La afluencia de nobles a Madrid comenzó cuando Felipe II decidió fijar su hasta entonces Corte ambulante en esa villa a mediados del siglo XVI. Los nobles se trasladaron a la entonces pequeña población, al amparo de la Corte real, manteniendo estrechos contactos con el Rey a través del aparato cortesano. Su presencia fue haciendo poco a poco de Madrid una de las ciudades más animadas de Europa, convirtiéndose en el principal foco de atracción social. Pasó así de ser una población principalmente agraria a girar en torno a la aglomeración de refinamiento que exigía la Corte. Como consecuencia y aunque la industria era mínima, comenzó a desarrollarse en su seno un verdadero comercio del lujo (desde joyeros a bordadores de plata y oro y sombrereros).
La Reina Isabel
La llegada a la capital de los nobles llevó consigo grupos sociales de baja extracción procedentes de zonas rurales, sabiendo de la demanda de sirvientes por parte de la aristocracia. De hecho, el tener mayor o menor número de empleados era un signo de mayor o menor estatus. Como lo era también en otra dimensión el número de coches que se poseyera, o el número de caballos que tiraban de ellos.
La nobleza constituyó desde un principio la cúspide social de la capital. Pero no sólo la social, sino también la económica y la política. Sus cargos en palacio les facilitaron los contactos con los centros de poder, formándose fuertes camarillas. Por lo que Madrid seguía siendo en el siglo XIX como centro de poder político un foco de atracción para las élites. De esta forma la nobleza madrileña fue monopolizando los altos cargos políticos del gobierno. La gran parte de los escaños del Senado y de los cargos diplomáticos, estaban ocupados por los Grandes de España por derecho propio (como contemplaría la Constitución de 1876), igualmente seguían ocupando los cargos en la Corte como el de Tesorero real, Secretario del rey y otros muchos relacionados con la administración de palacio.
Pedro de Alcantara Tellez-Girón y Beaufort Pimentel, 11º Duque de Osuna
El desempeño de esas actividades les hizo adquirir gran prestigio, lo que unido a la suntuosidad que rodeaba su estilo de vida con palacios, comodidades, fiestas y todo tipo de símbolos externos que los identificaban, proporcionó que esta élite influyera y fuera envidiada por todas las clases sociales. Este prestigio les acompañó hasta bien entrado el siglo XX, aunque la situación económica, social e ideológica de este grupo sufriese fuertes transformaciones a lo largo del siglo XIX.
La principal base económica de la nobleza era la tierra rural. Aunque la nobleza de cuna se había ido instalando alrededor de la corte, había dejado en el interior vastas tierras de las que percibían el mayor porcentaje de las rentas nacionales, lo que aseguraba el futuro a los viejos nobles, y propiciaba que la tierra pasara de de generación en generación.
Pero la nobleza contaba también con amplias propiedades urbanas, principalmente fincas que se hallaban dispersas por la ciudad y solían tener arrendadas. Este tipo de posesiones les vino muy bien cuando en momentos determinados las tierras agrícolas no conseguían dar la liquidez necesaria poder mantener el alto nivel de vida de sus dueños. Era entonces cuando recurrían a vender esas fincas urbanas, ya que como éstas sólo desempeñaban un papel complementario en sus ingresos, no invertían en ellas.
La Duquesa de Castro-Enríquez
De esta manera comenzó un repliegue nobiliario, causado porque la nobleza reprodujo hábitos y comportamientos tradicionales del Antiguo Régimen. Incluso a pesar de que había comenzado a finales del XVII a impulsar una actividad económica algo más activa, no se alteraron las estructuras de producción y propiedad. Es decir, que trataron de maximizar la producción para conseguir más dinero líquido, pero sin llevar a cabo transformaciones industriales.
Con el fin de aumentar la producción sin salir del modelo tradicional de propiedad, subieron los gastos dirigidos a mejoras de infraestructura. Al mismo tiempo el consumo suntuario de la aristocracia se incrementaba, debido a su transformación en una clase más cosmopolita, más abierta a las influencias francesas, y que tenía que destinar gran parte de sus ingresos a gastos fijos para mantener su estatus, marcado por la nueva moda de grandes y nuevos palacios, la adquisición de obras de arte, etc.
La suntuosidad de una residencia noble
El cambio de coyuntura a finales del siglo XVIII y principios del XIX, el entorpecimiento de las exportaciones de lana, el coste del aprovisionamiento de las rentas durante la Guerra de la Independencia, el descenso de los precios agrarios, el cuestionamiento de los privilegios señoriales y el cortocircuito de las rentas provenientes de la corona como consecuencia de la quiebra de la Hacienda Pública, frenaron la expansión de la economía nobiliaria. Se produjo entonces un desfase entre gastos e ingresos comenzando una crisis patrimonial que duró hasta los años setenta, en la que perdieron posiciones económicas.
