jueves, 19 de agosto de 2010

Alexandra, Reina Consorte del Reino Unido

Cuando la Princesa Alexandra Caroline Marie Charlotte Louise Julia de Dinamarca -o "Alix", como era conocida entre su familia- desembarcó del yate real Victoria and Albert II en Gravesend, Kent, el 7 de marzo de 1863, Sir Arthur Sullivan compuso una pieza musical especialmente para su arribo y Alfred Tennyson, el Poeta Laureado, escribió una oda en su honor.



Había nacido en Copenhague –hija del Príncipe Christian de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg y de la Princesa Louise de Hesse-Cassel-, pero fue en el Castillo Real de Laeken, en Bélgica, donde Albert Edward, hijo primogénito de la reina Victoria, propuso matrimonio a la princesa danesa de 16 años. Se casaron 18 meses más tarde, en la capilla del castillo de Windsor, elección criticada en la prensa (al estar fuera de Londres las enormes multitudes de público no podrían ver el espectáculo), por invitados en prospecto (como el lugar de celebración era pequeño, muchas personas que esperaban invitación no la recibieron) y por los daneses (solo fueron invitados los parientes más cercanos de Alexandra). La corte todavía estaba de luto por el Príncipe Alberto, por lo que las damas estaban restringidas a usar gris, lila o malva.



Para el fin del año siguiente, el padre de Alexandra había ascendido al trono de Dinamarca, su hermano Georgios se había convertido en Rey de los Helenos, su hermana Dagmar estaba comprometida con el zarevitch de Rusia y Alexandra había dado a luz a su primer hijo, Albert Victor, dos meses prematuro. Sería una madre devota de sus hijos; según comentó un allegado, “estaba en la gloria cuando podía correr a la nursery, ponerse un delantal de franela, lavar ella misma los niños y verlos dormir en sus pequeñas camas”.

Como princesa de Gales ganó los corazones del pueblo británico y se volvió inmensamente popular; su estilo de vestir y su porte eran copiados por las mujeres seguidoras de la moda. Aunque estaba excluida totalmente de blandir cualquier poder político, Alix intentó infructuosamente influir en la opinión de los ministros y de su familia a favor de sus parientes reinantes en Grecia y Dinamarca.




En público Alexandra era digna y encantadora; en privado, afectuosa y divertida. Disfrutaba de las variadas actividades sociales, incluyendo el baile y el patinaje sobre hielo. Era una experta amazona y conductora de carruajes y le atraía la caza, para consternación de la reina Victoria, quien le pedía que se detuviera pero sin éxito. Incluso después del nacimiento de su primer hijo, ella continuó comportándose como antes, lo que condujo a fricciones entre la reina y la joven pareja, agravadas por el odio de Alejandra hacia los alemanes y la parcialidad de la reina hacia ellos. Todos los hijos de Alix y Bertie nacieron, al parecer, prematuramente; la princesa no quiso que su suegra estuviera presente en sus partos, así que deliberadamente engañó a la reina sobre sus probables fechas de nacimiento. Cuando dio a luz a su tercer hijo en 1867, la complicación añadida de un ataque de fiebre reumática amenazó la vida de Alexandra, dejándola con una cojera permanente.




Los Gales hicieron de Sandringham House su residencia preferida, con Marlborough House como su base londinense. Los biógrafos coinciden en que su matrimonio fue en muchos sentidos feliz; no obstante, algunos han afirmado que Bertie no dio a su esposa toda la atención que le hubiera gustado y que gradualmente fueron alejando uno del otro hasta que su ataque de fiebre tifoidea a finales de 1871 trajo la reconciliación. A lo largo de su matrimonio el príncipe continuó manteniendo relaciones con otras mujeres, la mayoría de las cuales con pleno conocimiento de su esposa, quien más tarde permitió a Alice Keppel visitara al rey mientras agonizaba. Alexandra, por su parte, se mantuvo fiel durante todo el matrimonio.

