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lunes, 12 de marzo de 2012

Viaje oficial

Una Visita de Estado es la visita oficial de un jefe de Estado a otra nación, por invitación del gobernante de esta última. Las visitas de Estado son la forma más alta de contacto diplomático entre dos naciones y están marcadas por la pompa ceremonial y el protocolo diplomático. En las democracias parlamentarias, los jefes de Estado pueden formalmente emitir y aceptar invitaciones. Sin embargo, lo hacen con el consentimiento de sus gobiernos, que por lo general se ponen de acuerdo en que la invitación sea enviada o aceptada de antemano.


Los Príncipes Herederos de Japón, hoy Emperadores, visitan Estados Unidos (1960)



Existe una diferencia entre Visita Oficial y Visita de Estado. La visita de Estado implica la visita a los tres poderes del Estado (Ejecutivo, Legislativo y Judicial), mientras que la visita Oficial es únicamente a un poder del Estado, usualmente al Ejecutivo.


Antes de un viaje oficial se produce el anuncio a los medios interesados y a las autoridades competentes en el lugar de destino, se establece una agenda concreta de actividades dentro del "programa oficial" (dependiendo de la naturaleza del viajero y del viaje ésta se pasará a la prensa o no y también se asignará tiempo para otras ocupaciones no-oficiales), se constituye una delegación que acompañe a la figura principal y se designa la presencia de un comité de recepción, igualmente oficial y acorde al rango del enviado.


La reina Juliana de los Países Bajos es recibida en Estocolmo por el rey Gustavo VI Adolfo de Suecia (1957)


Las visitas de Estado involucran alguno o todos de los siguientes componentes:


• Una ceremonia de bienvenida que consiste en una revista de la guardia de honor militar, desfiles y el toque de los himnos nacionales por una banda militar.
• Una salva de 21 cañonazos para los jefes de Estado y una de 19 cañonazos para los jefes de gobierno.
• Un intercambio de regalos entre el jefe de Estado extranjero y el jefe de Estado de la nación sede de la visita.
• Banquetes de Estado, ya sea cenas formales u oficiales, ofrecidos primero por el jefe de Estado anfitrión, con el jefe de Estado extranjero como invitado de honor y luego por el visitante extranjero en agradecimiento a su anfitrión.
• Una visita a una legislatura nacional, a menudo con un saludo formal al jefe de Estado extranjero por parte de los órganos legislativos reunidos.
• Visitas de alto nivel de los jefes de Estado extranjeros a puntos de referencia nacionales, tales como depositar una ofrenda floral en una capilla militar o un cementerio.
• Eventos culturales celebrando vínculos entre las dos naciones, que se llevan a cabo en conjunto con la visita oficial.



El Sha y la Emperatriz de Irán con los reyes de Thailandia durante su visita de Estado a este país (1968)

El jefe de Estado extranjero suele ir acompañado de un ministro gubernamental de alto rango, por lo general un Ministro de Relaciones Exteriores. Detrás del protocolo diplomático, las delegaciones formadas por organizaciones comerciales también viajan con él, ofreciendo una oportunidad para establecer contactos y desarrollar vínculos económicos, culturales y sociales, con líderes de la industria en el país que se visita. Al final de una visita de Estado, el visitante extranjero tradicionalmente emite una invitación formal al jefe de Estado anfitrión, que en otro momento, en el futuro, sería una visita de Estado recíproca.


Si bien los costos de una visita de Estado por lo general están a cargo de las arcas del país de acogida, la mayoría de los países son anfitriones de al menos diez visitas de Estado al año, con dos como la cifra menor. La mayoría de los jefes de Estados visitantes se alojarán en la residencia oficial del anfitrión, en una casa de huéspedes reservada para visitantes extranjeros, o en la embajada de su propia nación de ubicada en el país que se visita.


Los reyes Pablo y Federica de Grecia durante su visita al Reino Unido en 1963

Las visitas de Estado de reconocidos líderes mundiales, como el Presidente de los Estados Unidos, el Papa o la Reina Isabel II (quien dirige 16 países), a menudo reciben mucha publicidad y reúnen grandes multitudes en cada evento público.


