La Entrada real, también conocida como Entrada triunfal, consistía en el ceremonial y las festividades que acompañaban una entrada formal por parte de un gobernante o de su representante en una ciudad, durante la Edad Media y la temprana Edad Moderna en Europa. La entrada se centraba en una procesión que rodeaba al príncipe, el cual era recibido y homenajeado adecuadamente por las autoridades civiles. Seguirían una fiesta y otras celebraciones.
Entrada real de Enrique II en Rouan (1550)
Desde la Baja Edad Media las entradas se convirtieron en la ocasión ideal para crecientes muestras de pompa y propaganda. La elaboración de la iconografía, aparte de los altos patrones convencionales en que se estableció rápidamente, era seleccionada con cuidado escrupuloso por parte de los más letrados de la ciudad de bienvenida, que estaría asociada con el capítulo de la catedral, con la universidad o la academia cortesana, o era obtenida de la comitiva del homenajeado. Muchos de los más grandes artistas, escritores y compositores de la época estaban involucrados, con algunos de ellos dedicando partes importantes de su tiempo a crear decoraciones temporales, de las cuales pocos registros sobreviven, al menos de los primeros tiempos.
Orígenes y desarrollo
La Entrada comenzaba como un gesto de lealtad y fidelidad de una ciudad al gobernante, con sus orígenes en el adventus celebrado por los emperadores romanos, los cuales fueron entradas formales mucho más frecuentes que los triunfos. La primera visita de un nuevo gobernante era normalmente la ocasión. Para la capital a menudo se fusionaba con las festividades de coronación y para las ciudades de provincia la reemplazaban.
Carlos V entrando en Amberes (1515)
El relato contemporáneo de Galbert de Brujas sobre el solemne "Alegre Adviento" de la flamante Corte de Flandes en "su" ciudad de Brujas, en abril de 1127, muestra que en la etapa inicial, disimulada por la adulación y la imaginería triunfalista en que llegó a ocultarse, una Entrada era similar a una conferencia, una tregua formal entre las potencias rivales de un magnate territorial y una ciudad amurallada, con reiteración de las "libertades" de la ciudad, en el sentido medieval, es decir, sus derechos y prerrogativas eran establecidos en términos claros y legitimados por la presencia de las reliquias de los santos.
Durante la Guerra de los Cien Años, la entrada de Enrique VI de Inglaterra, de 10 años de edad, para ser coronado rey de Francia en París, el 2 de diciembre de 1431, fue marcada con gran pompa y propaganda heráldica. Fuera de la ciudad fue recibido por el alcalde en una larga hopalanda de terciopelo azul, su séquito de color violeta con capas escarlata y representantes del Parlamento de París en rojo con adornos de piel. En la Porte Saint-Denis el partido real fue recibido con un gran escudo que lucía las armas francesas que Enrique reclamaba, flores de lis de oro en un campo azul celeste. El rey ofreció grandes corazones rojos, de los cuales palomas fueron puestas en libertad, y una lluvia de flores cayó sobre la procesión. En la puerta simbólica, un baldaquín bordado con más flores de lis de oro fue erecto sobre el joven rey, quien fue llevado en una litera apoyada en seis lanzas portadas por hombres vestidos de azul. A través de la ciudad hubo desfiles y representaciones alegóricas de bienvenida: ante la Iglesia de los Santos Inocentes, fue levantado un bosque a través del cual un ciervo capturado fue puesto en libertad y "cazado".
Entrada solemne de Jean II le Bon y su reina, Jeanne d’Aubergne, a París después de su coronación en Reims (1350).
