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sábado, 2 de julio de 2011

"Britannia", el Yate Real

Iniciamos aquí una serie sobre los medios de transporte de la realeza y la nobleza a lo largo de los siglos, desde la ancestral tradición oriental del palanquín transformado en sofisticada silla de manos durante los siglos XVII y XVIII, hasta la desmesurada y ostentosa colección de vehículos del Jefe de Estado más rico del mundo, el Sultán de Brunei. Ya sea por vía terrestre, aérea o acuática, las familias reales y la aristocracia han convertido sus traslados en verdaderos despliegues de boato y refinamiento.

El “HMY Britannia”

Ha habido yates reales conocidos en la Historia. El “Standart”, por ejemplo, el yate imperial ruso del que hablaremos en otra entrada, trasladó al último Zar y su familia a pasar los veranos en el golfo de Finlandia. En el “Agamenón”, del magnate griego Eugenides, se conocieron más íntimamente el actual rey de España con la princesa Sofía –hija del rey Pablo I-, quien luego se convertiría en su esposa. El “Deo Juvante II”, propiedad del príncipe Rainiero de Mónaco, fue el primer suelo de bandera monegasca en el que puso pie su futura consorte, la actriz Grace Kelly, aquel increíble día de abril de 1956. Pero ninguno ha sido más célebre –o, por lo menos, más renombrado- que el HMY Britannia (Her Majesty’s Yacht Britannia), de la reina Elizabeth II.




El Reino Unido ha tenido 83 yates reales desde la restauración de la monarquía en 1660. El propio Carlos II tuvo veinticinco navíos –el primero de ellos fue el Mary, de 15 metros, bautizado así por el rey en honor de su hermana- y cinco estuvieron simultáneamente en servicio en 1831, durante el reinado de William IV. Ocasionalmente barcos mercantes o de guerra han sido fletados o asignados para un servicio especial como temporario yate real, como el vapor Ophir en 1901 y el acorazado HMS Vanguard en 1947.

El HMY Britannia es el número 83 de tales buques desde 1660. Es el segundo yate real en llevar ese nombre, el primero fue el famoso navío de carreras construido para el Príncipe de Gales en 1893. En 1997 el HMY Britannia fue retirado y no fue reemplazado. No hay actualmente un Yate Real británico, aunque el MV Hebridean Princess es usado ocasionalmente por la familia real.

Historia

La reina amaba este palacio flotante. Su historia comienza en 1951, cuando el almirantazgo, debido a que el Victoria and Albert ya no estaba en condiciones de hacerse a la mar, tomó la decisión de construir un nuevo navío para la familia real. El Victoria and Albert, terminado en 1899 a un costo de más de 500.000 libras esterlinas, era considerado el más grande y suntuoso de las embarcaciones reales de su tiempo, pero carecía de cualidades marineras. Casi zozobró cuando lo botaron y tuvieron que estabilizarlo con lastre de hormigón. Los proyectos de sustituirlo se archivaron durante la Segunda Guerra, pero los resucitaron en 1951 con la esperanza de que un yate mejorara la salud de George VI. El rey se decidió por una embarcación que sirviera de hospital en tiempo de guerra; en efecto, los aposentos reales del Britannia se transformaban en salas de hospital en solo 24 horas.



Fue construido en el astillero de John Brown & Co. Ltd. en Clydebank, West Dunbartonshire, siendo botado por Su Majestad el 16 de abril de 1953. Ese día, de duelo por George VI, ella manifestó: “Mi padre pensaba, lo mismo que yo, que un yate real es una necesidad y no un lujo para la cabeza de nuestra gran Commonwealth, entre cuyas naciones el mar no constituye una barrera, sino una de comunicación natural e indestructible”. Como signo de la importancia de tal acontecimiento, la ceremonia del bautismo fue transmitida por televisión.

