En lo que respecta al mundo de la decoración de interiores, el siglo XX en sus albores produjo un gran número de talentos femeninos extraordinarios, tanto en Inglaterra como en Norteamérica. Y uno de ellos fue el de Elsie de Wolfe (1865-1950), conocida en la prensa como Lady Mendl. Durante su larga vida, la fruición con la que lady Mendl siguió la moda y fue su esclava ha sido inigualada en décadas posteriores. Era una devota, una fanática, y la moda fue su dios. Mujer de vitalidad inextinguible, tuvo tanto éxito que se convirtió en un factor viviente de lo chic.
Elsie de Wolfe, 1920
Tras una carrera de actriz tan elegante como poco afortunada, Elsie de Wolfe cambió de rumbo y se convirtió en la primera gran decoradora de interiores de los Estados Unidos. Fue la responsable de poner fin al estilo victoriano en Norteamérica, dando a conocer lo antiguo y retardando las tendencias modernistas. Sus interiores, al principio, debieron parecer revolucionarios. Fue siempre una mujer decoradora más para mujeres que para hombres y al volver a decorar los grandes clubes femeninos del país en los años de prosperidad que precedieron a la crisis de 1929, Elsie de Wolfe despertó un aprecio por los estilos franceses de los Luises.
Su boda en 1926 con el diplomático Sir Charles Mendl ocupó la primera plana del New York Times. El periódico dijo que “el proyectado matrimonio fue una gran sorpresa para sus amistades”, quizá porque desde 1892 venía viviendo abiertamente lo que muchos observadores consideraban una relación lésbica. Su compañera en el nº 13 de Sutton Place era Elizabeth Marbury, quien, como de Wolfe, era también pionera en su actividad, una de las primeras agentes teatrales que tenía entre sus clientes a Oscar Wilde y George Bernard Shaw.
1933: Lady Mendl bajo un retrato de ella misma realizado por Boldini
En aquella época el New York Times describía a de Wolfe como “una de las mujeres más reconocidas de la vida social neoyorquina” y en 1935 como “prominente en la sociedad de París”. Eran famosos sus ejercicios matutinos. En su autobiografía escribió que su régimen diario a los 70 años incluía yoga, de pie sobre su cabeza y caminando con sus manos. Poco después de su matrimonio había escandalizado a la sociedad diplomática francesa cuando asistió a un baile de disfraces vestida como bailarina de Moulin Rouge e hizo su entrada dando volteretas.
En 1935 los expertos la nombraron la mujer mejor vestida del mundo, señalando que usaba lo que mejor le sentaba, estuviera de moda o no. Pero The Times reportó que, recién llegada a París, dijo que no estaba de acuerdo con el galardón y que Mrs. Reginald Fellowes (Daisy) era la mejor vestida.
Sus actividades en la decoración de interiores le permitieron crear una gran fortuna personal que empleó, en gran parte, en el adorno de sus propias casas y en las fiestas que dio en ellas. Mediante el cobro de un diez por ciento de comisión asesoró a los multimillonarios, como Anne Vanderbilt, Anne Morgan, los duques de Windsor y Henry Flick, para el amoblamiento de sus casas, rechazando resueltamente los pesados estilos españoles e italianos a favor del gusto francés que ella puso de moda.
1938: La Princesa René de Borbón-Parma, Lady Mendl y Mme. Wellington Koo, esposa del embajador chino, en una fiesta campestre en la mansión del Barón de Rothschild.
Todo lo que vendía resultaba tan caro como indudablemente como lo era. Introdujo las telas japonesas como tapicería y la comodidad, las cretonas floreadas, las mesitas supletorias y las pantallas escaroladas. Atravesó varios períodos de modas, pero cada una de esas fases la encontró recogiendo las vibraciones creadoras de los artistas esotéricos y explotándolas comercialmente con gran sagacidad. Su modo de vivir tenía la minuciosidad implacable de un director comercial planeando incluso sus fiestas con una perfección inspirada. Su técnica era trabajar con la asistencia de un eficiente secretario que iba a su lado tomando notas de cualquier detalle: que la esposa de un par de Inglaterra no debería permitir que las espadañas se colocaran en jarrones de flores mezcladas o que debían ser exactamente tres y no cuatro el número de cigarrillos que debían colocarse en cada sitio de la mesa.
Ella inventó el sistema de anotaciones por medio del cual podía determinar las veces que una persona había sido su invitada, con una detallada descripción del menú, los demás asistentes y el arreglo de la mesa. De este modo, lady Mendl podía variar la forma de obsequiar a cada cual y en toda ocasión. Si un bizcocho de queso caliente se servía con un plato equivocado o si un cóctel no estaba lo suficientemente bien batido, podía darse por descontado que se celebraría un consejo de guerra. Cuando un nuevo sándwich resultaba acertado, dictaba un memorándum para que fuese fotografiado por Vogue. Esta preocupación fetichista hacia las trivialidades fue la que inspiró a otra célebre anfitriona de los ’40, ’50 y ’60 para organizar sus convites con una unción semejante: la duquesa de Windsor.
1939: Lady Mendl, agregada de prensa de la Embajada Británica en París, viste un Mainbocher de organza en una conversación con la estrella de cine Mary Pickford durante una fiesta en los salones de la embajada.
Elsie de Wolfe no dejaba nada al azar. La iluminación y calefacción de sus mansiones, la forma de perfumar los ambientes de recibo, el modo de presentar los platos en combinación con la vajilla, todo era el resultado de un estudio minucioso y de un denodado esfuerzo. Solamente cuando el escenario quedaba preparado, con los perfumes adecuados quemados en sus pebeteros y encendidas las bujías o las velas según se tratara de un baile o una cena de época, recién entonces se permitía alguna expansión a la espontaneidad.
También en su propio aspecto fue lady Mendl pródiga en favor y fantasía. Con el transcurso de los años mejoró su apariencia, cultivando la esbeltez de su figura gracias a la dieta y la gimnasia que practicó toda su vida, introduciendo el cabello teñido de tonalidades azul pálido o heliotropo y siendo una de las primeras y más decididas secuaces de la cirugía facial. En los últimos años se especuló mucho sobre su edad, pues parecía haberse vuelto cada vez más joven. Cuando ya rayaba los ochenta, en época de posguerra, lady Mendl entró en su auténtica belleza, descartando todas las exageradas fantasías de la moda, permitiendo que el cabello se le volviera blanco y prescindiendo de todo maquillaje.
1945: Lady Mendl y su poodle Jacques en el dormitorio de su suite del Plaza Hotel. El mural detrás de ella fue pintado por el ilustrador francés Marcel Vertès.
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