslavia, en 1918), de las cuales ninguna sobrevive como tal, sino que se transformaron en repúblicas. De sus soberanos aún viven dos: Simeón II de Bulgaria y Constantino II de Grecia.


La Península Balcánica en 1891 (publicado en el Almanaque del Gotha, de Julius Perthes)


Un pueblo conflictivo


Históricamente, la península balcánica ha sido la zona enferma de Europa. La intrincada mezcla de pueblos, etnias, religiones y tradiciones en un mismo espacio, y las feroces luchas que han desatado entre sí, han facilitado a los grandes medios de comunicación de Europa Occidental la creación de un tópico: los Balcanes son una zona ingobernable, sus pueblos tienden al enfrentamiento sectario y sólo los países avanzados de Occidente pueden imponer la convivencia pacífica.



Sin embargo, fueron las potencias (el Imperio Otomano, Alemania, Austria-Hungría, Rusia, Francia y Gran Bretaña) quienes provocaron, en connivencia con la casta monárquica, clerical, militar y burguesa de la zona, el enfrentamiento entre los diferentes pueblos.


Cartel de propaganda del Expreso de Oriente, mostrando el recorrido que, entre Munich y Bucarest, transcurre junto al río Danubio.


La opresión nacional sólo se pudo resolver (aunque limitada y temporalmente) fuera del marco del capitalismo, especialmente con la Federación yugoslava encabezada por Tito. La resistencia popular búlgara a los nazis, la liberación revolucionaria de Yugoslavia en 1945 y la lucha de los comunistas griegos contra los fascistas, primero, y los británicos y estadounidenses, después, estuvieron más cerca de solucionar los problemas nacionales y materiales de la zona que todos los acuerdos y compromisos producidos por las potencias.


El dominio turco


Han sido muchas las invasiones y colonizaciones del territorio balcánico. La extraordinaria civilización helénica fue fruto de la superposición de diferentes pueblos. Pero fue tras el período helenístico de Alejandro Magno y el romano, y durante el progresivo debilitamiento del Imperio Bizantino, cuando la península recibió sucesivas oleadas de pueblos bárbaros, como tártaros y, especialmente, eslavos, que llegaron hasta Grecia. Los eslavos colonizaron casi todos los Balcanes en el siglo VII. Sólo en Albania y Grecia perduraron de forma significativa las poblaciones anteriores al dominio romano; los albaneses son en su mayor parte descendientes de los ilirios. En cuanto a Bulgaria, la mayoría de la población procede de la colonización tártara, si bien sus antepasados se eslavizaron, aceptando el idioma y la cultura extrañas. Los países más homogéneamente eslavos, en esta zona, son los que componían Yugoslavia (salvo Macedonia).


“La Albanesa”, de Camille Corot



Los constantes enfrentamientos entre las numerosas monarquías balcánicas, en la Edad Media, terminaron en la conquista turca. Los otomanos, tras adueñarse de Bizancio en 1453, se apoderaron de casi todos los Balcanes. La excepción es Eslovenia (que en 1814 cayó en manos de Austria). En cuanto a Croacia, siglo y medio después fue anexionada por los Habsburgo (la dinastía de Austria y posteriormente de Austria-Hungría).


Esta circunstancia creó una separación entre los croatas y los eslovenos, por un lado, y los serbios y montenegrinos, por otro, hasta entonces unidos por un mismo origen y una misma cultura. Los primeros estuvieron bajo la influencia de la cultura germánica y húngara (los croatas, durante tres siglos), y mayoritariamente se pasaron al catolicismo, mientras los segundos, ante la opresión turca, se aferraban a la religión ortodoxa (herencia de la influencia bizantina sobre los eslavos del sur).


