La Península Balcánica es la más oriental de las penínsulas de Europa. Hoy comprende los países de Grecia, Croacia, Eslovenia, Bosnia-Herzegovina, Albania, Macedonia, Yugoslavia, Bulgaria y Turquía europea. Limita al norte por los Montes Balcanes y al sur termina en punta entre el Adriático y el Egeo, el mar de Mármara y el mar Negro.
Al filo del siglo XX existían en los Balcanes cuatro monarquías (dos más nacerían después: Albania en 1912 y el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, la futura Yugoslavia, en 1918), de las cuales ninguna sobrevive como tal, sino que se transformaron en repúblicas. De sus soberanos aún viven dos: Simeón II de Bulgaria y Constantino II de Grecia.
La Península Balcánica en 1891 (publicado en el Almanaque del Gotha, de Julius Perthes)
Un pueblo conflictivo
Históricamente, la península balcánica ha sido la zona enferma de Europa. La intrincada mezcla de pueblos, etnias, religiones y tradiciones en un mismo espacio, y las feroces luchas que han desatado entre sí, han facilitado a los grandes medios de comunicación de Europa Occidental la creación de un tópico: los Balcanes son una zona ingobernable, sus pueblos tienden al enfrentamiento sectario y sólo los países avanzados de Occidente pueden imponer la convivencia pacífica.
Sin embargo, fueron las potencias (el Imperio Otomano, Alemania, Austria-Hungría, Rusia, Francia y Gran Bretaña) quienes provocaron, en connivencia con la casta monárquica, clerical, militar y burguesa de la zona, el enfrentamiento entre los diferentes pueblos.
Cartel de propaganda del Expreso de Oriente, mostrando el recorrido que, entre Munich y Bucarest, transcurre junto al río Danubio.
La opresión nacional sólo se pudo resolver (aunque limitada y temporalmente) fuera del marco del capitalismo, especialmente con la Federación yugoslava encabezada por Tito. La resistencia popular búlgara a los nazis, la liberación revolucionaria de Yugoslavia en 1945 y la lucha de los comunistas griegos contra los fascistas, primero, y los británicos y estadounidenses, después, estuvieron más cerca de solucionar los problemas nacionales y materiales de la zona que todos los acuerdos y compromisos producidos por las potencias.
El dominio turco
Han sido muchas las invasiones y colonizaciones del territorio balcánico. La extraordinaria civilización helénica fue fruto de la superposición de diferentes pueblos. Pero fue tras el período helenístico de Alejandro Magno y el romano, y durante el progresivo debilitamiento del Imperio Bizantino, cuando la península recibió sucesivas oleadas de pueblos bárbaros, como tártaros y, especialmente, eslavos, que llegaron hasta Grecia. Los eslavos colonizaron casi todos los Balcanes en el siglo VII. Sólo en Albania y Grecia perduraron de forma significativa las poblaciones anteriores al dominio romano; los albaneses son en su mayor parte descendientes de los ilirios. En cuanto a Bulgaria, la mayoría de la población procede de la colonización tártara, si bien sus antepasados se eslavizaron, aceptando el idioma y la cultura extrañas. Los países más homogéneamente eslavos, en esta zona, son los que componían Yugoslavia (salvo Macedonia).
“La Albanesa”, de Camille Corot
Los constantes enfrentamientos entre las numerosas monarquías balcánicas, en la Edad Media, terminaron en la conquista turca. Los otomanos, tras adueñarse de Bizancio en 1453, se apoderaron de casi todos los Balcanes. La excepción es Eslovenia (que en 1814 cayó en manos de Austria). En cuanto a Croacia, siglo y medio después fue anexionada por los Habsburgo (la dinastía de Austria y posteriormente de Austria-Hungría).
Esta circunstancia creó una separación entre los croatas y los eslovenos, por un lado, y los serbios y montenegrinos, por otro, hasta entonces unidos por un mismo origen y una misma cultura. Los primeros estuvieron bajo la influencia de la cultura germánica y húngara (los croatas, durante tres siglos), y mayoritariamente se pasaron al catolicismo, mientras los segundos, ante la opresión turca, se aferraban a la religión ortodoxa (herencia de la influencia bizantina sobre los eslavos del sur).