Un gobernante con un nuevo cónyuge también recibía una entrada. Las entradas de Carlos IX de Francia y su reina Habsburgo, Isabel de Austria, en París, en marzo de 1571, habían sido programadas solo para Carlos en 1561, como las entrate celebradas por lo general hacia el comienzo de un reinado, pero las Guerras de Religión francesas habían hecho inapropiadas tales festividades, hasta la Paz de Saint-Germain-en-Laye, firmada en agosto de 1570. Hasta mediados del siglo XIV, las ocasiones eran relativamente simples. Las autoridades de la ciudad esperaban al príncipe y su séquito fuera de las murallas de la ciudad y después de la entrega de una llave ceremonial con un "tratamiento leal" o discurso y quizás deteniéndose a admirar cuadros vivientes, como los que se llevaron a cabo en la entrada a París de la reina Isabel de Baviera, lo conducían por las calles coloridas especialmente, con las casas de la ruta luciendo desde sus ventanas tapices y colgaduras, o alfombras, o grandes piezas de tela y con la mayoría de la población lo largo del camino. La muestra heráldica estaba en todas partes: en la entrada a Valladolid de Fernando II de Aragón en 1513, los toros en los campos de las afueras de la ciudad estaban engalanados con telas pintadas con las armas reales y adornados con cascabeles.
A lo largo de la ruta de la procesión en repetidas ocasiones se detenía para admirar el conjunto de piezas adornadas con lemas heráldicos y alegorías vivientes, acompañado por declamaciones y el estruendo de trompetas y salvas de artillería. La procesión incluía los miembros de los diferentes estamentos, con la nobleza y la burguesía de los alrededores, el clero y los gremios de la ciudad detrás del príncipe. A partir de mediados del siglo XIV los miembros de los gremios a menudo llevaban uniformes especiales, cada uno de ellos en un brillante color; por ejemplo, en Tournai en 1464, 300 hombres llevaban grandes flores de lis de seda bordadas en su pecho y espalda. El príncipe correspondía confirmando y algunas veces extendiendo los privilegios de la ciudad o de un área local de la que era la capital. Por lo general, el príncipe también visitaba la catedral para ser recibido por el obispo y confirmar también los privilegios del capítulo. Luego sería habitual un Te Deum y se representaría música escrita para la ocasión.
Entrada de Isabel de Baviera, consorte de Carlos VI, a París, el 22 de agosto de 1389.
El aumento de la elaboración
Durante el siglo XIV, como la cultura cortesana, con la corte de Borgoña a la cabeza, comenzó a representar recreaciones de batallas o leyendas como entretenimiento en las fiestas, las ciudades empezaron a incluir en las ceremonias de entrada pequeños "tableaux", por lo general organizados por los gremios (y por las comunidades de comerciantes extranjeros residentes), basándose en su experiencia cada vez mayor de teatro medieval y concursos. Inicialmente se trataba de temas religiosos, pero "poco a poco estos cuadros desarrollaron, a través del siglo XV y entrando en el XVI, un repertorio de arcadas y teatros callejeros, que presentaban variantes de un remarcado vocabulario visual e iconográfico." La Fortuna con su rueda, la Fama y el Tiempo, las siete Virtudes, tanto cristianas como clásicas, y los Nueve Caballeros de la Fama y otros héroes clásicos, bíblicos y locales. A medida que la tradición se desarrolló, los temas fueron más específicos, en primer lugar, haciendo hincapié en la legitimidad del príncipe, y su reclamo por descendencia, luego poniendo delante de él las virtudes principescas y sus premios, que incluían especialmente los beneficios de alentar a las ciudades y provincias más prósperas.
La procesión podría hacer una pausa para enfrentar figuras alegóricas, o pasar al lado de un árbol genealógico o bajo un arco triunfal de estilo clásico, ya sea con figuras pintadas o con actores posados en él, de pie para las estatuas en el caso de los arcos. Una cantidad sorprendente de desnudez pública parece haber sido aceptable en estas ocasiones y figuras de ambos sexos a menudo son descriptas como desnudas -Carlos el Temerario de Borgoña disfrutó de un Juicio de Paris, que actuó para él en la calle de Lille en 1468. Sin embargo espectáculos más elaborados comenzaron a ser presentados durante o después de la fiesta cívica y por la mitad del siglo XVII estos podrían ser tan magníficos como escenas de batallas navales, mascaradas, óperas y ballets que las cortes representaban para sí mismas.
