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viernes, 15 de abril de 2011

Consortes serbias: la "reina negra"

Fue uno de esos acontecimientos que, cuando ocurren, no reflejan en absoluto la trascendencia que llegarán a tener. Alexander fue calurosamente acogido por Natalija en Biarritz. Ella hizo los honores de anfitriona asistida en la tarea por el personal que la rodeaba en su grandiosa villa. Entre sus damas había una viuda llamada Draga, que, en serbio, significa "la muy querida". Draga había nacido con el apellido Lunjewitza, pero, desde hacía años, utilizaba el apellido de casada: Maschin. Natalija había tomado a Draga a su servicio movida por la piedad. Se compadecía sinceramente de aquella muchacha de oscura belleza que había tenido que vivir duramente. Por otro lado, en esa etapa, Draga parecía la dama de compañía ejemplar: seria, eficiente, reservada, discreta y con la adecuada dosis de charme.


Probablemente, el jovencísimo Alexander se quedó prendado de Draga a simple vista. Pero la reina Natalija, ojo avizor, se percató de que la dama parecía absolutamente ajena al obvio encantamiento del muchacho. Natalija se tranquilizó: una muchacha aristocrática y virginal hubiese supuesto un peligro, pero una plebeya con un pasado bastante cargado de episodios dudosos sin duda sólo suponía un coup de foudre pasajero. Estaba lejos de imaginar que Draga sería, en poco tiempo, su peor pesadilla...

En 1896, hallándose otra vez en París, Natalija se enteró que su marido, aquel maduro licencioso aquejado de sífilis, mantenía una aventura con Draga Maschin. El episodio no tenía nada de novedoso: en sus primeros años de casada, Natalija había despedido a más de una dama de palacio por haberse dejado seducir por Milan. Furiosa por la "traición" de Draga luego de haberle dado su protección y una posición honorable, Natalija la expulsó sin ningún miramiento. No le dolía el corazón (su amor por Milan se había agotado) pero sí le dolía el orgullo femenino. La ex dama de honor, todavía resentida, tomó el camino hacia Dubrovnik.

La hermosa ciudad de la costa del Adriático le deparó un encuentro, puramente casual, con una mezzosoprano italiana a quien conocía ligeramente: Silvia Sciacca. La señora Maschin le hizo un relato de sus pesares, presentando el asunto como si Milan prácticamente la hubiese hecho suya en contra de su voluntad y como si Natalija la hubiese tratado con insoportable dureza. Conmovida, la Sciacca le ofreció la hospitalidad de su casa de vacaciones, lugar donde Draga iba a cruzarse de nuevo, en cuestión de días, con un joven rey que había acudido a Dubrovnik tras escuchar el rumor de que ella se hallaba en esa ciudad: Alexander.

Casi de inmediato, Sacha inició un cortejo al que Draga respondió de forma bastante calculada. Aceptaba su constante presencia y atenciones, pero, a la vez, mantenía la fuerte tensión sexual no cediendo en ese terreno. Alexander era un chico de veinte años que había heredado la intensa sensualidad de su padre, pero que, además, adolecía de una grave carencia afectiva debido a las circunstancias familiares. Draga, por su parte, tenía treinta y cinco años en los que había acumulado una gran experiencia en el manejo de sus relaciones y había adquirido una reputación cuanto menos dudosa. No pensaba convertirse en un mero pasatiempo para el monarca. Si tenía que ser su amante, pensaba hacerse rogar lo suficiente para sacar ventajas materiales e incluso tal vez podría aspirar a una relación del estilo de una maitresse-en-titre francesa del Antiguo Régimen.

Silvia Sciacca fue la primera beneficiada de aquel "romance real" de su protegida. Sacha, conmovido por la generosidad de la cantante, le ofreció magníficos regalos: el primero, por ejemplo, fue un anillo de rubíes de gran valor. Otras joyas fueron para Draga, que, asimismo, vio abonadas, de un día para otro, las deudas contraídas en los meses anteriores. Poco a poco, Draga se encargó de ir concediendo más favores a un Sacha completamente obnubilado hasta que él acabó siendo una figura de cera, fácilmente moldeable, en sus expertas manos.

Natalija, al recibir las primeras noticias al respecto, puso el grito en el cielo y su entorno le hizo eco. Milan había considerado a Draga apetecible para unas noches de lujuria, pero, como no era nada tonto, sabía que su hijo, con su notable inmadurez, corría otros riesgos con la viuda Maschin. No había nada que Milan y Natalija pudiesen hacer, excepto mostrar de manera inequívoca su oposición mientras se esparcían rumores insidiosos acerca de Draga para general un clima hostil a la viuda entre los serbios. Lo que no resultaba nada difícil. El matrimonio de Draga Lunjewitza con el ingeniero de minas de origen checo Swetozar Maschin había suscitado toda clase de comentarios años antes: los excesos de él, las infidelidades de ella y la muerte tan "oportuna" que le había sobrevenido al hombre. Se insinuaba que la esposa había recurrido al veneno para quitárselo de en medio porque esperaba más ventajas de la condición de viuda de las que le proporcionaba estar casada. Draga surgió en el imaginario popular como una mujer licenciosa, turbia, sombría, capaz de recurrir incluso a la brujería para someter a su voluntad al rey.

