martes, 2 de marzo de 2010

Sic transit gloria mundi



Para la mayoría de los ingleses, la familia real es un símbolo de unidad nacional, una marca legitimada por generaciones. Representa la estabilidad de una nación y la continuidad de tradiciones de muchos siglos. Sin embargo, el pueblo de Inglaterra paga un precio muy alto por mantenerla y muchos no están de acuerdo con ello. ¿Podrá sobrevivir?


La monarquía goza de mayor estabilidad en Inglaterra pues sus cimientos se hallan en las tradiciones de un pueblo conservador por esencia. La idea de la monarquía forma parte del conjunto de nociones que todo inglés lleva en sí mismo acerca de la vida diaria.


Ya Victoria I supo predicar con gran provecho el evangelio de la Corona, de uno a otro confín de su imperio. Los soberanos que la sucedieron en el trono –pese a su personalidad un poco más borrosa que la de la gran reina- dieron pruebas de moderación y supieron ganar la popularidad de la población. Durante el siglo XIX las combinaciones matrimoniales desempeñaron importante papel en el plan general que llevó a la consagración de la supremacía y prestigio de Su Majestad Británica. También a este respecto la sagacidad de la imperativa reina Victoria ha dado sus frutos y el árbol genealógico de la actual soberana, Elizabeth II, es el más asombroso de la Historia.

Victoria, la "Abuela de Europa"


En época de Jorge VI, antes de la Segunda Guerra, casi todos los tronos de Europa estaban ocupados por miembros más o menos próximos de su parentela: primos, tíos o sobrinos. Es que todos los soberanos, salvo el rey Zogú I de Albania, pueden hacer remontar su estirpe al mismo antecesor, es decir, a Jacobo I Estuardo, primer rey de Inglaterra, Escocia e Irlanda.


En 1613, la boda de la hija de Jacobo I, la princesa Isabel, con el elector palatino y rey de Bohemia, Federico V, señaló el principio de esta trabazón prolífica de raíces reales que ha concluido por crecer y multiplicarse en el bosque internacional de la realeza. Sangre de la reina Victoria circula por las venas de casi todos los monarcas europeos, aunque en algunos casos ha perdido el tinte de moralidad que caracterizó a su época.


La última reunión de monarcas europeos emparentados entre sí en el funeral de Edward VII del Reino Unido en 1910.
De pie, de izquierda a derecha: Haakon VII de Noruega, Fernando I de Bulgaria, Manuel II de Portugal, Guillermo II de Alemania, Jorge I de Grecia y Alberto I de Bélgica. Sentados de izquierda a derecha: Alfonso XIII de España, Jorge V del Reino Unido y Federico VIII de Dinamarca.


Elizabeth II de Inglaterra, Miguel I de Rumania y Constantino II de Grecia son tataranietos de la ilustre reina, igual que Juan Carlos I, rey de España y el príncipe Federico Guillermo de Prusia, pretendiente al trono de Alemania. El rey Olav de Noruega y el príncipe Alejandro de Yugoslavia son bisnietos de la formidable “viuda de Windsor”. Asimismo, la reina Margarita de Dinamarca y la hermana de ésta, Ana María, casada con el rey de los Helenos, son también tataranietas suyas.


Si esta política matrimonial hubiera colmado las expectativas de padres y tíos de quienes hoy reinan, Europa habría vivido bajo el pacífico dominio de una gran familia de soberanos aliados entre sí. Pero las hábiles disposiciones que adoptaran la reina Victoria y sus contemporáneos no bastaron a conjurar la trágica explosión de 1914 ni impidieron la que se desató 40 años después. Ni siquiera los lazos de parentesco, pues nadie hubiera podido oponerse a los odios nacionales.


Elizabeth Regina

El simbolismo de la monarquía británica no se limita a la pareja formada por el soberano y su consorte. Éstos son las columnas sobre las que reposa la compleja superestructura de la sociedad británica. Esta sociedad se subdivide en rangos y títulos tan rígidamente clasificados que, en el anuario de la nobleza de Burke, cada noble lleva un número que indica su lugar exacto, por orden del derecho a ocupar asiento ante la familia real. Y hay millares de números (el Orden de precedencia en Inglaterra será publicado en futuras entradas).


En la cumbre de esta jerarquía social, inmediatamente después de la reina y de sus hijos, vienen los príncipes y princesas de sangre real, los Kent, los Gloucester y los Harewood. Los arzobispos de la Iglesia de Inglaterra ocupan el inmediato rango, detrás de la familia real. Vienen en seguida los duques y duquesas sin derecho al tratamiento de Altezas Reales, los marqueses y marquesas, los condes y condesas, los vizcondes y vizcondesas, los barones y baronesas. Sólo en la nobleza británica figura el título suplementario de Baronet, entre el barón y el caballero, que responde al tratamiento de Sir.


Caballeros de la Jarretera en el Castillo de Windsor

El sistema de la grandeza británica –que ha sido copiado por el Japón- no es ni tan limitado ni tan snobbish como podría creerse a primera vista. Todos los años, la reina crea automáticamente nuevos nobles, previo consejo de los ministros de la Corona, siquiera estos títulos no puedan transmitir la distinción nobiliaria más que al mayor de los hijos. Se trata de recompensar proezas militares, servicios excepcionales en la política o en la industria y aún los méritos literarios especialmente relevantes.