Arco de triunfo temporal levantado en Gdańsk, Polonia, para celebrar la entrada ceremonial de María Luisa Gonzaga, reina consorte de Ladislao IV, en 1646.
La corte ya tenía un rol importante tanto en el diseño como en la financiación de las entradas, que cada vez más se dedicaban a la glorificación del monarca absoluto como héroe y dejaban detrás el antiguo énfasis en sus obligaciones; "cualquier posibilidad de su uso como un vehículo para el diálogo con la clase media desapareció". En el tercer “triunfo” en Valladolid en 1509, un león sosteniendo el escudo de armas de la ciudad era destrozado a la llegada del Rey, dejando al descubierto las armas reales: el significado no se perdía, incluso en aquellos que no podían escuchar la declamación acompañante.
Durante el siglo XVI, en fechas que difieren ampliamente según la ubicación, el tableaux vivant fue eliminado y reemplazado en su mayoría por imágenes pintadas o esculpidas, aunque persistieron muchos elementos del teatro callejero y pequeñas máscaras u otras muestras fueron incorporadas a los programas. La entrada en 1514 de María Tudor a París, como nueva reina de Luis XII, fue la primera entrada francesa en tener un único organizador, diez años antes de que la entrada de Ana de Bretaña haya sido “en gran parte medieval", con cinco paradas para obras de misterio en las calles.
Carlos V el Sabio entra a París por la Porte Saint Denis después de su coronación en Reims (1364).
Influencia clásica
La gente culta de la Edad Media tenía a mano un ejemplar de una serie alegórica de las entradas a una boda, en el marco histórico que abre la introducción enciclopédica de Marciano Capella a todo lo que uno necesita saber de las artes, En la boda de Filología y Mercurio y de las Siete Artes Liberales. Con el renacimiento del aprendizaje clásico, las entradas italianas resultaron influenciadas por las descripciones literarias del “triunfo” romano. Las fuentes más rebuscados eran traídas a colación: el Noctes Atticae de Aulo Gelio proporcionó un detalle que pasó a formar parte de la simbología convencional: coronación con siete coronas. El largo poema de Bocaccio Amorosa visione (1342-43), siguiendo el esquema de un triunfo, ofrecía un desfile de personajes famosos, tanto históricos como legendarios, que pueden haber servido de modelo para Petrarca, quien elaboró sobre Tito Livio un reporte del triunfo de Escipión el Africano y en su poema I Trionfi Castruccio Castracani entró en Lucca en 1326 viajando en una carroza conducida por prisioneros. Alfonso V de Aragón entró en Nápoles en 1443 sentado en un carro triunfal bajo un baldaquín, como aparece mostrado en un bajorrelieve. En el sentido italiano, significados específicos fueron desarrollados para trionfo, tanto la procesión entera como un coche particular o un carro decorado con un tableaux; aunque estos usos no se extendieron exactamente a otros idiomas, que utilizan términos como "entrada triunfal" y "procesión triunfal".
El énfasis comenzó a cambiar a partir de la muestra de cuadros estáticos que eran pasados ante una procesión en vestidos festivos pero contemporáneos a las muestras incorporadas a la propia procesión, una característica también de los desfiles religiosos medievales; los cuadros eran montados en carri, los precursores de la flota y ahora estaban a menudo acompañados por una multitud vestida. Los desfiles de carnaval de Florencia se perfeccionaron en los últimos años del quattrocento hasta alcanzar altos estándares; no carecían de un elemento de propaganda, a veces, como en los lujosos desfiles del carnaval de 1513, tras el regreso no bien acogido de los Medici el año anterior; el tema de un desfile era más directo que sutil: “El Regreso de la Edad de Oro”. Con las invasiones francesas a Italia desde 1494, esta forma de entrada proliferó por el norte. El Cardenal Bibbiena informó en una carta de 1520 que el duque de Suffolk había enviado emisarios a Italia para comprar caballos y traer hombres que sabían cómo hacer decoraciones festivas a la última manera italiana.
