domingo, 12 de febrero de 2012

Romance: la realeza saudita y la Costa del Sol

Una vez por año, los miembros de la realeza árabe se dan el gusto de escapar de las siempre densas arenas del desierto y entregarse a los placeres del verano español. La llegada de los miembros de la dinastía reinante de Arabia Saudita, los Saud, revoluciona los principales atractivos turísticos del Mediterráneo. Lugares como Marbella, Palma de Mallorca y las Islas Canarias se friegan las manos cada vez que los enormes Airbus de la familia real de Arabia Saudita recalan en sus aeropuertos. La llegada de estos exóticos visitantes supone miles de millones para comercios de moda, joyerías, hoteles, restaurantes, clubes nocturnos y spas. La ciudad de Marbella -uno de los principales atractivos turísticos de España- se da el lujo de ser la ciudad que mayor número de famosos reúne por metro cuadrado cada verano.






La boda en 2011 de la princesa Sarah bin Fahd Bin Salman, nieta del príncipe Salman bin Abdul Aziz (hermano del Rey Abdullah), con el príncipe Talal bin Abdulaziz bin Bandar movilizó a lo más encumbrado de los dinastas sauditas en la residencia veraniega que los monarcas poseen en Marbella e inicialmente reuniría a 1.500 invitados, entre ellos 400 princesas. La mayoría reservó cientos de habitaciones en los hoteles más lujosos de la localidad -como Villa Padierna, Puente Romano, Marbella Club-, o alquiló impresionantes residencias privadas, por las que llegaron a pagar hasta 200.000 euros al mes. Al final, la fiesta en el imponente palacio El Rocío, réplica de la Casa Blanca que domina una loma en las cercanías de Puerto Banús, se desinfló por el fallecimiento de un familiar y la prevista avalancha de invitados se contuvo en un selecto listado de íntimos: 300 personas que disfrutaron de una velada al más puro estilo de las 'Mil y una noches', cuadro flamenco incluido.

La nieta del príncipe Salman había llegado a fines de junio con un importante séquito para celebrar su despedida de soltera en el palacio de Al-Nahda, la primera de una serie de celebraciones que duró 10 días y a las que solo asistieron mujeres. Para la decoración del impresionante banquete gastaron los organizadores más de 50.000 euros en jardinería, decoración, alta gastronomía y pastelería árabe. Era tal vez una de las primeras fiestas de la tradición de “Las Mil y una Noches” que tomaban cuerpo en pleno siglo XXI. Y, aunque es cierto que la verdadera dimensión del evento quedó reducida a la intimidad tras las murallas del palacio, todo el mundo especulaba sobre el lujo del interior. Aunque el cuerpo especializado de la Policía Nacional duplicó su dispositivo para asegurar la protección de las princesas árabes, blindando el acceso a “Al-Riyad”, el palacio del Príncipe Salman que colinda con el del desparecido Rey Fahd.



Con esta puesta en escena, muchos recordaron la época dorada de Marbella, cuando llegaba el rey Fahd y marcaba el comienzo del verano. Su “sobrina-nieta” relanzaba la tradición con esta fiesta, recordando tiempos de bonanza económica en una localidad castigada en los últimos años por el urbanismo desaforado y la corrupción política.

Cuatro décadas de romance

La guerra del Líbano puso a Marbella en el mapa turístico árabe. En el año 1973, sobrevolando la zona en el DC-9 de Adnan Kashoggi -empresario y vendedor de armas-, el Príncipe Fahd, entonces Ministro del Interior , descubrió el lugar perfecto para las vacaciones de la familia real. A sólo diez kilómetros de Marruecos, a través del Mediterráneo, en el extremo sur de España, la localidad de Marbella no es exactamente un territorio extranjero. A lo largo de los siglos, ha atraído a los invasores, desde los fenicios a los visigodos, pasando por los romanos, los griegos y, hasta finales del siglo XV, los árabes. La parte antigua de la población está rodeada aún por una muralla árabe, una reliquia de la ocupación de España por los moros desde el siglo VIII hasta su conquista final por los Reyes Católicos. Poco después de enviar a Cristóbal Colón en busca de una nueva ruta hacia las Indias, la reina Isabel visitó aquel enclave de la Costa del Sol y en la historia quedó constancia de cuánto le gustó aquel mar.