El Sultán Mehmed II el-Fatih entrando en Constantinopla (1453)


Los cuatro siglos de imposición turca han sido un pesado fardo sobre los Balcanes, pues mantuvieron una situación de atraso en las ciudades y de postración en el campo, imponiendo hasta el final la servidumbre a los campesinos, en beneficio, fundamentalmente, de los beys (gobernadores) y los sepahi (los terratenientes). Los tributos que les debían pagar a los beys eran más onerosos cuanto más entraba en crisis el Imperio.


La táctica de dividir a los pueblos sometidos, creando tensiones y haciendo cómplices a una parte de ellos para dominarles mejor, fue inteligentemente utilizada por los señores otomanos. Por una parte, consiguieron la islamización de prácticamente todos los señores feudales, y de una parte de la población eslava, de Bosnia-Herzegovina y de Novi Bazar (situado entre Serbia y Montenegro), que fueron privilegiados con respecto a los eslavos cristianos. Por otra, permitieron a los albaneses, que se islamizaron mayoritariamente, colonizar el norte de Kosovo, hasta entonces de predominio serbio, así como realizar frecuentes razzias contra localidades eslavas, especialmente de Macedonia. Por último, impusieron a todos los "no creyentes" (no musulmanes) la autoridad única del patriarcado griego, fomentando a través de la Iglesia Ortodoxa Helénica la helenización de territorios como Bulgaria.




Partida de Mehmed Vi, último sultán del Imperio Otomano (noviembre de 1922)


El despertar nacional


La Revolución Francesa despertó la sed de libertad de los pueblos europeos, creando y fomentando el sentimiento nacional. Esta influencia se extendió, a través de los intelectuales, entre todos los pueblos europeos oprimidos. Los campesinos balcánicos, sometidos al dominio extranjero durante cuatrocientos años, entraron en la escena de la historia con un objetivo nacional y social: la liberación del yugo turco y de sus sepahi. Fueron ellos, en todos los países de la zona, los protagonistas de esta lucha dura y larga, de cuyos frutos se apropiaron inmediatamente los burgueses.


Grecia fue el primer país que vio reconocida su independencia, en 1830, después de una feroz lucha de diez años, aunque su territorio sólo correspondía a un tercio de la Grecia actual. Rusia, Gran Bretaña, Francia, se declaraban fieles amigos del pueblo griego en rebeldía. La autocracia zarista se presentaba como la tradicional aliada de los pueblos de religión ortodoxa, mientras que Francia y Gran Bretaña se hacían eco de los argumentos liberales.




La salida de Messolonghi (1825)


Sin embargo, en 1825 se celebró una conferencia de las potencias europeas en San Petersburgo, donde Gran Bretaña defendió que el Imperio Turco concediera autonomía a Grecia, rechazando así la independencia griega, ya que le interesaba mantener el status quo en la zona. Los británicos preferían que los Balcanes fueran controlados por un imperio en decadencia como el turco, que no podía hacer sombra a sus intereses, antes que la influencia de Rusia se expandiera por el Este europeo y llegara al Mediterráneo. El plan británico fue rechazado, obviamente, por Francia y Rusia. El zar Alejandro I pretendía que Grecia se convirtiera formalmente en un protectorado ruso, y, con la excusa de defenderla de las amenazas turcas, poner un pie cerca del mar de Mármara, que estratégicamente comunica el mar Negro con el Mediterráneo.


Las diferencias entre las tres potencias europeas y la resistencia de los patriotas griegos trastocaron estos planes. Una vez se hizo inevitable la independencia, tropas francesas, británicas y rusas intervinieron en la zona en 1827, para que la influencia de sus monarquías no menguara con respecto a las otras en la nación que surgía.


El ejemplo de Grecia vale para cualquier otro país de la zona. Los imperios utilizaron siempre los sentimientos nacionales de las masas para imponer sus intereses de clase.