Entrada bajo palio del Emperador Carlos V, el Rey Francisco I de Francia y el Cardenal Alessandro Farnese a París (1540).
Carlos V se entregó a una serie de Entrate en las ciudades italianas durante la consolidación de los Habsburgo después del saqueo de Roma, sobre todo en Génova, donde Carlos y su heredero Felipe hicieron no menos de cinco entradas triunfales. Ocasiones impresionantes como la entrada real de Carlos V en Messina en 1535 ha dejado pocos testimonios sobrevivientes concretos pero representaciones estaban todavía pintadas en carros de boda sicilianos en el siglo XIX.
Después de que el gran mural de Mantegna de Los Triunfos de César rápidamente se hizo conocido en toda Europa en numerosas versiones de forma impresa, éste se convirtió en la fuente estándar, de la cual los detalles fueron tomados con frecuencia, por lo menos por los gobernantes Habsburgo, quienes reclamaban especialmente el legado imperial de Roma. Aunque los elefantes de Mantegna eran difíciles de copiar, cautivos encadenados, reales o haciendo el papel, no lo eran y elaborados carros triunfales, a menudo tirados por "unicornios", podrían reemplazar aquel temprano baldaquín sostenido sobre el príncipe a caballo.
Triunphus Caesaris, mural de Mantegna que muestra la procesión triunfal de Julio César.
Un ejemplo precoz de la Entrata con un tema alegórico unificado y consistente fue la entrada del Papa Médici León X en Florencia, en noviembre de 1515. Todos los recursos artísticos de la ciudad fueron aprovechados para crear esta entrada ejemplar, para un planeado programa quizá ideado por el historiador Jacopo Nardi, como sugirió Vasari; las Siete Virtudes representadas por siete arcos de triunfo en las estaciones a lo largo de la ruta, la séptima aplicada como una fachada temporal al Duomo, Santa Maria del Fiore, que aún carecía de una permanente.
Propaganda
Aparte del tema permanente de los lazos recíprocos uniendo al gobernante y el gobernado, en tiempos de tensión política los mensajes de las entradas se hicieron más puntuales y enfáticos. Una sucesión disputada produciría un mayor énfasis en el tema de la legitimidad. Después de la Reforma, la tensión se convirtió en una condición permanente y la mayoría de las Entradas contenían un elemento sectario. Después de 1540 las entradas francesas y Habsburgo en los Países Bajos fueron cargadas especialmente con implicación, como los intentos de los gobernantes para suprimir el protestantismo llevó a las poblaciones protestantes y católicas por igual en el borde de la ruina. Pero inicialmente esto incrementó la escala de muestras, cuyo mensaje estaba cuidadosamente controlado por la corte.
Entrada de Enrique IV a París, el 22 de marzo de 1594, con 1.500 coraceros.
Esta transformación ocurrió mucho antes en Italia que en el Norte y una sucesión de entradas para los virreyes españoles a la ciudad bloqueada de Amberes, una vez la más rica en el norte de Europa y ahora en declive, fueron "utilizados por los padres de la ciudad para combinar cada vez más elogiosas celebraciones de sus gobernantes Habsburgo con cuadros que les recordaran la ruina comercial que presidían." La entrada Pompa Introitus del Cardenal-Infante Fernando en Amberes en 1635, diseñada por Gaspar Gevartius y llevada a cabo bajo la dirección de Rubens, fue indudablemente intencionada, e incluyó una representación del dios del comercio, Mercurio, volando, como una figura gimiente representando Amberes que apunta hacia él y mira suplicante al virrey, mientras a su lado se encuentran un marinero durmiendo y un dios del río, que representa el comercio destrozado de la ciudad desde el bloqueo del río Escalda. Con el tiempo el Virrey logró obtener el levantamiento de la prohibición del comercio con las Indias, la cual la entrada había representado como la única esperanza de Amberes de escapar de la ruina; pero para entonces los españoles habían acordado el bloqueo permanente del río.
