jueves, 30 de diciembre de 2010
Annus novus felix
miércoles, 29 de diciembre de 2010
La herencia de las princesas de Europa
La Tiara Prusiana de la Princesa de Asturias
La joya pertenecía a Victoria Luisa de Prusia, abuela materna de la Reina Doña Sofía (nacida princesa greco-alemana), quien la había recibido de su padre, el Káiser Guillermo II, por su boda con Augusto II de Hannover en 1913. Guillermo II daba a su hija las magníficas joyas que en su día Prusia arrebató a la Casa Real de Hannover, alhajas que volvían así a sus legítimos propietarios. Victoria Luisa se la regaló a su única hija, Federica, cuando contrajo matrimonio en 1937 con el entonces príncipe Pablo de Grecia. Con ella posó en su fotografía oficial del enlace.
La Reina Federica se la regalaría a su hija, la princesa Sofía, cuando se casó con Juan Carlos de España en 1962, aunque anteriormente ya la había lucido en su puesta de largo o en algún viaje oficial que realizó acompañando a sus padres. Es quizá por ello una pieza muy querida para la princesa Sofía, que la lució siendo Princesa de Asturias y luego como Princesa de España, en múltiples ocasiones. Sin embargo, ninguna de las infantas la eligió para usarla en sus bodas, sólo Doña Letizia Ortiz lo hizo cuando desposó al Príncipe de Asturias en 2004, elección probablemente influida por el valor familiar de la pieza, también por su ligereza y aire clásico, tan conveniente al estilo de su atuendo nupcial.
La Infanta Elena
La Princesa de Asturias
El Bandeau de Diamantes de Máxima de Holanda
Esta tiara consiste en veintisiete grandes diamantes en forma de rosa situados en un marco de platino brillante. Los diamantes fueron tomados del rivière de treinta y cuatro diamantes que formaba parte del regalo de bodas de la Reina Emma. El ajuste de la tiara fue hecho probablemente para la Princesa Juliana, pues fue vista por primera vez con ella en 1937, cuando usó el aderezo completo: el collar como un bandeau junto con el impresionante adorno de corsage, en lo que era un claro homenaje a su abuela. Quizá haya recibido este conjunto de la Reina Emma como presente de bodas de su madre.
El bandeau de diamantes
La Reina Guillermina llevó el simple pero impresionante bandeau en su ceremonia de coronación en 1898 y para su boda en 1901, así como en la última sesión de su retrato oficial en 1948. La Reina Juliana, por el contrario, usó la tiara de diamantes muchas veces y en la mayoría de los casos con un set de aretes hecho de grandes diamantes de talla antigua. Probablemente también tomados del collar original.
La reina Juliana
La Reina Beatriz comenzó a usar esta tiara en años recientes. Sin embargo, su hermana, la Princesa Margriet, la ha usado en varias ocasiones. Incluso la Princesa Cristina, hermana menor de la reina y conocida por no usar muchas joyas, ha llevado esta pieza. Hoy en día es la Princesa Máxima, consorte del Príncipe Heredero Guillermo, quien usa frecuentemente esta sencilla pero impresionante joya de puros diamantes.
La Princesa de Orange
La Tiara de Camafeos de la Princesa Heredera de Suecia
El color de esta joya histórica es muy especial; es blanca, en una combinación de perlas, oro y camafeos que representan figuras mitológicas. El uso de figuras de la Antigua Grecia o Roma, incluso de la mitología, era muy común en la época napoleónica para los tocados femeninos. En total la diadema despliega siete camafeos: en el centro se halla la coronación del amor (madre e hijo), donde los retratos de un hombre y una mujer acostumbraban ponerse para ser vistos. En la parte trasera los camafeos son intercambiados con una diosa que tiene un querubín en su regazo (cuidador) y un hombre con un bastón (guarda). El aderezo se completa con un collar, aretes y broche.