Destrozar por entero la reputación de Draga no sirvió para apartar a Sacha de su amante. Draga tenía una personalidad marcada y muy fuerte, en tanto que Sacha poseía un carácter débil y maleable. Era fácil para ella sujetarle cada día recurriendo a la amenaza constante de alejarse para "salvarse de la quema pública" y, sobre todo, "salvarle a él de las consecuencias de su mutuo amor". Sacha estaba experimentando su primera relación de importancia: la vivía con intensidad, pero Milan pensaba que sin duda ese sentimiento acabaría amortiguándose y diluyéndose. Draga, quince años mayor, se marchitaría poco a poco y su amante acabaría fijando su atención en alguna muchacha lozana y fresca. Además, las amantes no pasaban de ahí. Alexander conocía su deber hacia la estirpe de los Obrenovic y hacia Serbia: debía casarse con una mujer de su rango para asegurar la continuidad dinástica.

En ese sentido, se podía "presionar" a Sacha. Los sempiternos rivales de los Obrenovic, los Karageorgevich, habían ganado un punto importante cuando su "heredero legítimo del trono serbio", Petar, había matrimoniado con Zorka de Montenegro. Milan, en su habitual pangermanismo, consideró princesas alemanas. Había dos que le parecían particularmente interesantes: Sybille de Hesse-Cassel y Alexandra Bathildis de Schaumburg-Lippe. Por supuesto, eran protestantes, pero cualquiera de las dos podía convertirse a la ortodoxia para alcanzar la posición de reina de Serbia. Con el fin de contentar en cierto modo a Natalija, Milan añadió a la lista de potenciales candidatas dos princesas que ya eran ortodoxas: Ksenija de Montenegro y María de Grecia.

El debate en torno a la alianza que mejor les cuadraría se prolongó por espacio de meses. Alexander "delegó" esa importante decisión en su padre, tras haberle indicado a éste que él se casaría sin ninguna reluctancia con la que se eligiese finalmente. Entretanto, seguía viviendo su apasionada aventura con Draga, a la que llamaba "pequeña violeta". Con seguridad, la "pequeña violeta" estaba bastante más inquieta y preocupada por el asunto de la elección de una novia para Sacha que el mismo Sacha. Draga no era tonta: igual que Natalija no había querido recibir en palacio a las amantes de Milan, la princesa que se casase con Sacha, a poca sangre que tuviese en las venas, haría lo imposible por removerla a ella del país.

En 1900, Milan emprendió un viaje a Alemania para tomar las aguas en Karlsbaad, en el que, de paso, esperaba cerrar definitivamente la negociación que permitiría anunciar el matrimonio de Sacha con Alexandra de Schaumburg-Lippe. Pero en junio de ese año, Alexander dio la campanada. Draga estaba aprovechando la coyuntura para practicar, con consumado estilo, un chantaje sentimental antes de que se cerrase por entero la negociación de la boda del rey. Incluso llegó al punto de anunciarle a Alexander que estaba embarazada. ¿Qué íba a ser de ella? ¿Debía seguir los pasos de aquella Artemisia Hristic que se había quedado encinta a consecuencia de su aventura, nada discreta, con Milan? ¿Marcharse a Estambul a tener, en soledad, a su bastardo?



Alexander negó vehementemente esa posibilidad. Una de las principales barreras a un eventual matrimonio con Draga residía que ella, quince años mayor, se hallaba ya en edad avanzada sin haber tenido nunca hijos que probasen su capacidad para concebir y llevar a buen término la concepción. En ese sentido, el historial ginecológico de Draga está envuelto en controversia y misterio: es probable que la mujer hubiese recurrido al aborto en alguna que otra ocasión, para evitar el nacimiento de bastardos, lo que habría dañado su capacidad reproductiva, pero también se puede pensar que, simplemente, su edad la hacía vivir una pre-menopausia que mermaba de forma significativa su pasada fertilidad.

Alexander creyó sinceramente que Draga estaba embarazada, lo que suponía el posible nacimiento de un heredero Obrenovic. Entusiasmado ante la perspectiva, se jugó el todo por el todo: ordenó empapelar los muros de Belgrado con enormes pasquines en los que anunciaba su próximo matrimonio con Draga Lunjewitza. A fin de "venderle la idea" a sus súbditos, Alexander declaraba que se casaba, firmemente convencido, con una hija de Serbia, surgida del pueblo serbio, imitando en ello el ejemplo de su abuelo Milosh al tomar por esposa a Elena Marija Catargiu. No dudaba de que, junto a Draga, conformaría una familia real ejemplar.

