lunes, 28 de septiembre de 2009

México: la aventura imperial

El Primer Imperio Mexicano es un período de la historia mexicana que se extendió entre 1822 y 1823, en el que Agustín de Iturbide se erigió como emperador de la nación. La familia Iturbide -originaria del reino de Navarra- había sido ennoblecida por el rey Juan II de Aragón hacia el siglo XV; en el siglo XVIII se estableció en el entonces Virreinato de la Nueva España Don José Joaquín de Iturbide-Arregui quien casó hacia 1772 con Doña María Josefa de Arámburu y Carrillo de Figueroa, también descendiente de una familia noble de Navarra y Vizcaya. El 27 de septiembre, nació su quinto hijo, Agustín.



El Emperador Agustín


Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu (1783 - 1824) fue un militar que, durante la guerra de independencia de México, se hizo notable por sus exitosas campañas a favor de las fuerzas realistas. En ese tránsito amasó una fortuna, aprovechando su posición en el ejército. En 1805 se casó con la noble Doña Ana María Josefa de Huarte y Muñiz, hija del acaudalado prócer y poderoso noble Isidro Huarte, intendente provincial del distrito.


En el marco de la reforma liberal en España, en 1821, se entrevistó con uno de los jefes de la resistencia insurgente, Vicente Guerrero, para negociar juntos la independencia. El encuentro fue exitoso, y la reunión fue sellada con el famoso Abrazo de Acatempan. En 1821, en la Ciudad de México, una Junta de 38 miembros presidida por el propio Iturbide proclama el Acta de Independencia del Imperio Mexicano y constituye una Regencia de cinco miembros, con Iturbide como presidente. La Junta Provisional Gubernativa nombra también a Iturbide Generalísimo con el tratamiento de Alteza Serenísima.


Agustín de Iturbide (1822)


El 25 de febrero de 1822 comienza su actividad el Congreso Constituyente del Imperio, que pronto entrará en roces con la Regencia: el Congreso se proclama único representante de la soberanía de la nación. En mayo el sargento Pío Marcha y los soldados del regimiento de Celaya se lanzaron a la calle y proclamaron a Iturbide como emperador de México tras una revuelta militar de sus simpatizantes. El imperio enfrentaba la oposición republicana y la resistencia de algunas guarniciones españolas. Las presiones que recibe Iturbide por parte de sus opositores políticos en la Ciudad de México lo hacen reunir al mismo Congreso que había disuelto antes y abdicar ante él, el 19 de marzo de 1823.

Agustín I de México



El 22 de marzo Iturbide abandonó la capital y el 11 de mayo se embarcó rumbo a Europa. Permaneció un tiempo en Italia, para trasladarse luego a Londres. Poco tiempo después decide volver a México, tras enterarse de las intenciones de la Santa Alianza de enviar fuerzas expedicionarias a México con el fin de reconquistarlo para la Corona Española, pero como había sido declarado enemigo de la Patria por el gobierno de la República fue fusilado de acuerdo con las leyes mexicanas.

El hijo primogénito, Don Agustín Jerónimo de Iturbide y Huarte, Príncipe Imperial de México (1807 - 1866), recibió el título de Su Alteza Imperial (S.A.I.) mientras que sus diez hermanos eran tratados como Su Alteza (S.A.). Todos recibían el tratamiento de Don o Doña, que en España y sus dominios se otorgaba a los pertenecientes a la baja nobleza.


Ana María de Huarte y Muñiz, Emperatriz de México (1822)


Después de la ejecución del Emperador, su familia huyó al extranjero y vivió en Estados Unidos cuatro décadas casi en el anonimato. La ex Emperatriz Doña Ana María Huarte-Muñiz y Carrillo de Figueroa, nieta del Marqués de Altamira, falleció en Estados Unidos, donde varios de sus hijos contrajeron matrimonio. Su nieto Agustín de Iturbide y Green fue adoptado por Maximiliano I como heredero del trono, y fue expulsado de México por Porfirio Díaz. Otro nieto, Salvador de Iturbide y Marzán, recibió también el título de Príncipe durante el reinado de Maximiliano I; contrajo nupcias con una aristócrata austro-húngara y de él queda descendencia, que reside principalmente en Austria.