Josefina de Leuchtenberg, Reina consorte de Suecia
La Princesa Heredera Ingrid
Silvia Sommerlath (1976)
La Reina consorte Silvia
La Princesa Heredera Victoria
Esta tiara es parte de un aderezo de rubíes (tiara, collar, pendientes, pulsera, broche). La pieza le fue obsequiada originalmente a Désirée Clary por su ex-prometido, el emperador Napoleón, al momento de su matrimonio con Jean-Baptiste Bernadotte, quien se convirtió en el rey Carlos XIV Juan de Suecia. Tras la muerte de la reina Désirée en 1860, el aderezo de rubíes pasó a su bisnieta, la princesa Luisa de Suecia, quien se convirtió en la reina consorte de Dinamarca.
El aderezo de rubíes ha pasado automáticamente de una reina consorte a una princesa heredera al contraer matrimonio con el príncipe heredero de Dinamarca: de la reina Luisa a la princesa heredera Alejandrina, de la reina Alejandrina a la princesa heredera Ingrid, de la reina Ingrid a la princesa heredera Mary (Donaldson).
La Reina consorte Ingrid con el aderezo completo
El conjunto reapareció en 2004 cuando Mary Donaldson, la futura princesa heredera de Dinamarca, lo llevó en dos eventos previos a la boda: el 11 de mayo, durante una cena en el Palacio de Christiansborg en honor a la pareja de novios, y el 13 de mayo, para una velada en el Teatro Real. La princesa heredera Mary ha llevado esta diadema durante las tres galas de Año Nuevo en la corte danesa: en 2006, 2007 y 2008.
La Princesa Heredera Mary, con el aderezo completo
lunes, 27 de diciembre de 2010
Dos coronas, dos consortes
LAS ESMERALDAS DE LA EMPERATRIZ EUGENIA
Como es sabido, la granadina Eugenia de Guzmán Kirkpatrick Palafox y Portocarrero, condesa de Teba (1826-1920), era descendiente de nobles linajes españoles y llegaría a ser, por su matrimonio con Napoleón III en 1853, soberana de los franceses. Lógicamente, además de tener a su disposición las joyas de la Corona de Francia, Eugenia recibió numerosas alhajas a lo largo de su reinado, unas como regalos personales, otras por adquisiciones privadas o por herencia familiar. En 1870, cuando se derrumba el Segundo Imperio a raíz de la derrota de Sedán, la emperatriz gozaba de un fabuloso tesoro con que aparecía resplandeciente en las ceremonias oficiales y así la vemos en múltiples retratos.
Gran amiga de la reina Victoria de Gran Bretaña, Eugenia pensó casar a su hijo Luis Napoleón con la menor de las hijas de la soberana inglesa, la princesa Beatriz, más adelante Princesa de Battenberg por su matrimonio con el Príncipe Enrique. A pesar de que este proyecto se frustró por la prematura muerte del Príncipe Imperial, Eugenia guardó siempre un especial cariño a esta rama de la familia real británica y, especialmente, a la hija de la Princesa Beatriz, “Ena”, quien llegaría a ser reina de España. Eugenia se tomó gran interés en el destino de la bella Princesa de Battenberg, maniobrando activamente para hacer culminar en boda el noviazgo de Ena con Alfonso XIII.
Según Gerard Noel, cuando murió en 1920 la que fuera soberana de los franceses, su sobrino, el duque de Alba, se presentó ante la reina de España portando un estuche que contenía un bonito abanico. Doña Victoria Eugenia, como es bien sabido, era amante de las buenas joyas, pero debía de estar sobrada de abanicos, y no pareció quedar excesivamente satisfecha con la visión del legado imperial. Ante la insinuación del duque de que observase con más profundidad el estuche, la reina descubrió bajo el abanico un impresionante lote de esmeraldas colombianas que Eugenia de Montijo había recibido de Napoleón III y que lució en una impresionante corona realizada en 1858 por el joyero Fontennay.