“Grecia agradecida”: Grecia (Hellas) como mujer, rodeada de los rebeldes griegos


Históricamente, las tres grandes potencias interesadas en los Balcanes han sido Austria, Rusia y el Imperio Otomano. Hasta la construcción del canal de Suez, la península era el puente natural entre Europa Occidental y Central y Asia; las rutas comerciales pasaban, bien por Tracia (región dividida actualmente entre Turquía y Grecia), bien por el Mediterráneo Oriental. Al zarismo le interesaba el control de los estrechos del Bósforo y de Dardanelos, con el que se podía enseñorear de todo el mar Negro y llegar hasta el Mediterráneo. En cuanto a austríacos y húngaros, la península balcánica (de la que ya dominaba el noroeste) era su zona de expansión natural. Los dos Estados balcánicos surgidos en 1878 (Serbia y Bulgaria) oscilaron entre la influencia rusa y la austro-húngara, si bien Austria-Hungría casi siempre vio como una amenaza la existencia de un Estado eslavo independiente en los Balcanes, como Serbia, que podía ser un atractivo para los croatas y eslovenos, sometidos a los Habsburgo.


Para 1912, año de comienzo de la Primera Guerra Balcánica, las posesiones turcas en Europa se limitaban, fundamentalmente, a Albania, Macedonia, Tracia y la región griega del Epiro.


La Primera Guerra Balcánica


En 1900, de acuerdo al Almanach Hachette, los estados balcánicos eran:


- Bulgaria. Monarquía bajo la soberanía de Turquía (1878); rey, Fernando I (Casa de Sajonia)

- Grecia. Monarquía constitucional (1829); rey, Jorge I (Casa de Holstein-Glücksburg)

- Montenegro. Principado. Monarquía absolutista (1852); príncipe, Nicolás I (Casa de Petrovitch-Niegoch)

- Serbia. Monarquía constitucional (1889); rey, Alejandro I (Casa de Obrenovitch).




Jorge I de Grecia con el zar Fernando de Bulgaria, en Tesalónica (diciembre de 1912)


Grecia, Serbia y Bulgaria intentan jugar el papel de potencia regional, aprovechándose de la debilidad turca y buscando padrinos en las grandes potencias europeas. El principal foco de fricción es Macedonia. A pesar del conflicto latente, las cuatro monarquías balcánicas son capaces de formar una Liga para acabar definitivamente con el dominio turco en Europa. Esto llevó a la Primera Guerra Balcánica, que duró de octubre de 1912 a junio de 1913.


Esta guerra tenía un contenido progresista, porque la liberación de los territorios ocupados por los otomanos sería también una liberación social. La acción y unión de los países balcánicos tenía cierto peligro para las grandes potencias, que se reunieron en diciembre de 1912 con los países en guerra, para intentar parar un conflicto que veían peligroso e imponer sus intereses. Sin embargo, no lo consiguieron y la guerra duró cinco meses más, hasta conseguir arrinconar al Imperio turco a una parte de la Tracia, la actual Turquía europea. Albania, que al calor de la guerra se había rebelado contra los otomanos, surgió como país apoyada por Austria-Hungría e Italia.


El protagonismo en la guerra de las reaccionarias castas monárquicas y de la burguesía constituía un peligro, el de que se impusiera la lucha por los intereses de cada monarquía frente a la lucha social. Las ambiciones de las clases reaccionarias en Macedonia motivaron la Segunda Guerra Balcánica (de junio a julio de 1913), que desde luego no tuvo nada de progresista. Sólo un mes después de firmar la paz con los turcos las tropas serbias y griegas (junto a las rumanas) se enfrentaron a las búlgaras, con las que acababan de compartir trincheras.



Litografía griega de la rendición de Ioannina en 1913 por el general Mehmet Esat Bülkat al Príncipe heredero Constantino (futuro Constantino I).