En 1638, la entrada triunfal de la reina madre María de Médici en Amsterdam prestó de facto el reconocimiento internacional de la recién formada República de Holanda, a pesar de que en realidad la reina viajó a los Países Bajos como al exilio. Muestras espectaculares y desfiles de agua se llevaron a cabo en el puerto de la ciudad; una procesión fue encabezada por dos trompeteros montados; una gran estructura temporal fue erigida sobre una isla artificial en el río Amstel, construida especialmente para el festival. Este edificio fue diseñado para mostrar una serie de dramáticos cuadros en homenaje a ella una vez que puso pie en la isla flotante y entró en su pabellón.
Federico da Montefeltro y su esposa en carros triunfales, el de ella tirado por unicornios (1472).
La paz y la guerra
Aunque la esencia de una entrada implicaba una ocasión pacífica y festiva, muy diferente de la toma de una ciudad por asalto, varias entradas siguieron una acción militar de la ciudad en contra de su gobernante y fueron asuntos muy tensos. En 1507, la población de Génova, se sublevó contra los franceses, que la habían conquistado en 1499 y restauraron su República. Luis XII de Francia derrotó al ejército genovés fuera de la ciudad, que luego acordó una capitulación, incluyendo una entrada que fue seguida por la ejecución del dux y otros líderes de la revuelta. El contenido gestual era bastante diferente de una entrada pacífica; Luis entró en armadura completa, sosteniendo una espada desnuda, que golpeó contra el portal al entrar en la ciudad, diciendo: "Orgullosa Génova! te he ganado con la espada en mi mano!" .
Carlos V entró en Roma con todo esplendor de menos de tres años después que su ejército había saqueado la ciudad. Los problemáticamente famosos ciudadanos de Gante se rebelaron contra Felipe el Bueno en 1453 y Carlos V en 1539, después de lo cual Carlos llegó con un gran ejército y fue recibido con una entrada. Unas semanas más tarde dictó el programa de un deliberadamente humillante anti-festival, con los burgueses llegando descalzos, con sogas al cuello para pedirle perdón. El emperador, después de imponer una multa millonaria, consintió en hacerlo. Las entradas de Carlos y su hijo Felipe en 1549, fueron seguidas al año siguiente por un feroz edicto anti-protestante que inició la represión que llevó a la revuelta de los Países Bajos, en el curso de la cual Amberes iba a sufrir un saqueo terrible y un largo asedio en 1584-1585, el que finalmente terminó toda la prosperidad de la ciudad.
Luis XII de Francia, de armadura, entra a Génova. Muchas ejecuciones siguieron a esta entrada.
Decadencia
Durante el siglo XVII la escala de entradas comenzó a declinar. Hubo una tendencia clara, dirigida desde los Medici de Florencia, a transferir festividades que implicaban el monarca al mundo privado de la corte. Los intermezzi desarrollados en Florencia, el ballet de cour que se extendió desde París, las masques inglesas e incluso los elaborados ballets ecuestres hicieron que las entradas declinaran. En 1628, cuando María de Médici encargó a Rubens una Entrada Triunfal de Enrique IV en París, fue para una suite de grandes decoraciones para su propio palacio, el Luxemburgo; Rubens no recreó los detalles históricos de la entrada real de 1594, saltó por encima de ellos para hacer la alegoría en sí misma.