Esta diadema tenía forma, entonces, de corona heráldica, entre ducal y marquesal, con la particularidad de presentar sólo siete florones en los cuales podía lucir zafiros o esmeraldas, o sustituirlos por perlas en forma de pera. Hay varias fotografías de Eugenia luciendo esta joya, de frente y de perfil, así como la miniatura, original de Pommeyrac, en la que también la muestra, en este caso engastada de zafiros.
Esta corona de Fontenney no debe ser confundida con la que realizó el también joyero Lemonnier y que hoy se conserva en el Louvre. Cuando cayó la monarquía bonapartista en 1870, ambas diademas fueron objeto de una larga discusión entre las autoridades de la Tercera República Francesa y la emperatriz quien, finalmente, recuperó la diadema de Fontenney. Aunque no hay noticia de que la usase durante su larguísimo exilio. Probablemente la haya desmontado, conservando las siete esmeraldas colombianas que legaría a la reina de España a su fallecimiento.
Ena de Battenberg hizo varias combinaciones con estas piedras. En un primer montaje, efectuado inmediatamente después de recibir las esmeraldas por la joyería madrileña Sanz, se lucían en un collar corto de gusto clásico, engastadas en un marco de roleos rococó de brillantes. Curiosamente, en este collar ya aparecen nueve esmeraldas, dos más de las siete que adornaban la diadema de la emperatriz Eugenia.
Una década después, la esposa de Alfonso XIII adaptó las gemas a la moda, imperante en aquellas fechas, de los largos collares en sautoir, para lo cual encargó a la Casa Cartier un nuevo montaje. Esta creación incluiría, además, una fabulosa cruz, tallada en una gran esmeralda de 45,02 kilates y cuatro centímetros de longitud. Curiosamente, esta cruz también está vinculada a la familia real española. Había sido propiedad de Isabel II y Francisco de Asís, de quienes la adquirió la emperatriz Eugenia para legarla años después a la Princesa Beatriz de Battenberg (madre de Ena).
Volvieron así a reunirse estas singulares esmeraldas de la española emperatriz de los franceses y de la reina Isabel II de España en propiedad de otra reina de España, Doña Victoria Eugenia. Con las esmeraldas de la Emperatriz y la cruz, Cartier entregó el 31 de marzo de 1931, pocos días antes de proclamarse la Segunda República, uno de los collares más fastuosos realizados por aquellos años y que se completaba con un par de pendientes a juego, por lo que Victoria Eugenia añadió varias esmeraldas, aunque de calidad claramente inferior a las colombianas originales. El gran fotógrafo Alfonso captó la imagen de la reina adornada con las alhajas en su nueva apariencia, retrato ejecutado en uno de los salones del Palacio Real de Madrid.
Ya en el exilio, Doña Victoria Eugenia vendió la esmeralda tallada en forma de cruz a Cartier quien, tras incluirla en 1937 en un nuevo collar, similar al que hizo en 1931 para la soberana, la vende a Madame Antenor Patiño, de quien la heredó su hija, Isabel Goldsmith.
Años después, quizás al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el resto de las esmeraldas fueron objeto de un nuevo montaje, que luce en una espléndida fotografía hasta ahora inédita, datada en 1949, cedida por la joyería Sanz, y con el que la soberana aparecerá retratada, esta vez en colores, en un reportaje publicado en el semanario norteamericano Life, en 1958. En esta ocasión, las piedras originales fueron montadas, nuevamente por la Casa Cartier, de la siguiente manera: una de las esmeraldas (de 16 quilates) se engarzó en una sortija, con dos brillantes en forma de gota y otros seis brillantes tallados en baguette; otra de las esmeraldas (de 18 quilates) en un broche, con cuatro grandes brillantes y ochenta pequeños. Finalmente, el collar ostentaba siete esmeraldas, seguramente las originales de la Emperatriz Eugenia, que sumaban 124 quilates, más cincuenta brillantes y otros 112 más pequeños. A este conjunto añadía Victoria Eugenia la diadema de brillantes de Cartier, cuyas perlas sustituía por esmeraldas cuadradas a juego con este aderezo, y que podrían proceder de alguna de las pulseras que luce en la fotografía de 1949.