Un mayor grado de sordera, causada por la otosclerosis hereditaria, condujo al aislamiento social de Alejandra; pasaba más tiempo en casa con sus hijos y mascotas. Su sexto y último embarazo terminó en tragedia cuando su pequeño hijo murió después de un solo día de vida. La muerte de su primogénito, el príncipe Albert Victor, Duque de Clarence y Avondale, en 1892 fue un duro golpe para el tierno corazón de Alexandra, quien dijo: "He enterrado a mi ángel y con él mi felicidad". Cartas sobrevivientes entre Alix y sus hijos indican que eran mutuamente devotos.

Alexandra se comprometió a muchas funciones públicas; en palabras de la reina Victoria, “para ahorrarme la tensión y fatiga de las funciones. Ella abre bazares, asiste a conciertos, visita hospitales en mi lugar… ella no sólo no se queja, sino que se esfuerza en probar que ha disfrutado de lo que para otro sería un deber agotador”.

A la muerte de su suegra en 1901, Alexandra se convirtió en reina (del Reino Unido) y emperatriz (de India) consorte. Fue la primera mujer en ser Dama de la Jarretera desde 1495.

Los biógrafos han afirmado que Alexandra se le negó el acceso a los documentos de información del Rey y fue excluida de algunas giras reales al extranjero para evitar su intromisión en asuntos diplomáticos. Era profundamente desconfiada de los alemanes e invariablemente se oponía a cualquier cosa que favoreciera la expansión o los intereses alemanes. Despreciaba y desconfiaba de su sobrino Willy -el káiser Wilhelm II-, llamándolo en 1900 “interiormente nuestro enemigo”.

El sobrino Willy siempre había tenido un carácter destemplado, prepotente y arrogante hasta alcanzar la máxima cota de imperial soberbia. Alix se valía de su sordera para lidiar con el endemoniado temperamento del káiser alemán. Se cuenta que una vez Willy, en una de sus notables demostraciones de absoluta falta de tacto, había pronunciado ante sus tíos Bertie y Alix un vehemente discurso de orientación anti-británica. Alix se había mantenido imperturbable, sin revelar lo que pudiera pensar o sentir ante tal cantidad de invectivas pronunciadas por el káiser. Cuando Willy se detuvo, con el semblante enrojecido y sin aliento debido a la extensión de su perorata, la tía Alix le miró y esbozó una de sus radiantes sonrisas. Con voz muy dulce, declaró: “Willy, querido, temo no haber escuchado ni una sola de tus palabras”. La anécdota deja claras dos cosas: la primera, que Willy era un maleducado; la segunda, que Alix tenía un estilo propio para poner en su sitio a los maleducados.


Puesto que la realeza, por su misma definición, se halla siempre en un plano superior de la multitud, huelga decir que la moda de los monarcas era individual y única y establecía sus propias leyes rígidas. En la primera época en el trono de la reina Victoria, la realeza estaba empezando a limitarse a moldes conservadoramente burgueses.

Sin embargo, Alexandra fue seguramente quien creó la tradición moderna de ser árbitro de la moda y en aquel país se experimentó durante muchos años la influencia de la realeza en el vestuario. Acostumbraba llevar durante el día vestidos adornados con lentejuelas y abalorios, cosa que se convirtió después en una costumbre real aceptada. También llevaba chaquetas de mediana longitud cubiertas con cuentas de color púrpura o malva con un cuello Toby rizado, de tul. Aquellas eran prendas que hubiesen usado muchas mujeres en sus atavíos de noche; pero el hecho de que la princesa (luego soberana) las usase durante el día las situó en un plano distinto ayudando a aumentar el aura de distancia que se asocia con la idea de corte.


Un hecho que debe ser tenido en cuenta en primer término es que la realeza debe vestir para las muchedumbres; deben exhibirse y, tanto hoy como ayer, las damas reales debían usar sombreros que no ocultasen la cara, mientras que, de ser posible, debía de serles añadida altura a fin de que aquellos situados en la parte más alejada de la multitud pudieran, por lo menos, captar un nimbo de fieltro o un aigrette, evitándose así muchas desilusiones. Alexandra aprendió a apreciar las demandas exigidas por el público y sus apariciones con pequeñas tocas o sombreros de plumas fueron siempre aclamadas.