El polvorín macedonio


Si los Balcanes es el polvorín de Europa, Macedonia es el polvorín de los Balcanes. Esta región es mucho más amplia que el actual país con ese nombre. Es la enorme franja que va desde casi toda la frontera oriental de Albania hasta el mar Egeo, limitando al Este con Tracia y al sur con la Tesalia griega. Su composición étnica era (y es) compleja, no sólo por su diversidad (búlgaros, griegos, eslavos, rumanos, turcos, judíos, albaneses), sino también porque, en el campo, el contacto entre estos pueblos era prácticamente inexistente.


Grecia, Serbia, Bulgaria, e incluso Albania, ambicionan Macedonia, o parte de ella. Esto lleva a las tres primeras, las potencias de la zona, a una cruel lucha, primero en el terreno cultural y luego directamente terrorista (especialmente, de 1904 a 1908). Los comitayis (miembros de bandas), sirviendo los intereses de alguno de los tres reinos, presionan a los campesinos.




Escudo de armas de Macedonia (siglo XVIII)


Los beneficiarios fundamentales de las dos guerras balcánicas fueron las dinastías y los terratenientes de Serbia y Grecia (que se queda con la mayor parte de Macedonia y recupera Corfú, Creta y otras islas). La enemistad entre Austria-Hungría y Serbia se fortalece, pues el poderoso Estado eslavo pone sus miras en Bosnia, Croacia y el sur de Hungría (poblada en parte por serbios), territorios todos del imperio de los Habsburgo.


La Gran Guerra


En la primera década del siglo XX dos imperios en decadencia, Austria-Hungría y Rusia, se debatían entre la revolución y el desmembramiento; ambas necesitaban conquistas territoriales y prestigio militar para enmascarar su crisis. Detrás de ellos se encontraban los auténticos contendientes: los potentados de Francia, Gran Bretaña y Alemania, dispuestos a dominar al pueblo llano (incluyendo los de sus propios países) para lograr el trozo más grande de la tarta del mercado mundial.


Como es bien sabido, fue precisamente la rivalidad de Austria-Hungría y Serbia en la zona balcánica, el motivo inmediato de la guerra, y el "accidente que reflejó la necesidad" el asesinato del príncipe heredero austríaco, por parte de un joven bosnio vinculado a la "Mano Negra" (sociedad secreta serbia).




El general inglés Troubridge inspeccionando los marinos serbios en el frente de Macedonia


Todos los países balcánicos participan en la "primera gran matanza". Grecia, Albania, Montenegro y Serbia junto a Francia, Gran Bretaña y Rusia. Bulgaria, en el bando de Alemania, Austria-Hungría y Turquía. La guerra fue una tragedia para todos los pueblos. La dramática experiencia de muerte, destrucción, epidemias y hambre provocó el choque de la realidad con la conciencia, espoleándola. Esto y el ejemplo de la Revolución bolchevique dieron alas a los partidos comunistas recién formados y abrieron la puerta a una etapa de convulsiones sociales y políticas.


Las revoluciones


La Revolución de Octubre marcó el camino a las masas. Ante la presión, el zar búlgaro Fernando tuvo que liberar al dirigente campesino Stambulisky, encarcelado por su oposición a la guerra, y abdicar en su hijo Boris.


La correlación de fuerzas en Bulgaria, tan desfavorable a la casta monárquica y a la aristocracia, les obligó a permitir la dictadura verde de Stambulisky. Éste, con apoyo de masas entre los pequeños propietarios, tomó medidas favorables a ellos, entrando en enfrentamientos con la burguesía, aunque a la vez reprimió al movimiento obrero.




El príncipe heredero Boris (futuro zar Boris III) con el mariscal de campo August von Mackensen inspeccionando a las tropas búlgaras (1916)


La inestabilidad social se mantuvo en los Balcanes hasta 1925. En 1924 una insurrección campesina en Albania derroca a Ahmed Zogú, representante de los señores feudales, y coloca en el Gobierno, con un programa de reformas sociales, al obispo ortodoxo Fan Noli. La indecisión de éste en llevarlo a cabo permitiría a Zogú volver al poder ese mismo año. En cuanto a Grecia, una de las causas fundamentales del golpe de Estado del general Pangalos, en 1925, fue el crecimiento del apoyo de los comunistas.