En 1961, con objeto de conseguir liquidez económica para afrontar los gastos que se avecinaban con motivo de la próxima celebración de la boda de su nieto, el Príncipe de Asturias, Doña Victoria Eugenia puso en venta el collar, el anillo y el broche antes descritos. Fue comprado por la Casa Cartier y luego adquirido inmediatamente por Reza Pahlavi, Emperador del Irán. Esta joya, como tantas otras, pasó a formar parte del Tesoro Nacional iraní y quedó en Teherán al caer la monarquía de los Pahlavi en 1979, no teniéndose noticia de que haya sido enajenado por las autoridades islámicas de aquella república.
LA CORONA DE LA REINA FABIOLA
Fabiola Mora y Aragón es la esposa –hoy viuda- de Balduino, Rey de los Belgas. Hija del IV marqués de Casa Riera y conde pontificio de Mora, don Gonzalo Mora y Fernández, casó con el soberano belga el 15 de diciembre de 1960. Fabiola pertenecía a la aristocracia madrileña y su figura discreta generaba, en los medios que la trataban, una simpatía que se extendió a toda la sociedad española en cuanto se hizo pública la noticia de su compromiso. El monarca belga era un hombre que despertaba igualmente sentimientos benevolentes, aureolado de un cierto misticismo por rumores que veían en él una vocación al estado religioso.
Cuando se supo que doña Fabiola compartiría el trono con el rey Balduino se prodigaron los homenajes a su persona, muchos ellos en forma de regalos. Sin duda uno de más valiosos que recibió fue una joya de empaque auténticamente regio, que se le presentó en forma de corona marquesal, cuya posesión era ciertamente frecuente entre las casas tituladas de la época, aunque en su mayoría eran de factura decimonónica.
La pieza también puede lucirse como collar y como diadema, contando para ello con las monturas correspondientes. Como era el regalo de la nación española, le fue entregado por la esposa del entonces Jefe del Estado, doña Carmen Polo de Franco, quien se personó en el Palacio de la calle Zurbano y, ante una multitud de periodistas gráficos, entregó la corona en uno de los estuches a la futura reina de los Belgas. Sobre el escritorio rococó situado tras las dos damas quedaba un segundo estuche con la montura que permitía lucir la joya como diadema. Fabiola la escogería como tocado, en su forma de corona, para el baile que se celebró en el Palacio Real de Bruselas la noche anterior a la boda, gala en la que se dieron cita gran número de reyes y príncipes de la vieja Europa.
Aunque toda la prensa se hizo eco de la noticia, ninguna información trascendió del origen del presente. No se sabía la identidad del fabricante ni la identidad de sus anteriores propietarios, caso de que no se hubiese elaborado ex profeso para la ocasión. Años después, el periodista Jaime Peñafiel reveló que este regalo había sido adquirido por el Estado español de una familia titulada que había tenido depositada la corona durante muchos años en un convento para servir de ornato a una imagen de la Virgen. Esta circunstancia había dado oportunidad a las religiosas que custodiaban la joya de ir substituyendo las piedras preciosas que le daban color por vidrios sin ningún valor económico, vendiendo tales gemas para hacer frente a las sucesivas necesidades del convento. Así, los dos juegos de esmeraldas y rubíes, que se podían colocar en los florones de la tiara alternando sus diferentes tonalidades o combinándose como se estimase adecuado en cada ocasión, sirvieron a lo largo de los años para aliviar las penurias de la comunidad y, cuando los joyeros de la Corte belga examinaron la alhaja, quedaron impresionados ante la chocante situación que se detectaba. Según se dice, el Estado español adquirió presuroso un lote completo de esmeraldas y rubíes para renovar la ornamentación falsificada.