Protegida de los vientos invernales por los 2.000 metros de altura de Sierra Blanca, Marbella tiene un clima subtropical y un escenario espectacular. Con formas que recuerdan la costa sur de California, las montañas, a veces perdidas entre una neblina color púrpura, se levantan directamente sobre las blancas playas, bañadas por olas de color plata, turquesa y azul intenso, que llegan desde el norte de Africa. Atraídos tanto por su situación aislada como por el glamoroso y moderno Marbella Club –o por Regine’s, la discoteca del hotel Puente Romano-, los miembros de la aristocracia y de la realeza hicieron de Marbella su paraíso.

Huyendo del conflicto armado y de las altas temperaturas del Golfo Pérsico, el príncipe Fahd decidió pasar sus vacaciones en la Costa del Sol. Reservó tres plantas enteras del hotel Incosol y el flechazo con la ciudad fue inmediato. Desde el cielo estrellado hasta el perfume de los jazmines y buganvillas y las aguas azules le conquistaron y se hizo un huésped fijo de Marbella. En 1981, convertido ya en Príncipe Heredero, se construyó un reluciente palacio de mármol blanco asomado al Mediterráneo y acunado por palmeras y buganvillas (más lejos, en el camino a la antigua villa de Ronda, Kashoggi se había comprado una amplia villa con 2.000 hectáreas de terreno).





La residencia principal es una impresionante réplica de la Casa Blanca norteamericana, aunque el palacio es sólo una parte de un vasto complejo conocido como el Al-Nahda, que cubre una extensión de 80.000 hectáreas. El complejo incluye una clínica privada, una mezquita, un centro deportivo y varios palacios y casonas rodeadas de jardines espectaculares. Es imposible asignar un valor a la propiedad, pero muchos dirían que costaría millones sólo por la extensión de tierra. Ya rey, Fahd se involucró tanto en la ciudad, que incluso construyó viviendas sociales y donó un millón de dólares al hospital Costa del Sol.

Las autoridades marbellíes estiman que durante un año el rey Fahd (fallecido en 2005) generaba ingresos por unos 90 millones de euros para la ciudad. Su séquito de 3.000 personas no escatimaba en lujosos caprichos como moverse en un centenar de Mercedes último modelo o gastar más de 6 millones de euros diarios en las exclusivas tiendas de los apenas 800 metros que conforman la calle principal de Puerto Banús, donde se aglutinan las mismas firmas que en los siete kilómetros de la Quinta Avenida neoyorquina. A todo ello hay que añadir la cantidad enorme de puestos de trabajo que se crean para atender todas las necesidades del palacio marbellí, una imitación de la Casa Blanca. La última visita del rey Fahd -en 2002- demandó una serie de reformas edilicias que costaron 108 millones de euros y en las que trabajaron un millar de obreros de 16 nacionalidades. Con sus desmedidos palacios, sus Boeings y sus yates con la envergadura de transatlánticos, no es de extrañar que el difunto rey se tomara vacaciones tan extraordinarias. Llegaba en su jet privado con una comitiva de 400 personas (familiares, secretarios, sirvientes, mayordomos, cocineros), 200 toneladas de valijas y baúles y 17 limusinas. La ciudad a orillas del Mediterráneo se revolucionaba cuando se rumoreaba que “el Rey Midas” iba a llegar.



