martes, 29 de marzo de 2011

Las residencias de la nobleza: palacios urbanos

A finales de siglo XVIII tuvo lugar en Madrid un cambio en la estructura residencial de la nobleza. Aunque siguieron en ellos los nuevos gustos de la monarquía borbónica que comenzó su reinado levantando el Palacio Real en el lugar donde se había erigido el antiguo Alcázar.


Hasta entonces los nobles de la capital española habían ocupado viejos caserones de presencia exterior más bien austera, que no correspondía con el magnífico lujo del interior, sus vajillas de plata, sus colecciones de cuadros y objects d’art. La construcción de nuevas casas no se había llevado a cabo, porque dentro del casco urbano no existía el espacio suficiente, ni las condiciones urbanísticas apropiadas, ya que predominaban las calles estrechas y laberínticas.


El antiguo palacio de Uceda, luego de Medinaceli, junto a la plaza de Colón, entre el Paseo de Recoletos y la calle de Génova.


Por eso cuando comenzó a llegar el gusto francés por los palacetes elaborados y grandes jardines, no quedó más remedio que buscar grandes solares en la periferia de la ciudad, que permitieran desarrollar el tipo de vivienda que la aristocracia demandaba. Se concentraron principalmente en la zona oriental y occidental, coincidiendo con la vecindad del Palacio Real y el del Buen Retiro. Los palacios de Liria, Buenavista, Villahermosa y Osuna son buenos ejemplos de ello. Pero también se buscaron lugares cercanos a monasterios y conventos prestigiosos (San Andrés), o a las rutas oficiales por donde pasaban los reyes en sus desplazamientos.


Hubo tres momentos a lo largo del siglo XIX, que podrían indicarnos la relación entre la construcción de palacios y la clase social que los ocupaba. El primero se dio en la primera mitad del siglo XIX, entre 1800 y 1840, en el que la construcción de palacios estuvo protagonizada por la nobleza de cuna; el segundo en los decenios centrales del siglo, coincidiendo con el reinado de Isabel II, entre 1840 y 1868, en el que la aristocracia de nueva creación adquirió un creciente protagonismo, ejemplificado en la construcción del palacio del marqués de Salamanca; y el tercero coincidiría con la Restauración borbónica, entre 1875 y 1900, representado por la alta burguesía ennoblecida, un ejemplo claro es el palacio de Linares . A la vez estos tres periodos se corresponderían con la secuencia de construcción Palacio-Palacete-Hotel.


Aires de palacio real: el Palacio de Liria, actual residencia de los Alba en la Calle de la Princesa


De los grandes palacios concebidos al modo tradicional y habitados por la antigua nobleza, estaban el de Villafranca, el de la Alameda de Osuna o el de Liria, junto a la Puerta de San Bernardo en el límite de la ciudad. Propios de la nobleza surgida gracias al dinero, los del marqués de Salamanca en Recoletos y el de Gaviria, ambos de influencia italiana. Poco más tarde, de influencia francesa, destacó el palacio del duque de Uceda en la plaza de Colón, o el de Portugalete en la calle Alcalá.


Una vez hecho realidad el proyecto del ensanche, la nobleza pasó a contar con un barrio residencial propio donde estaba agrupada. Hasta entonces sus palacios habían estado más o menos dispersos por la ciudad. Y fue sobre este nuevo barrio donde el marqués de Salamanca proyectó la construcción de unos hoteles para la clase alta, que serían los antecedentes de las viviendas unifamiliares de la Ciudad Lineal y de la Ciudad Jardín.


El escudo familiar en el frontón del Palacio de Linares


Los palacios del XIX, a diferencia de los anteriores, mezclaba el lujo tanto interior como exterior. Las fachadas solían ser de ladrillo y piedra, formando con ello una combinación bicromática. En ellas se podían contemplar elegantes frisos, cornisas y portadas en las que se encajaban los escudos familiares. Avanzado el siglo, fueron apareciendo los balcones. Además, rodeaban el edificio enormes jardines con fuentes y pequeños estanques, limitados con formidables cerramientos que incluían monumentales puertas de entrada.


