viernes, 9 de abril de 2010

La Marquesa Casati




Durante las tres primeras décadas del siglo XX, la legendaria Marchesa Casati fue la estrella más brillante de la sociedad europea. Posiblemente la mujer más representada artísticamente en la Historia después de la Virgen María y Cleopatra, los retratos, esculturas y fotografías en las que ella figura como modelo podrían llenar una galería entera. En una búsqueda de la inmortalidad, a su pedido, fue pintada por Giovanni Boldini, Augustus John, Kees Van Dongen, Romaine Brooks e Ignacio Zuloaga; fue esbozada por Drian, Alberto Martini y Alastair; fue esculpida por Giacomo Balla, Catherine Barjansky y Jacob Epstein; fue fotografiada por Man Ray, Cecil Beaton y Adolfo, Barón de Meyer. Asombró a Arthur Rubinstein, encolerizó a Aleister Crowley e intimidó a E.T. Lawrence. Como musa de los futuristas F.T. Marinetti, Fortunato Depero y Umberto Boccioni, conjuró un elaborado show de marionetas con música de Maurice Ravel.


Considerada la original dandy femenina, fue vestida por Léon Bakst, Paul Poiret, Mariano Fortuny y Erté. Se adornaba ella misma con joyas de Lalique y directamente inspiró el famoso aderezo “Pantera” diseñado por Cartier. Las fiestas que ofrecía como anfitriona y sus apariciones en otras fiestas como invitada se volvieron legendarias: en una celebración en su palazzo veneciano Nijinsky invitó a Isadora Duncan a danzar y Picasso ambientó una velada en su villa romana, mientras ella se vestía inspirada por Dalí.


Pasó como una centella por la vida nocturna parisina, provocando una impresión inolvidable en Colette, Elsa Schiaparelli y Coco Chanel. Bizarros maniquíes de cera se sentaban como invitados a su mesa de comedor, se decía que algunos de ellos para contener las cenizas de pasados amantes. Usaba serpientes vivas como joyería (acompañada de una boa constrictora como mascota se registró en el Hotel Ritz de París) y fue famosa por pasear en las noches desnuda bajo sus pieles llevando dos guepardos sujetos por correas incrustadas de diamantes. Donde fuera, la marquesa establecía tendencias, inspiraba a genios y sorprendía incluso a los más hastiados miembros de la aristocracia internacional. Sin duda, fue la más escandalosa mujer de su tiempo.


Mientras tanto, viajaba donde la llevara su fantasía –Venecia, Roma, París, Capri-, coleccionando palacios y animales exóticos y gastando fortunas en suntuosas mascaradas. Su apariencia hizo de ella una leyenda a través del continente. Era alta y delgada. Una espesa mata de cabello rojo como el fuego coronaba su pálido, casi cadavérico rostro de sensuales labios pintados de rojo bermellón. Sin embargo, los grandes ojos verdes de la marquesa constituían el más fuerte hechizo de su singular belleza. Ella los exageraba aún más colocándose inmensas pestañas falsas, circundándolos de negro kohl y poniéndose gotas de belladona para hacerlos brillar como esmeraldas.



No es de extrañar que causara sensación durante una estancia en los Estados Unidos en los ’20, con estadías en Nueva York y Hollywood. Tan fantástica fue su presencia, que influyó en dramaturgos y cineastas durante y después de su vida. Personajes basados concretamente en ella fueron retratados por Theda Bara, Tallulah Bankhead, Vivien Leigh, Valentina Cortese, Elizabeth Taylor e Ingrid Bergman. Su fascinante mirada inspiró incluso a famosos escritores norteamericanos como Ezra Pound, Tennessee Williams y Jack Kerouac.