El ejemplo del Reino Unido

La reina, en su calidad de jefe de Estado, desempeña un doble papel: el primero, en el interior, es el de tener bajo su jurisdicción todo el aparato de gobierno, la administración, las fuerzas armadas, la iglesia y la magistratura. El segundo es el de personificar y simbolizar a su país ante el resto del mundo.


En el balcón del ayuntamiento de Amsterdam, con la reina Juliana de los Países Bajos (1957)


El palafrenero de la Corona tiene la responsabilidad de los viajes oficiales o privados del soberano británico, pero es el Secretario Privado quien cuida los detalles de los desplazamientos aéreos o marítimos. Los viajes oficiales son organizados por el Foreign Office en combinación con la casa real. Dos veces por año, la familia se reúne en Buckingham Palace a los efectos de planificar las visitas: se extiende la lista sobre un inmenso tablero suspendido en el despacho de los palafreneros y de un solo golpe de vista puede verse dónde se encontrará tal o cual miembro de la familia real durante los seis meses siguientes y también la manera de viajar prevista. En general, la realeza viaja con sus propios medios de transporte.



Pasando revista militar a su llegada a Nassau (1994)

Los desplazamiento de la realeza en viajes no sólo se han incrementado en número, sino también en complejidad. Mientras que en los ochenta se arreglaban todos los detalles entre la casa real y la embajada del país que debía recibirlos, hoy día las consultas y los preparativos son mucho más laboriosos. Pueden pasar hasta dos años entre los primeros contactos, por intermedio del Ministerio de Asuntos Exteriores, del 10 de Downing Street y de Buckingham, y el momento en que la reina y su esposo pisan la alfombra roja en el aeropuerto de la capital que los recibe.

Llegando a Canberra, Australia (2012)

Por lo menos seis meses antes de su visita a un país extranjero –o aun a una localidad de Gran Bretaña-, se pone en acción todo un dispositivo de seguridad. El yeoman viajante, un secretario particular, un encargado de prensa y el personal policial patrullan el itinerario previsto, verifican el confort y la calidad de los hoteles albergándose en ellos y la eficiencia de los transportes utilizándolos. Los altos funcionarios de palacio controlan hasta el más mínimo detalle, como el tiempo que empleará la soberana en desplazarse desde su residencia oficial hasta la del jefe de Estado en cuestión, la duración de las presentaciones en cada recepción, la de las comidas y los discursos, los depósitos de coronas de flores, la firma de libros de oro y, en particular, las indispensables pausas previstas a lo largo de la jornada para eso que los ingleses llaman púdicamente the calls of nature, las necesidades fisiológicas. Estas precauciones se toman tanto por la reina como por sus acompañantes, los miembros de la casa real, así como también para el príncipe de Gales y para todos los príncipes de la sangre.

Libro de oro firmado por la reina y su esposo en Kingston, Canadá


La reina no viaja nunca sin un séquito de unas treinta personas, compuesto por lo menos por dos damas de honor, dos vestidoras, una mucama, tres secretarios, dos palafreneros, un asistente del secretario, un asistente del agregado de prensa, un peluquero, ocho valets itinerantes, un médico y seis guardias de seguridad. A esto se le suma la tripulación de a bordo (del avión, el buque o el tren). Eso sí, si un médico acompaña siempre a la reina en sus viajes, el servicio sanitario de Isabel II no tiene nada que ver con aquel de su antepasada Victoria: en 1889, el mismo comprendía tres doctores de la corte, diez honorarios, dos cirujanos rentados, tres cirujanos honorarios, tres parteros, dos oculistas, un pediatra, cuatro médicos honorarios para el palacio, un dentista y nueve farmacéuticos. Es necesario aclarar que la reina Victoria era acompañada por decenas de servidores indios, ingleses y escoceses y varias princesas de su familia, cada una con su séquito personal.


