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viernes, 25 de diciembre de 2009

El Barón de Rothschild II

Dar títulos nobiliarios a una “tribu” de judíos requería valor y el emperador de Austria no confirió este título por gratitud, sino como resultado de una experta negociación. Austria, casi arruinada luego de las guerras napoleónicas, quería ordenar sus finanzas mediante un adelanto importante de las indemnizaciones que le debía Francia, que habría de pagar en cuotas a lo largo de cinco años. Los Rothschild disponían de medios suficientes para dar el adelanto, pero exigían una tasa muy alta de interés. Entonces el ministro de Finanzas, Stadion, concibió la idea de recompensar a los acreedores judíos ofreciéndoles una partícula: añadir el “von” a su apellido, que naturalmente se convirtió en “de” en francés. Dos años más tarde el ofrecimiento se completó con el título de Barón, concedido a todos los descendientes de Mayer Amschel Rothschild. Los hermanos se sentían tan toscos y vulnerables socialmente que aceptaron regocijados la transacción.

El Château de Ferrieres, mansión de James de Rothschild en las afueras de París


Para los Rothschild esto no significaba solamente entrar en la alta sociedad sino adquirir una dignidad que les permitiría olvidar la exclusión y la humillación del pasado e identificarse con un medio social diferente. La misma demora en las deliberaciones que antecedieron a la concesión del título fue una prueba de que los hermanos no se habían equivocado al preferir una promoción social permanente a una ganancia financiera inmediata.

La propuesta de Stadion creó mucho malestar en las esferas del gobierno austríaco. Los ministros temían el resentimiento del resto de los banqueros y las repercusiones que podrían afectar las negociaciones en torno a los derechos judíos. Favorecer a algunos de ellos en el momento en que Alemania buscaba quitarles las ventajas ganadas durante la ocupación francesa, no tenía lógica para ciertos funcionarios.

Se hizo una investigación para saber si un regalo imperial, como unas cajitas de rapé ricamente decoradas, por ejemplo, no habrían sido suficiente prueba de la gratitud del emperador. Pero éste delegó el problema a Metternich quien, informado por Gentz de las prodigiosas habilidades de los judíos en cuestión y muy consciente de la influencia de los hermanos en la financiación del gobierno, decidió favorecer la propuesta.

Blasones de Rothschild

El título fue un símbolo importante porque mitigaba de algún modo la amargura que les provocaba su condición. El placer que este ascenso social causó a los Rothschild es evidente en sus cartas. Los hermanos se dirigían uno al otro como “mi querido barón” y se burlaban de Salomón, a quien acusaban de estar trabajando ahora con energías disminuidas por culpa de su nueva aristocracia. También crearon su propio escudo de armas y eligieron cinco flechas, que simbolizaban la unidad fraterna, más la divisa Concordia, Integritas, Industria.

Tan sólo Nathan, en Inglaterra, no se dignó utilizar el título. Nathan se consideraba inglés y pensó que un título extranjero no le daba absolutamente nada. No se sentía amenazado ni en su dignidad ni en su posición. Como no tenía ningún deseo de salir de su medio ni necesidad de consagraciones ceremoniales para un ascenso social, Nathan subrayó, no sin cierto estilo, que él prefería seguir siendo Míster Rothschild.

Nathan Mayer Rothschild, su esposa Hannah y sus siete hijos (1821)

En París, James invitó al duque de Wellington a cenar y el nuevo barón fue catapultado así a las altas regiones sociales. Se instaló en el barrio más animado y moderno de la capital, en la Rue d’Artois, hoy Rue Lafitte, en contraste con el barrio de Saint Germain, el baluarte de la aristocracia. Sin embargo, nadie tomaba en serio allí a su título de barón, sino que lo veían con cierto humorismo benévolo. “Estos buenos judíos son todos barones”, decía el conde de Castellane, sin poder contener su hilaridad. Los títulos napoleónicos suscitaban la misma clase de bromas.

Hubo que presionar bastante para que los ujieres de la embajada de Austria anunciaran a la aristocracia napoleónica por sus títulos. Durante la Tercera República (1871-1940) la gente que frecuentaba los salones legitimistas chasqueaba la lengua cuando eran anunciados los Iéna, ¡esa familia con el nombre de un puente!. Pero las sonrisas que suscitaban los primeros tropiezos mundanos de James eran indulgentes. La Francia de este período no está afectada por el antisemitismo, pues muy pocos judíos habían alcanzado posiciones prominentes y todos se habían beneficiado de la tolerancia intelectual característica de los primeros años de la Restauración.

Betty Salomon von Rothschild, baronesa James de Rothschild (1805-1886)


Nadie rechazaba una invitación de James de Rothschild. Cuando Metternich fue a París, James dio una gran comida a la cual concurrieron los principales diplomáticos. El príncipe von Würtemberg y el príncipe Esterhazy, que en Alemania nunca habrían condescendido a tocar la mano de un Rothschild, concurrieron a la cena junto con todos los otros. El diario Le Constitutionnel no pudo abstenerse de hacer algunas consideraciones filosóficas sobre “el poder del oro, que iguala a todas las clases y cultos. No es uno de los espectáculos menos curiosos que podemos ver hoy, un hoy tan rico en contrastes, el de todos los representantes de la Santa Alianza, establecida en nombre de Jesucristo, que acuden a un banquete dado por un judío”.

Después de concederles un título útil y halagador, Metternich hizo mucho más. Nathan y James, como recompensa por numerosos préstamos hábilmente negociados, concibieron la idea de ser nombrados cónsules, con la representación de Austria, en Londres y París. Algo inconcebible pero que, sin embargo, fue aceptado por Metternich, con lo que se aseguró el leal apoyo de los Rothschild. Que a uno le llamaran barón era satisfactorio para la vanidad, pero convertirse en cónsul daba un rango indiscutible en todas las reuniones oficiales. Hasta los portones más imponentes se abrían ante un miembro del cuerpo diplomático. Fue así que James, en el impecable uniforme de cónsul de color carmesí y charreteras doradas, asistió a la coronación de Carlos X en Reims.


Armas de los Rothschild en la verja de entrada al panteón familiar de los jardines Ramat Hanadiv en Israel

A partir de entonces una lluvia de condecoraciones arreció sobre los siempre sedientos Rothschild: la Orden de San Vladimiro en reconocimiento a los empréstitos negociados para Rusia, el Gran Cordón del Águila Roja de parte de Prusia, la Orden griega del Redentor, la Orden española de Isabel la Católica e incluso la Legión de Honor francesa. La enumeración de títulos y condecoraciones concedidos a los hermanos probaban sin ninguna duda que los Rothschild habían alcanzado la prosperidad utilizando sencillamente con inteligencia las oportunidades que se les presentaban y equilibrando su perspicaz espíritu de empresa.

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