La fama y el nombre de Antonio Allegri, antiguo maestro de la Capilla Sixtina, quedaron indisolublemente ligados a una sola de sus composiciones: el Miserere, versión del salmo 50, penitencial por excelencia, que está concebida de acuerdo con el uso de la Capella papale, es decir, a dos coros, que se van alternando de manera que el primero ejecuta un versículo en canto llano y el otro el versículo siguiente en canto polifónico.
En la Liturgia tradicional romana, el Miserere tenía su lugar especialísimo en las laudes del Oficio de Tinieblas, que es el propio del Triduo Sacro, es decir, los tres días que preceden a la Pascua: el Jueves Santo, el Viernes de Parasceve y el Sábado de Gloria. La composición de Allegri se reveló en una obra maestra de excepcional belleza, que el Papado se cuidó de guardar celosamente para sí. Se prohibió, bajo las más severas penas, que saliera de la Capilla Sixtina copia alguna de ella.
Papa Clemens Quartus Decimus
Durante más de doscientos años fue respetada la interdicción pontificia y sólo los privilegiados que se hallaban en San Pedro de Roma durante los oficios de alguna Semana Santa podían disfrutar del hermoso Miserere. Uno de ellos, en 1770, era un joven súbdito del emperador germánico, que se hallaba de viaje por Italia con su padre, músico de cámara del príncipe-arzobispo de Salzburgo. Su nombre era Wolfgang Amadeus Mozart y, a sus trece años, llevaba ya una larga trayectoria sorprendiendo a la sociedad europea por su prodigiosa precocidad como músico y compositor.
Había sido aplaudido ya en las Cortes de Viena, París y Londres y en diciembre de 1769 había emprendido el voyage en Italie, que era una especie de iniciación en el buen gusto y el refinamiento de la época. Visita Rovereto, Verona, Mantova, Cremona, Milán, Lodi, Parma, Bolonia, Florencia, Roma y Nápoles, exhibiendo en todas partes su genio musical y recibiendo siempre una acogida y ovaciones entusiastas. Wolfgang no era ciertamente rico, pero gracias a la previsión de su padre Leopold, que surtió generosamente su guardarropa, pasaba ante quienes lo veían por un auténtico aristócrata acompañado de su preceptor.
Retrato familiar de alrededor de 1780: Nannerl, Wolfgang, Leopold. Sobre la pared está el retrato de la madre de Wolfgang, Anna Maria, quien había muerto en 1778.
Los Mozart, padre e hijo, llegaron a la Ciudad Eterna en plena Semana Santa de 1770. También aquí, tras ser invitado a los salones de nobles y eclesiásticos, el «niño prodigio» demostraría su maestría. Pero, antes que nada, decidieron presenciar en la basílica vaticana los imponentes oficios.
El 12 de abril era Jueves Santo y el Papa tenía capilla en San Pedro. En medio de la misa, vieron como el Santo Padre deponía sus ornamentos más ricos y se ceñía una toalla a la cintura para lavar los pies a doce pobres de Roma, invitados suyos para comer aquel día en el Palacio Apostólico y a los que serviría en la mesa. A la hora de la comida, Wolfgang y su padre lograron acceder al lugar donde los cardenales tomaban la colación y llamaron especialmente la atención de uno de ellos, el cardenal Pallavicini, quien los invitó a sentarse. Enterado de quienes eran, el purpurado los trató con gran deferencia y les recomendó volver a San Pedro por la tarde para asistir al Oficio de Tinieblas, lo que hicieron después de dedicarse a visitar las ruinas del Foro.
Interior de la Basílica de San Pedro a principios del siglo XVIII
El Oficio de Tinieblas se cantaba en el coro la tarde anterior a cada uno de los maitines y laudes después del anochecer. La razón de esta anticipación es que las ceremonias principales tenían lugar por la mañana y no por la tarde, como se estila hoy. Al repartirse las funciones entre mañana y tarde, se propiciaba la asistencia del pueblo. Durante el Oficio se cantaban quince salmos; acabado cada uno se extinguía una vela del tenebrario (o candelabro triangular) hasta quedar por completo a oscuras. Al final de las laudes se cantaba el salmo Miserere con aparato polifónico: precisamente la composición de Allegri. El joven Mozart quedó impresionado al oírlo.
Oficio de Tinieblas
Una vez de regreso en su alojamiento, tomó papel y pluma y empezó a escribir las notas que recordaba. Copió prácticamente todo lo que había oído, pero quería asegurarse y para ello pidió a su padre volver a San Pedro al día siguiente, que era Viernes Santo, último en el que se cantaría el Oficio de Tinieblas.
Premunido de sus apuntes de la víspera, Wolfgang esperó pacientemente hasta el final de las laudes para corregir los posibles fallos de su transcripción. Sin embargo, nada más empezar, un monseñor que se acercó pudo comprobar con horror que el joven extranjero tenía en sus manos la partitura prohibida. Fue llevado entonces ante la presencia del propio Papa, Clemente XIV, quien le preguntó cómo se había agenciado la copia del salmo. Mozart declaró sencillamente que él la había hecho de memoria y que aquella mañana sólo quería hacer unas correcciones sobre la marcha.
Orden de la Espuela de Oro
Fue tal la impresión que provocó entre los eruditos curiales que el pontífice quiso honrar la habilidad y el arte del muchacho de Salzburgo concediéndole, en una audiencia privada (en compañía del Padre Martini, célebre músico también él, que Mozart había conocido en Bolonia), la Orden de la Espuela de Oro. Esta orden, de origen incierto, era una de las más importantes condecoraciones pontificias con las que se honraba a personalidades que se distinguieran especialmente a favor del Catolicismo y daba derecho al título de Caballero.
Se conserva una copia del breve pontificio dirigido a Mozart, con fecha del 26 de junio de 1770, enviado junto con las insignias propias de la Orden. En el breve se puede leer, entre otras cosas, un elogio al joven músico (f. 24r: te, quem in suavissimo cymbali sonitu a prima adolescentia tua excellentem esse intelleximus).
El Breve papal
A diferencia de Cristoph Willibald Gluck (1714-1787) y de Carl Ditter von Dittersdorf (1739-1799), quienes no perdían ocasión de lucir públicamente sus medallas de caballeros papales, no parece que Mozart usara nunca el título que Clemente XIV le concedió.
Así, la tan ambicionada Espuela de Oro acabó durmiendo el sueño del olvido dentro de su estuche en algún rincón de la casa de los Mozart.
El compositor en 1777, con la Orden en su pecho
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