El Sultán Mehmed II el-Fatih entrando en Constantinopla (1453)
Los cuatro siglos de imposición turca han sido un pesado fardo sobre los Balcanes, pues mantuvieron una situación de atraso en las ciudades y de postración en el campo, imponiendo hasta el final la servidumbre a los campesinos, en beneficio, fundamentalmente, de los beys (gobernadores) y los sepahi (los terratenientes). Los tributos que les debían pagar a los beys eran más onerosos cuanto más entraba en crisis el Imperio.
La táctica de dividir a los pueblos sometidos, creando tensiones y haciendo cómplices a una parte de ellos para dominarles mejor, fue inteligentemente utilizada por los señores otomanos. Por una parte, consiguieron la islamización de prácticamente todos los señores feudales, y de una parte de la población eslava, de Bosnia-Herzegovina y de Novi Bazar (situado entre Serbia y Montenegro), que fueron privilegiados con respecto a los eslavos cristianos. Por otra, permitieron a los albaneses, que se islamizaron mayoritariamente, colonizar el norte de Kosovo, hasta entonces de predominio serbio, así como realizar frecuentes razzias contra localidades eslavas, especialmente de Macedonia. Por último, impusieron a todos los "no creyentes" (no musulmanes) la autoridad única del patriarcado griego, fomentando a través de la Iglesia Ortodoxa Helénica la helenización de territorios como Bulgaria.
Partida de Mehmed Vi, último sultán del Imperio Otomano (noviembre de 1922)
El despertar nacional
La Revolución Francesa despertó la sed de libertad de los pueblos europeos, creando y fomentando el sentimiento nacional. Esta influencia se extendió, a través de los intelectuales, entre todos los pueblos europeos oprimidos. Los campesinos balcánicos, sometidos al dominio extranjero durante cuatrocientos años, entraron en la escena de la historia con un objetivo nacional y social: la liberación del yugo turco y de sus sepahi. Fueron ellos, en todos los países de la zona, los protagonistas de esta lucha dura y larga, de cuyos frutos se apropiaron inmediatamente los burgueses.
Grecia fue el primer país que vio reconocida su independencia, en 1830, después de una feroz lucha de diez años, aunque su territorio sólo correspondía a un tercio de la Grecia actual. Rusia, Gran Bretaña, Francia, se declaraban fieles amigos del pueblo griego en rebeldía. La autocracia zarista se presentaba como la tradicional aliada de los pueblos de religión ortodoxa, mientras que Francia y Gran Bretaña se hacían eco de los argumentos liberales.
La salida de Messolonghi (1825)
Sin embargo, en 1825 se celebró una conferencia de las potencias europeas en San Petersburgo, donde Gran Bretaña defendió que el Imperio Turco concediera autonomía a Grecia, rechazando así la independencia griega, ya que le interesaba mantener el status quo en la zona. Los británicos preferían que los Balcanes fueran controlados por un imperio en decadencia como el turco, que no podía hacer sombra a sus intereses, antes que la influencia de Rusia se expandiera por el Este europeo y llegara al Mediterráneo. El plan británico fue rechazado, obviamente, por Francia y Rusia. El zar Alejandro I pretendía que Grecia se convirtiera formalmente en un protectorado ruso, y, con la excusa de defenderla de las amenazas turcas, poner un pie cerca del mar de Mármara, que estratégicamente comunica el mar Negro con el Mediterráneo.
Las diferencias entre las tres potencias europeas y la resistencia de los patriotas griegos trastocaron estos planes. Una vez se hizo inevitable la independencia, tropas francesas, británicas y rusas intervinieron en la zona en 1827, para que la influencia de sus monarquías no menguara con respecto a las otras en la nación que surgía.
El ejemplo de Grecia vale para cualquier otro país de la zona. Los imperios utilizaron siempre los sentimientos nacionales de las masas para imponer sus intereses de clase.
