En los grandes ceremoniales cortesanos, desde las monarquías centenarias como la noruega hasta las casas reales glamorosas con aroma a Hollywood –la imagen prototípica de Grace Kelly-, sus participantes utilizan la joyería suntuosa como parte del aparato de la realeza.
Piezas de joyería de la Gran Duquesa Josephine Charlotte de Luxemburgo
Desde la época medieval, en que el agresivo despliegue de joyas sobre el vestuario era indicador del poder económico y social de su portador, hasta el Siglo de Oro español, época donde más que gemas se llevaba el oro del Nuevo Mundo en pesadas alhajas sobre el terciopelo negro, el adorno de los personajes reales con elaborada joyería marcaba rotundamente la diferencia de clase entre la corte y el pueblo.
Pero ya en el siglo XVIII, tras ser guillotinado Luis XVI durante la Revolución Francesa, comienza un tiempo nuevo en el ceremonial de las cortes de Europa y hay una clara distinción entre la vida pública y la privada de las familias reales. Se reserva un comportamiento con un aparato de formas para las apariciones públicas y otro más doméstico, humano y elástico para la vida de interior.
Recreación cinematográfica actual de María Antonieta de Francia en traje de corte y magnificente joyería
A partir del momento en que Napoleón se corona a sí mismo e inicia un período de grandeza imperial evocando en sus representaciones el cesarismo romano, nuevamente cambia la estética y las formas. Es el momento en que la monarquía se hace burguesa y se acerca al pueblo.
A fines del siglo XIX va surgiendo otra distinción en la relación entre la realeza y las joyas: éstas comienzan a ser privativas de la persona y a convertirse en objetos con valor de mercado que sirven de respaldo económico si las cosas vienen mal para los monarcas o su entorno familiar. Ejemplo de esto último fueron las consecuencias de la Revolución Rusa que originó un numeroso exilio de aristócratas que buscaban en la venta de sus joyas una ayuda para sobrevivir. En los años ’20 hubo una saturación de piezas de joyería en el mercado, procedentes de una aristocracia rusa que en el zarismo resplandecía cargada de joyas.
Las esmeraldas de la zarina María Feodorovna en poder de la millonaria norteamericana Bárbara Hutton
Con respecto a la monarquía española, la enorme riqueza en joyas que había en el Palacio Real de Madrid fue arrasada por el general Murat y no sería hasta Alfonso XIII, con las piezas que fue adquiriendo para las reinas María Cristina y Victoria Eugenia, en que se empieza a hablar otra vez de joyas reales. En contraste con esta Casa real, sobria en sus formas y radicalmente discreta en la cantidad de sus guardajoyas privado, se hizo público en los años ’90 que las joyas de la Reina de Inglaterra tenían un valor de mercado de unos 350 millones de libras esterlinas.
La Reina de Inglaterra pletórica de joyas en el banquete de Estado en honor del presidente de México (marzo de 2009)
Además de la colección sin par de Elizabeth II, en el mundo de la joyería han destacado las piezas renombradas del Sha de Irán y sus tres esposas, las de los Aga Khan, las de Gloria von Thurn und Taxis (quien en su época de “princesa TNT” recogía sus cabellos para tomar el sol en su yate con una diadema de brillantes que había pertenecido a María Antonieta) y –aunque no tan suntuosas pero sí célebres- las de la Duquesa de Windsor.
Gala pre-boda de la princesa Ingrid de Suecia con el príncipe heredero Federico de Dinamarca (mayo de 1935)
Hoy, las casas reales guardan celosamente coronas, aderezos, diademas, collares, condecoraciones, las creaciones de los mejores joyeros de todos los tiempos para familias reales enteras que han desempeñado un papel importante en la Historia. Muchas atesoran piezas con nombres propios, como los Diamantes Koh-I-Noor, Orlov y Wittelsbach, los más grandes y perfectos del mundo. Otras sacan de sus arcones aderezos completos para lucir en funciones públicas de representación, como la realeza de Suecia, que posee los zafiros más impresionantes de Europa (el “Aderezo Leuchtenberg”) o la Corona británica con su asombroso Cambridge & Delhi Dunbar Parure, un juego de esmeraldas y diamantes consistente en tiara, gargantilla, pendientes, collar, broche, stomacher y brazaletes, que Elizabeth II ha heredado de su abuela paterna, la Reina Mary.
La Reina Mary con el Aderezo Cambridge & Delhi Dunbar
Afortunadamente todavía hay ocasiones donde salen a la luz estas piedras famosas, cuyos destellos marcaban el poder y el prestigio secular de sus dinastías al centellear en las bodas, en los bailes palaciegos y hasta en los imponentes funerales de la realeza centenaria.
El grupo de invitados reales en la boda de la princesa heredera Victoria de Suecia y Daniel Westling (junio de 2010)
Hola. ¿qué fue de la perla peregrina de la casa real española? Un saludo.
ResponderEliminarUy, milord, ese es un tema de debate. Es o no la Peregrina la que posee la Casa real española? Reservo ese tema para una entrada aparte en este mes de joyas reales. Le ruego se mantenga atento.
ResponderEliminarMis saludos
Debo ser el unico Chavista monarquico del mundo, saludos a todos desde Caracas, Venezuela ¡¡¡¡
ResponderEliminarPregúntale a Elizabeth Taylor
ResponderEliminarMuy buena recopilación de algunas joyas vintage. La realeza siempre ha tenido un gusto exquisito por la joyería.
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