Alexis de Redé fue todo un mito de un París elegante y refinado al extremo, una vida consagrada al placer y a la estética, a los viajes, al coleccionismo y al savoir-vivre, objetivos que encontraban su punto de partida en su propia casa: el primer piso del Hôtel Lambert, en el corazón de la Isla de San Luis. Aquel fue el escenario para el Bal Oriental el 5 de Diciembre de 1969, descripto como una de las fiestas más fantásticas del siglo XX.
Un conjunto de 47 acuarelas realizadas por Catherine y Alexandre Serebriakoff dejaron para la posteridad el acontecimiento. Estos artistas rusos han sido los mejores acuarelistas de interiores debido a su único sentido del detalle, de la luz y del volumen. Esas escenas fueron encuadernadas en terciopelo de seda rojo y protegidas dentro de un cofre, cuya portada fue rebordeada en la India con hilos de oro e incrustaciones de esmeraldas y rubíes.
Llega el actor francés Jean Claude Brialy
Los Serebriakoff captaron la llegada de los invitados a la Galería de Hércules que había sido transformada en una fantasía oriental por Jean-Francois Daigre, un escenógrafo descubierto por Marie-Hélène de Rothschild. En esas acuarelas quedaron inmortalizados los Rothschild, don Antenor Patiño, la Princesa Margarita de Dinamarca y su esposo, Henri de Montpezat, la Vizcondesa Jacqueline de Ribes, la Duquesa de Cadaval, Madame Pierre Schlumberger, el barón Arnaud de Rosnay, Madame Denise Hale, casada en esos años con el cineasta Vincent Minelli; el barón Gerald de Waldner, Serge Lifar, Aileen Mehle, la columnista que bajo la rúbrica “Susy says…” sigue apareciendo en las paginas del “W”; el Aga Khan IV, la Begum Yvette y la Begum Salima, Salvador Dalí rodeado de toda su comparsa, Valerian Styx-Rybar, los López-Wilshaw y más….hoy casi todos difuntos.
Salvador Dalí y su séquito
Aquella noche cuatrocientos invitados llegaron al Hôtel Lambert. Rédé comenzó los planes para el baile en marzo de 1969, envió las invitaciones en mayo y la cita tuvo lugar en diciembre. Dio comienzo a las diez de la noche y terminó a las cinco de la mañana. Dos elefantes de tamaño natural realizados en papel maché soportando un baldaquín dorado en su dorso recibían a los invitados de cada lado del gran patio del palacio. Al pie de la escalinata se apostaban dos músicos hindúes, un intérprete de cítara vestido en rojo y otro de sari azul turquesa que tocaba los timbales.
Los Barones Guy y Marie-Héléne de Rothschild
A lo largo de las escaleras se colocaron dieciséis gimnastas semidesnudos figurando esclavos nubios que sostenían antorchas encendidas para guiar a los invitados al descanso del primer piso. Allí se iniciaba la fiesta y el anfitrión, vestido de príncipe mongol, en un traje negro diseñado por Pierre Cardin, daba la bienvenida a cada uno de sus invitados. Así eran las fiestas de antes. Cada quien tenía nombre y apellido.
Vizcondesa de Bonchamps y Condesa de Ribes
Príncipe Rupert zu Lowenstein y Madame Graham Mattison
Marie-Héléne de Rothschild con la princesa Margarita de Dinamarca y Henri de Montpezat
La baronesa de Rothschild acudió de bailarina siamesa, Johannes von Thurn und Taxis de húsar y la Vizcondesa de Bonchamps –nacida norteamericana- se vistió de pagoda. Su disfraz fue el más comentado, ya que debió ser llevada en la parte trasera de un camión pues estaba hecho de metal. No pudo sentarse en el camión ni en el baile hasta que se lo quitó. “Tenías que hacer un balance entre disfrutar de la velada o la impresión que querías causar –adujo el Barón de Rédé-. No estoy seguro que ella haya estado bien.”
El Lambert en sí era una fantasía reminiscente de Las Mil y Una Noches. Todo alrededor tenía aroma a jazmín y mirra. La Galería de Hércules estaba llena de turcos, rusos, chinos y japoneses. Turbantes y falsas barbas abundaban. El esposo de Estée Lauder se quejaba de que su bigote de Fu Manchú picó toda la noche. Kenneth J. Lane, el diseñador de joyas, usó un turbante de piel de marta rusa, con colas de lobo que colgaban de él y una enorme capa hecha de zorrino adornado con lobo. Como era una noche cálida, debió haber sufrido un tanto.
Valerian Styx-Rybar y Jean-François Daigre
Serge Lifar y Patricia López-Willshaw
Madame Vincent Minnelli y Madame Jean-Claude Abreu
Esplendor oriental
Un invitado trajo una pantera bebé entre sus brazos. Brigitte Bardot estaba casi desnuda en su disfraz de odalisca excepto por cadenas de monedas que le colgaban por todo el cuerpo y un pequeño chiffon negro, como la reciente viuda Odile Rubirosa, de quien la prensa escribió: “llegó casi desnuda, sus nalgas cubiertas por un poco de malla de plata (con grandes grietas en ella) a través de la cual brillaban los encantos de Odile”. Su atuendo era todo lo audaz que cabía esperar.
La escultural Brigitte Bardot se deja aconsejar por Douce Francois, la confidente de Nureyev
Magnifica entrada, estaba redactando una sobre el Hotel Lambert cuando me he encontrado la tuya.
ResponderEliminarTe he linkeado dentro de mi entrada.
Espero que no te moleste.
Un cordial saludo!
Estimado Nico, siempre es un gran placer que este trabajo sea un aliciente para los demás.
ResponderEliminarTe deseo lo mejor.
Querido amigo, desde luego su bello reportaje merece todos los elogios, muy bien documentado, mi familia conoció al Barón y era un ser exquisito,hoy existe poca clase ya, la cultura brilla por su ausencia y la creatividad se esfuma,esas fiestas estaban llenan de belleza y buen gusto, hoy solo vemos mucha vulgaridad que va en aumento, es una lástima un saludo Antonio
ResponderEliminarDon Antonio, es cierto que los grandes alardes de esplendor de antaño solo sobreviven en la nostalgia y el recuerdo de algunas celebridades de edad. Apostemos a que el savoir-vivre y el estilo renazcan.
ResponderEliminarMuchas gracias por su interés y su amabilidad.