El interior de la residencia se dividía en tres plantas –que fueron aumentando con el tiempo- comunicadas por una suntuosa escalera principal: la planta baja donde se situaba la cocina, las caballerizas, las cocheras, y otros servicios, la planta principal, en la que se encontraban los salones donde se celebraban los actos sociales y las alcobas de los distintos miembros de la familia, alrededor de las cuales había antecámaras y gabinetes; el segundo piso, donde estaban los cuartos de criados. La división espacial que se creaba en el interior de estas lujosas casas, daba lugar a la aparición de microsociedades dentro de los palacios.


Los visitantes al Palacio de Liria ascienden una monumental escalera bajo cúpula, diseñada por Sir Edward Luytens durante una restauración a principios del siglo XX.


El lujo interior se reflejaba en espejos, pisos de mármol, tapices gigantescos, alfombras, cortinados dobles, papeles pintados en las paredes, frescos en los techos, vastas colecciones de pinturas, elaboradas lámparas de cristal, grandes ventanas que daban a los jardines, decoraciones al gusto mudéjar, grandes bibliotecas… Eso sí, sin perder nunca el estilo de vista francés que estaba en boga.


Escenarios de la vida social


La nobleza de viejo cuño sufría una crisis desde finales del siglo XVIII, especialmente, en el tránsito del Antiguo Régimen al Régimen Liberal. Crisis que tuvo que afrontar de diferentes modos. En este sentido, las pautas de comportamiento de la vieja nobleza iban a jugar un papel muy importante como manera de reafirmar su poder e influencia. Pero estas pautas no sólo venían determinadas por un sentimiento de amenaza respecto a su posición, sino que iban a dar una impronta propia a dicho grupo social a la vez que iban a servir de "modelo" a la nueva nobleza. Desde este punto de vista, la vida de sociedad tuvo una gran importancia como forma de mantener las viejas formas y perpetuar los complicados ceremoniales nobiliarios.


Despliegue de tapices en el salón comedor del palacio del Marqués de Manzanedo


Si bien a finales del siglo XIX -y hasta 1930 aproximadamente-, la mayor parte de la nobleza continuaba presente en la capital, la mayoría había perdido parte del poder político y económico, que en esos momentos tenía que compartir con la alta burguesía. Sin embargo, como respuesta a esa pérdida de poder, seguía monopolizando el poder social multiplicando fiestas y eventos. En aquella época, la principal dedicación de la nobleza era el ocio: las visitas, el paseo por Atocha y Recoletos, las fiestas palaciegas, las veladas de ópera en el Teatro Real. Aunque es verdad que, aunque a mediados del siglo XIX se produce un resurgir de los salones llevados por las aristócratas de cuño, su decadencia en relación al siglo XVIII es un hecho.


De esta manera, si bien la nobleza permitió el acceso a su ámbito de otros sectores sociales, dígase alta burguesía, lo hizo de una manera muy controlada y vigilada, es decir, que en cierto modo, puso resistencia a verse del todo sustituida por la nueva clase emergente. Así, incluso arruinada, hizo unos esfuerzos y sacrificios económicos con tal de mantener sus estatus social, no renunciando a su viejo modo de vida opulento y ostentoso.


Grupo de invitados a un baile de disfraces en el Palacio de Fernán Núñez


Dentro de los ámbitos de sociabilidad de la nobleza de Madrid, el salón fue considerado como el primer escenario de representación social y de la propia fusión con la alta burguesía, ya que ésta intentaba penetrar en los círculos aristocráticos y conseguir el ansiado ennoblecimiento, ya sea por favor o por medio del matrimonio. A este respecto, el salón fue un espacio de sociabilidad clave, ya que en él, además de albergar intrigas políticas o económicas, también sería escenario de intrigas amorosas. En estos momentos la estrategia matrimonial del grupo nobiliario consistía en maniobras a largo plazo, de fusiones con segundones, con la consiguiente creación de ramas familiares secundarias, buscando la consolidación de dicho grupo social. De ahí, que en definitiva, los salones dieron cobijo a la clase dirigente por excelencia, una clase que era producto de la fusión señalada.


La importancia de los salones y los bailes que en ellos se dieron, serán de capital importancia para la nueva nobleza porque le permitirá introducirse en el mundo aristocrático, en tanto en cuanto, ésta adoptó los usos y costumbres de la vieja aristocracia de sangre. Así, por ejemplo, los viejos palacios de la nobleza con un piso bajo de grandes ventanas enrejadas y otro piso alto, muy suntuosos por dentro y adornados con tapices y cuadros de gran valor, fueron sustituidos por los palacios burgueses, que trasladaron esa suntuosidad al exterior.