“Grecia agradecida”: Grecia (Hellas) como mujer, rodeada de los rebeldes griegos
Históricamente, las tres grandes potencias interesadas en los Balcanes han sido Austria, Rusia y el Imperio Otomano. Hasta la construcción del canal de Suez, la península era el puente natural entre Europa Occidental y Central y Asia; las rutas comerciales pasaban, bien por Tracia (región dividida actualmente entre Turquía y Grecia), bien por el Mediterráneo Oriental. Al zarismo le interesaba el control de los estrechos del Bósforo y de Dardanelos, con el que se podía enseñorear de todo el mar Negro y llegar hasta el Mediterráneo. En cuanto a austríacos y húngaros, la península balcánica (de la que ya dominaba el noroeste) era su zona de expansión natural. Los dos Estados balcánicos surgidos en 1878 (Serbia y Bulgaria) oscilaron entre la influencia rusa y la austro-húngara, si bien Austria-Hungría casi siempre vio como una amenaza la existencia de un Estado eslavo independiente en los Balcanes, como Serbia, que podía ser un atractivo para los croatas y eslovenos, sometidos a los Habsburgo.
Para 1912, año de comienzo de la Primera Guerra Balcánica, las posesiones turcas en Europa se limitaban, fundamentalmente, a Albania, Macedonia, Tracia y la región griega del Epiro.
La Primera Guerra Balcánica
En 1900, de acuerdo al Almanach Hachette, los estados balcánicos eran:
- Bulgaria. Monarquía bajo la soberanía de Turquía (1878); rey, Fernando I (Casa de Sajonia)
- Grecia. Monarquía constitucional (1829); rey, Jorge I (Casa de Holstein-Glücksburg)
- Montenegro. Principado. Monarquía absolutista (1852); príncipe, Nicolás I (Casa de Petrovitch-Niegoch)
- Serbia. Monarquía constitucional (1889); rey, Alejandro I (Casa de Obrenovitch).
Jorge I de Grecia con el zar Fernando de Bulgaria, en Tesalónica (diciembre de 1912)
Grecia, Serbia y Bulgaria intentan jugar el papel de potencia regional, aprovechándose de la debilidad turca y buscando padrinos en las grandes potencias europeas. El principal foco de fricción es Macedonia. A pesar del conflicto latente, las cuatro monarquías balcánicas son capaces de formar una Liga para acabar definitivamente con el dominio turco en Europa. Esto llevó a la Primera Guerra Balcánica, que duró de octubre de 1912 a junio de 1913.
Esta guerra tenía un contenido progresista, porque la liberación de los territorios ocupados por los otomanos sería también una liberación social. La acción y unión de los países balcánicos tenía cierto peligro para las grandes potencias, que se reunieron en diciembre de 1912 con los países en guerra, para intentar parar un conflicto que veían peligroso e imponer sus intereses. Sin embargo, no lo consiguieron y la guerra duró cinco meses más, hasta conseguir arrinconar al Imperio turco a una parte de la Tracia, la actual Turquía europea. Albania, que al calor de la guerra se había rebelado contra los otomanos, surgió como país apoyada por Austria-Hungría e Italia.
El protagonismo en la guerra de las reaccionarias castas monárquicas y de la burguesía constituía un peligro, el de que se impusiera la lucha por los intereses de cada monarquía frente a la lucha social. Las ambiciones de las clases reaccionarias en Macedonia motivaron la Segunda Guerra Balcánica (de junio a julio de 1913), que desde luego no tuvo nada de progresista. Sólo un mes después de firmar la paz con los turcos las tropas serbias y griegas (junto a las rumanas) se enfrentaron a las búlgaras, con las que acababan de compartir trincheras.
Litografía griega de la rendición de Ioannina en 1913 por el general Mehmet Esat Bülkat al Príncipe heredero Constantino (futuro Constantino I).
