Tras la ruptura de la Unión de Kalmar, Noruega se mantuvo unida a Dinamarca. Aunque oficialmente constituía un reino aparte y se mantuvo el uso del noruego y las instituciones nacionales, Noruega fue gobernada por lendsmann (gobernantes nobles) daneses y el gobernante supremo del país era el rey y el Consejo Real, ambos residentes en Copenhague.
Un rey nórdico del siglo XIV con las banderas de Noruega, Suecia y Dinamarca
En 1536 Cristián III se convirtió en rey de Dinamarca tras una cruenta guerra civil en la que contó con el apoyo de la nobleza danesa. Cristián III introdujo en 1537 la reforma protestante en Dinamarca y en 1539 en Noruega, tras ser reconocido como rey por el consejo real. Ese mismo año el consejo noruego fue disuelto y el país perdió su independencia política.
La nueva Iglesia seguía las enseñanzas de Martín Lutero y tenía como líder al rey, quien expulsó a las comunidades monásticas católicas y se adueñó de todas las propiedades de la Iglesia Católica, que en Noruega alcanzaban cerca del 40% de las tierras. En Trondheim, el relicario de San Olaf fue destruido y llevado a Copenhague para elaborar monedas. Como resultado de la reforma, la monarquía se hizo más rica y poderosa.
La Catedral de Nidaros, nombre con el que se conoce a la catedral luterana de Trondheim, principal templo cristiano de Noruega, que alberga la tumba del principal santo noruego, San Olaf (Olaf II u Olaf Haraldsson).
Las guerras sueco-danesas
Tras la Guerra Nórdica de los Siete Años (1563-1570), en la que Noruega sufrió los estragos de la invasión sueca, el rey juzgó que resultaba difícil gobernar Noruega desde Copenhague. La comunicación era difícil debido a las montañas y a los fiordos. Por lo tanto, el rey decidió nombrar al landsmann de Akershus como estatúder de Noruega, que sería el máximo representante del rey en el país. Si bien el estátuder no tuvo en los hechos mucha influencia fuera de su provincia, el nombramiento es una prueba de que el rey consideraba a Noruega como un reino aparte.
Hacia la mitad del siglo XVI había crecido la rivalidad entre Dinamarca-Noruega y Suecia. Ambos reinos tenían aproximadamente el mismo tamaño y se disputaban el dominio del Mar Báltico. Suecia había iniciado en esa época una política expansionista que se topó con los intereses daneses, lo que desembocaría en varias guerras. El objetivo de Cristián IV de Dinamarca-Noruega —la conquista de Suecia— no se concretó, pero los suecos renunciaron a sus pretensiones sobre Noruega. Tras la guerra, Suecia tomó la hegemonía del Báltico.
Desembarco de fuerzas escocesas en Noruega, durante la Guerra de Kalmar (1611)
El absolutismo
Antes de 1660, el rey de Dinamarca y Noruega gobernaba junto a un consejo de nobles. El poder real estaba limitado y el consejo podía elegir al sucesor a la muerte del monarca. En Noruega, por el contrario, la monarquía era hereditaria. Con su presencia en el gobierno, el consejo aseguraba privilegios para la clase noble, pues sólo ésta tenía acceso a los más altos puestos en la administración y el ejército. Durante la primera mitad del siglo XVII, la nobleza fue incapaz de cumplir sus obligaciones en la defensa del país: ésta fue realizada principalmente por mercenarios, burgueses y campesinos.
Para asegurar la defensa de sus territorios, Federico III obtuvo créditos de la burguesía. Cuando la guerra terminó, los burgueses aprovecharon la debilidad de la nobleza y buscaron mayor influencia en la administración para proteger sus intereses económicos. Fue natural, por lo tanto, que la burguesía y la monarquía se aliaran. En la asamblea de los estados los burgueses y el clero alegaron que ante la derrota en la guerra se necesitaba un Estado más fuerte; propusieron que el rey tuviera derechos hereditarios en Dinamarca y que decidiera cómo debían ser gobernados los dos reinos en el futuro. El rey tuvo la oportunidad de asegurarse el poder absoluto, que fue ratificado por escrito en la Ley Real de 1665, que sería la única "constitución" absolutista de la historia y que se mantendría vigente hasta 1814.
Retrato de Christian V de Dinamarca y Noruega en la Cámara de Audiencias del Schloss Frederiksborg (1680)
Atada a las políticas danesas, Noruega padeció fuertes crisis económicas durante el siglo XVII debido a la dilapidación de recursos del Estado en infructuosas guerras que tenían el objetivo de recuperar los territorios perdidos ante Suecia. Tras las guerras hubo una época de cierto crecimiento económico, que fue resultado del comercio y de la explotación industrial de los recursos naturales noruegos, en especial de la madera. La época coincidió con el surgimiento del nacionalismo noruego.
En las Guerras Napoleónicas, Dinamarca y Noruega se mantuvieron aliadas de Francia. Las actividades bélicas en Noruega fueron marginales pero el desenlace sería de gran trascendencia en la historia del país. En 1814, la derrota de Napoleón fue también la de Dinamarca-Noruega y el rey Federico VI firmó el Tratado de Kiel el 14 de enero de ese año, por el cual Noruega era cedida a Suecia. Islandia, las Islas Feroe y Groenlandia, territorios que hasta entonces oficialmente eran parte de Noruega, no se incluyeron en el tratado y permanecieron como dominios daneses.