Draga Lunjewitza, viuda de Maschin, sería su reina. La gente se quedó entre perpleja e incrédula por el giro de los acontecimientos. Milan sufrió una apoplejía al enterarse de aquel acto de desafío de Alexander. Aparte de que él mismo quedaba en vergüenza ante los Schaumburg-Lippe, encontraba absolutamente infame la perspectiva de que Draga se convirtiese en reina de Serbia. De inmediato, hizo saber que renunciaba a todos sus cargos en Serbia, incluido el rango de comandante en jefe del ejército, y que permanecería, exiliado, en Viena. El primer ministro Đorđević declaró, también, que dejaba de presidir el gobierno, pues se consideraba gravemente insultado por lo sucedido. Natalija se unió al coro de protestas: ella no tenía intención de vivir en Belgrado en cuanto "la serpiente" ocupase sus aposentos en el palacio real.

En esas circunstancias, Alexander y Draga se casaron en un plazo de apenas dos meses. El motivo para tal apresuramiento está claro: Alexander aún creía a Draga embarazada y deseaba que el enlace tuviese lugar cuando a ella aún no se le advirtiera el estado de buena esperanza, para hacer pasar el hijo por legítimo.

La reina Draga estaba destinada a ser, desde el principio, claramente impopular. En Belgrado, no había nadie que estuviese verdaderamente a favor de aquel enlace a no ser el clan de los Lunjewitza. El primer problema de Draga se planteó al cabo de tres meses de matrimonio. Para entonces, su abdomen no se había abultado como debería en una mujer embarazada de, al menos, seis meses. No podía mantener su farsa ante Alexander por más tiempo. Se produjo una escena matrimonial, en la que, posiblemente, Draga trató de aparecer como si hubiese sufrido un "embarazo psicológico". Pero, desde luego, ese hecho dejó su huella en la relación de ambos.

El rey Milan murió inesperadamente en Viena el 11 de febrero de 1901. La noticia del casamiento de su hijo había supuesto un serio quebranto en su salud; permaneció vivo durante apenas seis meses, rumiando su vergüenza y su amargura por la "traición" de Alexander a los Obrenovic. Sabía que la boda de su hijo había llevado a la ruina a la dinastía. Ni siquiera había nadie más en la familia que pudiese significar una esperanza, a no ser una joven prima, Natalija Constantinovich, “Lily”, nieta por línea paterna de Anka Obrenovic, y que se había casado con el príncipe Mirko de Montenegro.

Para entonces, Alexander seguía sin tener hijos de su criticada unión con Draga. El rey Nikola de Montenegro, con la astucia a ras de suelo propia de un campesino montañés, pensaba que si fallecía el rey de Serbia sin herederos, él podía plantear dos opciones para reclamar el trono: o bien su yerno Petar Karageorgevich, viudo de su hija Zorka, o bien su hijo Mirko, casado con Lily, una Obrenovic después de todo, aunque no llevase el apellido dinástico. En cualquiera de los dos casos, Nikola de Montenegro salía ganando. Alexander, al darse cuenta, estalló de puro enojo ante la inminente boda de su prima Lily. Pero en Serbia esa noticia produjo cierto entusiasmo popular.

La impopularidad creciente de Alexander y Draga constituía una firme base para la simpatía hacia Mirko y Lily. Draga, por su parte, necesitaba desesperadamente apuntalar su posición con un heredero si es que quería mantenerse en el trono. Seguramente, una Anne Boleyn hubiese podido entender su profunda desazón a medida que transcurría el tiempo sin que pudiese cumplir esa expectativa concreta.

Luego del hervidero de rumores sobre fallidos embarazos de la reina, el hecho que estuviese o no embarazada se había convertido en una cuestión fundamental. La corte rusa, particularmente interesada en dilucidar ese enigma que traía de cabeza a los distintos países balcánicos, no se privó de enviar a un ilustre facultativo para que examinase a la esposa de Alexander...y ella no tuvo más remedio que someterse. Por desgracia, no había tal embarazo y Draga parece que sufrió una crisis histérica de grandes proporciones, donde hasta habría amenazado de muerte al doctor.

Esa imposibilidad de Draga de lograr un "auténtico" embarazo y su subsiguiente tendencia a los embarazos falsos estaba causando una seria quiebra en el matrimonio. En 1903 ya se especulaba con que Alexander, convencido de la esterilidad de su esposa, tenía en mente un divorcio. Incluso se apuntaba hacia la princesa Ksenija de Montenegro como una eventual nueva esposa, la cual hubiese representado un gran partido desde el punto de vista del entramado de alianzas balcánicas.