El polvorín macedonio
Si los Balcanes es el polvorín de Europa, Macedonia es el polvorín de los Balcanes. Esta región es mucho más amplia que el actual país con ese nombre. Es la enorme franja que va desde casi toda la frontera oriental de Albania hasta el mar Egeo, limitando al Este con Tracia y al sur con la Tesalia griega. Su composición étnica era (y es) compleja, no sólo por su diversidad (búlgaros, griegos, eslavos, rumanos, turcos, judíos, albaneses), sino también porque, en el campo, el contacto entre estos pueblos era prácticamente inexistente.
Grecia, Serbia, Bulgaria, e incluso Albania, ambicionan Macedonia, o parte de ella. Esto lleva a las tres primeras, las potencias de la zona, a una cruel lucha, primero en el terreno cultural y luego directamente terrorista (especialmente, de 1904 a 1908). Los comitayis (miembros de bandas), sirviendo los intereses de alguno de los tres reinos, presionan a los campesinos.
Escudo de armas de Macedonia (siglo XVIII)
Los beneficiarios fundamentales de las dos guerras balcánicas fueron las dinastías y los terratenientes de Serbia y Grecia (que se queda con la mayor parte de Macedonia y recupera Corfú, Creta y otras islas). La enemistad entre Austria-Hungría y Serbia se fortalece, pues el poderoso Estado eslavo pone sus miras en Bosnia, Croacia y el sur de Hungría (poblada en parte por serbios), territorios todos del imperio de los Habsburgo.
La Gran Guerra
En la primera década del siglo XX dos imperios en decadencia, Austria-Hungría y Rusia, se debatían entre la revolución y el desmembramiento; ambas necesitaban conquistas territoriales y prestigio militar para enmascarar su crisis. Detrás de ellos se encontraban los auténticos contendientes: los potentados de Francia, Gran Bretaña y Alemania, dispuestos a dominar al pueblo llano (incluyendo los de sus propios países) para lograr el trozo más grande de la tarta del mercado mundial.
Como es bien sabido, fue precisamente la rivalidad de Austria-Hungría y Serbia en la zona balcánica, el motivo inmediato de la guerra, y el "accidente que reflejó la necesidad" el asesinato del príncipe heredero austríaco, por parte de un joven bosnio vinculado a la "Mano Negra" (sociedad secreta serbia).
El general inglés Troubridge inspeccionando los marinos serbios en el frente de Macedonia
Todos los países balcánicos participan en la "primera gran matanza". Grecia, Albania, Montenegro y Serbia junto a Francia, Gran Bretaña y Rusia. Bulgaria, en el bando de Alemania, Austria-Hungría y Turquía. La guerra fue una tragedia para todos los pueblos. La dramática experiencia de muerte, destrucción, epidemias y hambre provocó el choque de la realidad con la conciencia, espoleándola. Esto y el ejemplo de la Revolución bolchevique dieron alas a los partidos comunistas recién formados y abrieron la puerta a una etapa de convulsiones sociales y políticas.
Las revoluciones
La Revolución de Octubre marcó el camino a las masas. Ante la presión, el zar búlgaro Fernando tuvo que liberar al dirigente campesino Stambulisky, encarcelado por su oposición a la guerra, y abdicar en su hijo Boris.
La correlación de fuerzas en Bulgaria, tan desfavorable a la casta monárquica y a la aristocracia, les obligó a permitir la dictadura verde de Stambulisky. Éste, con apoyo de masas entre los pequeños propietarios, tomó medidas favorables a ellos, entrando en enfrentamientos con la burguesía, aunque a la vez reprimió al movimiento obrero.
El príncipe heredero Boris (futuro zar Boris III) con el mariscal de campo August von Mackensen inspeccionando a las tropas búlgaras (1916)
La inestabilidad social se mantuvo en los Balcanes hasta 1925. En 1924 una insurrección campesina en Albania derroca a Ahmed Zogú, representante de los señores feudales, y coloca en el Gobierno, con un programa de reformas sociales, al obispo ortodoxo Fan Noli. La indecisión de éste en llevarlo a cabo permitiría a Zogú volver al poder ese mismo año. En cuanto a Grecia, una de las causas fundamentales del golpe de Estado del general Pangalos, en 1925, fue el crecimiento del apoyo de los comunistas.