El HMY Britannia efectuaba maniobras navales y también relevamientos hidrográficos. Algunas cifras dan una idea de las dimensiones de la construcción: tiene 125,65 metros de largo por 16,76 de ancho y 5.862 toneladas de desplazamiento. Sus turbinas gemelas, de 12.000 h.p., le daban una velocidad de crucero de 21 nudos y tenía autonomía de 3.000 millas náuticas. Fue diseñado con tres mástiles, un trinquete de 133 pies (41 m), un palo mayor de 139 pies (42 m) y un palo de mesana de 118 pies (36 m). La cima del palo mayor y la del trinquete -unos 20 pies (6,1 m)- eran dobladas con bisagras, para permitir que el barco pasara bajo los puentes. En su construcción se conservaron nexos con las naves anteriores: la rueda del timón de la famosa balandra de regatas de George V, también llamada Britannia; una bitácora dorada del último de los buques reales totalmente a velas, el Royal George; sábanas de lino que usó la reina Victoria en el Victoria and Albert.



Las habitaciones reales se sitúan en el tercio posterior de la nave: el apartamento de la soberana vecino al del duque de Edimburgo. Abajo, al nivel de la sala de máquinas, se localizan la bodega para el vino y la caja fuerte para las joyas. Las cubiertas inferior y principal constituyen un laberinto de camarotes y salones para los invitados y los treinta y tantos empleados de Buckingham Palace, entre ellos los secretarios, valets, mucamas y pajes que se necesitaban para una travesía.

En la cubierta superior, a estribor, se halla el salón privado de Su Majestad. Diseñado por sir Hugh Casson en un discreto estilo “de casa campestre inglesa” (como todos los interiores), tiene paredes blancas, un espejo circular con marco dorado sobre la chimenea, alfombra verde musgo, un sofá, una silla de brazos y un escritorio de frente cóncava en el cual Su Majestad se ocupaba de los asuntos de Estado. A proa se encuentran las despensas, la cocina (dirigida por un maestro cocinero de Buckingham) y el comedor, de 13 metros de largo, donde la plata brillaba en una mesa de caoba rodeada de sillas estilo Hepplewhite. Una vez que la soberana y sus invitados habían cenado, pasaban a una antesala que se comunicaba por medio de puertas plegables con el recibidor. Las dos habitaciones juntas son bastante grandes para una recepción de 200 personas. Dan acceso a los dormitorios reales un ascensor y, conforme a la gran tradición de los transatlánticos, una ancha escalera de caoba.

De viaje

La dotación del Britannia, escogida cuidadosamente de una lista de espera, constituía la flor y nata de la Marina Real. Cuando el yate se hacía a la mar con la realeza a bordo, su tripulación constaba de 256 marineros, 6 tenientes de navío, 5 capitanes de corbeta y 5 de fragata y el comandante, conocido como el Oficial de Bandera de los Yates Reales, único almirante de la Marina Real que mandaba un buque. Los marineros llevaban a popa la cabeza descubierta, indicando que, técnicamente, no estaban de uniforme y la reina se ahorraba la interrupción de los saludos mientras tomaba el aire del mar. Sabían mostrarse perfectamente discretos para preservar la intimidad de los viajeros desempeñando sus tareas con un mínimo de ruido; andaban con zapatos de lona y actuaban sin necesidad de recibir órdenes verbales. La tripulación tenía una gran experiencia en viajes de boda: albergó a la princesa Margarita en 1960 (luego de su boda con lord Snowdon) y al Príncipe de Gales en 1981 (durante su luna de miel con Lady Diana Spencer).

Cada crucero implicaba por lo menos dos años de ardua preparación. Una vez fijado el itinerario (por lo general, para economizar tiempo, el yate salía primero; la soberana y su familia iban en avión a su encuentro), una consideración importantísima era contar con agua de suficiente profundidad para la nave, que cala cinco metros. Además, un desembarco real, observado inevitablemente por una multitud, tenía que “verse bien”, como advertía un oficial. Esto significaba un estudio cuidadoso de las tablas de las mareas.



Durante las giras, el yate cargaba de dos a cinco toneladas de bastimentos y equipajes. También se llevaban a bordo unas 40 películas de largometraje, pues el comedor también servía de sala de cine. Como suplemento de la dotación normal, iban un director de música y 26 ejecutantes, lo suficientemente hábiles para tocar retirada con himnos y marchas y ejecutar cualquier melodía que les fuera solicitada. Además, ayudaban a bruñir y limpiar la cubierta, labor casi interminable.