La reina con miembros de su Casa


Su secretario particular, el Master of the Household y el ministro de Asuntos Exteriores o uno de sus adjuntos son también sus acompañantes obligados en todo desplazamiento al extranjero y participan en las conversaciones políticas y económicas que figuran en el programa, al margen de las manifestaciones puramente protocolarias. Están allí también para aconsejar a la reina llegado el caso. El Foreign Office prepara un informe sucinto, aunque muy completo, sobre el país visitado, su situación política, las relaciones entre éste y Gran Bretaña y las personalidades con las que deberá entrevistarse. Se le adjuntan notas biográficas que le permitirán situarlas bien y llevar la conversación sobre sus trabajos y sus experiencias particulares.

La reina escoltada por autoridades locales y seguida por miembros de su séquito durante un viaje a Australia (2011)

Imaginen”, dice el escritor Ralph Martin, “antes que ninguna otra cosa, que ustedes son el príncipe de Gales o la princesa real. Hacen el gesto de estrechar las manos; recuerdan el tiempo empleado para recoger los ramos de flores y sostenerlos y marchan casi exactamente al paso de los nobles tomando nota del tiempo que les lleva tal tarea. En cada detención, ustedes deberán saber quién estará allí esperándolos, quién estará sentado o de pie y dónde; qué cosa se les dirá y, por sobre todo, cuánto durará la ceremonia. En conjunto, con un detalle minuto por minuto, se emplearían docenas de páginas como informe y les será necesaria una intensa preparación.”


Una empleada de la casa real preparando el guardarropa de la reina.


Todo está planificado, estudiado, verificado, codificado. Una ficha indica el detalle de cada momento de la jornada: DJ, vestido de noche; LD, vestido largo; U, uniforme; LS, vestido de cóctel; DD, traje diario; TI, vestido de baile; T, tiara; D, condecoración. Por supuesto que esas letras pueden cambiarse. LDT significa, por ejemplo: vestido largo más tiara.


La reina parte de Fiji con destino a Nueva Zelanda (1954)


Isabel II ha batido todos los récords. En 1953, durante su Commonwealth Tour, estrechó la mano a 13.000 personas, pronunció 157 discursos y escuchó 276; honró con su presencia 135 recepciones; visitó 15 países diferentes, participó en 50 bailes, descubrió 13 placas conmemorativas, plantó 6 árboles y recibió más de 500 ramos de flores. Desde entonces ha viajado en visita oficial a casi dos países por año, y a veces más, como en 1980, un año particularmente cargado, en el que viajó a Suiza, Italia, el Vaticano, Argelia, Túnez y Marruecos. Esto sin tener en cuenta sus desplazamientos por la Commonwealth. El mismo año visitó Australia. En 1986 fue huésped del rey Birenda, de Nepal, y del Presidente de la República Popular China, Li Xiannian; y aún tuvo tiempo de volver a Australia, a Nueva Zelanda y a Hong Kong.

La reina y el duque de Edimburgo concluyen su tour australiano (octubre de 2011).


Cada baúl, cada caja y cada maleta son cuidadosamente marcados con etiquetas de diferentes colores. Cada miembro de la familia tiene su color exclusivo: amarilla para la reina, malva para el duque de Edimburgo, rojo para el príncipe de Gales, verde para la princesa real, etc. Las de la reina, con las palabras The Queen, son particularmente buscadas por los coleccionistas. Así que el travelling yeoman, encargado de sus equipajes, llevará siempre consigo una provisión. Durante el viaje de reconocimiento se habrá cuidado de medir la anchura de todas las puertas y el volumen de todas las cabinas de ascensor, de prever el transporte necesario y el itinerario más rápido para encaminarlas a su residencia, ya que, desembarcadas después de ella, tendrán obligatoriamente que ser descargadas antes de su llegada.



El equipaje de la reina, con sus etiquetas amarillas.


Sir John Colville, que fue secretario particular de Elizabeth II cuando era aún princesa y lo había sido de Neville Chamberlain y de Winston Churchill, dijo que “… las innumerables visitas de la reina al extranjero han hecho más por recordar a la gente que Gran Bretaña existe, por crear un clima favorable en los países extranjeros y en los de la Commonwealth a la vez y por promocionar las exportaciones británicas que muchas conferencias ministeriales y muchos protocolos diplomáticos”.



















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