La creación de Yugoslavia
Uno de los principales resultados de la Primera Guerra Mundial fue la creación del Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos (Yugoslavia a partir de 1929), bajo la dinastía serbia de los Karageorgevic. Su territorio era similar a la de la Yugoslavia de Tito, salvo por la península de Istria, que permaneció en poder de Italia. Este nuevo país fue la consecuencia del desmembramiento del Imperio Austro-Húngaro, tras su derrota. Pero su aparición no fue artificial, sino que conectaba con los deseos del pueblo.
Alexander I (Karageorgevic), primer rey de Yugoslavia
En julio de 1917 el Comité Yugoslavo (grupo de emigrados burgueses de Croacia y Eslovenia), con el patrocinio de Estados Unidos y Gran Bretaña (interesada en crear un Estado fuerte que frenara a Austria por el sur) y Serbia, llegan al acuerdo de defender al final de la guerra una Yugoslavia monárquica. Al acuerdo se unen Montenegro (que acaba de destronar a su rey) y representantes bosnios y herzegovinos.
En septiembre de 1918, una Junta Nacional toma el poder en Zagreb y proclama la unión de eslovenos, croatas y serbios. En diciembre de 1918 nace el nuevo Estado, que desde el principio es incapaz de aunar –como no podía ser de otra forma– los intereses de los diferentes pueblos y clases sociales. Ni la homogeneidad eslava, ni la experiencia común de la opresión nacional sufrida durante siglos, podían ser una garantía de solución al problema nacional. Yugoslavia es un país atrasado, donde el 80% de la población son campesinos y el analfabetismo alcanza el 50%.
En breve tiempo la monarquía serbia demostrará su incapacidad para solucionar las contradicciones nacionales y sociales. En 1921 se aprueba una Constitución centralista. Las burguesías de las diferentes nacionalidades estimulan los enfrentamientos nacionalistas, de forma muy parecida a lo que ocurre tras la desintegración de la Yugoslavia de Tito; la principal contradicción se da entre los serbios, nacionalidad dominante, y los croatas, la minoría más importante.
Estandarte real del Reino de Yugoslavia (1922-1937)
La tendencia al bonapartismo
Si la revolución no triunfa en los países atrasados, la tendencia es a la aparición de regímenes bonapartistas burgueses, donde hombres fuertes imponen las decisiones, en beneficio de las clases reaccionarias, apoyándose para ello en la represión militar y en un cierto equilibrismo entre diferentes clases sociales.
El período de entreguerras en Europa reúne todas estas características. Uno tras otro, todos los Estados balcánicos caen en el bonapartismo, bajo la influencia de la Italia fascista o de la Alemania nazi. El primero es Albania, donde Ahmed Zogú, en 1925, se hace nombrar rey, convirtiendo el nuevo reino en un satélite de Italia. En Yugoslavia, el rey Alejandro I impone su dictadura en 1929. En Grecia, tras un período de inestabilidad y crecimiento del apoyo a los comunistas, el general Ioannis Metaxas disuelve el Parlamento (1936).
Encuentro de los príncipes herederos balcánicos en 1912: Alejandro de Serbia, Boris de Bulgaria, Constantino de Grecia, Fernando de Rumania y Danilo de Montenegro.
Los últimos monarcas balcánicos del siglo XX fueron:
- Pedro II de Yugoslavia (consorte: Alejandra de Grecia)
- Simeón II de Bulgaria (consorte: Margarita Gómez-Acebo y Cejuela)
- Zogú I de Albania (consorte: Geraldina Apponyi)
- Constantino II de Grecia o de los Helenos (consorte: Ana María de Dinamarca)
- Nicolás I de Montenegro (consorte: Milena Vukotic)
- Alejandro I de Serbia (consorte: Draga Lunievitza)
Imponente blog, arcano de las genealogías reales.Didáctico y amenísimo.
ResponderEliminarMil gracias, madame. Me siento honrado de contar con vuestro beneplácito.
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