Los Iturbide se atribuyen la jefatura de la Casa Imperial Mexicana y el derecho de sucesión al trono de México desde 1823 hasta la fecha, salvo el período de 1864-1867, en el que el trono lo ostentaba Maximiliano I de Habsburgo-Lorena. La familia Iturbide no tiene pretensiones sobre el Imperio.


Maximiliano y Carlota


El Segundo Imperio Mexicano fue efímero como el primero. Esta vez fue una pareja importada de Europa llamada a regir los destinos de los mexicanos, aunque todo en la vida de ambos pareció enlazarse para llegar al dramático final. Carlota Amalia, la hija del rey de Bélgica Leopoldo I, de la casa Sajonia-Coburgo-Gotha, tenía 17 años cuando se casó con Maximiliano de Habsburgo, de 25 años, hermano menor del emperador Francisco José de Austria. Después de la boda, el emperador Francisco José los envió como Príncipes de Lombardía a regir esa región de Italia. Lamentablemente para ellos, los habitantes odiaban la dominación austríaca y se sublevaron continuamente. Cuando estalló la guerra y Austria fue derrotada, la pareja real tuvo que dejar Lombardía y refugiarse en el castillo de Miramar, en el golfo de Istria. De príncipes reinantes se convirtieron en monarcas en busca de un trono.


Sin embargo, el destino tejía su trama. Al emperador Napoleón III de Francia y a su esposa, Eugenia de Montijo, se les ocurrió que los jóvenes destronados podían reinar en México, país que ambicionaban los franceses. Carlota y Maximiliano tenían la visión romántica de un México de lindos paisajes y campesinos ansiosos por tener un emperador. Desconocían las ansias de libertad de una nación que luchaba por su independencia desde 1811 y que contaba con un líder del calibre de Benito Juárez. Sin ver lo descabellado de la acción, contando con la ilusoria promesa de la ayuda económica y militar de Francia, partieron hacia México, desdeñando la oferta que les había hecho la reina Victoria de ser reyes de Grecia.


Maximiliano de Habsburgo, Emperador de México (1865)



En 1864 llegaron al puerto de Veracruz, donde los esperaba un frío recibimiento. Al principio, fueron intensamente felices en México. Fijaron su residencia en el castillo de Chapultepec, erigido sobre las ruinas del palacio de Moctezuma II. Aunque Carlota no había logrado tener el hijo que ansiaba, el amor por su marido la llenaba de confianza hacia el futuro. Fascinada con el país, trataba de sentirse mexicana a su manera. Organizaba bailes mientras Maximiliano creaba el protocolo de la corte, como si estuviera en Viena. Sin embargo, pasaba el tiempo y la prometida ayuda francesa no llegaba. El ejército realista iba cediendo ante las huestes de Juárez y, finalmente, las tropas europeas que apoyaban al imperio recibieron la orden de regresar.


Durante esta etapa, Carlota no había cesado de escribir a Eugenia de Montijo, exigiéndole le ayuda prometida, pero en vano. Napoleón III había perdido interés en México. Ante la gravedad de la situación, Carlota decidió entrevistarse con él. Al abordar el barco para ir a Francia, se despidió de Maximiliano con el presentimiento de que no volvería a ver más a su esposo ni a esa tierra que había llegado a querer.


Carlota de Bélgica, Emperatriz de México (1865)


Lo demás ya ha sido escrito. Maximiliano quedó abandonado en México por las cortes europeas que le habían prometido ayuda. Carlota, ignorada por Napoleón III, sólo fue recibida por la emperatriz Eugenia, que no hizo nada por ella. Diariamente le escribía a Maximiliano describiendo sus infructuosas gestiones. Ya a punto de perder la razón, fue a ver al Papa. Le dijo que estaba rodeada de envenenadores y le exigió que la alojaran en el Vaticano.


El emperador Maximiliano fue fusilado el 19 de junio de 1867, cerca de Querétaro. Tenía 35 años. En México, finalmente, se instauró la República. La emperatriz Carlota, enajenada, vivió en el castillo de Bouchout 60 años más, ajena a todos los acontecimientos mundiales. Pasaba sus días escribiéndole cartas a su amado Maximiliano, vagando por el palacio y de vez en cuando entonando el himno imperial de México. Murió a los 86 años, en 1927.

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