Carmen Martínez Bordiú, nieta primogénita de la que después sería Señora de Meirás, cuenta en sus memorias cómo recibió, en su lecho de enferma, la visita de su abuela que portaba, como extraño juguete, la corona que se iba a regalar a Fabiola Mora. Textualmente narra: Quizá el acontecimiento que, por una serie de motivos, se me quedó más grabado en mi infancia y comienzo de la adolescencia fue la boda de Balduino y Fabiola. No olvidaré que días antes de que se casaran mi abuela entró en el dormitorio…, se sentó en mi cama y abrió una caja en la que estaba la corona que el Estado español le iba a regalar a Fabiola. Me quedé deslumbrada, porque era grande, llena de brillantes y esmeraldas. Era la primera vez que veía una joya así, tan importante.
María Manuela Kirkpatrick, condesa de Montijo, persiguió con ahínco, y consiguió que su hija Eugenia ciñese una corona imperial. La emperatriz tuvo poder e influencia, que simbolizaban las joyas como la que hemos estudiado detenidamente, pero todo se volatilizó por los avatares de la Historia. Fabiola de Mora, a diferencia de la condesa de Teba, nunca abrigó ningún interés en ocupar puestos destacados ni en ceñir ninguna corona real y fueron argumentos muy ajenos a las pompas cortesanas los que la llevaron a subir al trono belga junto a Balduino I.
Ninguna de las dos dejó descendencia biológica, pero sus trabajos han tenido muy diferente destino: mientras que el Segundo Imperio napoleónico hoy no es más que un recuerdo en la historia de Europa, la monarquía belga, tras violentas sacudidas, parece estabilizada y puede encarar su futuro en la Unión Europea confiadamente, ante la perspectiva de ver en los próximos decenios a los futuros Reyes, Felipe y Matilde, sobre la senda que trazaron, desde los años 60, sus tíos Balduino y Fabiola.
Las esmeraldas que Napoleón III regalara a Eugenia, efímeramente lucidas en la corte de Madrid por Doña Victoria Eugenia, adornaron durante unos años a la Emperatriz Farah, y hoy han quedado semiescondidas en la Banca Nacional de Teherán, con poca utilidad más que la que tenían en las minas colombianas originarias. Por el contrario, la corona que España regaló a Fabiola sigue haciendo sus funciones representativas en la corte de la brumosa Bélgica.
sábado, 25 de diciembre de 2010
Magia azul zafiro
La familia real británica posee una colección remarcable de zafiros. Dos de las piezas más evocativas contienen zafiros pertenecientes a la reina Victoria. El primero –y probablemente el más conmovedor- es el Prince Albert Brooch, con un gran zafiro rectangular rodeado de doce diamantes, que fue regalado a Victoria por el príncipe Alberto el día anterior a su boda. La reina lo legó en su testamento a la Corona para uso de futuras reinas.
Isabel II usa hoy un esplendoroso conjunto que fue originalmente un regalo de Jorge VI del Reino Unido a la entonces princesa Isabel, en 1947. La suite, confeccionada originalmente en 1850, consta de un largo collar de dieciocho zafiros rectangulares en racimos de diamantes y un par de pendientes a juego de zafiros cuadrados también rodeados de diamantes. El color de las piedras era exactamente igual al de las túnicas de la Orden de la Jarretera, aunque esto puede haber sido una coincidencia de parte del rey.
En 1952 Elizabeth hizo retirar cuatro piedras, incluyendo el zafiro mayor del collar, con el fin de reducir su longitud. En 1959 había hecho un nuevo colgante con la piedra removida. El pendiente tiene un perno montado para ser usado como broche.
Cuando Sir Noël Coward vio a la reina usando el aderezo en el Royal Command Performance de 1954 escribió: “Después del show nos alineamos y nos presentamos a la Reina, al Príncipe Felipe y la Princesa Margarita. La reina se veía luminosamente bella y llevaba los zafiros más grandes que he visto nunca”.
En 1963 una nueva tiara de zafiros y diamantes y un brazalete fueron confeccionados para hacer juego con las piezas originales.