Uno debe preguntarse si, cuando Luisa Casati nació en 1881, ya poseía un talento para asombrar. Luisa Adele Rosa Maria Amman, la segunda hija del rico fabricante de algodón Alberto Amman, nació en Milán hacia una vida de lujo. Disfrutó de una privilegiada aunque aislada infancia, carácter conformado por una innata timidez. Una intensa pasión por las artes visuales empezó entonces y fue alentada por las visitas a galerías de arte y museos locales. Fue también durante su niñez que se inició una fascinación de toda la vida por esos extravagantes personajes de la realeza como Luis II, el “rey loco” de Baviera, o la emperatriz Elisabeth de Austria, así como la estrella del teatro Sarah Bernhardt. Ya en aquel entonces, el tamaño desmesurado de sus ojos y la intensidad antinatural de su mirada poseían un enorme poder de seducción.


Alberto Amman, descendiente de austríacos, fue hecho conde por el rey Umberto I en agradecimiento a sus contribuciones a la industria del algodón. La condesa Amman murió cuando Luisa tenía 13 años y el conde dos años más tarde, convirtiendo a Luisa y a su hermana mayor, Francesca, en las mujeres más ricas de Italia. Bajo el cuidado de un tío, Luisa primero se comprometió y luego se casó con el noble milanés Camillo Casati Stampa di Soncino, Marchese di Roma, en el año 1900. Casati era un gran cazador, famoso montero y presidente del Jockey Club de Roma y ella fue conceptuada en los círculos cinegéticos, cuando se la vio por vez primera, como la pequeña mujercita, el ratoncito casi del gran Nemrod.


Poco podían esperar los que tal pensaban en la transformación que había de tener lugar. El pelo del ratón ardió en llamas, las pestañas se abrieron como colas de pavo real y aquella mujercita empezó a vestirse de un modo completamente personal y de su propia invención, ceñida en capas increíbles de imitación de piel y con la cabeza medio oculta de un cubo de carbón de raso y encaje negro. Adquirió un esclavo tunecino llamado Garbi a quien hizo aparecer en un exótico semidesnudo, llegando, en fin, a demostrar un comportamiento tan extravagante que las más nobles familias de Roma acudían en tropel a su casa de la Vía Piamenti.

Nunca pudo poner en práctica lo que quizá hubiera sido el más extravagante de sus disfraces. El conde Etienne de Beaumont había proyectado un baile y la marquesa decidió aparecer como un San Sebastián equipado eléctricamente. Tenía que llevar una armadura acribillada de saetas y tachonada de estrellas que tendría que encenderse cuando ella apareciese. El día del baile por la mañana se instaló con permiso del anfitrión en una pequeña dependencia de la casa de Beaumont, llevando consigo un batallón de criados, un electricista y estufas para hervir el agua y hacer tazas de café y de té mientras se iban efectuando los estudiados preparativos para su aparición.


Al fin, completo ya su maquillado y fijado el pelo en su aureola de rizos, la marquesa fue embutida de cintura para abajo en las calzas atacadas y se le encerró el cuerpo en la armadura que quedó cerrada con cadenas y candados. Pero en el momento en que se insertaba la conexión eléctrica correspondiente, sobrevino una descarga: se produjo un cortocircuito, la armadura quedó electrizada y en vez de iluminarse con un millar de estrellas, la marquesa sufrió una descarga eléctrica que la derribó por tierra haciéndola dar un salto mortal. No pudo reponerse con tiempo suficiente para aparecer en la fiesta y tuvo que retirarse dejando una nota en casa de Beaumont que decía simplemente: “Mil excusas”.


Pero la marquesa era en sí misma una mujer muy poco aficionada a presentar excusas. No tuvo nunca el menor sentido económico de las cosas. Cuando andaba escasa de metálico y tenía que pagar a un gondolero por sus servicios, le daba un brazalete de perlas. Así, pues, no ha de sorprender que al final de su vida, habiendo derrochado varias fortunas, se encontrara en un Londres en guerra con su propio país italiano y sin otros recursos que los que pudieran facilitarle sus leales amigos.

Luego de los primeros años de matrimonio y del nacimiento de su hija Cristina en 1901, los Casati mantuvieron residencias separadas por el resto de su vida matrimonial. Se separaron legalmente en 1914. Los grilletes de este previsible matrimonio ya habían comenzado a frustrarla cuando se encontró con Gabriele D’Annunzio e inició un abierto romance con él. El célebre poeta italiano la llamaba Coré o Divine Marquise –la primera en alusión a la Reina del Infierno de la mitología griega, la segunda en homenaje al Marqués de Sade-. No es de extrañar que su romántica liaison alimentara las columnas de chismes de toda Europa.