Cuando Alix se unió a la familia real, más de dos años habían pasado ya que el esposo de la reina Victoria, el Príncipe Alberto, había muerto. Sin embargo, Victoria todavía vivía de luto profundo. Había renunciado a todos los placeres y se había comprometido a llevar vestidos de triste crespón negro el resto de su vida como muestra de dolor. Alix descubrió que Victoria había amasado una enorme colección de joyas. Pero, después de la muerte de Alberto, la reina se había convencido de que la exhibición excesiva de joyas despertaba sentimientos anti-monárquicos en el pueblo inglés. La princesa intentó convencerla de usar sus bellas y brillantes piezas, pero no tuvo éxito. Fue sabido que Victoria se negó a llevar una corona al servicio de Acción de Gracias en honor a su Jubileo de Oro en 1887. La reina de Gran Bretaña llegó a la ceremonia oficial usando un simple bonete.




Considerando que Victoria había renunciado a todos los placeres, la princesa Alexandra recién empezaba a vivir. Ella había crecido en la pobreza y ahora era rica y la futura reina de Inglaterra. No estaba dispuesta a ser absorbida por el riguroso luto victoriano. Aunque su esposo Bertie era un adúltero en serie, Alexandra aceptó su infidelidad y se llevaba bien con su vida, moviéndose con él de fiesta en fiesta entre la sociedad de moda. Vestirse con finas joyas y ropa frívola se convirtió en su pasión y ella se entregó por completo.

Para ocasiones formales y oficiales, ella misma parecía enyesada desde la cabeza hasta la cintura en collares, diademas, cintas, y broches de perlas, diamantes y otras gemas. Sus largas cadenas de perlas se convirtieron en su sello inconfundible. El magnate estadounidense Cornelius Vanderbilt Jr., comentó que la reina Alexandra "poseía los hombros y el pecho más perfectos del mundo para la exposición de joyas."


Alexandra escondía una pequeña cicatriz en el cuello, que fue probablemente el resultado de una operación de la infancia, usando collares choker de perlas, los llamados collier de chien. En la década de 1900, la joyería más fina era blanca y hecha a base de diamantes blancos o perlas. Al usar collares de gargantilla y escotes altos, Alix sentó un precedente en el estilo de la moda. Su amor por las perlas comenzó cuando visitó la India, lugar donde se fascinó con la moda ornamental hindú en materia de joyería: contemplaba admirada aquellas piezas fantásticas usadas por los príncipes y pequeños reyezuelos. Cuando regresó a Inglaterra se dispuso a aplicar estos nuevos estilos y diseños en la fabricación de joyas. En cuanto a vestuario, se proveía sobre todo en las casas de moda de Londres; su favorito era Redfern’s, pero compraba ocasionalmente en Doucet y Fromont de París. La influencia de la reina Alexandra fue tan profunda que las damas de la sociedad copiaron enteramente su estilo por más de cincuenta años, incluso su andar con una pierna coja luego de su grave enfermedad de 1867.


Ella entendía muy poco de dinero. En las palabras de su nieto, Eduardo VIII (más tarde el duque de Windsor), "su generosidad era una fuente de vergüenza para sus asesores financieros. Cada vez que ella recibía una carta solicitando dinero, un cheque era enviado por el próximo correo, independientemente de la autenticidad del mendicante y sin haber sido investigado el caso”. Aunque no siempre fue extravagante (tenía sus viejas medias zurcidas para ser reusadas y sus vestidos viejos eran reciclados como cubiertas para muebles), desestimaría las protestas por sus elevados gastos con un gesto de la mano o diciendo que no había oído.