El Aderezo Leuchtenberg de Silvia de Suecia
El célebre Aderezo Leuchtenberg, que se halla en poder de la Corona de Suecia, es una impresionante selección de piezas montadas en una tiara, un collar, un juego de pendientes, un broche y dos horquillas para recogidos y moños. El conjunto perteneció a la emperatriz Josefina de Beauharnais, quien, después de su matrimonio con Napoleón, encargó a un joyero francés que le montara sobre oro y plata varios juegos de piedras preciosas para su uso privado. Uno de ellos fue el de los zafiros. Catorce piedras de intenso y profundo azul que pueden ser sustituidos, ocasionalmente, por perlas en forma de gota.
Silvia de Suecia con el Aderezo Leuchtenberg
El Aderezo Leuchtenberg pasó de la emperatriz de Francia a manos de su hijo Eugene de Beauharnais y su esposa, la princesa Augusta Amalia de Baviera. El Duque y la Duquesa de Leuchtenberg, como era conocida la pareja después de su matrimonio, dieron el conjunto a su hija, la princesa Josefina de Leuchtenberg, quien se llevó consigo el gran tesoro a Suecia cuando, en 1823, se casó con el rey Oscar I. A partir de entonces lo heredó su nieto, Gustavo V, y los sucesivos reyes de Suecia, para ser usados por las consortes reales.
La pieza central de la suite es la tiara de diamantes y zafiros, consistente en una base de madreselvas y hojas centrada con grandes diamantes ovales y coronada por nueve zafiros rectangulares rodeados de grupos de diamantes. El collar tiene nueve zafiros pendientes rodeados de diamantes. Originalmente los zafiros de la tiara se podían intercambiar por nueve perlas en forma de pera.
La reina Luisa, consorte de Gustavo VI Adolfo
La reina Silvia, consorte de Gustavo XVI Adolfo
El Anillo de Compromiso de Diana, Princesa de Gales
El príncipe de Gales propuso matrimonio inicialmente a Lady Diana Spencer sin un anillo de compromiso, insistiendo que Diana considerara las implicaciones del rol de su esposa antes de aceptar. Diana, sin embargo, necesitó un pequeño estímulo luego que los joyeros Garrard le presentaran una selección de joyas de compromiso para su consideración.
Diana eligió un gran anillo valuado en 30.000 libras: consistía en 14 diamantes circundando un zafiro oval de 18 quilates, todo montado en oro blanco, una joya similar al anillo de su madre. Como la alianza de boda de Diana era de oro (una tradición real galesa), parecía que el anillo estaba confeccionado en oro. No fue hasta el compromiso de su hijo William con Kate Middleton diecinueve años después que las imágenes de mejor calidad revelaron el actual color.
La Princesa de Gales llevó el zafiro toda su vida matrimonial y aún estando separada, convirtiéndose en el más fotografiado del mundo. Casi nunca se la vio sin él, hasta el día en que su divorcio fue definitivo. En agosto de 1996 las cámaras lo registraron cuando Diana visitó la sede del Ballet Nacional de Inglaterra. Lo llevó durante un viaje a Nueva York en octubre, pero en su siguiente visita al National Ballet Theatre en Navidad ya faltaba de su dedo.
El despliegue de maravillosas joyas que hizo en su día la realeza de los Balcanes es difícil que alguna familia real, salvo la inglesa, pueda reunir en la actualidad.
La reina María de Rumania -descendiente por línea paterna de reyes de Inglaterra y por línea materna de zares de Rusia- llevó las más espléndidas piezas de joyería. Sus zafiros fueron obtenidos a fines del siglo XIX en los yacimientos de Sri Lanka (entonces llamada Ceilán).
Con el estallido de la Gran Guerra en 1914, María de Rumania vio dividida su familia, pues la unían lazos de sangre tanto a Gran Bretaña como a Rusia (era hija de Alfredo, duque de Edimburgo, el segundo de los hijos de la reina Victoria, y de la gran duquesa María de Rusia, hija del zar Alejandro II). En 1916 las joyas de la Corona rumana fueron enviadas a un lugar seguro, en Moscú, pero en enero de 1918 fueron confiscadas por los bolcheviques, junto con las reservas en oro de Rumania.