Se hizo necesario por ello un proceso de saneamiento que permitiera la recuperación. Fue entonces cuando la nobleza demostró su capacidad de resistencia, pues la mayoría consiguió reconstruir su situación sin abandonar del todo su componente agrícola y sin tener que participar de una forma decidida en los nuevos sectores económicos (Deuda Pública, construcción, negocios, etc.). En general a lo largo del XIX la nobleza mantuvo su patrimonio.
El saneamiento conllevaba la abolición del mayorazgo y el fin de la propiedad vinculada, además de la intervención del Estado Liberal que va a transferir a la vieja nobleza indemnizaciones por la desamortización de sus bienes. Las indemnizaciones eran utilizadas por sus destinatarios como el elemento de liquidez que tanto ansiaban y no como medio de engrosar el patrimonio.
A la izquierda el antiguo Palacio del Marqués de Alcañices, que se derribó en 1884 para construir el Banco de España. A la derecha la estatua de la diosa Cibeles y su fuente.
El hecho de que la nobleza no participase de forma decidida en los nuevos sectores económicos no significó, sin embargo, su ausencia total en los mismos. Entre 1840 y la Restauración, la aristocracia madrileña buscó un nuevo punto de equilibrio económico que les ayudara a salir de bache, proporcionándoles mayores beneficios y una gestión más eficaz de los recursos. Por ejemplo, la casa de Medinaceli transfirió propiedad rústica o valores por un valor efectivo de 58 millones de reales (lo mismo que el duque de Alba, el conde de Altamira o el marqués de Alcañizes).
Para la pequeña nobleza la política de saneamiento suponía un mayor esfuerzo, y podía suponerles la liquidación total de su patrimonio. Se trataba de economías con una excesiva presencia de bienes improductivos, por lo que la enajenación de las fincas agravaba el desfase y dificultaba la reactivación posterior.
La Condesa de Vilches
Como excepción y no como norma, algunas familias nobles no supieron o no pudieron recuperarse, llegando a la quiebra definitiva de sus patrimonios. Entre otros motivos se encuentra el hecho de que se endeudaran con banqueros madrileños. Este es el caso de los Altamira, Híjar, Salvatierra y Osuna.
Una consecuencia de la crisis de la nobleza fue el hecho de que muchos aristócratas dejaran de engrosar las filas carlistas para pasar a la de los liberales, ya que desde ahí podían controlar la reconversión de sus propiedades, superar la crisis y recuperar el prestigio político (aunque nunca habían perdido su influencia social). Es que se trata de un liberalismo moderado, por lo que durante la Restauración se les verá en el partido conservador de Cánovas.
A la vez, como si de una cadena se tratara, el giro político de la nobleza provocó que esta clase social tomara contacto con otras élites de importancia, haciéndose más abierta, convirtiéndose así en la nobleza europea más liberal en ese aspecto. Por ello la alta burguesía comenzó a ennoblecerse y a engrosar las filas de la aristocracia, incluso muchas de las tierras que los nobles tuvieron que vender cuando enajenaron sus propiedades, pasaron a manos de la alta burguesía.
El Palacio de Enrique de Aguilera y Gamboa, XVII marqués de Cerralbo, hoy Museo
Claro que esa apertura no fue compartida por la totalidad de la nobleza. Un sector patriarcal, con profundo y arraigado sentido del hogar, desdeñaba a los burgueses por considerar que contaminaban la sangre, el código social y el modo de vida aristocrático.
Muy a pesar de los disconformes la creación de una nueva nobleza, surgida de la élite económica de los negocios, fue un hecho, especialmente significativo en el reinado de Isabel II y de Alfonso XII.
Uno de los ejemplos más notables de las nuevas élites surgidas en época de Isabel II, fue el marqués de Salamanca, quien encarna lo que significó la burguesía ennoblecida y sus diferencias con la nobleza de cuna, principalmente económicas. Mientras los segundos valoraban su patrimonio como simple fuente de rentas, y empleaban los excedentes en el lujo y no en la reinversión, los primeros se embarcaban en distintos negocios e inversiones en bolsa, consiguiendo aumentar su capital si les salían bien, pero corriendo el riesgo de arruinarse en caso contrario.
Un joven Marqués de Salamanca
El marqués de Salamanca nació en Málaga en 1811, en el seno de una familia acomodada que se pudo permitir pagarle los estudios de leyes. Ejerció como jurista, lo que le permitió codearse con grandes personajes. Su matrimonio con Petronila Livermore Salas, de padre inglés, hizo que emparentara con grandes empresarios, de los que fue aprendiendo. Poco a poco fue abandonando su carrera para dedicarse exclusivamente a los negocios y la política. Así, llegó a Madrid por primera vez como diputado por Málaga en las cortes Constituyentes celebradas en octubre de 1836. Y de ahí, pasó al Ministerio de Hacienda. Esto viene a demostrar que la mayoría de los títulos que se concedieron en el XIX, fueron a parar a manos de políticos y de militares.