En 1910, luego de la muerte de su esposo Bertie, le dijo a Frederick Ponsonby: "Me siento como si hubiera sido convertida en piedra, incapaz de llorar, incapaz de comprender el significado de todo esto." Tal y como fueron las cosas, había reinado como consorte durante solo nueve años. Es un lapso de tiempo muy corto, sobre todo teniendo en cuenta que había lucido el título de princesa de Gales, asociado por tradición a la esposa del heredero del trono británico, durante nada menos que treinta y ocho años. Su hermana pequeña Minnie, por ejemplo, había sido esposa del zarevitch de Rusia a lo largo de dieciséis años y consorte del zar durante trece.


Dado que la reina Victoria se había distinguido por su longevidad, el príncipe de Gales se había convertido en el Rey Edward VII con sesenta años de edad. Nadie había esperado sacar un gran soberano de él, empezando por su propia madre, que le hacía de menos constantemente y por sistema le excluía de cualquier asunto “serio”. Pero Bertie demostró un profundo sentido de la responsabilidad en cuanto falleció Victoria. En principio, le irritó mucho que por su propia causa, debido a un inoportuno ataque de apendicitis, hubo que retrasar la ceremonia de coronación.



A partir de ahí, Bertie reinó para bien. Como monarca, puso especial interés en los asuntos exteriores y en los militares. No sólo estaba conectado por vínculos familiares con todos los monarcas de la época, sino que su afición a escaparse a territorio francés con relativa frecuencia le había proporcionado allí una excelente imagen pública, por ejemplo. Bertie aprovechó para sellar alianzas que, de momento, hicieron que sus súbditos le apodasen Peacemaker, “El Pacificador”.

A la muerte del rey, Alix quedó literalmente abrumada por la pena y la angustia. Había vivido un matrimonio de cuarenta y siete años, tiempo en el cual había tenido que encajar con el hecho de que Bertie no era ni sería nunca un fiel y devoto esposo. Se había casado con un crápula, un hombre que vivía para sus carreras de caballos, sus cartas, sus opíparas cenas, sus cigarrillos, sus aventuras amorosas. Bertie jamás había dejado de buscar nuevas sensaciones fuera del ámbito hogareño. Y Alix había aprendido a sacarle partido a su progresiva sordera, que le permitía aislarse de los constantes rumores en torno a los escándalos en los que se veía inmerso su díscolo marido.


Pero Bertie siempre había rodeado a Alix de afecto y respeto. La admiraba por su belleza y su porte, así como por su naturaleza cándida y compasiva. En ella había genuina bondad y nunca perdió la capacidad para experimentar sincera empatía hacia las desgracias ajenas. Una historia muy bonita que tiene a Alix por coprotagonista es la de su amistad con Joseph Carey Merrick, el denominado “hombre elefante”.

No se sabe exactamente qué padecía Merrick, pero bien puede haber sido el caso más grave jamás descubierto de síndrome de Proteus. Las terribles malformaciones que le afectaban desde la temprana edad de dieciocho meses hicieron que se le maltratase en la niñez y que luego se le exhibiese en los circos de la época, con una notoria falta de respeto hacia su drama personal. Pese a esas vicisitudes, no creció resentido y amargado, sino dulce y extremadamente educado. Cuando Alix le conoció, en un hospital en el que se encargaba de él el prestigioso Sir Frederick Treves, ella supo “ver” más allá de la monstruosa apariencia de Merrick y le trató con una natural delicadeza, algo por lo que él quedaría eternamente embelesado. Merrick lloró de emoción al recibir una fotografía de Alix, enviada por ella misma, y le correspondió con una breve pero sentidísima carta.

Esa clase de historia, que revela el gran corazón de Alix, hacía que Bertie, aún sin haber estado “enamorado”, la quisiese muchísimo. Los dos habían atravesado por distintas fases. Habían tenido seis hijos, de los cuales uno (Alexander John) había muerto a las veinticuatro horas de nacer y el otro (Albert Victor “Eddie”) a los veintiocho años de edad. Esas pérdidas les habían afectado intensamente a los dos. Asimismo, se habían regocijado juntos con las bodas de tres de sus retoños (Louise, Georgie y Maudie), pero, en especial, con la aparición en sus vidas de los nietos comunes. Sin duda, existía una gran vinculación emocional entre Bertie y Alix.