Rosenborg, castillo-palacio en Copenhague usado como residencia real desde 1606 a 1710.
Noruega en 1814
La Asamblea Nacional de Eidsvoll (1814), en que Noruega se convirtió en país independiente.
Aunque Noruega tendría que esperar algunas décadas más para alcanzar la plena independencia, el despertar patriótico de 1814 y la redacción de una constitución democrática son la causa de que ese año sea considerado como el inicio de la independencia y que el 17 de mayo, día de la Constitución, se celebre como el Día Nacional.
Las condiciones de unión con Suecia establecían que Noruega sería un reino con sus propias leyes y su propio parlamento, pero compartiría con Suecia el mismo monarca y la misma política exterior, con un ministro de relaciones exteriores residente en Estocolmo. El rey en realidad tenía poca influencia en el gobierno noruego, que estuvo constituido desde 1814 hasta 1884 por una élite ilustrada de juristas, militares y ministros religiosos que dominaban el Storting, hablaban danés y sus familias constituían apenas el 1% de la población. En esa época, no había partidos políticos en Noruega.
Las condiciones de la unión con Suecia fueron cuestionadas durante todo el tiempo. Mientras que los suecos querían establecer un reino común, los noruegos pugnaban por una independencia total. En 1835 el consejo de estado noruego pudo participar y decidir sobre la política exterior de los dos reinos.
Bandera de Noruega (1844-1899), en la que el emblema de la unión combina los colores noruegos y suecos.
El rey Oscar I aprobó en 1844 la propuesta para nuevas banderas y un nuevo escudo de armas común para la unión. Cada país obtuvo una propia bandera para la flota mercante y la marina de guerra, pero con una marca unionista en el cuadrante superior izquierdo, una combinación de las banderas sueca y noruega.
En 1884 hubo un avance de la política noruega hacia el parlamentarismo, que establecía que ninguna autoridad estaba por encima del Storting. El parlamentarismo se mantuvo como convención constitucional hasta 2007, año en que se incluyó en la Constitución. La élite ilustrada, opuesta al parlamentarismo, formó el Partido Conservador (Høyre, literalmente «Derecha»), que se inclinaba por mantener privilegios, mientras que sus rivales constituyeron el mismo año el Partido Liberal, una alianza denominada Venstre («Izquierda»), de postura radical y pese a su nombre, centrista.
Oscar II de Suecia y de Noruega en vestimenta de coronación.
Disolución de la unión sueco-noruega
A finales del siglo XIX, ambos países seguían un desarrollo independiente, al mismo tiempo que la economía de Noruega crecía de manera importante. Por ello, la unión se debilitó de tal modo que lo natural fue esperar la disolución.
El Storting aprobó la creación de cónsules independientes, pero el rey se negó a sancionar la ley. Tras varios desencuentros con el monarca, el parlamento declaró que el poder del rey "había dejado de ser funcional" y por lo tanto, declaró unilateralmente la disolución de la unión el 7 de junio de 1905. El 13 de agosto del mismo año se realizó un plebiscito en Noruega, en el que la población se inclinó por la disolución.
La actitud unilateral de los noruegos provocó serias tensiones entre ambos países y movilizaciones militares a ambos lados de la frontera. Finalmente, tras acaloradas negociaciones en la ciudad sueca de Karlstad durante agosto y octubre de 1905, en las que participaron representantes de los dos gobiernos, se decidió alcanzar una disolución pacífica de la unión, con un consenso de las dos partes sobre las condiciones de la misma. La disolución se concretó oficialmente el 26 de octubre de 1905, con la renuncia del rey Oscar II a sus derechos dinásticos sobre el trono noruego.
El rey Haakon VII, con el príncipe Olaf en brazos, es recibido en Noruega por el primer ministro Christian Michelsen, el 25 de noviembre de 1905.
Noruega independiente
La declinación del rey Oscar II incluía también la de sus hijos, por lo que el Storting abandonó la oferta de la corona al príncipe Carlos de Suecia (Carlos de Västergötland) y se decidió por la elección del príncipe Carlos de Dinamarca, hijo segundo del entonces príncipe heredero Federico de Dinamarca. El príncipe danés demostró su talante liberal al dejar claro que sólo aceptaría el trono si la mayoría del pueblo noruego se inclinaba por su candidatura. Tras un plebiscito aprobando el establecimiento de la monarquía celebrado en noviembre de 1905, el parlamento lo eligió rey unánimemente. Tomó el nombre de Haakon VII, siguiendo el linaje de los reyes de la Noruega independiente.
Los primeros años de vida independiente de Noruega, hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial, estuvieron marcados por el rápido crecimiento económico, basado en la inversión en el sector industrial. El nuevo reino se mantuvo neutral durante la Primera Guerra, pero como resultado de la invasión de la Alemania nazi y la ocupación del país durante la Segunda Guerra Mundial, los noruegos se tornaron escépticos ante el concepto de neutralidad. Tras el fin de la guerra en 1945, se reinstalaron las instituciones democráticas, y las décadas siguientes se caracterizaron por la aceleración del crecimiento económico y el establecimiento de un estado de bienestar, del que Noruega ha sido un referente histórico a nivel mundial.
Real Escudo de Armas de Noruega
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