La creación de Yugoslavia


Uno de los principales resultados de la Primera Guerra Mundial fue la creación del Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos (Yugoslavia a partir de 1929), bajo la dinastía serbia de los Karageorgevic. Su territorio era similar a la de la Yugoslavia de Tito, salvo por la península de Istria, que permaneció en poder de Italia. Este nuevo país fue la consecuencia del desmembramiento del Imperio Austro-Húngaro, tras su derrota. Pero su aparición no fue artificial, sino que conectaba con los deseos del pueblo.




Alexander I (Karageorgevic), primer rey de Yugoslavia


En julio de 1917 el Comité Yugoslavo (grupo de emigrados burgueses de Croacia y Eslovenia), con el patrocinio de Estados Unidos y Gran Bretaña (interesada en crear un Estado fuerte que frenara a Austria por el sur) y Serbia, llegan al acuerdo de defender al final de la guerra una Yugoslavia monárquica. Al acuerdo se unen Montenegro (que acaba de destronar a su rey) y representantes bosnios y herzegovinos.


En septiembre de 1918, una Junta Nacional toma el poder en Zagreb y proclama la unión de eslovenos, croatas y serbios. En diciembre de 1918 nace el nuevo Estado, que desde el principio es incapaz de aunar –como no podía ser de otra forma– los intereses de los diferentes pueblos y clases sociales. Ni la homogeneidad eslava, ni la experiencia común de la opresión nacional sufrida durante siglos, podían ser una garantía de solución al problema nacional. Yugoslavia es un país atrasado, donde el 80% de la población son campesinos y el analfabetismo alcanza el 50%.


En breve tiempo la monarquía serbia demostrará su incapacidad para solucionar las contradicciones nacionales y sociales. En 1921 se aprueba una Constitución centralista. Las burguesías de las diferentes nacionalidades estimulan los enfrentamientos nacionalistas, de forma muy parecida a lo que ocurre tras la desintegración de la Yugoslavia de Tito; la principal contradicción se da entre los serbios, nacionalidad dominante, y los croatas, la minoría más importante.




Estandarte real del Reino de Yugoslavia (1922-1937)


La tendencia al bonapartismo


Si la revolución no triunfa en los países atrasados, la tendencia es a la aparición de regímenes bonapartistas burgueses, donde hombres fuertes imponen las decisiones, en beneficio de las clases reaccionarias, apoyándose para ello en la represión militar y en un cierto equilibrismo entre diferentes clases sociales.


El período de entreguerras en Europa reúne todas estas características. Uno tras otro, todos los Estados balcánicos caen en el bonapartismo, bajo la influencia de la Italia fascista o de la Alemania nazi. El primero es Albania, donde Ahmed Zogú, en 1925, se hace nombrar rey, convirtiendo el nuevo reino en un satélite de Italia. En Yugoslavia, el rey Alejandro I impone su dictadura en 1929. En Grecia, tras un período de inestabilidad y crecimiento del apoyo a los comunistas, el general Ioannis Metaxas disuelve el Parlamento (1936).



Encuentro de los príncipes herederos balcánicos en 1912: Alejandro de Serbia, Boris de Bulgaria, Constantino de Grecia, Fernando de Rumania y Danilo de Montenegro.


Los últimos monarcas balcánicos del siglo XX fueron:



  • Pedro II de Yugoslavia (consorte: Alejandra de Grecia)

  • Simeón II de Bulgaria (consorte: Margarita Gómez-Acebo y Cejuela)

  • Zogú I de Albania (consorte: Geraldina Apponyi)

  • Constantino II de Grecia o de los Helenos (consorte: Ana María de Dinamarca)
  • Nicolás I de Montenegro (consorte: Milena Vukotic)

  • Alejandro I de Serbia (consorte: Draga Lunievitza)