Libre de inhibiciones gracias a D’Annunzio, Casati alteró dramáticamente su apariencia para convertirse en una hermosa bruja de cuento de hadas, extraña aún más por las mascotas con que se rodeaba. La aristocracia italiana era obsequiada en estancias en cuyos pulidos suelos se retorcían las serpientes. En una comida que dio en honor de la princesa Lucien Murat para celebrar la canonización de Juana de Arco se produjo un escándalo porque uno de sus invitados hacía trampas en el juego. En los bailes de máscaras la marquesa Casati se excedía a sí misma, presentándose a menudo con trajes diseñados por ella pero basados en la más descabellada fantasía de Léon Bakst. Una vez llegó al extremo de dorar materialmente al tunecino Garbi cuando éste la acompañaba como un elemento de su entrada en escena.


Hubo quienes la acusaron de conducirse frívolamente como la más decadente anfitriona de Europa. Pero en verdad, Luisa tuvo una pasión mucho más seria: el encargo de su propia inmortalidad.


La marquesa lo alcanzó buscando y patrocinando talentos, tanto de experimentados como de noveles artistas. Lo único que requería de ellos era una calidad de visión capaz de transformar su musa constantemente en nuevas formas. Consecuentemente, Casati se distinguiría a sí misma de manera significativa entre otras privilegiadas mujeres también rescatadas por los más importantes retratistas de sociedad de la época. A diferencia de éstas, la marquesa se involucró activamente en las vidas, la mente y los movimientos de los artistas que capturaron su increíble imagen. Muchas de sus carreras obtuvieron reconocimiento a través de su generoso patrocinio y esto a menudo incluyó una valiosa amistad o una relación romántica. La incansable búsqueda de vanguardia por parte de Casati le permitiría satisfacer una interminable ansia de experiencias frescas y nuevos públicos. Así, mientras las enjoyadas pero poco inventivas doyennes de la Belle Epoque eventualmente se encontraron atrapadas en un callejón sin edad, la marquesa exploró los más nuevos y radicales terrenos artísticos de comienzos del siglo XX.


Casati se volvió un fiel patrón o, simplemente, un ícono de inspiración para innumerables artistas durante casi treinta años, siempre ofreciendo su considerable riqueza, influencia e ideas a una legión de pintores, escultores, fotógrafos y diseñadores de moda, desde Jacques-Émile Blanche a Natalia Gontcharova, pasando por José María Sert, el príncipe Paul Troubetzkoy y Madeleine Vionnet. Su imagen fue inolvidable incluso para el director de cine Luchino Visconti cuando se encontraron en una oportunidad a bordo de un tren siendo él solo un muchacho.


Mientras tanto, la marquesa mantuvo varias casas de ensueño, cada una diseñada respondiendo a sus exigencias y gustos caros. En 1910 fijó su residencia en Venecia, en el Palazzo Venier dei Leoni, sobre el Gran Canal, una fabulosa ruina cuyos jardines se iluminaban con enormes linternas chinas, mirlos albinos cantaban entre los árboles y los guepardos mascota paseaban a lo largo de los caminos. En uno de sus salones, una figura de cera de tamaño natural réplica de Mary Vetsera, la trágica heroína de Mayerling, destacaba en una enorme caja de vidrio. Años más tarde este mismo edificio sería adquirido por Peggy Guggenheim para convertirse en el museo de arte europeo y americano de la primera mitad del siglo XX más importante de Italia.



Palazzo Venier dei Leoni

En Le Vésinet, en las afueras de París, compró el Palais Rose, la antigua mansión del conde Robert de Montesquieu. Era una fantástica construcción de mármol rojo, con un pabellón separado convertido en una galería de arte privada donde Luisa alojaba más de ciento treinta imágenes de sí misma (Boni de Castellane copió más adelante esta casa en la avenida Foch y mientras estuvo casado con Anna Gould dio allí fabulosas fiestas). La marquesa convirtió aquel palacio en un escenario exquisito para su personalidad exótica.