Según su costumbre cuando hacía un viaje real, la reina desembarcaba a las 10 de la mañana para atender sus compromisos del día y regresaba para ofrecer una recepción nocturna y la cena. La banda tocaba Retirada y a medianoche el Britannia levaba anclas y salía rumbo al siguiente puerto. Un cabo recuerda: “Así lo hicimos a lo largo de la costa norteamericana, en 1976, durante la celebración del bicentenario de la Independencia. Fue agitadísimo: seis puertos en seis días.”

Sus llegadas y partidas se efectuaban con gran pompa y aparato. Muchas veces la tripulación se lucía en una bien ensayada exhibición admirada en los puertos de los siete mares: izaba un arco de 48 banderas y gallardetes desde la proa, por encima de los mástiles, hasta la popa. Así, los 126 metros de longitud de la nave (casi la mitad del transatlántico Queen Elizabeth) quedaban ataviados en sólo tres segundos. Un capitán de fragata recuerda: “En ocasiones especiales salimos de la bahía de noche, completamente iluminados por reflectores”. Millones de televidentes vieron una de esas espectaculares despedidas en febrero de 1977, cuando zarpó de Fiji: el gran navío, con su superestructura blanca, su chimenea amarilla y sus tres mástiles alumbrados a giorno, se hundió poco a poco en la noche del Pacífico, mientras los isleños cantaban en el muelle y la reina, vestida de gala y cubierta de joyas, se despedía desde la cubierta superior.


El antiguo secretario particular del príncipe Philip evocó en 1992 la influencia que el Britannia podía ejercer sobre las multitudes de la Commonwealth: “El yate real, cuando abandona lentamente el puerto, produce un efecto espectacular sobre los miles de personas que acompañan a la reina con sus ovaciones. Este efecto es mucho más grande que el que ejerce un avión al decolar de un aeropuerto. Su Majestad puede recibir a bordo a los miembros de la Commonwealth a los cuales visita mucho mejor de lo que podría hacer en un hotel o en las casas de gobierno. Puede invitar sesenta personas a cenar y organizar una recepción para doscientos cincuenta. El yate es muy agradable y la Commonwealth lo aprecia muchísimo”.

Singular ejemplo de destreza marinera, espectacularidad y observancia estricta del protocolo británico, el Britannia era el palacio flotante de Su Majestad.

Diario

Paul Burrell, conocido como el mayordomo de Diana, Princesa de Gales, fue lacayo personal de la reina entre 1977 y 1987 y, en su libro A Royal Duty, cuenta lo siguiente:

Para las vacaciones anuales de verano de la Reina, la corte se traslada del Palacio de Buckingham al castillo de Balmoral desde principios de agosto hasta comienzos de octubre. En esa fecha, los Windsor viajan a bordo del yate real Britannia partiendo de Portsmouth, bordeando la costa occidental de Gran Bretaña a través del Mar de Irlanda y recorriendo los islotes escoceses antes de poner proa directamente hacia Aberdeen. (…)



Navegar implicaba la pérdida de una de mis obligaciones principales: el paseo de los perros, que siempre viajaban por aire a Aberdeen, a bordo de un Andover de la escuadrilla real. De modo que mis tareas se limitaban a atender a Su Majestad en la cubierta de popa, donde había un salón vidriado del cual se pasaba a una cubierta al aire libre. Allí se veía sin cesar el paisaje marino y la estela de la embarcación que se disolvía a la distancia. Siempre nos escoltaba una fragata a corta distancia.

Todos los días, a las nueve para el desayuno y a las cinco para el té, yo disponía para la Reina y el príncipe Felipe una mesa plegable. A la una para el almuerzo y a las ocho y cuarto para la cena, ambos acudían al comedor, como el resto de la comitiva. Todos los días se usaba una vajilla con el emblema real que provenía del yate real Victoria and Albert. (…)

Las comidas en alta mar eran una dura prueba. El barco se balanceaba con el fuerte oleaje y en un instante yo ascendía por una pendiente con dos platos de verduras, y al siguiente descendía. Aprendí a mantenerme en pie con los pies bien separados y las rodillas semiplegadas para no perder el equilibrio. A la Reina la divertía ver que su personal de tierra palidecía y que su lacayo la atendía con un andar de payaso. Cuando el mar estaba en calma, el Britannia echaba anclas al anochecer en alguna bahía poco profunda. Entonces, todo el grupo de la Reina se trasladaba a tierra en lanchas de motor para comer al aire libre carne asada por el chef en una playa desierta. Oficiales de la marina atendían el fuego mientras los miembros de la familia real se tendían en las rocas o en esteras. En estas ocasiones, el personal habitual de servicio podía descansar a bordo, participar de algunos tragos o tomar parte en concursos de preguntas y respuestas que se hacían entre los distintos casinos de oficiales y que transmitía el operador de radio.