En la fotografía se la ve luciendo una tiara de zafiros elaborada por Cartier (adquirida de la Gran Duquesa Vladimir, que había partido de Rusia durante la revolución de 1917) y el célebre collar de diamantes (de la misma procedencia), del que pende otra famosa joya: un zafiro rectangular de enormes dimensiones.
El famoso Zafiro Azul de María de Rumania, también originario de Sri Lanka, fue registrado por primera vez por Cartier en 1913.
Según Christie’s esta joya, que llegaría a su poder en 2003, es el zafiro más grande que se haya subastado jamás. Sólo hay en el mundo otras dos piedras mayores y ambas se encuentran en museos: el “Estrella de la India”, un zafiro de 576 quilates expuesto en el museo de Historia natural de EEUU y el zafiro de 547 quilates “La nariz de Pedro el Grande”, expuesto en un museo de Dresde, Alemania.
La pieza de 478 kilates fue comprada en 1921 por el rey Fernando de Rumania para su esposa, quien lució el collar en la coronación de su marido, en 1922. El zafiro fue vendido de nuevo en 1947, fecha en la que el nieto de la reina María, el rey Miguel, obligado al exilio, lo ofreció al joyero neoyorquino Harry Winston. Fue adquirido, aparentemente, por un millonario griego al año siguiente, quien se lo obsequió a la reina Federica de Grecia. Ella lo llevaba montado en un pendiente que luego se convirtió en la pieza central de un collar. En esa foto la soberana griega lleva el zafiro en la gala por su 25º aniversario de bodas.
El Aderezo de la Reina Marie-Amélie de Orléans
Desde 1985 puede verse en el Louvre de París una histórica colección de zafiros que han tenido una versátil conexión con la Corona de Francia. La mayor razón para adquirirlos debió haber sido porque estas piedras fueron posesión de la Casa de Orléans. En 1821, el rey Luis Felipe adquirió una tiara, un collar, unos aretes y un broche para su esposa Marie-Amélie (María Amalia Teresa de Borbón-Dos Sicilias y Habsburgo-Lorena, hija de Fernando I, Rey de las Dos Sicilias, nieta de Carlos III de España y la Emperatriz María Teresa de Habsburgo), en cuya familia estos zafiros permanecieron hasta que fueron vendidos al Louvre.
Esta perfecta procedencia había legitimado estas piedras para convertirse en un tesoro nacional de Francia.
Sin embargo, no sólo la Casa de Orléans fue propietaria de estos zafiros, sino que hasta 1821 fueron propiedad personal de Hortensia de Beauharnais. La hija de la emperatriz Josefina y consorte de Luis Bonaparte, hermano de Napoleón, poseía una magnífica colección de joyería, la cual reunió durante su época como reina de Holanda y fue indudablemente enriquecida nuevamente por el legado de su madre Josefina en 1814.
Es fácil reconocer la tiara acortada por la reina María Amalia. Una de las partes laterales se convirtió en el centro de un stomacher y los tres elementos restantes fueron usados en un segundo aderezo. Los aretes todavía son los originales, aunque el collar puede haber sido alterado por lo menos en su longitud.
En el retrato de 1806 firmado por Henri Riesener, la emperatriz Josefina usa un impresionante aderezo de zafiros que incluye en un collar, un par de pendientes, dos brazaletes, dos broches y un cinturón con una gran hebilla de zafiro. Seguro habría tenido una tiara y una peineta para completar el aderezo pero como signo de su excepcional posición como emperatriz, eligió usar una corona junto con una tiara de oro, una combinación muy común durante el período napoleónico.
Luego del divorcio en 1810, la emperatriz se quedó con la mayor parte de las joyas que recibió de Napoleón que luego legaría a sus descendientes.