Palais Rose


Más de una vez veraneaba en Capri, en la famosa Villa San Michele, donde asombró hasta al más bohemio residente de la isla con su estilo de vida no conformista. Durante esos gloriosos años, la marquesa incluyó entre su círculo a luminarias como Jean Cocteau, Serge Diaghilev, la saloneuse Natalie Barney, el diseñador teatral Christian Bérard, el excéntrico compositor Lord Berners, la pintora art-déco Tamara de Lempicka y el novelista y dramaturgo Ronald Firbank. Así, aunque la rueda de mascaradas giraba y giraba y el encargo de pinturas parecía interminable, la fortuna de Luisa no.


Para 1930, Casati había amasado una deuda personal de 25 millones de dólares. Incapaz de satisfacer al sinnúmero de acreedores, sus pertenencias personales fueron confiscadas y subastadas en el Palais Rose en 1932 –el rumor decía que entre los ofertantes se encontraba Coco Chanel-. Lo más perjudicial fue la irremplazable pérdida de numerosas obras de arte originales confeccionadas por los artistas que ella patrocinó e inspiró durante décadas. Hoy, muchas de esas obras siguen siendo imposibles de encontrar. Casati entonces se retiró a Inglaterra y vivió las siguientes dos décadas en peores condiciones que aquellas que había vivido como celebridad en el continente. Pero aún así, su espíritu indomable se mantuvo incólume y llegó a sorprender a un nuevo grupo de admiradores. Sus gastos más necesarios fueron cubiertos por su hija, su nieta –lady Moorea Hastings, fruto del matrimonio de Cristina Casati con el vizconde Hastings en 1925- y una multitud de fieles amigos.



Sus años londinenses los vivió en llamativa pobreza. La musa de Marinetti, Depero y Boccioni había sido vista deambulando por el mercado en busca de plumas para decorar su cabello. Hoy, John Galliano para Christian Dior inspiró muchos de sus diseños en ella, a tal punto que vestidos de su colección terminaron exhibiéndose en el Fashion Institute del Metropolitan Museum of Art. Cuando el concepto de “dandy” se expandió en el siglo XX para incluir a las mujeres, la marquesa Casati se convirtió en su prototipo femenino al decir: “I want to be a living work of art” (“Quiero ser una obra de arte viviente”).



Luisa Casati Stampa di Soncino, Marchesa di Roma, murió a los 76 años, en 1957. Después de una misa de réquiem en el Oratorio de Brompton, fue enterrada con uno de sus perros pekineses embalsamado a sus pies.

7 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Mil gracias, madame. Figuras como ésta incitan la fantasía y vuela la pluma con vida propia...

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  2. Maravilloso post, esta mujer ha sido una gran obsesión para mí y me ha sido muy grato leerlo. Felicidades...Usted como hubiera sido feliz en alguna de sus fiestas?
    SALUDOS

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  3. hay un libro que habla de esta mujer se llama, Luisa y los espejos por si a alguno os interesa.

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  4. os dejo el argumento del libro Luisa y los espejos"

    Dos vidas transcurren paralelas. Luisa Aldazábal es una mujer actual que después de estar tres meses en coma decide dar un giro radical a su vida. La Marchesa Casati, personaje real, decide convertirse en una obra de arte viviente y, adelantándose a su tiempo, se atreve a ser libre por encima de todo el convencionalismo, tanto en su delirante relación con el escritor Gabriele DÁnnunzio, como en su destacada labor como mecenas y musa de los grandes artistas de la Belle époque.
    Luisa descubrirá por azar a la Marchesa y encontrará en su extravagante conducta un espejo de inspiración para salir de su monótona existencia y recuperar la pasión amorosa y artística.

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  5. Me parece una vida absurda y tristísima.

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  6. Si prefiere ser ama de casa, secretaria o vendedora de pan. bien por usted, pero deje a la gente especial en paz. Gracias.

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