Ella había aprendido a “pasar con garbo” por encima de los escándalos de cualquier tipo, incluidos los que ocasionaban los líos de faldas. La aspiración de los dos radicaba en poder entenderse igual de bien en una larga vejez. Por eso, Alix, al perder a Bertie, perdía sus cuatro puntos cardinales.




El cortejo fúnebre del rey Eduardo fue uno de los mayores eventos de su tiempo. Acudieron testas coronadas de todos los rincones del continente europeo: los reyes de Grecia, de España, de Rumania, de Bélgica, de Portugal, el káiser de Alemania - sobrino carnal de Bertie-, el archiduque Franz Ferdinand, presumible heredero del Imperio Austro-Húngaro y, en representación del zar de Rusia, su hermano, el gran duque Mikhail “Misha” Alexandrovich.

La época eduardiana de opulencia no había sobrepasado una década. El prestigio de Eduardo VII era tan grande que su muerte trajo consigo una primera sugestión del profundo trastorno orgánico que había de sufrir la sociedad occidental en las tres décadas siguientes. El aspecto más significativo del período de duelo en Inglaterra por la muerte del rey Eduardo fue el “Ascot de luto” (Black Ascot), en el cual, durante la primera temporada de carreras que siguió al fallecimiento del popular monarca, toda la buena sociedad se presentó en el hipódromo de Ascot vestida de negro de pies a cabeza. Los hombres llevaban sombreros de copa con gasa de luto y eran negros sus chaquetas y pantalones, chalecos y corbatas, incluso el paraguas arrollado apretadamente. Hasta donde la vista podía extenderse había vestidos negros, sombrillas de finas sedas negras y enormes sombreros del mismo color, más anchos aún de lo acostumbrado, que eran como ruedas de fuegos artificiales, con aquellas plumas negras de avestruz mezcladas con las de águila y aves del paraíso y combinadas con tules fúnebres.

Obviamente, por imprevista e intempestiva que hubiese sido la muerte de Edward VIII, ascendía al trono George, príncipe de Gales, como George V y el protocolo británico establecía que la nueva primera dama de la nación y sus dominios era la esposa del nuevo rey, Mary. La viuda Alexandra quedaba relegada. Buckingham ya no constituía su residencia londinense: tenía a su disposición Marlborough House. En cuanto a Sandringham, pasaba a manos de los nuevos soberanos, igual que Balmoral en Escocia. Por supuesto, hablando de tantas y tan extensas propiedades, no había problema para albergar a Alix en cada una de ellas siempre que se le antojase, pero la nueva señora de esas casas se llamaba Mary.


Alix no asistió a la coronación de su hijo en 1911, pues no era costumbre para una reina coronada estar presente en la coronación de otro rey o reina, pero, por otro lado continuaría con el lado público de su vida, dedicando tiempo a sus causas caritativas. Una de ellas era el Alexandra Rose Day, en el cual rosas artificiales confeccionadas por discapacitados eran vendidas a beneficio de los hospitales por mujeres voluntarias.



Alexandra conservaba una apariencia juvenil en sus primeros años, pero durante la guerra su edad se le vino encima. Comenzó a usar elaborados velos y pesado maquillaje, el cual, de acuerdo a los chismes, hacía ver su cara “esmaltada”. Dejó de hacer viajes al extranjero y sufrió problemas de salud cada vez mayores. En 1920, un vaso sanguíneo hizo explosión en su ojo, dejándola temporalmente ciega de forma parcial. Hacia el final de su vida, su memoria y su habla entraron en el deterioro. Murió en 1925 en Sandringham después de sufrir un ataque cardíaco y fue enterrada junto a su esposo en el mismo lugar donde se casó con él, la capilla de San Jorge en el castillo de Windsor.


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