El ambiente cultural del protestantismo era menos favorable para la entrada real. En la nueva República de Holanda las entradas cesaron por completo. En Inglaterra, parte de los festejos del Accession Day en 1588, tras la derrota de la Armada Española, fue especialmente alegre y solemne. Retrasando el evento a la semana al 24 del noviembre, Isabel iba en triunfo, "imitando a los antiguos romanos", de su palacio de Whitehall en la Ciudad de Westminster para entrar en la Ciudad de Londres en el Temple Bar. La reina montaba en una carroza "hecha con cuatro pilares que, para tener un dosel, en la parte superior fue hecha una corona imperial y dos pilares más bajos; delante había un león y un unicornio, soportando las armas de Inglaterra, tirada por dos caballos blancos." El Conde de Essex seguía el carro triunfal, llevando el caballo enjaezado y sin jinete, seguido por las damas de honor.
La reina Elizabeth I en procesión a Blackfriars (1600)
La entrada de Jacobo I en Londres en 1604 fue la última hasta la restauración de su nieto en 1660, después de la Guerra Civil Inglesa. La corte de Carlos I intensificó la escala de mascaradas privadas y otros entretenimientos, pero las ciudades, cada vez más en desacuerdo con la monarquía, ya no participarían. El Ducado de Lorena, un gran centro de todas las fiestas, fue perdido en la Guerra de los Treinta Años, lo que no dejó a gran parte del norte y centro de Europa en condición para las celebraciones en la antigua escala. En Francia, la concentración de poder en manos reales iniciada por Richelieu, dejó a las élites de la ciudad en estado de desconfianza hacia la monarquía y una vez que Luis XIV subió al trono, los viajes reales se detuvieron por completo durante más de cincuenta años; en su lugar Luis organizó elaboradas fêtes en la corte, fragantes de propaganda cultural, que fueron inmortalizadas en los volúmenes suntuosamente ilustrados que el Gabinete del Rey colocaba en todas las manos adecuadas.
Los cambios en el clima intelectual significaban que las antiguas alegorías ya no resonaban con la población. Los asesinatos de Enrique III y Enrique IV de Francia, de Guillermo el Taciturno, Príncipe de Orange, y otras figuras destacadas, así como la propagación de armas de fuego, hicieron a los gobernantes más cautos en cuanto aparecían en lentas procesiones planificadas y publicitadas desde mucho antes; en las grandes ocasiones de fuegos artificiales e iluminaciones, los gobernantes ahora no hacían más que mostrarse en una ventana ceremonial o un balcón. La visita de Luis XVI a inspeccionar las obras del puerto naval de Cherbourg en 1786 parece, sorprendentemente, haber sido la primera entrada de un rey francés diseñada como un evento público desde los primeros años de Luis XIV más de un siglo antes. Aunque considerada un gran éxito, esto fue sin duda demasiado poco y demasiado tarde para evitar la catástrofe que esperaba a la monarquía francesa.
Entrada de Luis XVI a París (1789)
Ideólogos de la Revolución Francesa tomaron las fêtes semi-privadas de la corte anterior y las hicieron públicas, una vez más, en eventos como la Fiesta de la Razón. Bajo Napoleón, el Tratado de Tolentino (1797) requisó del Papado una gran cantidad de obras de arte, incluyendo la mayoría de las famosas esculturas de la antigüedad romana en el Vaticano. Una entrada triunfal bajo el nombre de una fête se organizó para la llegada de tal botín cultural en París, la cuidadosamente preparada Fête de la Liberté (“Fiesta de la Libertad”) de 1798. Con el mayor sentido de seguridad pública del siglo XIX, las entradas adquirieron grandeza otra vez, en ocasiones como la visita del rey Jorge IV a Escocia, donde el resurgimiento medieval hizo su primera aparición, junto con gran parte del romanticismo Highland, las visitas de la reina Victoria a Dublín y otros lugares, o los tres Delhi Durbars. En estas ocasiones, aunque los actos ceremoniales mantuvieron su importancia, las alegorías abiertas nunca recuperaron el antiguo protagonismo y las decoraciones retrocedieron en festivas, pero simplemente decorativa muestras de banderas, flores y banderines, el último vestigio del show medieval de ricos tejidos a lo largo del recorrido procesional.
Entrada de George IV del Reino Unido a Dublín (1821)
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