Nuevas generaciones
Desde entonces el intenso trasiego de royals provenientes de Arabia Saudita, Qatar, Kuwait y Abu Dhabi no ha cesado. Muchos séquitos no pasan desapercibidos en la zona de la Milla de Oro o en el centro comercial La Cañada. Su gerente, Javier Moreno, recuerda perfectamente cómo en más de una ocasión se ha cerrado a pleno día alguna tienda para que sus compras fuesen lo más relajadas posibles. «No son un mito esos cierres, pero hace bastante años que ya no se producen. Aun así, los árabes siguen comprando y gastando bastante más que otros turistas». Sin duda alguna, los grandes beneficiados son los establecimientos de lujo de Puerto Banús. Joyeros como Gómez y Molina, uno de los proveedores más veteranos de la realeza saudí, lucen las mejores piezas de su firma para cautivar a su real clientela. «Llevamos más de treinta años de relación», dijo. Sobre sus gustos, poco que objetar. «Son gente conocedora de la moda y de las últimas tendencias, no se les puede encasillar en un producto concreto».

El estereotipo de petrodólares derrochadores ha pasado a mejor vida en la Costa del Sol. «Ya no van tirando el dinero, aunque siguen encabezando el ranking de los que más gastan, con permiso de los rusos», desvela Santiago Domínguez, decano de los restaurateurs de Marbella. Todas las noches hay preparadas cuatro o cinco mesas para árabes que se dejan entre 50 y 200 euros por persona «y piden justo lo que necesitan; nada de excesos». Las propinas también han bajado considerablemente.



«Las nuevas generaciones son distintas. Son muy comedidas en sus compras, no derrochan, buscan calidad y saben perfectamente cuáles son los precios», comenta el empresario Miguel Gómez, al frente de la joyería Gómez y Molina. En su céntrico establecimiento una de las últimas en echarle un vistazo a sus lujosas vitrinas fuese precisamente la nieta recién casada del príncipe Salman, quien invirtió 6.000 euros en un conjunto de perlas para regalar a su niñera. Pese a que la elección le llevó su tiempo, el resto de clientes no reparó en su presencia, aunque justo ese día buena parte de la ciudad hablaba de ella... y de su fiesta. Y es que cada vez se están occidentalizando más en sus costumbres y vestuario. Incluida la realeza, cuyos miembros más jóvenes estudian en las mejores universidades europeas y americanas. La princesa Sarah se fue de compras acompañada solo por una amiga, nada de séquito real, con su melena al viento y un vestido blanco estilo ibicenco de falda larga y mangas cortas para no enseñar ni hombros ni piernas. No dejó de mirar su Blackberry, como cualquier otra joven de poco más de 20 años.

La mayoría de las casas árabes más importantes cuentan con suministradores privilegiados en Marbella, aunque su discreción hace que se sepa poco de sus nombres, cargos y fortunas. Las floristerías y servicios de catering apenas cuentan que a los les encanta decorar sus casas con flores naturales y que se pueden dejar hasta 3.000 euros a la semana con especial predilección por los tonos violetas. Sin olvidar su pasión por los pasteles de cualquier sabor de los que encargan varios kilos a diario.



La última celebridad árabe en hacerse fan de los veraneos de la Milla de Oro ha sido Abdullah Al-Thani, más conocido popularmente como 'el jeque dueño del Málaga'. Miembro destacado de la familia real de Qatar, disfruta de su correspondiente gigantesca villa e impulsa el proyecto de ampliación del Puerto de la Bajadilla, una versión aun más lujosa de Puerto Banús, donde podrán amarrar yates de hasta 125 metros de eslora. La isla de Palma de Mallorca fue también “Meca” de obligada visita para los reyes y príncipes sauditas. Cuando el rey Saud se instaló en su hotel Son Vida, en 1965, regaló 100.000 pesetas a cada jugador del equipo de fútbol mallorquino, en reconocimiento de su deportividad. Su hermano, el rey Faisal (asesinado por un sobrino en 1975) llegó a Palma en 1967 y ocupó, con su séquito, la cifra récord de 26 habitaciones en el mismo hotel. El actual rey, Abdullah prefiere descansar en su residencia a orillas del Mar Rojo, en Arabia, dedicado a la vida campestre y al adiestramiento de halcones.

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