Una vez que el Britannia se alejaba de la costa escocesa de Caithness, llegaba uno de los momentos culminantes del crucero para la Reina: se avistaba la residencia de su madre, el castillo de Mey, asentado al borde de un acantilado. El personal de la Reina salía a cubierta agitando servilletas, manteles y sábanas y los oficiales lanzaban bengalas y hacían sonar la sirena. A modo de respuesta, el personal de la Reina Madre agitaba la ropa blanca en torrecillas y ventanas y lanzaba fuegos artificiales desde el techo del castillo. Era una manera imponente de saludarse. Provista de binoculares, la Reina se mantenía en cubierta procurando ver a su madre, la cual hacía a su vez lo mismo en tierra. Cuando por fin se ubicaban, se saludaban con la mano con gran exaltación. Habrían de verse de nuevo apenas unos días más tarde, en Balmoral, cuando la Reina Madre llegara para una estadía de dos semanas antes de trasladarse a su residencia de Birkhall.”

Ronda de visitas

Al terminar el primer viaje del Britannia, cuando la reina y el duque de Edimburgo regresaron de Tobruk tras una gira por Australia, el barco fue puesto en dique de carena para corregirle un zumbido de la hélice. Dos años después, a pesar de los estabilizadores, decían que se comportaba como un pesado dragaminas. Señalado también como “la partida más controvertida de los gastos reales”, se ha enfrentado con éxito a una tormenta de críticas. Como sólo pasaba una tercera parte del año al servicio de la casa real, la soberana pidió que el resto del tiempo lo utilizara la Marina, tomando parte en ejercicios como cuartel general, barco de señales y comunicaciones o blanco para submarinos.


El Britannia recibe al Queen Elizabeth 2


El 20 de julio de 1959 navegó el flamante Canal del San Lorenzo en ruta a Chicago, donde atracó, convirtiendo a la reina Elizabeth en el primer monarca de Canadá en visitar la ciudad. El presidente norteamericano Dwight D. Eisenhower estuvo a bordo del Britannia durante una parte de este crucero. Como servía de escenario para las cenas de regreso de las visitas oficiales, algunos jefes de Estado como los presidentes Gerald Ford y Ronald Reagan también fueron invitados a bordo. El yate poseía para Elizabeth una virtud particular: se sentía mucho más a gusto allí durante las recepciones oficiales que en los hoteles desconocidos o en las embajadas. La gracia y la ausencia de protocolo le daban la oportunidad de recibir más naturalmente.

El barco también fomentaba las exportaciones. En una visita oficial a Brasil en 1968, sirvió como palco en alta mar para representantes de las aerolíneas y el ejército brasileño, que presenciaron maniobras antisubmarinas y de helicópteros de la Armada inglesa. En México, en 1975, hombres de negocios y secretarios del gabinete presidencial hicieron un crucero de 40 millas que duró un día. El barco también evacuó a más de 1.000 refugiados de la guerra civil en Adén (Yemen) en 1986.

La Reina posa en una playa tropical vestida informalmente mientras el yate real a sus espaldas aparece anclado (1977)


A los invitados solía asombrarles que el nombre del barco no apareciera por ninguna parte de su exterior. Un secretario del almirante lo explicó a la prensa en su momento: “Sería superfluo. Lleva el escudo real a proa y el monograma real a popa. Es inconfundible”. El buque representaba, a los ojos de la reina, una porción de su suelo natal. Cuando en el curso de un largo viaje comenzado en avión, Elizabeth II posaba sus pies a bordo del yate real, tenía la impresión de volver a casa. Por poco que sus hijos se encontraran allí –era a menudo el caso en la época que eran pequeños, y aún adolescentes- la célula familiar se recomponía, para su gran felicidad.