En la preguerra, cuando los ingleses pensaban en su monarquía y en el sistema social del que la familia real era penacho y cimera, no pensaban en sus imperfecciones. Sin embargo, desde entonces no ha podido escapar del asedio constante de los cronistas y reporteros, ni siquiera del ojo crítico de sus súbditos que se mantienen al acecho de cualquier incidente que despierte especulaciones.

Diana, Princesa de Gales, sobreviviendo al asedio

El mundo privado de esta pequeña élite es muy limitado: ellos pertenecen, en realidad, al pueblo inglés. Es más, por su notoriedad e importancia histórica, pertenecen al resto del mundo, que siempre los considera noticia…no importa si son víctimas de chismes sin fundamento o son objeto de análisis bien documentados de la prensa responsable. Siempre se encuentra algo para criticar (o elogiar) a la familia real, supuesto modelo de todas las virtudes que los ingleses quisieran tener: fidelidad y coraje, fortaleza y templanza, tradición y responsabilidad.


Ciertamente, se trata de una pesada carga sobre los hombros reales, una carga que para muchos no tiene precio y para otros se les paga muy caro. En realidad, es fácil imaginar lo duro que es llevar esa carga de tradiciones y ser modelo de todas las virtudes. El duque de Windsor, cuando abdicó al trono en 1936, lo vivió en carne propia.


Los Windsor en la balconada de Buckingham Palace


La mayoría de los ingleses no cuestiona a la monarquía: es un mito y un símbolo, como una bandera o un escudo nacional. Pero la privacidad de la familia real constantemente es profanada, no hay nada que sea absolutamente secreto en ella. La historia a su alrededor –siempre con algún tinte de escándalo, cinismo, humor o devoción- continúa llenando las páginas impresas. La mayor crítica que pesa sobre la familia Windsor es la extravagancia en que viven sus miembros. Incluso en tiempos de crisis económica. Aparte de su fortuna privada, que es intocable, la realeza cuesta al contribuyente británico más de 100 millones de dólares anuales, suma que es asignada a los gastos del personal, el mantenimiento de nada menos que seis palacios y los sueldos anuales de los familiares directos de la reina por sus labores oficiales.

Muchos consideran que este subsidio es inmoral y cuestionan por qué debe estar a cargo del pueblo. Y se preguntan, ¿qué recibe Inglaterra a cambio?


Para la mayoría de los ingleses la monarquía es una institución sagrada que lleva un sentido de tradición secular, le da prestigio al país, además de una cohesión que no logran alcanzar otros países, e intrínsecamente favorece la industria turística, uno de los filones de las Islas Británicas. Aparte de estos elementos, el pueblo siente un gran afecto por la familia real, con la que identifica su sentido de orgullo y unidad nacional.


La familia real británica al completo


No hay duda de que los súbditos ingleses constituyen hoy una muestra mucho más heterogénea de nacionalidades y cultos que hace tres décadas. No sólo católicos, judíos y musulmanes sino también minorías étnicas de hindúes, paquistaníes, nor-africanos y orientales están presionando por lograr cambios en la composición política del país, aduciendo la extrema discriminación de parte de la Corona y el Parlamento.


Con el continuo interés de las nuevas generaciones en modernizar la sociedad y el creciente número de ciudadanos ingleses que proclaman la instauración de “un sistema político mucho más actual y democrático”, es evidente que el futuro del próximo monarca del Reino Unido estará rodeado de severa polémica. Si la soberana actual falleciera -como la reina madre- siendo centenaria, Carlos III no será coronado hasta bien entrado el siglo XXI… Y, para entonces, ¿habrá cabida en Inglaterra para una monarquía tan costosa? ¿Habrá sobrevivido la longeva dinastía Windsor?







3 comentarios:

  1. Sin ninguna duda, para un monarquico como yo, la Monarquìa representa los valores de una naciòn, la persona del Rey puede cambiar pero siempre queda la instituciòn, como bien indica Kantorowicz en su libro "Los dos cuerpos del rey", y es esta instituciòn la que debe ser respetada y amada pues representa a la naciòn. Es obvio e innegable que las naciones mas desarrolladas socialmente en el mundo son monarquìas (R.Unido, Noruega, Suecia, Dinamarca, Blegica, Holanda, Luxemburgo, Espana, Japon, Liechstenstain)...

    Por siempre y para siempre VIVA EL REY, VIVA JUAN CARLOS I...también para nosotros espanoles representa un orgullo que S.M. nos represente en el mundo y fuirmos nosotros en 1978 los que libremente quisimos continuar con la instituciòn monrquica. Desde aquì te àanimo también a realizar una entrada sobre los que don Juan Carlos representa para el pueblo espanol: la Monarquìa es la instituciòn màs amada por los espanoles.

    Un saludo.

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  2. Estimado señor, la monárquica España -así como Francia y Rusia (dos monarquías en su origen que hoy no lo son)- tiene reservado su lugar especial en este blog.

    Cordialmente suyo

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  3. Lo espero en ansia entonces, mientras tanto reciba cordiales saludos.

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