Fértil en ideas, invirtió en numerosos negocios (la Bolsa, la banca, el ferrocarril, los bienes raíces), algunos de creación propia. Lo verdaderamente asombroso de este hombre es que a pesar de sus momentos de apuros económicos e incluso quiebras, conseguía recuperarse de manera sorprendente. Algo que no ocurrió con otros nuevos nobles.
La sociabilidad de la nobleza madrileña (segunda mitad del siglo XIX)
Durante el reinado de Alfonso XII, se mantuvo la tendencia de otorgar títulos nobiliarios que había comenzado durante el reinado de su madre y que continuará posteriormente, durante la Regencia de María Cristina y el reinado de Alfonso XIII. Con ello se pretendía crear una nueva nobleza, aunque también se beneficiaran de esta política personas que poseían títulos con anterioridad.
Durante la Restauración, la necesidad de encontrar simpatizantes con la causa para consolidar el régimen, llevó a premiar con títulos a aquellos que contribuyeron a restablecer a la monarquía borbónica en el trono español y a los que la rendían fidelidad. Por eso fueron principalmente militares, hombres de negocios y políticos los que adquirieron dichos títulos, quienes eran el principal apoyo del sistema recién implantado.
Por cada título, que sólo podía ser otorgado por el Rey, había que pagar un importe que estaba en relación con la calidad del mismo, pudiendo aspirar a uno u otro, o a más de uno, según el poder adquisitivo. En algunos casos se les eximía del correspondiente pago a la Hacienda, por ejemplo, a los militares que habían prestado un servicio especial a su advenimiento al trono, luchando contra los carlistas. Entre los políticos que ascendieron estaban el marqués de Rubalcaba o Fernández Calderón. También se concedieron títulos a propietarios de grandes haciendas en Cuba, que aportaron gran cantidad de dinero a la causa alfonsina, como el marqués de Álava, o el marqués de Santa Rita.
La Condesa de Muguiro
Pero si en los casos citados la buena posición o la política facilitaron el ennoblecimiento, en otros fue la elevada posición económica de la alta burguesía industrial la que abrió las puertas de la entrada en la nobleza y en una carrera política. Es el caso del marqués de Comillas, que compartía junto a Manuel Girona la hegemonía del Banco Hispano Colonial.
El apogeo de la venta de títulos se dio al principio de la Restauración cuando se intentaba consolidar el régimen, decayendo según se vaya asentando. Al mismo tiempo se concedieron más títulos en las épocas del gobierno conservador de Cánovas, que en las del liberal de Sagasta. Y también fue durante los gobiernos conservadores cuando se dio mayor número de nobles en las cortes.
Conclusión: la nobleza del XIX no era un grupo social homogéneo. Dentro de la vieja nobleza están los Grandes de España, que eran el más alto escalafón y la nobleza sin Grandeza, diferenciada a su vez según la importancia de su patrimonio. Este cuadro vino a complicarse con la nueva nobleza, que se diferenciaba de los anteriores, sobre todo, por su comportamiento económico más que social.
El siglo XIX para la nobleza madrileña fue un paso más en la evolución que comenzó cuando se asentó la Corte. Así, en el XVI empezó a echar raíces en la capital, en el XVII tomó cuerpo, en el XVIII se consolidó y en el XIX sufrió una transformación, convirtiéndose en una élite abierta, con gran capacidad de reproducción, basada en la captación y asimilación de otros individuos ajenos.
El Palacio de Medinaceli, con la estatua de Colón en medio de la rotonda del Paseo de Recoletos (1960)
Mi agradecimiento a la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid. Dirección: Luis Enrique Otero Carvajal, Profesor Titular de Historia Contemporánea.
La nobleza fue durante los siglos XVI y XVII como un sistema solar en el que el Rey era el Sol que emanaba rayos de mercedes y prebendas, y cuanto más cerca se estuviese de él, mayores serían los beneficios. Estar cerca de la persona real era sinónimo del poder...con el advenimiento de los Borbones, poco a poco, se va generando una nueva nobleza, muchos de ellos pertenecientes a las capas más bajas de estamento, hombres de negocios o de letras que, con sus servicios a la nueva dinastía van ascendiendo en la escala social e incluso emparentando con la añeja Grandeza de España. Destacan hombres como los Patiño, Ensenada, Goyeneche, Grimaldo, etc.
ResponderEliminarUn saludo y excelente entrada, sobre todo, en lo relativo a su evolución en el tiempo y su aburguesamiento.