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martes, 23 de junio de 2009

Génesis de la nobleza

Orígenes históricos de la nobleza feudal

Reducido a escombros el imperio carolingio, los bárbaros, normandos, húngaros y sarracenos se lanzaron sobre él en devastadoras incursiones. Los terratenientes, entonces, construyeron fortalezas para la protección de su familia y los suyos, la llamada sociedad heril, formada por la servidumbre y los trabajadores manuales que habitaban sus tierras. A veces cabían en su recinto hasta los bienes muebles y el ganado de cada una de las familias de campesinos, puestos así a salvo de la codicia de los invasores.

En época de guerra, el propietario rural y sus familiares eran los primeros combatientes. Su deber era mandar, estar a la vanguardia en la dirección de las ofensivas más arriesgadas o de las defensas más obstinadas. A la condición de propietario se sumó así la de jefe militar.

En los intervalos de paz todas esas circunstancias revertían en un poder político local sobre las tierras circundantes, lo que hacía del propietario un señor, un Dominus en el sentido pleno de la palabra, con funciones de legislador y juez que, en cuanto tales, le proporcionaban un trazo de unión con el rey.

Así pues, la clase noble se formó como una participación subordinada en el poder real.

Los nobles de categoría más elevada eran, en más de un caso, consejeros normales de los monarcas y nobles eran también, en su mayor parte, los ministros de Estado, los embajadores y los generales, cargos indispensables para el gobierno del reino. Había tal nexo entre las altas funciones públicas y la condición nobiliaria que, si era necesario que fueran elevados plebeyos a tal ejercicio, éstos acababan recibiendo títulos de nobleza por parte del rey.

El terrateniente, colocado por fuerza de las circunstancias en una misión más elevada que la mera producción agrícola, se encontraba así investido con los poderes de un gobierno local, siendo así una especie de soberano en miniatura. Esta misión fue ampliándose paulatinamente conforme la Europa cristiana fue conociendo períodos de paz más prolongados.

Ensanchando el campo de acción a regiones más amplias, ya fuere por necesidades militares, intercambio de intereses comerciales, afluencia de peregrinos a santuarios religiosos, asistencia de estudiantes a universidades de renombre o afinidades de diversa índole, desde luchas en común contra un adversario externo o semejanzas de lenguaje y costumbres, el señor de la comarca acrecentaba su poder territorial.

El bien común regional abarcaba, pues, los diversos bienes comunes más estrictamente locales y las riendas de mando iban a parar a las manos de ese señor más poderoso, más representativo del conjunto y más capaz de aglutinar sus diversas partes, reuniéndolas en un solo todo a efectos de guerra y de paz.

A ese señor regional le correspondía, por lo tanto, una situación y un conjunto de derechos intrínsecamente más nobles, pues pasaba mayor número de personas a deberle un vasallaje análogo, aunque no idéntico, al que él, a su vez, prestaba al rey. Así se iba formando, en la cumbre de la jerarquía social, una jerarquía nobiliaria.

Nada de esto existía al margen del monarca –símbolo supremo del pueblo y del reino-, todo estaba bajo su égida tutelar y su poder, con el fin de conservar a su favor ese gran todo orgánico que constituía una nación.

Ni en las épocas en que este despedazamiento de facto del poder real fue llevado más lejos jamás se replicó el principio monárquico unitario. Nunca cesó de existir en la Edad Media una nostalgia de la unidad real. Así, a medida que los reyes fueron recuperando los medios para ejercer un poder que representara el bien común de todo el reino, lo fueron ejerciendo.

Claro está que este proceso de organización y de rearticulación no se operó sin factores distorsionantes que llevaron a guerras feudales que se entrelazaban con conflictos entre naciones. A su pesar, fue así que se modelaron la sociedad y el Estado medievales.


2 comentarios:

  1. Muy bonito su blog amigo, muy educativo.

    Quisiera preguntarle si en España se encuentra algún descendiente de los Foix, de los duques de Septimania, etc, osea de la nobleza inmemorial que se dice no existe en España

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  2. Estimado:

    Mediante una paciente investigación se pueden rastrear linajes que se remontan a la Edad Media, como los Señores de Murga, los Señores de Ayala, los de Butrón y de Múgica, linajes que, en algún momento, entroncan con las coronas de Castilla o de Navarra.

    En los casos puntuales que usted consulta, por ejemplo, los descendientes de los condes de Foix son los actuales duques de Medinaceli. El condado inicial de Medinaceli -elevado a ducado por los Reyes Católicos en 1479- fue concedido por Enrique II a Bernardo de Bearne, hijo bastardo de Gastón Febus, Conde de Foix.

    Por otro lado, Septimania fue conocida como Gothia tras el reinado de Carlomagno. Conservó estos dos nombres mientras fue gobernada por los condes de Tolosa durante la Alta Edad Media, pero la parte meridional llegó a ser más conocida como Rosellón, en tanto que su parte occidental fue llamada Foix, y el nombre de Gotia (junto con el más antiguo de Septimania) dejó de usarse durante el siglo X, excepto como designación tradicional a medida que la región se fracturaba en entidades feudales más pequeñas, que conservaron a veces los títulos carolingios. Gotia se aplicaba tanto a la Septimania como a la hoy llamada Cataluña Vieja. La Gotia estuvo ocasionalmente regida por duques. El último gobernante que ostentó el título de Duque de Gotia fue el conde de Barcelona Borrell II. Por esta línea puede seguir ostentándolo el linaje de los Berenguer, condes de Barcelona, que entroncaron con la corona de Aragón y que, con los siglos, por unión dinástica, portan los monarcas de España.

    Agradezco su deferencia

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