La elegante fachada del palacio de la Condesa de la Vega del Pozo


En cuanto a los bailes, algunos de ellos fueron celebrados en Palacio por la propia reina, Isabel II. Otros tuvieron lugar en los palacios de la alta aristocracia. Se trataba de unos bailes a los que podían asistir hasta cuatrocientas personas y su frecuencia era, si no diaria, al menos semanal. Según Azaña, en el invierno de 1849 a 1850, se dieron en las casas de la nobleza doscientos cincuenta bailes sin contar los de Palacio. Esto tenía lugar en un momento en que se reanudaba la vida de sociedad y llegaba la epidemia "que llaman pasión de riquezas, fiebre de lujo y de comodidades" que afectaba, sobre todo, a la nueva grandeza del comercio y del préstamo.


A este respecto, Guillermo de Cortázar ha señalado dos etapas en el comportamiento de la élite madrileña: la primera, que iría desde 1875 hasta el reinado de Alfonso XIII, caracterizada por la plena vigencia de los salones aristocráticos, la segunda desde 1914 a 1918, en la que tendría lugar la decadencia de estos salones y de una mayor aplicación y apertura de la élite. Así mismo tendría lugar un cambio en el espacio físico y urbano de Madrid, de tal manera que la construcción de los hoteles Ritz (1905) y Palace (1912) con sus respectivos salones, iban a permitir que esta élite se reuniera en ellos, a diferencia de la cerrada "vida de sociedad" de la época de la Regencia o del reinado de Alfonso XII.


El luminoso tocador de la Marquesa de Cerralbo, la Salita Imperio, que, al encontrarse junto al comedor de gala, servía para que las damas descansaran o se acicalaran después del almuerzo o la cena.



Pero volviendo al mundo de la vida social, cabe decir que asistía lo más granado de la juventud aristocrática, incluidos militares y oficiales de la Guardia. El cuerpo diplomático también estaba invitado y algunos embajadores como los de Rusia, Francia, Austria y Nápoles, incluso daban fiestas en sus propias residencias. Fernández de Córdova señala que hacia 1825, todos los domingos la duquesa de Osuna, condesa de Benavente, recibía "a la sociedad más selecta y escogida. Su base era el Cuerpo Diplomático extranjero y su propia familia". "La duquesa de la Roca era una señora de la primera Grandeza de España, daba los viernes bailes a donde era muy afortunado tener el privilegio de ir, pues escogía entre la juventud los más distinguidos". "Los sábados abrían los salones de la señora de Vallarino".


Otras señoras que cita son, por ejemplo, la duquesa de Benavente, la marquesa de Santa Cruz, la marquesa de Alcañices ("sin rival en la Corte"), Fernanda de Santa Cruz, condesa de Corres, la marquesa de Miraflores, la de Montelo, la condesa de Vilches (que solía acudir a la casa del conde de Ezpeleta), la duquesa de Castro Enriquez, etc. Es decir, que "las damas eran el principal ornamento de aquella sociedad".


Inés Francisca de Silva-Bazán y Téllez Girón, marquesa de Alcañices y duquesa de Alburquerque.


Pero quizás lo más destacado de estas reuniones eran el lujo y la suntuosidad que las presidían. Las señoras llevaban sus joyas más suntuosas y se ponían sus más elegantes vestidos. Fernández de Córdova recuerda en sus memorias a la condesa de Cervellón, "que apenas podía soportar el peso de los diamantes en su preciosa cabeza y sobre su elegante traje" y a la Infanta doña Luisa Carlota "radiante de hermosura y de riquísimas joyas, siendo las únicas que pudieron rivalizar en tal conjunto con la Princesa de Pastrana" (refiriéndose a la anfitriona de una fiesta celebrada los jueves en la embajada de Nápoles). En ellas incluso se daban conciertos a los que acudían los más importantes cantantes de ópera y artistas del momento y es que la nobleza tenía especial predilección por el mundo operístico, especialmente por la ópera italiana.


El suntuoso salón de baile del Palacio Cerralbo


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