Durante su carrera como Yate Real transportó con lujo digno de su regio estado, no solo a la reina y otros miembros de la familia real, sino también a cientos de dignatarios del gobierno británico, en un total de 696 viajes al extranjero, en todos los continentes, y 272 visitas en aguas británicas. En el año del jubileo, 1977, que empezó con una larga visita a Australasia e incluyó un largo recorrido por las ciudades costeras de Gran Bretaña, navegó más de 40.000 millas: una marca para un año.

El Príncipe y la Princesa de Gales con sus hijos durante la visita real a Canadá en 1991

En el momento de su retiro el Britannia había recorrido 1.087.623 millas náuticas (2.014.278 kilómetros).

El retiro

En 1997, el gobierno conservador de John Major se comprometió a reemplazar el yate real si era reelegido, mientras que el Partido Laborista se negó a revelar sus planes para el buque. Tras la victoria de los Laboristas el 1 de mayo de 1997 se anunció que el buque sería retirado y no sería construido ningún reemplazo. El gobierno conservador arguyó que el coste de la nave estaba justificado por el papel de ésta en la política exterior y la promoción de los intereses británicos en el extranjero, especialmente a través de conferencias organizadas por International Financial Services, London (IFSL). Al cancelar la sustitución del buque, el nuevo gobierno laborista argumentó que el gasto no se justificaba dadas las otras presiones en el presupuesto de defensa (del cual sería financiado y mantenido). Propuestas para la construcción de un nuevo yate real, tal vez financiadas a través de un préstamo o mediante fondos propios del soberano, desde entonces han hecho pocos progresos.

La última misión del célebre yate real en el extranjero fue trasladar al último gobernador británico de Hong Kong, Chris Patten (hoy Lord Patten de Barnes) y al Príncipe de Gales fuera de aquella ciudad, luego de la transferencia de soberanía a la República Popular de China el 1 de julio de 1997. El Britannia fue dado de baja el 11 de diciembre.


Hubo cierta controversia sobre la ubicación de la nave, con algunos argumentando que estaría mejor amarrado en el Clyde, donde fue construido, que en Edimburgo, con la cual el yate tenía pocos vínculos. Sin embargo, su posicionamiento en Leith coincidió con un nuevo desarrollo de la zona del puerto y la devolución de instituciones escocesas al gobierno de aquel país.

Su Majestad la Reina asistió a la clausura, junto con la mayoría de los miembros mayores de la familia real y la normalmente impasible soberana no pudo evitar derramar una lágrima en público después de desembarcar por última vez.

Enumerado como parte de la Flota Histórica Nacional, Colección Core, el Britannia está ahora amarrado permanentemente como una atracción cinco estrellas en el histórico puerto de Leith, Edimburgo y es cuidado por el Royal Yacht Britannia Trust, una organización benéfica escocesa.



Un Rolls-Royce Phantom V, retirado de la flota de coches reales, que fue propiedad de la familia real en la década de 1960, está en exhibición en el garaje construido a bordo del Britannia. Otros puntos destacados de la visita a las cinco cubiertas que están abiertas al público incluyen el Dormitorio de la Reina (detrás de una pared de cristal) y el Comedor del Estado. También el Salón Real de Té, que abrió sus puertas en 2009.

El yate de carreras Bloodhound, que perteneció a la Reina, está atracado junto con el Britannia. El Bloodhound fue uno de los yates de regatas oceánicas más exitoso jamás construido y también fue el navío en el que tanto el Príncipe de Gales como la Princesa Real aprendieron a navegar. El Royal Yacht Britannia Trust adquirió el Bloodhound a principios de 2010 y es la pieza central de una nueva exposición centrada en la pasión por la navegación de la Familia Real británica.


2 comentarios:

  1. Princeps Serenissimus: Acabo de culminar lectura y toma de notas de su novísima Bublioteca de Alejandría, monumental museo de Historia Universal, merecidísimamente elogiado y condecorado. Agradezco su erudición, graciosamente difundida y compartida. Esperemos que tanta información contribuya a un futuro mejor.

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  2. Mi estimada M.Águila, qué grato honor contar con su beneplácito. Mil gracias.

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