La situación de Draga se hacía cada vez menos grata. Pero hizo más esfuerzos que nunca por aislar a Alexander de quienes podían estar "maniobrando" contra ella. Paralelamente, se supone que pudo empezar a sugerirle a Alexander que, a falta de hijos, podían hacer heredero a quien les diese la gana, preferiblemente al hermano favorito de ella, el teniente Nikodije Lunjewitza. La imagen pública de la reina se había deteriorado hasta tal punto que se la creía capaz de "embrujar" a su marido para guiarlo hacia dónde a ella se le antojase, inclusive el nombramiento de Nikodije como príncipe heredero. Aunque quizá esa posibilidad estaba más en la mente de la gente que en la de la propia Draga.

De cualquier forma, cuando en marzo de 1903, en una especie de golpe de estado, Sacha suspendió la Constitución vigente durante media hora para poder emitir una serie de decretos como si se tratase de un monarca absoluto, el pueblo, atónito ante el ramalazo autoritario del rey, lo atribuyó al deseo de éste y de su consorte de tener una clase política "mansa y sumisa" para nombrar a Nikodije heredero.

Cada vez había más movimiento en las sombras. Un aspecto ominoso de esta historia es que Sacha y Draga parecían ser los únicos que no percibían el peligro inminente, a medida que se urdía una amplia conspiración para derrocarles violentamente. Se dispusieron a preparar una gran fiesta en el palacio de Konak para conmemorar el tercer aniversario del anuncio oficial de su boda, sin pensar siquiera que podía ser la última fiesta de sus vidas.

Por entonces surgió una "sociedad secreta" llamada Ujedinjenje ili Smrt (“Unificación o Muerte”), que sería más conocida por el nombre de Crna Ruka ("Mano Negra"). Estaba conformada por ardientes paneslavistas, partidarios acérrimos de una Gran Serbia integrada por todos los territorios balcánicos en los que hubiese un porcentaje de población serbia. En conjunto, hombres exaltados dispuestos a emplear la violencia para lograr sus fines: quitar de en medio al rey Alexander y a su "maldita reina" Draga. Así, se abría el camino hacia el trono para Petar Karageorgevich, representante de la dinastía rival de los Obrenovic. La conspiración se nutrió, básicamente, de miembros descontentos del ejército que estaban más o menos vinculados a su líder.


En la madrugada del 11 de junio de 1903, Alexander y Draga permanecen en sus aposentos. Ignoran que hay un amplio grupo de conspiradores que, esa noche, han sostenido un encuentro en el parque Kallmedgen. El sexto regimiento de infantería avanza hasta encontrarse con el séptimo regimiento de infantería. Juntos emprenden la marcha hasta el palacete Konak, al que toman con considerable estruendo, disparando a los "fieles" de la monarquía que van hallando a su paso y destrozándolo todo, incluso los retratos de los anteriores reyes, Milan y Natalija. Sacha y Draga buscan refugio en el interior de un armario camuflado en la pared de sus aposentos, donde confían en que no les encontrarán. Pero uno de los sirvientes de la pareja, acorralado por la tropa, acaba señalando el armario. De inmediato cae sobre él una lluvia de balas mientras los militares, sobreexcitados, acceden al escondite de los monarcas.

A partir de ahí, se produjo una masacre. Algunos oficiales opinaban que bastaba con forzar la abdicación de Alexander y mandarle a un perdurable exilio junto a su Draga. Pero la mayoría no estaban dispuestos a hacer tal concesión a la pareja que había "deshonrado a Serbia". Al menos treinta balazos recibió Alexander, pero con quien se ensañaron decididamente los soldados fue con Draga. La reina no sólo fue asesinada, sino salvajemente mutilada: algunas versiones indican, de manera muy gráfica, que le abrieron el vientre a bayonetazos. Luego, el último agravio: los cuerpos semidesnudos fueron conducidos hasta los ventanales, para ser arrojados desde las alturas a la explanada en torno del palacete Konak.

Mientras los cadáveres rebotaban en el suelo empedrado, los gritos de júbilo se sucedían: ¡Larga vida a Serbia! ¡Larga vida al ejército! ¡Larga vida a Karageorgevich!

2 comentarios:

  1. Interesante historia. Correctamente escrita, bien documentada. Increíble cantidad de fotografías.

    Serbia nace para mi el día del asesinato del heredero al trono. ¿que trono? ¿que heredero? La verdad, nunca me lo había planteado.

    Acabo de descubrir este blog. Volveré a el de vez en cuando.

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  2. Hace tiempo leí una biografía: Draga, la reina fatal.

    Pensé que el autor sentía antipatía por ella, y yo me puse de su parte.

    Seguramente no era tan inocente como yo creo, ni tan malvada como la retratan.

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