El clímax de la carrera social del Marqués George de Cuevas fue en 1953 con un baile de máscaras que dio en Biarritz y que se consideró como una de las más sofisticadas fiestas de la década.
Cuando Charles de Beistegui dio su “fiesta del siglo” en Venecia dos años antes parecía que ningún hombre podría lograr nada más elaborado en el espacio de una sola noche, pero ahora tenía un rival en el pequeño Marqués, cuyo baile del siglo XVIII en el Chiberta Country Club de Biarritz triunfó sobre cientos de problemas y dio un impulso al comercio de aquel resort de la Bahía de Biscay, lo que no se disfrutaba desde los días de Eduardo VII.
En aquella época Francia estaba paralizada por una huelga general; no había aviones ni trenes. Sin inmutarse, los nómadas de la sociedad internacional, con sus disfraces del siglo XVIII haute couture en sus baúles de viaje, hicieron el camino a través de Europa como aves migratorias para participar en los tableaux vivants del baile de Cuevas, un evento tan extravagante que fue criticado por la Iglesia Católica y por la izquierda política.
“La gente habló del tema por meses, antes y después”, recordaba la rica heredera Josephine Hartford Bryce, quien cuarenta años más tarde donaría el disfraz que usó esa noche al Metropolitan Museum of Art de Nueva York. “Todos morían por ir. Los disfraces eran fantásticos y las personas invitadas pasaron la mayor parte de la noche analizándose una a otra”.
Como se decía en aquellos círculos, tout le beau monde estuvo allí. Había miembros de la aristocracia española, italiana y latinoamericana, una gran cantidad de millonarios y nobles franceses, algunos británicos, estrellas del teatro y de la pantalla.
Elsa Maxwell se vistió de Sancho Panza y apareció a lomo de mula. Pedro de Yugoslavia bailó con Merle Oberon, que llevaba una descomunal tiara de diamantes. La Duquesa de Argyll, del brazo del duque –quien más tarde se divorciaría de ella-, llegó vestida de ángel. René Zizi Jeanmaire, la bailarina francesa, arribó al Chiberta Country Club a lomos de un dromedario y escasamente vestida. Zizi fue probablemente la más fotografiada de los invitados pues su disfraz no dejaba nada librado a la imaginación como para ser llamado del siglo XVIII.
Y en el centro de todo estaba George de Cuevas, presidiendo la noche como el Rey de la Naturaleza en un extravagante atuendo de lamé de oro, amplia capa roja y un tocado de plumas de avestruz. Estaba rodeado por las Cuatro Estaciones, en las figuras disfrazadas del Conde Charles de Ganay, la Princesa Marella Caracciolo –quien pronto se convertiría en la esposa de Gianni Agnelli-, su hija Bessie y el esposo de ésta, Hubert Faure.
Los reportajes sobre la fiesta exageraban y confundían, pues algunos decían que el marqués había gastado más de 35.000 libras para entretener a sus invitados, otros situaban la cifra en las 15.000 libras. De todos modos, quinientos trajes de época fueron contratados para la policía y los camareros; ocho ovejas blancas con campanas y moños y cuatro vacas con cintas en el cuello deambulaban entre los invitados; bailarines de ballet actuaron sobre un conjunto de balsas en el lago de Chiberta y bandas de rumba en tres pistas separadas mantuvieron el ritmo hasta temprano en la mañana contra el fondo de un castillo de yeso.
Como siempre, Margaret de Cuevas hizo lo inesperado. Desde varios días antes, su disfraz diseñado por el gran couturier Pierre Balmain colgaba, como una presencia, sobre un maniquí en su residencia en Biarritz. Pero Margaret no apareció en el baile, aunque, por supuesto, pagó por el disfraz. Podía ser una Rockefeller antipática pero seguía siendo una Rockefeller. La opulencia, extravagancia y enormidad (cuatro mil personas fueron invitadas y dos mil aceptaron) del evento la ofendían. Así que simplemente esa noche desapareció y la fiesta se desarrolló sin ella. De todas maneras, observaría la llegada de los invitados desde un lugar oculto y una historia muy repetida, pero no confirmada, fue que envió a su doncella vestida con el disfraz que Balmain había hecho para ella.
Después que todo terminó y Biarritz intentó volver a la normalidad, hubo rumores desde el Vaticano y otros lugares de alto nivel sobre el degradante espectáculo y el dinero ridículamente malgastado aquella noche. El marqués, sin embargo estuvo encantado con todo y Biarritz resultó encantada con el marqués.
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